Capítulo
6
El sábado Melanie fue a casa de sus padres, almorzó con ellos, pero no se quedó a cenar. En cambio, pasó la noche clasificando a sus pacientes. Los tiempos daban a cuatro pacientes por día, la población de San Severo era de poco más de tres mil reclusos de todo el país, como decía Maldonado, no eran unos ángeles precisamente. De hecho, más de quinientos reos estaban en el área restringida y eran los únicos que no recibirían tratamiento psiquiátrico, o al menos no con ella.
De momento, los historiales que tenía no llegaban a una docena, ya que según su plan de trabajo el ideal era un período de tres meses, por cada recluso, con mínimo una cita semanal, máximo tres citas. Un plan perfecto que le tomaría veinticinco años de su vida.
Al sacar cuentas supuso que ella podía iniciar un nuevo sistema, y que en un futuro no muy lejano otros psicólogos se unieran, o en su defecto, el que llegase después de ella siguiera ese plan. Era mejor no sacar cuentas y trabajar en pro de esos tres meses. No se veía soportando veinticinco años trabajando en San Severo. Eso sería demasiado duro.
Su fin de semana se escurrió como agua entre los dedos, y el lunes, llegó casi sin avisar.
Sus primeros pacientes, estaban allí por cargos de secuestro, uno de ellos a un alto funcionario del gobierno, por lo que sabía que nunca saldría de allí. Aceptaron comer las galletas y Melanie se sintió satisfecha, cuando escuchaba el “mmm…” de una degustación placentera.
Almorzó sola en su oficina, descansó media hora y entonces fue el turno de un paciente que ya había visto: William Richards. Esta vez, no la tomó por sorpresa la entrada silenciosa del paciente, ni el color de sus ojos, pero la ansiedad por seguir escuchando la historia la sobrepasaba por momentos.
—Buenas tardes, doctora Rice.
—Buenas tardes, señor Richards. ¿Cómo ha estado?
—Bien. Dentro de lo posible.
Hubo un breve silencio, entonces Melanie releyó las últimas anotaciones para retomar el hilo de la conversación.
—En nuestra última cita, quedamos en Joey Meyer, ¿quiere hablar de él?
Richards juntó las manos sobre su regazo, como si dijese una muda plegaria.
—No sé mucho de él, incluso cuando Kate me contó lo de su aventura, no quise saber nada de ese hombre. Sólo sé que trabajaba en la misma compañía que ella, y que cuando terminaron su relación él se fue de allí, no sé a dónde y Kate tampoco lo supo, y si lo sabía no me lo dijo. Quisimos enterrar el tema. Cuando él comenzó con el acoso, tratamos de saber donde vivía, para poder hacer la denuncia, pero no lo logramos y lo dejamos así. Se lo dije, el tipo desapareció del mapa.
—¿Por qué cree que regresó?
Richards se encogió de hombros.
—No lo sé, supongo que le fue difícil dejar ir a Kate. Ella era perfecta —Melanie pensó que si fuese tan perfecta como Richards decía, entonces, en primer lugar no habría sido infiel.
—Es probable —Este comentario ameritó que él la mirase directamente a los ojos y fue abrumador. Pero prosiguió con su relato.
—Habíamos pensado en mudarnos, alejarnos de Meyer porque el tipo era tóxico y enturbiaba nuestra relación, no llegamos a elegir a dónde ir. El día fue un miércoles, cuatro de septiembre, eran poco más de las dos de la tarde. Kate salía temprano del trabajo cada miércoles porque había comenzado unas clases particulares, ella fue a casa sólo a buscar sus cuadernos.
—Yo estaba enfermo, no me había podido parar de la cama en dos días, ella había dejado la habitación con las cortinas corridas y la puerta cerrada, estaba dormido y medio dopado con los medicamentos, en un piso arriba de donde ocurrió todo —Mientras hablaba, con un ritmo apropiado, dando pausas correctas Melanie se trasportaba a esa casa de dos pisos, de los suburbios, era obvio—. No sé cuanto peleó Kate, sólo escuché un grito que fue el que me logró despertar, intenté salir corriendo pero no podía, estaba débil, somnoliento… cuando bajé, Meyer ya la había matado. Kate se desangraba en nuestro living, por un breve momento, supongo que por el efecto de la adrenalina, llegué hasta a Meyer y traté de derribarlo, pero tan pronto lo golpeé perdí las fuerzas, me dejó inconsciente.
Melanie negó casi abatida, si eso era cierto tenía que haber una forma de apelar.
—En su referencial hablan de que su esposa había adquirido un seguro unos meses antes de que fuera asesinada.
William soltó una risa triste.
—No lo sabía, no tenía idea que Kate había adquirido un seguro, supongo que lo hizo sin decirme porque… Bueno, tal vez evitando que la tentación se hiciera presente, no lo sé, nunca entenderé por qué no me lo dijo.
—¿Qué encontró cuando volvió a estar consciente? —Preguntó ella deseando saberlo todo, de las historias que había escuchado de entre los pocos pacientes que había visto hasta el momento, sólo la de Richards y la de Cruz eran tan complejas que acaparaban toda su atención. A Cruz lo vería el miércoles, igual que a Richards.
—Estaba en una celda, me habían vendado la pierna y tenía una compresa en la cabeza. Kate estaba muerta, y de inmediato comprendí que yo era el principal sospechoso, pero la policía ya había hecho su propio juicio, no era sospechoso: era culpable.
>>Ese mismo día entré a la prisión local. Y dos días después fui trasladado aquí, eso de “tiene derecho a un abogado y si no lo puede pagar el estado le proporcionará uno” no fue una elección, la fiscalía fue mi defensa, y la fiscalía no creía en mi inocencia —Melanie lo miró unos segundos—. En el juicio vi por primera vez las fotos de la escena del crimen, mi esposa fue brutalmente asesinada, las huellas de ella también estaban en el cuchillo, lo que justificaba la herida en mi pierna, alegaron que fue en defensa propia que ella me había herido, lo mismo que la contusión en la cabeza, fue con una lámpara que nos habían regalado el día de nuestra boda…
Melanie sentía que se le contraía todo por dentro, William se quedó en silencio un rato bastante largo.
—Meyer fue inteligente, tuvo tiempo de limpiar la escena y hacerme ver como el asesino. Nadie vio nada, nadie escuchó nada. Lo cual es mentira porque el grito de Kate fue de terror… Yo simplemente no tenía pruebas de mi inocencia, todo estaba allí y el móvil fue el seguro. Estoy seguro que Meyer no creyó que todo le saldría tan bien, pero así fue.
—Lamento mucho todo esto, señor Richards —Su voz se quebró al final. Tuvo que tomar aire para continuar—. No tengo una frase profesional para decirle justo ahora, así que optaré por el misticismo: La vida a veces nos coloca en situaciones terribles, sólo para fortalecernos como individuos, y quiero creer que la justicia es verdaderamente ciega y que llega, como decía mi tía: tarde, pero sin sueño.
—No conocía ese dicho —Comentó sonriendo tristemente.
Melanie le ofreció la fuente que además de frutas frescas, tenían galletas y muffins de sabores diversos.
—¿Gusta?
Richards sonrió y extendió la mano, seleccionando un muffin de chocolate.
—Gracias — Dijo saboreándose.
—Cómaselo antes de salir, por favor. Todavía desconozco que tan ilegal es tener un gramo de humanidad en esta prisión.
—¿Se arriesga por nosotros? —Preguntó Richards con el muffin a medio camino de su boca.
Melanie no respondió, fue hasta su escritorio dándole “intimidad” al paciente para que comiera, William terminó de comerlo y su exclamación casi silenciosa de satisfacción hizo que la temperatura de la oficina por un breve momento fuese infernal.
—Gracias, doctora Rice.
—Espero verlo aquí el miércoles, señor Richards.
—Se lo aseguro —Dijo sonriéndole.
Cuando cerró la puerta al salir, Melanie se recostó de la silla y soltó todo el aire que había en sus pulmones, comenzó a escribir algunas preguntas que fueron surgiendo de los acontecimientos relatados por Richards, su versión parecía una de esas películas que no tenían final feliz, pero la realidad era que si lo que decía su paciente era verdad, estaba encerrado allí injustamente. Ninguno de los pacientes que había visto hasta el momento estaban en esa posición, tal vez ese era su caso entre los trescientos, según las estadísticas de Maldonado, y ella no podía tolerarlo, ya era difícil entender el maltrato que recibían por estar allí, tal vez era lo que merecían los culpables, pero una persona que no debía estar ahí no merecía tal calvario.
Para el miércoles en la tarde, Melanie había conocido a dos
reclusos más, que coincidentemente eran hermanos, ellos estaban
allí por haber traficado con drogas por más de veinte años en un
pequeño condado donde ahora casi toda su población era dependiente
de las drogas, habían llevado a la miseria a miles de personas,
cuando menos uno de cada tres habitantes eran adictos y compraban a
estos hermanos. Melanie se sintió enferma cuando ambos asumían que
no se arrepentían y que saldrían de allí tarde o temprano, para
darse la vida de lujo que tanto merecían.
Maldonado apareció en el umbral de la puerta a la hora del almuerzo, con una bolsa de papel en la mano.
—¿Se puede? —Preguntó antes de entrar.
—Adelante —Respondió Melanie—. No vino ayer —Mientras que hablaba, Maldonado tomaba asiento en la silla frente al escritorio, en una postura jovial.
—Sí vine, pero me movieron al patio. Traté de pasar a saludarla pero realmente ese es un trabajo en el que no le dan respiro a uno. Te das media vuelta y comienzan a matarse.
Melanie negó soltando una risita.
—Me parece prejuicioso, Maldonado.
—Es en serio. Doctora, la población de sus pacientes es mínima porque son los tipos que más o menos conservan un poco de decencia, llamémosle los buena conducta, pero el resto, son inimaginablemente agresivos. La semana antes de su ingreso, hubo ocho muertos, se mataron a puñetazos en las duchas, un descuido y se comportan como animales.
—¿De verdad?— Melanie no podía creerlo.
—De verdad, fue una falla en nuestra seguridad, una falla mínima que en cualquier otro sitio no habría significado gran cosa, aquí significó ocho muertos y muchos más heridos —Ambos quedaron en silencio—. Pero no podemos pasar la hora de almuerzo hablando de esas cosas. Mire lo que le traje —Maldonado finalmente abrió la bolsa de papel, donde había dos panes envueltos en papel de cocinar—. Los hizo mi mamá.
—¿Su mamá me hizo comida?
Maldonado se encogió de hombros mientras desenvolvía su pan, que se veía francamente delicioso.
—Sí, cuando le hablé de usted, fue como si le dijera, “mamá encontré la hija que nunca tuviste pero siempre quisiste” —Se rió.
—Entonces la pregunta es ¿Le habló a su madre de mí? —Maldonado, tragó un trozo de pan en tanto ella le daba el primer mordisco al suyo.
—Por supuesto, ella siempre me anda diciendo que trabajando en una prisión con puros hombres en qué momento voy a encontrar esposa…
Fue como si él no hubiese sido consciente de sus propias palabras, hasta que Melanie se quedó en completo silencio.
—No quiero decir…—Maldonado se puso colorado, y comenzó a tartamudear—Es que… Lo siento.
—Está bien, Maldonado. No se preocupe —Dijo, pero el comentario la había tomado por sorpresa—. Pero aquí hay personal femenino, en el área de visitas.
—Ah, pero mi mamá no cree que sean muy femeninas y las descarta de inmediato —Ambos sonrieron.
—Dele las gracias de mi parte, le quedó delicioso.
—Se lo diré.
A partir de allí, José se atragantó el resto de su pan, como si quisiera huir de la oficina cuanto antes.
—Traje ensalada de frutas, era mi almuerzo, pero puede ser el postre ahora —Melanie sacó el envase de su lonchera térmica.
—Gracias, doctora —Dijo Maldonado, sin poder negarse.
Ninguno inició la conversación, cuando las frutas desaparecieron del envase, Maldonado se puso de pie, y ella lo acompañó a la puerta.
—Gracias por acompañarme en el almuerzo, Maldonado.
—Fue un placer, y disculpe el comentario, fue inapropiado.
—No se preocupe.
—Hasta luego, doctora.
—Puede llamarme, Melanie —José sonrió abiertamente y fue cuando Melanie notó cuan atractivo resultaba su compañero de trabajo. Verlo era tan placentero como el sol cuando levantaba en la mañana.
—Y usted puede llamarme: José.
—Estoy de acuerdo —Ambos sonrieron—. Hasta luego, José.
—Hasta luego… Melanie —Dijo dándose la vuelta y dejando a Melanie con las piernas un tanto temblorosas al oír a José llamarla por su nombre.