Capítulo

16

 

 

Ver a José tan desencajado la hizo sentir tan mal que sólo deseaba salir corriendo.

—¿Estás con alguien?

—Sí —Contestó ella, cruzándose de brazos y andando por la cocina—. Es… un compañero de la Universidad, siempre mantuvimos contacto después de graduarnos y antes de entrar a trabajar en San Severo empezamos una relación más íntima —No hagas preguntas, por favor, pidió internamente.

—Hay cada tipo con suerte —Soltó José, poniéndose de pie—. ¿No tengo oportunidad?

No. Respondió Melanie en su cabeza, porque William ya había conquistado todo en ella.

—Eres un gran hombre, José, y cualquier mujer tendría mucha suerte de estar contigo.

—Y esa es una manera elegante de decir no —Ella no dijo nada—. Tal vez estas tres semanas sirvan para poder estabilizar la situación, ¿no?

—¿Tres semanas?

—Sí. Es el tiempo por el que voy a estar ausente de San Severo.

Decir que iba a hacerle falta parecía contra producente, por eso Melanie no agregó nada.

—Nos vemos, por ahí —Dijo José saliendo de la cocina—. Cuídate, Melanie —Ella asintió. Él se detuvo y mirándola le dijo—: Tú podrás querer regalarles a tus pacientes un pedacito de cielo, pero no olvides que estás en el infierno. Les das un espejismo, así que no creas en tu mentira.

Melanie se estremeció en un escalofrío con las palabras de José y la sensación de estar desprotegida la invadió de nuevo.

—Estás tensa, Melanie. ¿Qué pasa? —Melanie hundió el rostro en la tela naranja del uniforme de William, ese día había querido ir a su rincón mucho antes—. Dime, ¿algo va mal?

—No. Es sólo que te extrañé todos estos días —Dijo, en parte era verdad. Lo había extrañado cada día, pero lo que la tenía tensa era lo que había pasado con Maldonado. No podía creer que después de comenzar su… ¿su qué? ¿Qué tenían ella y William? Pasar abrazados quince minutos no determinaba que ellos tuviesen una relación, eran algo, pero no estaba segura de qué y quería aclararlo, ya que el rechazo que tuvo hacia José había sido producto del sentimiento de lealtad que nacía hacia William. Pensó en decirle lo que había ocurrido, pero habría sido devastador después de saber por lo que había pasado él en su matrimonio con Kate y el engaño con Meyer. 

—Yo también te extrañé, mucho.

Melanie alzó la mirada, encontrándose con la extensión azul de los ojos de William. Amaba el color de sus ojos, le acarició el rostro, quedándose un rato más en la línea de la mandíbula. Ella quería más que abrazos, quería más que sólo un par de horas a la semana, quería estar con él todo el tiempo, ayudarlo y cuidarlo, ser su apoyo cuando saliera de San Severo, porque ella se iba a asegurar de sacarlo de ahí. Volvería a contactar a Carlie, y si ella no aceptaba buscaría a otro abogado hasta debajo de las piedras, pero sacaría a William de allí y entonces, podrían pensar en estar juntos en un nuevo comienzo, un comienzo más limpio.

William la miraba fijamente y le parecía extraño no poder apartar la mirada. Volvió sus dedos hacia los vestigios de la contusión del ojo, hoy, una mezcla verde y amarilla que iba dando paso a ese rostro atractivo y seductor que la había dejado noqueada la primera vez que lo había visto. Esa primera vez donde la cautivó desde que le habló con esa voz… fascinante.

Todo en William era una invitación a caer en sus brazos, pero lo que realmente la había hecho caer a sus pies era el sentido de supervivencia que había demostrado a través de las tragedias por las que había pasado. La capacidad de levantarse, la fuerza que demostraba mientras estaba en el infierno por la crudeza de la injusticia.

—¿Por qué me miras así? —Preguntó William sonriéndole.

Melanie le acarició el cabello casi rapado.

—¿Cómo te miro?

—Como si quisieras cuidarme.

—Quiero cuidarte —Respondió. William se inclinó y acarició su mejilla con la nariz.

—Gracias, Melanie. Eres una luz brillante en el más oscuro de los lugares —Le dijo él volviendo a mirarla.

—Bésame, por favor —Pidió en un susurro. La expresión de sorpresa de William no la molestó, porque sabía que lo sorprendería—. Por favor —Pidió de nuevo. Y él lo hizo.

Labios suaves como pétalos de rosa se posaron sobre los suyos, amables como el toque  de un niño pero calientes como las brasas de una hoguera. Melanie se aferró a él con ganas, se puso en puntillas y fue ella la que irrumpió con la lengua sólo para sentirse tan mareada que perdió el equilibrio, pero los brazos de William la sostuvieron y la apretaron más a él. Las cadenas fueron rotas.

El beso se convirtió en una experiencia alucinante, su cuerpo entero convulsionó en brazos de ese hombre que absorbía su lengua y sus labios con hambre propia del que lleva meses en ayunas, con tiranía y soberbia porque se sabía dueño. Y lo era. William se había apoderado de ella y la atraía como El flautista de Hamelín a las ratas. Uy, qué mala analogía —pensó ella.

Aire. Le estaba faltando el aire, pero ¿quién lo necesitaba realmente? Algo parecido a un “wow” le dio la pauta de que de alguna forma, aunque sus labios lo sentían aún besándola, William se había separado. Ella tomó un poco de aire, pero no mucho antes de que estuviera otra vez a merced de esos labios pretenciosos. Las manos de William empezaron a moverse por su espalda y se estremeció por el rastro de las esposas, quería liberarlo y que se moviera a placer…

—Melanie… —Le dijo William cuando volvieron a separarse, ambos con la respiración acelerada—, me habría gustado hacer las cosas de otro modo, en otro sitio…

—No tienes que decir nada —Apuntó ella—. Fue perfecto —Lo besó de manera breve de nuevo—. Completamente perfecto.

—Melanie Rice: Eres la luz de mi oscuridad.

—Prefiero ser la luz que te guíe hacia la salida de esa oscuridad. Y lo haré, William. Voy a sacarte de aquí.

—Y todo será diferente.

Sí —Se abrazó de nuevo a él, todavía tenían cinco minutos más para seguir soñando.

 Para Melanie los demás pacientes comenzaron a ser simples borrones entre sus notas, no estaba descuidando los casos pero básicamente le dedicaba los sesenta minutos exactos a cada uno, ya no pensaba en los casos camino a casa o en su tiempo libre. Esos momentos eran sólo para William. Esa noche le había vuelto a escribir a Carlie, supo, por las noticias, que el caso en Francia estaba tornándose cada vez más complicado, pero debía insistir.

Cuando despertó sabiendo que era miércoles de nuevo, se paró de la cama como si tuviese un resorte, todo lo hizo rápido: bañarse, desayunar, dejar la cocina limpia, recoger su casa, ir al auto. Llegó a San Severo más temprano que nunca y el tiempo hizo de las suyas, jugando en su contra, arrastrándose como una babosa.

En su oficina fue más llevadera la espera, pero cuando terminó su almuerzo y el reloj marcó las dos de las tarde fue como planear sobre nubes. Tocaron, e impulsada por la adrenalina llegó a la puerta casi saltando sobre el escritorio. William estaba allí, y fue maravilloso cerrar la puerta, ambos fueron en completa coreografía hasta su espacio: brazos de ella arriba, brazos de él atrapándola, un abrazo, un suspiro, una mirada cómplice. Un beso.

Fue como volver a respirar cuando se está a punto de ahogar, cuando finalmente comprendes con detalle cuan vital es el aire. Los labios de William eran oxígeno en medio de una corriente que te arrastraba al fondo del mar. Y eran a la vez la corriente misma.

—Hola, doctora —Saludó cuando finalmente pudieron separarse.

—Hola, Señor Richards.

—Definitivamente, prefiero que me digas William.

—¿Cómo has estado?

—¿Te perturbaría si te digo que he estado extrañándote todo el tiempo?

Melanie sonrió.

—Para nada. Yo he estado igual.

—Entonces, me alegro —Ella le rozó los labios con la punta de los dedos.

—¿Quieres que hablemos?

—¿Podemos hacerlo así, abrazados?

—Sí. Claro.

Decidieron rodar el mueble un poco más. William se sentó en su sillón habitual y ella en sus piernas.

—Hoy quiero que me cuentes de ti.

—¿De mí? —Preguntó ella, sorprendida por la petición.

—Sí, cuéntame todo de ti.

Melanie se sorprendió, siempre solía ser ella la que hacía las preguntas, la que investigaba sobre el otro.

—Si sientes que es invasivo, entonces no lo hagas.

—No. No es eso, es sólo que se me hace extraño ser yo la interrogada.

—Me imagino. Pero intenta.

Melanie se acomodó más en el regazo de William y comenzó a hablar de su niñez, de sus padres, de su tía, de la casa, de la universidad, de los títulos, en resumen pero concisamente.

—Con todos esos cursos que has hecho, parece que te has olvidado de vivir —Comentó William.

—Sí, así fue, pero ahora, en tus abrazos, estoy viviendo.

—Mis brazos son afortunados.

Melanie sonrió y lo besó brevemente.

—¿Qué me has hecho? —Preguntó ella con su corazón bombeando como loco.

—Nada diferente a lo que tú me has hecho a mí.

Ambos miraron el reloj con resignación.

—Nos veremos el lunes.

—Voy a pensar en ti cada segundo de estos días —Dijo él. Melanie se inclinó para besarlo de nuevo y en esa posición pudo sentir en su muslo como iba apoderándose el deseo de William. Gimió. Maldito tiempo. William se separó y viendo su propia reacción se sonrojó—. Parece que será una larga noche para mí.

Melanie sonrió y le lamió los labios.

—Y para mí. Voy a pensar en ti todo el tiempo —Y no se refería a algo romántico, hablaba directamente de lo que pasaba entre sus muslos, donde se estaba acumulando la humedad de su centro. El sonido en la puerta volvió a explotar la burbuja. Se pusieron de pie y por un breve momento de locura, aquella situación de ambos excitados y frustrados le pareció graciosa. Tenía que encontrar el modo de solventar eso. Aunque irremediablemente esa noche tendría que poner en movimiento a su imaginación y capacidad de recrear la imagen de William en la oscuridad de su habitación.

Antes de irse, Melanie recibió el memo de manos de Josh y cuando llegó a su casa, mucho más tarde que de costumbre, no podía creer en su suerte.