Capítulo
25
Mientras más pasaban los días, peor se iba sintiendo Melanie. En principio por lo que había ocurrido con José, algo que a todas luces no debía haber sucedido, un engaño, había engañado a William y él a ella, aunque en ámbitos diferentes. Todavía no sabía qué pensar sobre el arma, cómo William había “olvidado” un detalle tan crucial.
No sabía cómo pero pasó una semana entera y ella no habría podido decir qué hizo, qué comió o si había faltado al trabajo un día. Lo único que podía registrar fue un par de salidas de Carlie y la ausencia, que pesaba sobre sus hombros, de William en sus sesiones. Cuando regresó el siguiente lunes, no sabía qué hacer, aunque ella y William estuviesen peleados o hubiesen roto su relación, eso no debía influir en el hecho que ellos tenían que resolver el sacarlo de San Severo.
Dejó todo sobre el escritorio y buscó en el pasillo, por suerte la guardia era de Josh.
—Buenos días, doctora —Saludó el centinela levantando su gorra.
—¿Cómo le va? —Respondió ella amagando una sonrisa. Cuando los saludos terminaron se plantó delante del guardia y con la voz más neutral que pudo, hizo la pregunta que le aceleró el corazón—. Josh, ¿sabe por qué el recluso, Richards, no ha venido más a mis sesiones? ¿Qué pretexto ha puesto?
Josh se rascó la cabeza.
—¿Richards?
—El 2126.
—Ah, la semana pasada estuvo en su celda todos los días, creo que estaba enfermo. Y hoy, está castigado.
Melanie disimuló lo mejor que pudo su preocupación.
—¿De nuevo? —Josh se encogió de hombros—. ¿Cuándo lo castigaron?
—El jueves.
—¿Está en la celda de castigos desde el jueves? —Esta vez no logró que su voz sonase neutra, pero ya no le importaba.
—Sí, y estará allí una semana.
—¿Por qué?
—Estuvo feo el asunto… —Melanie no escuchó más, dejó a Josh hablando solo y bajó las escaleras como si el edificio estuviese en llamas. Tenía un destino fijo y haría lo que fuera necesario para llegar allí.
Habría sido la decisión en su voz o la furia de sus ojos, pero el celador del área de castigos le dio paso sin hacer demasiadas preguntas, la vez anterior que había estado allí no le había parecido tan lúgubre el lugar, daría crédito a José, que la había acompañado, sintió que su corazón se oprimía un poco, tal vez por el recuerdo de esa visita a William o por echar en falta la compañía y protección que José le proporcionaba, sea como fuere, sacudió la cabeza alejando esos pensamientos, empujó la puerta 4 justo después de activar el interruptor de luz que estaba afuera.
—Melanie —Exclamó William al verla entrar, para sorpresa de ella, no tenía un solo rasguño. Se veía que llevaba ahí varios días, pues una sombra de barba se dibujaba en lo bajo de su rostro, pero estaba intacto.
Contra todo lo lógico entre esa ilógica situación, caminó hasta él y se dio cuenta de lo que hizo sólo cuando William se sobó la mejilla que ella había tenido a bien abofetear.
—Eso fue por no aparecer en mi oficina en toda la semana —Sin pensar lo abofeteó otra vez—. Y eso por estar aquí, de nuevo.
—Y yo que creí que había sido astuto para que no me dieran de nuevo en la cara —Dijo él volviendo a sobarse la mejilla que se enrojeció de inmediato.
—¿Por qué razón, y más vale que tengas una justificación creíble, estás aquí otra vez?
William se alejó de ella.
—Tuve una pequeña discusión, nada extraordinario.
—Eso no fue lo que me dijeron —Replicó ella queriendo golpearlo de nuevo.
—En San Severo se dicen muchas cosas.
—¿Qué quieres decir? —Preguntó a la defensiva.
—Tú me dijiste que no querías verme.
—Tuvimos una discusión, ¿qué iba a decirte?
—Melanie, nosotros no somos típicos para creer que después de una discusión tú me vas a despachar como si yo tuviese opción de darme una vuelta y regresar en quince minutos. Me dolió que me dijeras que no querías verme.
Ella se cruzó de brazos.
—Prefería que te fueras, a decir algo de lo que pudiera arrepentirme después.
—¿Algo cómo qué? ¿Cómo que querías romper conmigo?
Melanie lo miró y por un momento sintió que todo sería más fácil si ellos rompían.
—¿Por qué estás aquí?
—No vale la pena decirlo.
Ella se exasperó aún más.
—Recuerda que estamos así por hacer exactamente eso, ocultar cosas.
Esta vez William apretó los labios y cerró los ojos, como buscando calmarse.
—Te lo dije, fue un mecanismo de defensa. Llámalo memoria selectiva si eso quieres. Lamento no haberlo dicho, pero no fue intencional.
—Le dije a Carlie lo que me contaste, y no te cree.
William la miró casi con ironía.
—Ella no cree absolutamente nada de mí.
—Pero es tu abogada y debes confiar en ella.
—Melanie, agradezco que la hayas traído pero lo único que me importa es que tú me creas, el resto… Ya no interesa. Estoy resignado a quedarme aquí por el resto de mi vida, pero que tú no me creas es peor que la pena de muerte.
—¿Por qué estás aquí? —Volvió a preguntar.
—No quiero decírtelo —Respondió William dándose vuelta.
—Te exijo que me lo digas —Presionó.
—Por favor, Melanie…
—¡Dilo! —Demandó tomando a William del brazo para que le diera la cara.
—¡Un maldito depravado se estaba masturbando diciendo tu nombre! —Exclamó enfrentándola— Ahí lo tienes, volví a mentirte, te había dicho que no me metería en problemas por ti, pero aquí estoy —Soltó con ironía—. Estoy tan enamorado de ti que actúo como un idiota, pero lo único que te importa es que, por una maldita vez en mi vida omito algo tan sumamente terrible que preferí darle olvido, no te dije lo del arma.
Las lágrimas se agolparon en sus ojos. De nuevo, William había salido en su defensa sin importarle nada. Sin importar que estaría una semana recluido en un hueco putrefacto y aislado.
—Lo siento —Dijo él tras un silencio muy largo—. No pude evitar escucharlo ni que me hirviera la sangre y me volviera loco, ya sabes, se trata de ti. Y cuando es sobre ti, no pienso lógicamente, para nada.
Melanie sopesaba qué decir cuando el guardia de la entrada interrumpió.
—Doctora, la vinieron a buscar.
—¿Cómo? —Preguntó sorprendida.
—La buscan.
—¿Quién?
—Maldonado.