Capítulo

9

 

 

El lunes Melanie llegó a la prisión poco después de su hora de entrada y pidió al guardia de la entrada que llamase a Maldonado, para que estuviese en el estacionamiento del edificio administrativo. Se sorprendió de lo pronto que llegó José, con la respiración acelerada.

—¿Qué pasó?

—Nada —Dijo Ella—. Es sólo que necesito un poco de ayuda aquí —Abrió la maleta del auto.

—¿Qué está mal contigo? —Preguntó José mirando la caja de la nevera para oficina, que Melanie había comprado el fin de semana.

—Sabía que te gustaría la idea. ¿Cómo crees que podemos subirla?

José se cruzó de brazos y la miró fijamente.

—¿Quién te dice que pienso ayudarte con esto?

Melanie medio sonrió.

—Sabes que quieres ayudarme, ya sea porque te caigo bien o porque el morbo te empuja a observar a donde voy a parar con mi actitud.

Se permitieron un pequeño y caldeado juego de miradas. Entonces José se dio media vuelta y habló por su radio inalámbrica pidiendo una carretilla del depósito.

—Cierra el auto —Ordenó Maldonado después de sacar la nevera de la maleta—.  Vamos, ya vienen a buscarla.

Melanie siguió a José hasta que comenzaron a subir las escaleras.

—¿Estás molesto conmigo, José? —Preguntó adelantándolo un par de escalones. Para detener la marcha.

José se detuvo un segundo, pero luego la esquivó.

—No. En realidad estaba pensando que si te empujo por las escaleras, tal vez quieras darme una habitación en tu casa, ya sabes, porque estás un poco loca —Dijo y siguió subiendo.

Melanie tuvo un pequeño ataque de risa, lo que hizo que José le sacara una ventaja subiendo. Cuando ella llegó al piso, ya Maldonado estaba en su silla al final del pasillo.

—Vamos, José —Dijo llegando hasta él—. Lo que hago no es una locura, es tener un poco de compasión por gente que lo pasa realmente mal aquí.

José se puso de pie haciendo que ambos estuviesen extremadamente cerca, tanto que ella tuvo que echar el cuello hacia atrás para poder verle la cara a un José ligeramente frustrado. Ambos tenían las manos en la cintura.

—Es como si no comprendieras que son gente dañada, Melanie. Que tuvieron que ser sacados de la sociedad porque no supieron convivir en ella.

—Lo comprendo, José. Pero también comprendo que el hecho de estar encerrados ya es un castigo, ¿de eso se trata, no? De encerrarlos porque cometieron crímenes, eso está bien, soy consciente de ello, pero para mí, eso no implica que los tengamos que tratar como animales, ese es mi punto.

—Entiendo tu punto, pero no lo comparto. Hace dos días uno de esos tipos, de los que piensas que no debe ser tratado como un animal, intentó matarte. ¿Y si pasa de nuevo?

—No voy a tratar más a ese señor.

—El colmo sería que lo hicieras, pero si no es él, puede ser otro, ¿qué tal que ese otro te ataque de forma que no te dé tiempo de gritar? Es que… O eres estúpidamente valiente o simplemente tu mente no se adapta a la realidad, por Dios, Melanie, los atiendes a puerta cerrada.

Melanie se cruzó de brazos.

—En mi profesión manejamos algo que se llama ética, donde figura la confidencialidad de nuestros pacientes, no voy a hablar de cosas perturbadoras o traumas de los reclusos a puertas abiertas, José.

Él relajó los hombros, bajando la guardia e incluso usando sus manos de manera suave, reflejando su disposición a negociar.

—Al menos deja que entre un guardia, déjalo en la esquina más lejana de tu oficina, que escuche música para no oír tu conversación, pero acepta la protección.

—Estaré bien, José. Un incidente no puede determinar el comportamiento de los demás, tengo pacientes muy colaboradores y tranquilos, no puedo de repente ponerle un tipo armado listo para atacarlos sólo porque hagan un movimiento, me parece suficiente que dos guardias estén en la puerta y mis pacientes esposados.

José lanzó una maldición entre dientes.

—Si no lo recuerdas fue con unas esposas que intentaron ahorcarte —Dijo y la dejó allí, perdiéndose de nuevo por las escaleras.

 Su primer paciente del día era uno de los hermanos narcotraficantes, que al parecer estaba de humor, sin embargo sólo le habló de su obsesión por los autos.

Pero a media mañana fue el turno de Richards, llevaba el cabello mucho más corto, así que suponía que el fin de semana les había tocado barbería, no quería imaginar cuanta seguridad impartían en un lugar lleno de armas potenciales.

—Buen día, doctora.

—Buen día, señor Richards —Esta vez, sin esperar indicación, se sentó en su lugar, mientras ella tomaba su block de notas e iba al sillón frente a Richards—. Bueno, hemos llegado a conversar sobre la razón de que esté aquí, podríamos ir ahora por el camino que lo llevó aquí.

—¿Qué quiere decir eso, exactamente?

Ella no estaba muy segura de qué hacer, el caso de Richards era delicado. Pero tenía una amiga que era abogado, tal vez ella podría ser de ayuda para encaminar una apelación, sin embargo, no quiso expresarle su idea a Richards, tal vez causaría en él expectativas que nunca podría alcanzar.

—¿Quisiera hablarme de usted, señor Richards? Su infancia, su familia…

—No tengo familia, no ahora. Pero la tuve, hace mucho…

—¿Le molestaría hablarme de ellos?

—Mi mamá se llamaba Jenny y mi papá William. Decían que me parecía a él, yo no lo creo, siempre me consideré introvertido, más que simplemente tímido, y él era… Él hacía amigos a su paso. Mi mamá estaba dedicada al hogar, realmente lo estaba, la casa siempre la recuerdo tan limpia, incluso cuando fuimos dos niños, tenía una hermana cuatro años menor que yo.

>>Creo que mi vida comenzó realmente allí, además ya tenía cuatro años, así que puedo adjudicar a ello que mis recuerdos comiencen con la llegada de mi hermana: Clare.

—¿Dónde están ellos, ahora?

—Supe que mi papá murió hace once años, mi mamá murió hace cinco años, y mi hermana murió cuando yo tenía diez años.

Melanie no ocultó su sorpresa.

—¿De qué murió?

—Fue un accidente —La voz de Richards se volvió un susurró—. Habíamos estado un rato jugando con nuestras bicicletas. Vivíamos en un vecindario muy tradicional, con horarios, donde todos conocían a todos. Era una zona llena de colinas muy empinadas. El área de juego era una especie de plano en la colina más alta. Todas las tardes los niños íbamos allí a jugar, hasta la hora de la cena.

Melanie estaba absorta en el nuevo relato, podía imaginar claramente lo que decía Richards.

—Clare estaba aprendiendo a manejar bicicleta, sin las ruedas protectoras. Le dije que llevaría tiempo, pero ella era impetuosa… Y era muy inteligente, realmente inteligente, esa tarde había logrado dar tres vueltas perfectas sin las ruedas protectoras, lo que estaba bien, porque era la segunda vez que lo intentaba, pero ella quería más… —La voz de Richards se quebró y Melanie de inmediato lo tomó de las manos.

—Está bien, señor Richards, si es muy doloroso puedo esperar a que esté listo.

Cuando William la miró sus hermosos ojos azules se veían un poco más claros por las lágrimas que pugnaban por salir, pero tomó una bocanada de aire y negó.

—Estoy listo, doctora —Melanie le dio un último apretón de manos antes de soltarlo.

—Lo escucho.

—Ya era hora de irnos, y ella me dijo: Apuesto a que puedo ganarte el camino hasta casa. Le dije algo como que las bicicletas era muy pesadas para bajar corriendo, pero ella me miró con esa expresión de “eres tan tonto” y dijo: en las bicicletas. Ella quería bajar la colina en bicicleta, tenía sólo seis años y dos minutos de haber dado sus primeras vueltas. Me negué, era una locura, ella insistía, estamos en la cima de la colina. No, Clare, es muy peligroso, le dije. Me dijo que era un gallina —Soltó un amago de sonrisa—. Discutimos por poco menos de cinco minutos, entonces ella me empujó de una patada, montó la bicicleta y bajó, en ese mismo instante mi corazón se detuvo, quedé paralizado, en el mismo segundo que pedaleó perdió el control, gritó de forma aterradora, vi como salía despedida del asiento cuando la rueda trasera se elevó en el aire, dio de lleno con el asfalto, pienso que murió en ese instante, el crac de cuello al partirse aún retumba en mis oídos, rodó lo poco que quedaba de colina y entonces la arrolló un auto.

—Por Dios —Exclamó Melanie, y cuando Richards escondió el rostro entre las manos, ella se fue sobre él dándole más que unas palmaditas de consuelo, pero menos que un abrazo.