Capítulo 5
Mirian, que era media bruja, le preguntó a Marisa que qué pasaba entre Davy y Sofí, ya que se comían con las miradas.
―Nada. Amagan, amagan, pero no pasa nada. Hace meses que están así. Aunque sé que, de un momento a otro, uno de los va a aflojar.
―Harían una linda pareja, ¿no? ―preguntó Mirian, sonriendo.
―Yo hablé con Davy, él piensa que ella no quiere saber nada con él, y ella dice que él la va a lastimar y que es un mujeriego.
―Qué tontos que son, se desean como locos.
―Ana también habló con él, pero no hay caso. Los dos se niegan a darse una oportunidad.
―Vamos a levantar esto y nos vamos todos a bailar salsa ―afirmó Ana. Davy iba a hablar cuando ella volvió a decir―: NO QUIERO UN NO. Todos, dije. ―Y entonces, él calló.
Davy estaba hablando por teléfono en el living cuando Sofí subió para cambiarse. Se miraron, sin decir una sola palabra, aunque en sus miradas el fuego se cruzaba y ardía.
―Ya reservé lugar. ―Le dijo a Frank, que justo entraba al living.
―Hermano, habla con Sofí hoy. No pueden seguir así.
―¿Así cómo? ―preguntó él.
―Déjense de joder. Están muertos los dos, todos nos damos cuenta, menos ustedes. ¿Qué te pasa?, no te entiendo.
―Ella se merece otra cosa, ya te lo dije. No quiere saber nada conmigo, ¿quieres que me siga rebajando? Ya pasó, dejemos las cosas como están.
Ya estaban todos preparados. Davy estaba sentado en el sillón, cuando Sofí bajó la escalera. Estaba bellísima. Él le clavó esos dos faroles que tenía de ojos y vio como si un ángel de pelo rubio completamente suelto y cara de niña bajaba en cámara lenta esa escalera.
Se había puesto un vestido corto de color negro, unos tacones altos, su pelo bailaba cuando la veía bajar. Se quedó mudo, y cuando se dio vuelta, tenía un escote espectacular. No podía dejar de mirarla. Ella pasó y le sacó la lengua, sonriendo. De pronto sonó el celular de él.
―Atiende, bonito, debe ser unas de tus chicas ―dijo con malicia, cambiando la sonrisa por la ironía.
Él maldijo en voz alta, atendió y sí, era Elena.
―Estoy ocupado, ¿qué quieres?
―Verte ―contestó ella.
―Hoy no, y no me llames más. ―Y cortó puteando. Salió al jardín a esperar que saliera, y sentado desde el auto veía como Sofí salía riendo, a los saltos, porque Frank la corría.
“Bella, es la criatura más bella que he visto”, pensó.
Él esperaba que subiera a su auto, pero se fue con Frank y Marisa.
Cuando llegaron, ya tenían su lugar reservado. Davy saludó a todos, ya que eran habitué del lugar. Varios amigos saludaron a su madre, y comprobaron que el boliche estaba lleno. Era muy exclusivo.
Después de varias copas, todos se animaron a bailar. Sofí encontró amigos del gimnasio con los que se la pasó bailando.
Cuando fue hasta los sillones a tomar, Davy la buscaba con la mirada, pero cuando se acercaba, ella se daba media vuelta y se iba a la pista otra vez. Así se la pasaron parte de la noche, jugando a las escondidas como si fueran dos niños.
―¿Vamos a ver qué hay en aquel costado? ―preguntó Marisa a Ana.
―Vamos ―contestó ella.
―¡No te puedo creer! ―gritó―. Vamos a decirle a los chicos ―dijo cuando vio lo que había.
Ana lo encontró a Davy con una mujer hablando, lo tomó del brazo y se lo llevó.
―-¿Qué pasa, mamá? ―La miró, serio.
―En vez de andar con esas, ¿por qué no la sacas a bailar a Sofí? ―le dijo Ana.
―Porque no me da bola, ¿qué quieres que haga? ―contestó.
―¿Qué pasa, hijo? Me parece que encontraste la horma de tu zapato, pues sácala igual ―dijo acariciándole la mejilla.
―No sé si la horma, pero sé que estoy bien jodido ―dijo él, sonriendo.
―Vamos a jugar al pool ―dijo repentinamente su madre.
―¿Qué? ―preguntó él―. ¡Acá no hay!
―Ven, mira. ―Y lo llevó.
―Pero ¿cuándo pusieron esto? ―Se preguntó, y lo llamó a Frank.
Todos miraron muertos de risa, pues a todos les gustaba jugar. Empezaron a jugar Frank con Davy, y muchos se fueron acercando a mirarlos, entre ellos Sofí.
Los dos jugaban muy bien. Cuando Davy le ganó a Frank, todos aplaudieron. Sofí empezó a dar vueltas sobre la mesa del pool, mirando las bolas. Davy la observaba.
"Te tiraría sobre el paño y te haría mía", pensó.
Ella lo miraba, mientras pensaba las cosas sucias que podían hacer sobre esa mesa. Él se le acercó, parándose a su lado. Tenerla tan cerca lo hacía muy feliz.
―¿Jugamos? ―le preguntó a él, sonriéndole.
―Si quieres perder, jugamos a lo que quieras, preciosa ―dijo, mirándola con una pícara sonrisa y comiéndola con la mirada. Todos gritaron al escucharlos.
―Vamos, hermano, no aflojes ―gritaba Alex.
Davy reía, y Sofí ya tenía el taco en la mano poniéndole tiza, cosa que le pareció extraña a él.
―¿Sabrá jugar? ―Se preguntaba.
―¿Todos los brasileros son arrogantes como vos? ―dijo ella, y todos se reían.
―¿Vamos a jugar o vas a seguir hablando?
Ella seguía dando vuelta a la mesa, con el taco en la mano, cosa que lo estaba poniendo nervioso.
―¿Qué pasa, bonito, estás nervioso? ―preguntó ella, con ironía sonriéndole.
"No sabes lo que te haría en este preciso momento, nena. Te haría gritar mi nombre más de mil veces", pensó él.
―Mira, pequeña, no me apures porque no te la vas a aguantar.
―Bueno, bueno, ¿qué pasa acá? ―gritó Alex, observándolo.
Cada vez se acercaban más personas a mirar, les encantaba el juego que estaban desplegando, como se miraban, como se provocaban, quizás hasta como se deseaban. El juego estaba servido.
―Apostemos ―dijo Sofí ―. ¿Te animas, brasilero? ―preguntó, haciéndole pucheros y él se la quiso comer cruda, cada vez lo excitaba más.
Todos volvieron a gritar y el ambiente se iba calentando. Todos reían y él la miró como jamás miraba a nadie. Esa pequeña lo estaba provocando una y otra vez.
―Lo que quieras, preciosa ―contestó él.
―¡Vamos, Davy! ―le gritó Alex―. Demuéstrale lo que somos los brasileros ―afirmaba entre risas.
―Mira que puedo pedir mucho, ¿vos podrás? ― Indudablemente ella lo estaba provocando, y él ya se estaba poniendo caliente, muy caliente. Él posaba sus ojos por cada centímetro de su cuerpo y ella deseaba su boca.
Él la miró y, sonriendo, le dijo:
―Probadme, preciosa. Quizás es mucho para ti ―susurró sin sacarle esos ojos grises de encima.
Alrededor de la mesa de pool estaba lleno de gente. Todos aplaudían, algunos a favor de Davy y otros la animaban a ella.
Ana se mataba de risa, mientras que Mirian y Carmen, la amiga de Sofí, gritaban como unas descosidas.
―Vamos, demuéstrale como juega una argentina ―gritaban y todos reían y apostaban.
―Vamos, nena, dale una paliza a este fanfarrón ―gritaba Mirian, apostando por ella.
―Bueno, bonito, decídete... ¿Qué quieres apostar? ―preguntó ella.
Se produjo un silencio total en el boliche. Las miradas se posaron en ellos dos.
―Sabes muy bien lo ¡QUE QUIEROOOOOOOOO! ―dijo el.
―¡BIEN, ESE ES MI HERMANO! ―gritó Alex. Y por supuesto todos los hombres gritaban.
―Dios, ¿qué es lo que quiere mi hijo? ―dijo Ana mirando a Marisa.
―No quieras saber ―comentó Marisa a las carcajadas, Ana se tapó la boca.
―Te tienes mucha fe parece, ¿no? ―preguntó Sofí, provocándolo más aún.
―¿Y tú qué quieres? ―pregunto Davy, con ese acento mezclado entre brasilero y alemán que la volvía loca.
―Si yo gano, vas a pagar todas las copas que están tomando ―contestó, muy segura.
―¡SIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII! ―gritaron todas las personas que estaban en el lugar, tomando.
Ella seguía dando vuelta a la mesa, poniéndolo más nervioso.
―Bueno, ¿vas a jugar o te agarró miedo? ―dijo él. apurándola.
―No me apures. Tranquilo bonito, lo apurado sale mal.
―Uuuuuuuuuhhhh... ―Se escuchó decir a la gente, y ella empezó a jugar, despacio, sin apuro, inclinándose sobre la mesa de pool.
La observaba cada vez más excitado, su cuerpo se maneaba como si supiera lo que hacía. El silencio era total, hasta habían cortado la música. Entre jugada y jugada los dos se comían con los ojos. Todos miraban más su juego de seducción que el juego mismo.
Nadie les sacaba los ojos de encima, mucho menos Ana, que pensaba que jamás lo había visto a su hijo de esa manera. Estaba a los pies de esa niña.
"Te has enamorado, hijo mío, ya era hora", comentaba para sus adentros, sonriendo.
―Lo va a hacer polvo ―le dijo Marisa a Frank, riendo.
―Estás loca, él sabe jugar muy bien. Nadie le gana.
Ana le preguntó despacio a Marisa:
―¿Sabe jugar ella?
Marisa los miró y sonriendo les dijo:
―Es campeona de pool. ―Frank no lo podía creer.
―Me estás jodiendo ―dijo, abriendo los ojos como platos.
―Lo va a dejar meter unas bolas y después ¡polvooooooooooo! Jajá ―Se rio bajito.
Ana se tapaba la boca sin poder creerlo. Y Mirian que lo sabía, animaba a Sofí a los gritos, todos la miraban y reían.
Mientras Sofí metió dos bolas, Frank se acercó a Davy para avisarle, pero Davy ya estaba nervioso.
―Ahora no me hables ―contestó, empujándolo.
Nadie se movía, nadie hablaba. Cuando terminó Sofí, le tocó el turno a él, que metió dos bolas y perdió la tercera. Le tocaba a ella, lo miró, se le acercó muy cerca de su boca. Davy miraba sus labios y ella sonriendo le dijo:
―Te voy a hacer polvo.
Él se empezó a reír junto a unos cuantos que habían apostado por él.
"Su sonrisa es muy bella", pensó ella, pero no se dejó engatusar, y sonriendo, empezó a meter las bolas en su lugar con calma. Despacio, sin prisa.
―Una, dos... ―Iba contando―. Tres, cuatro...
Con cada pelota que metía le sonreía. A Davy se le había borrado la sonrisa de la cara. Cuando quedó la última bola. ella lo miró con arrogancia, y dijo fuerte:
―ESTA, BONITO, ES PARA VOS. TE HIZE POLVO ―Y metió la última bola. Le ganó.
Todos aplaudían como locos y ella reía. Marisa y Ana se acercaron a saludarla.
―Esa es mi amiga ―dijo Mirian, riendo. Todas se abrazaban.
Frank se acercó a Davy, que no podía creer cómo le había ganado.
―Te ganó una campeona ―dijo Frank, mirándolo.
―¡¿Qué?! ―preguntó él, sin poder creer lo que escuchaba. Davy no entendía nada―. ¿Es campeona de pool? ―preguntó.
―Sí, me dijo Marisa. Te iba a decir, pero no quisiste escucharme.
―Es brava la pequeña ―decía Alex, mientras se alejaba a saludarla.
―Qué tramposa, es una bruja ―pensó―. Bueno, voy a pagar ―le dijo Davy a Frank dirigiéndose a la barra.
Cuando iba a sentarse en la barra, se acercó Sofí, y él la miró embobado.
―Me ganaste, pequeña ―confirmó. Sus ojos se encontraron y sus caras estaban tan cerca, que hasta sintieron sus alientos, pero después de unos segundos se alejaron.
―¿Me pagas una copa? ―le preguntó ella con una sonrisa pícara. Él no podía creer que esa criatura que deseaba tanto le estaba hablando y sonriendo.
―Lo que quieras, pequeña. Te felicito, ¿quién te enseñó a jugar? ―le preguntó.
Cuando ella le iba a responder, se acercó una mujer y lo tomó de la mano.
―¿Vamos, Falcao a bailar? ―le insistía.
Él se quedó helado, Sofí lo miró con asco y se fue a los sillones. Davy la siguió enseguida, sin importarle la mujer parada a su lado.
―Sofí ―le gritó, sentándose a su lado.
Como vieron que estaban hablando, Frank y Alex se corrieron.
―Sofí, ¿me puedes escuchar? Vamos un ratito afuera. ―Le pidió él.
―Dejemos todo como está, va a ser lo mejor ―le dijo, mirando hacia otro lado.
―Por favor ―insistió Davy―. Vamos
Ella sin muchas ganas se levantó y se dirigieron hacia la puerta. Él saludó al grandote de la entrada y empezaron a hablar a un costado de la vereda.
―Probemos. Me gustas y sé que yo también te gusto, ¿por qué no creer que esto puede funcionar? Los dos nos deseamos.
Con un dedo le levantó la mejilla y le dio un piquito.
―Por favor, hablemos ―le pidió otra vez, pensando que, en sus años, ninguna mujer le había hecho pedir por favor.
―Yo quiero apostar a que esto va a funcionar, pero si cada vez que estamos hablando o bailando va a aparecer una loca de tus chicas, eso no lo voy a soportar.
Él le tomó la cara con las dos manos y la besó profundamente. Ella lo abrazó y se dejó besar.
―Te quiero ―pronunció él―. No tengas dudas, que voy a defender esta relación contra todo el mundo. Eres muy importante para mí, pequeña.
Ella le sonrió, y tomándola de la cintura entraron.
―Vamos, que hace frío ―susurró él en su oído, mientras aprovechaba y se lo mordía.
Cuando entraron fueron a bailar, Marisa y todos los demás se quedaron con la boca abierta al verlos juntos bailando abrazados.
―Qué te dije yo ―dijo Mirian―. Estos iban a terminar así. ―Y todos se largaron a reír.
―Menos mal ―dijo Marisa, mirando a Ana―. No sabes lo que era estar con ellos. Ni se hablaban, solo se miraban, me estaban volviendo loca.
―Es la primera vez que lo veo enamorado, era hora. Jajá ―dijo Ana―. Espero que la cuide, Sofí no es como las putas que él está acostumbrado.
―Quédate tranquila, yo sé lo que los dos sufrieron estos meses estando separados, sé que la va a cuidar y si no es así, yo misma lo mato.
Frank se largó a reír mientras pasaba su mano sobre los hombros de ella.
―Te creo, amor. Menos mal que yo me porto bien ―dijo él, mirándola.
―Más te vale ―contestó ella―. Estás consiente de lo que pierdes si lo haces, ¿no? ―Él se removió incómodo en su silla.
Ana reía.
―Estos Falcao son un peligro.
Se dio vuelta y la miró a Mirian.
―¿Qué? ―preguntó Mirian al ver que Ana la miraba.
―¿A vos te gusta Alex? ―preguntó Ana, sin darle tiempo a reaccionar.
―Sí, está bueno ―dijo Mirian, sin ocultar la verdad. Ana, admiró su sinceridad.
“Pero, ¿qué pasa con los Falcao? Era hora que sienten cabeza”, pensó Ana.
―¿Qué pasa tanta risa? ―preguntó Alex.
―¿Qué pasa con Mirian? ―preguntó Ana.
―Nada, estábamos conociéndonos. Es una linda mujer, está sola y bueno, yo estoy solo. ¿Nos vamos a conocer o no? ―Le preguntó mirando a Mirian. Ella se quería morir, todos se miraron quedando perplejos ante la respuesta de él―. Vamos ―dijo tomándola de la mano llevándola hacia la pista.
Todos se levantaron para irse a sus casas
―¿Y Sofí? ―preguntó Ana.
―Ya se fue con Davy, espero que no se maten, jajá. ―Se rio Marisa.
―Dios, no por favor. ―Sonrió Ana―. Vamos a tomar un café, tome mucho ―dijo Ana, y todos se rieron.
Después de recorrer unas cuantas calles, Davy detuvo el auto en una casa de pastelería.
―¿Tomamos algo? ―le preguntó.
Él no podía creer como esa chiquilla de tan solo veinte dos años lo ponía nervioso. Se sentaron, él le corrió la silla, y con una sonrisa le dijo:
―Mira, Sofí, yo jamás tuve una relación seria con nadie, siempre fue sexo nada más. ―Ella lo miraba con esos ojitos pícaros y eso a él lo desarmaba, lo descolocaba. Toda ella era hermosa, jamás había sentido algo así.
Ella lo confundía cuando lo miraba, ardía de deseo. Era tanto lo que provocaba en él, eran tantos los sentimientos que en ocasiones hasta lo cohibía. Sofí al darse cuenta de lo que provocaba en él, habló.
―Mira, Davy, vos me gustas mucho, tanto que vivo pensando en vos. Es un sentimiento que nunca antes había sentido, pero sé que andas con otras mujeres y no quiero salir lastimada, si es que llegamos a iniciar una relación. ―Lo miró de reojo.
Davy se quedó embobado con esa declaración y, como siempre, lo descolocó una vez más.
―Sofí. me vuelves loco y sí, yo quiero tener algo distinto contigo. Solo te pido que creas en mí, tu magia y tu sonrisa me hicieron sentir que he vivido mal todos estos años. Quiero que seas mía, amarte y adorarte por todo lo que me quede de vida. Prometo hacerte la mujer más feliz de la tierra, me entrego por completo a ti, no habrá otra mujer en mi vida que tú. Déjame cuidarte, me enamoré de tu sonrisa, de tu piel, de tus ojos y tu cuerpo me vuelve loco de amor. Eres todo lo que quiero, solo pido que me des una oportunidad para demostrarte que te voy a ser fiel en cuerpo y alma. Pongo mi corazón en tus manos, de ti depende que los demonios de mi pasado se alejen. Solo tú me das la luz que mi vida necesita. Nena, sé que nos vamos amar con locura.
Sofí quedó muda ante la intensidad de sus palabras, lo miró mientras él tomaba su mano besándola. Aunque la bruja que llevaba adentro le decía TE MIENTE, pero ella estaba enamorada y no la escuchó.
―Yo también te quiero, y Marisa tiene razón, los estamos volviendo locos. Probemos a ver qué pasa… ―No podía hablar más y unas lágrimas rodaban por sus mejillas. Él pasó su pulgar por la mejilla, secándosela.
―Vamos ―dijo él, levantándose.
Salieron y caminaron hacia el auto, él ya la tenía tomada de la mano, a ella le gustó esa sensación de protección.
Apoyándose en el auto, la tomó de la cintura y la apretó junto a su cuerpo. Le corrió el pelo de su cara y suavemente puso sus labios en los de ella. Cuando su boca se abrió, se la comió sin dudarlo. La ansiedad y deseo contenido por meses, vio la luz mientras que sus cuerpos sentían una calentura feroz, desbastadora. Ella enredó sus dedos en su pelo, atrayéndolo más hacia su cuerpo. Pasando minutos eternos besándose, sus lenguas se saludaron por primera vez.
―Te voy hacer mía, solo mía. Voy a entrar en tu cuerpo para nunca más salir, voy a besarte cada rincón de tu hermoso cuerpo hasta llegar a tu alma, y conseguiré que grites mi nombre por toda la eternidad, cada noche de tu vida ―le dijo él con voz ronca junto a su oído.
―Davy, quiero decirte que soy celosa. ―Él le tapó la boca con un dedo.
―No más que yo, preciosa. Espero tener control de eso, aunque se me va a ser difícil. Lo mío es mío y pronto vas a ser mía.
El abrió la puerta de su espectacular auto, y entraron.
―¿Dónde quieres ir? ¿Vamos al hotel?
―Noooo ―dijo ella, seria.
Él paró el coche, y le acarició la rodilla con ternura.
―¿Por qué? ―preguntó, mirándola de reojo.
Sofí, agacho su cabeza, sin contestar.
―Amor, ¿qué pasa?, ¿no quieres estar conmigo? ―preguntó Davy.
―¿Con cuántas te acostaste en esa cama? ―le dijo ella.
Davy quedo mudo, apoyó la espalda sobre el asiento y suspiró. La miró, se agachó hacia el asiento de ella, le levantó la barbilla con un dedo y la besó suavemente.
―Mírame ―dijo. Ella lo miró con esos ojos verdes chiquitos―. ¿Sabes qué?, tienes razón. Hoy voy a tu casa, mañana cambio la cama, ¿está bien?
―¿Vas a cambiar la cama por mí?
―Te dije que te quiero. Eres lo más importante para mí. Quiero tenerte en mi cama y si la tengo que cambiar, la cambio y ya está, pero esta noche me voy contigo.
Los dos se miraron y, como siempre, la magia se hizo presente.
―¿Quieres? ―le preguntó, guiñándole un ojo.
Ella se acercó a su cara, y le mordió el labio. Davy metió su lengua en su boca, jugueteando y, mirándola, le pregunto:
―¿Eso es un sí? ―Lo dijo apoyando sus labios otra vez en los de ella.
―¿Dónde vas a dejar el auto? ―preguntó Sofí, ya que el auto de Frank y Marisa estaba en el garaje.
―Lo dejo afuera, no hay problema.
―¿No es peligroso? ―preguntó ella.
―No pasa nada.
―Vamos despacio que están durmiendo ―susurró Sofí mientras entraban a su casa. Se miraron y se rieron con complicidad.
Entraron sigilosamente, Davy parecía un adolecente.
―¿Tienes baño en tu habitación? ―preguntó él.
―Sí, Falcao. Cuidado la mesita ―dijo, pero Davy ya se la había llevado puesta haciendo mucho ruido. ―Shhhhhhhhhhhhhhhhh… ―dijo y él se empezó a reír―. ¡Cállate! ―dijo otra vez. Cuando entraron a la habitación seguían riendo.
De pronto él la acerca contra la pared.
―Hace meses que te deseo amor ―dijo―. Me tienes loco de amor, mi cuerpo arde solo por ti. Te voy a enamorar. ―Le levanta los brazos sobre la pared, y apoya su metro noventa sobre el cuerpo de Sofí. Le pasa la palma de la mano sobre su sexo, la besa con ansiedad, profundamente y sus lenguas se saludan una vez más.
TOC TOC TOC
―Sofí, ¿estás bien? ―Era la voz de Marisa.
―Shhhhhh ―Le dijo él, tentado de risa.
―Tengo que contestarle ―susurró Sofí, empujándolo―. Sí, todo bien, hasta mañana ―dijo, casi con un susurro tapándole la boca a Davy.
―Hasta mañana, nena ―respondió ella.
Cuando ya Marisa se había retirado, Davy le dijo guiñándole un ojo:
―Esta noche no vamos a dormir.
Después de besarse hasta que sus labios se adormecieron, le mordió el labio. Su dedo se introdujo en el sexo de Sofí, saliendo una y otra vez. Ella respondió tirándole el pelo y mordiéndole el cuello.
―Sí, amor, me gusta así ―dijo mientras con una mano le tocó el pene duro como el acero―. Te quiero dentro mío ya.
Sacó un profiláctico y en un segundo se lo puso. No dejó de mirarla.
―Vas a ser mía por siempre ―Le susurró al oído mientras ella lo mordía y lamía―. Solo mía, y yo voy a ser tuyo, solo tuyo, nena. No lo dudes, pequeña.
***
Me levanta las piernas, colocándolas sobre su cintura.
―¿Estás cómoda? ―pregunta.
―Sí ―contesto. Le diría “más que cómoda, estoy caliente como una pava. Creo que estoy por desvanecerme”, pero es la primera vez, no puedo decirle eso, ¿o sí? No, mejor me callo.
Empieza a meterse dentro mío, suavemente. Me mira, me besa, baja su cabeza a mis pechos y los lame. ¡Dios, este hombre es lo que siempre quise!, me está volviendo loca. Comienza a penetrarme más rápido, entra y sale de mí. Gimo, él empieza a sudar.
―¿Cómo te gusta?, ¿así? ―pregunta, moviendo sus caderas, entrando y saliendo.
Me animo a decir “más rápido”, él gruñe.
―Hermosa, muy hermosa, ¿te gusta así? ―pregunta.
―Sí ―contesto, gimiendo loca del placer por este brasilero.
Me empotra contra la pared una, dos, tres, cuatro veces y me dice:
―Vamos, amor, vamos ―gruñe con fuerzas y yo quiero gritar. Me mira y me tapa la boca, sonriendo.
―No doy más ―le susurro. Y con la última arremetida, entre gemidos y gruñidos nos dejamos llevar.
Nos quedamos quietos contra la pared, siento su pene aun palpitando dentro mío, me besa, me baja las piernas, que ya no son mías.
―¿Fuiste feliz? ―me pregunta.
―Sí ―contesto.
―Pero esto recién empieza, pequeña ―contesta, sin dejar de mirarme, besándome la nariz.
Abrazados nos dirigimos a la cama, sabiendo que el juego recién comienza.
Nos acostamos, él se pone de costado, me acaricia la cara con suavidad, lentamente me besa, lo beso, acaricio su hermoso rostro, él sonríe, nos miramos. Estamos aprendiendo a conocernos, a amarnos. Su lengua baja despacio, dirigiéndose a mis pechos para hacer círculos sobre ellos, los succiona una y otra vez hasta dejarlos duros. Me sonríe, sigue viajando hasta mi ombligo, el cual lame con suavidad varias veces. Me mira.
―¿Sigo? ―pregunta con una sonrisa traviesa.
―¡Sí! ―le grito.
―Shhhhhhhhhhhhh… que nos van a escuchar ―dice como un chico haciendo una travesura. Y ríe.
Se arrodilla en la cama, me levanta las piernas y su lengua se mete en mi sexo.
―Umm…
―Dime, ¿cuánto te gusta? ―pregunta, sin dejarme hablar, y muy despacio su lengua juguetea entre mis piernas.
―¡¡Davyyyy!! ―grito, ya sin importar que me escuchen. Él sonríe y su sonrisa es desbastadora. Mete la lengua buscando mi clítoris y lo lame sin parar, me arqueo y creo que muero de placer―. ¡DAVY!
―Sí, mi amor, soy yo y te estoy amando como nunca nadie te amo y nadie más te ha de amar ―dice, mientras lame y lame y yo me arqueo cada vez más.
Lo miro, y solo veo ese gris intenso de sus ojos.
―Voy a terminar, no doy más.
―NO ―me dice. Lo miro queriendo matarlo.
Se levanta y pone otro profiláctico.
―Ahora, amor, ahora sí ―dice, y sus grandes manos me sujetan las caderas―. Toda tuya ―dice empotrándome. De una sola estocada me deja sin aliento―. Mírame.
Sus ojos grises me encandilan, su manera de moverse es increíble, no se cansa. Tira de mis caderas para entrar mejor en mi sexo, arrodillado en la cama. Mi sexo succiona su pene y los dos gritamos de placer.
―Me voy ―dice después de cansarse de bombear contra mí―. ¡Ya! ―gruñe. Yo gimo y cae rendido sobre mi cuerpo, sus manos acarician mi cara, se pone de costado, me besa la cabeza, la nariz―. Me hiciste muy feliz ―dice.
―Vos también a mí―contesto.
Quedamos rendidos, abrazados, esperando que nuestras respiraciones se relajen. Cuando lo logramos, me acerca hacia él, me mira besándome la nariz.
―Te quiero mucho ―murmura―, nunca me dejes, eres lo mejor que me pasó. ―Acaricia mi nariz con ternura.
―Espero que vos tampoco me dejes ―digo.
―Jamás, contigo quiero todo, nena. Una casa, hijos, todo. Quiero envejecer a tu lado, ya no podría vivir sin “vos”. ―Sonríe al imitarme.
―Davy, no quiero verte con otras. Si te veo… ―Me tapa con un dedo la boca.
―Nunca, amor, nunca me vas a ver. Desde hoy en mi vida solo estas tú. Voy a vivir solo para ti, y yo también soy muy celoso, mucho ―dice, mirándome.
―¿Cuánto es mucho?
―Contigo desesperadamente celoso. Muero cuando otro te mira, muero cuando te pones esos vestidos cortos, muero si le sonríes a otro, y si alguien te dice algo, lo mato.
―Pero lo tuyo es para analizar ―digo sonriendo―. ¿Siempre fuiste así de celoso?
―Nunca, porque nadie me importó como tú. Todo era sexo nada más, nunca tuve nada serio con nadie, nada me interesaba tanto.
―Sos un mentiroso. ―Mis dedos se enredan en su pelo rubio.
―Mírame. ―Yo lo miro―. Te lo juro, créeme, nena.
―¿Quién es esa loca que te busca? ―Él corre la mirada.
―Alguien de mi pasado, ¿vamos a bañarnos? ―pregunta. Entiendo que no le gusta que le haga más preguntas.