Capítulo 16

 

 

 

―Mírame ―dice―. Solo una vez más. Si me dices que no me amas me voy.

Ni loca lo voy a mirar. Lo amo con todo mi corazón, pero siento que nos amamos mal. Nos lastimamos y no quiero un amor así, me niego.

Me toma la barbilla y me obliga a mirarlo. Mi cuerpo empieza a temblar, está en completo estado de excitación.

―Por favor, pequeña. Mírame―sigue diciendo―. No puedo ni quiero dejar de amarte. Te metiste en mi piel, en mi sangre. No me abandones, ya no podría vivir sin ti. No pasó nada, desde que te conocí vivo por ti, solo para ti, nena. No quiero a nadie más en mi vida, no me alejes de tu lado.

Ya no dejo de mirarlo y lo que veo me gusta. Sé que dice la verdad. Su perfume, su aroma, me están matando. Acerca su boca terriblemente sexi a mi oído, y me susurra:

―Permíteme amarte nuevamente, estoy perdido sin ti.

Es tan atractivo y más con esa barba de dos días que pasa suavemente por mis mejillas. Sabe que solo él me pone a punto caramelo. Me aprieta más a él, sabiendo que mi cuerpo se está rindiendo a sus locos deseos. Cuando sus caderas empiezan a moverse de esa forma, me siento vencida, derrotada.

―Tengo tantas ganas de hacerte el amor, que me haces cometer muchas locuras. ¿Te parece a mi edad tener que seguirte a todos lados, solo para verte? ―confiesa, sobres mis labios.

―¿Me estás siguiendo? ―pregunto desconcertada.

―Sí, y lo voy a seguir haciendo hasta que me perdones. No quiero verte con otro, no podría soportarlo. Dejémonos de jugar, pequeña. No perdamos más tiempo.

Me levanta los brazos con sus manos contra la pared y nuestras manos quedan entrelazadas. Mira nuestros anillos, me mira, me besa con toda la dulzura del mundo y yo me resisto. Aleja su cara de la mía y me mira.

―¿Quieres que me vaya? ―pregunta, sabiendo que ya estoy a sus pies.

Sé que estoy perdida, mis fuerzas disminuyen, mis piernas tiemblan. Entre su acento que me calienta y el susurro de su voz en mi oído, están desarmando las pocas defensas que me quedan. Muerde y lame mi oído.

―Contesta, amor. ―Me sigue preguntando―: ¿Vas a dejar solo a este loco brasilero que muere de amor por ti, para que se vaya con otra?

Jamás. Es solo mío. No quiero que nadie lo toque, ni que lo miren, y como dice mi amiga Carmen, creo que lo voy a atar a la cama y no va a ver más la luz del día. Él sigue con sus besos, baja la mano y me acaricia mi sexo.

―Davy, estamos locos. Esto no va a funcionar, piénsalo, nos estamos lastimando ― murmuro en su oído.

―Tú eres mía y yo soy tuyo. Por favor intentemos una vez más. Mírame ―dice―, nunca más una reunión en ese lugar. Te lo prometo.

¿Le puedo creer?

Se frota sobre mi cuerpo y eso me está volviendo loca. Sin dejar de mirarme me baja los brazos, ordenándome.

―Solo quiero tu boca. Bésame, nena.

Me estoy derritiendo de amor, no aguanto más y la bruja que llevo adentro mi grita: DEVORALO.

Me tiro sobre su cuerpo y le como la boca. Mi lengua lo saluda y la de él me da la bienvenida. Nos besamos por minutos, por siglos, los dos sabemos cómo nos gusta y nos comportamos como dos fieras fuera de control. Mi boca produce un dulce gemido, le acaricio la barba y le muerdo la barbilla.

―Davy, hay gente ―pronuncio, como puedo, después de que me cansé de besarlo.

―Nada importa. Solo tú y yo. Solo nosotros. Por favor no me eches más, nunca más. Estar lejos de ti me hace enloquecer pensando que podés estar en los brazos de otro. Vamos a bailar.

Me agarra de la cintura y nos dirigimos a la pista de baile, pasan salsa y nos divertimos, es lo que más nos gusta. Carmen y Albi cuando nos ven se mueren de risa, Albi nos mira y grita:

―Mira que conozco locos, pero ustedes les ganaron a todos.


Davy me mira y me besa con pasión.

―Te amo, pequeña ―repite una y otra vez sobre mis labios.

Albi nos mira mientras baila y despacio se va acercando a nosotros.

―Son dos locos lindos, pero no vuelvan locos a los demás, por favor. Todos preocupándose por ustedes y ahora mírense, ¡Dios mío! ―dice levantando sus manos al cielo.

Mi amiga tiene unas cuantas copas de más, lo mira a Davy y lo agarra del brazo.

―Ay, mi niño, qué lindo que eres ―dice mirándolo y tratando de besarlo. Albi y él ríen, pero yo no. Davy se corre y me mira, yo la agarro y con ayuda de mi cuñada la sacamos afuera, para que tome un poco de aire.

Cuando la dejamos en su casa, Albi baja con ella ayudándola a entrar. Davy se ríe.

―Tu amiga me quería besar ―comenta muerto de risa.

―¿Y quién no quiere besarte a vos?

―Tú, hace unos días que no querías. ―Me mira haciendo caritas.

Me agarra la nuca y me besa con pasión, y sobre mis labios comenta:

―¿Cómo te arriesgas a dejarme solo? ―dice riendo, es un engreído.

―Sos un arrogante, imposible, cabrón, pero endiabladamente lindo ―le contesto.

Le acaricio su hermoso rostro y me mira, sorprendiéndome.

―Yo sé, nena, que soy muy bello; aunque reconozco que tú eres más linda y joven que yo. ―Pone su cabeza de costado y me besa la nariz.

―Te quiero, bonito ―susurro, tirando de ese pelo que tanto me gusta. Lo atraigo hacia mí, y le muerdo el labio.

Cuando me está por subir a sus piernas, sube la hermana y él rezonga. Llevamos a Albi a mi casa y yo le pido ir al hotel. Él se alegra porque nunca quiero ir.

Bajamos abrazados, sigue con sus caricias y besándome el pelo.

―Te amo tanto, pequeña. Cásate conmigo ―dice, yo me sonrió, pero como siempre no le contesto.

Entramos al ascensor y nuestras bocas empiezan su juego. Sin intención de detenerlas las dejamos hacer, sus manos recorren todo mi cuerpo, llegamos al piso, me alza y me lleva a la cama. Me acuesta y sin dejar de mirarme se va sacando la ropa, hasta quedar completamente desnudo. Me levanta, me saca el vestido, la bombacha, el corpiño y, cuando quedo desnuda, se agacha y me besa los pechos; los lame y los vuelve a lamer suavemente, en cámara lenta. Nuestros ojos se encuentran y nos volvemos a besar, con apuro, con ternura.

―Nena, me vuelves loco ―dice. Me acuesta, apoya sus antebrazos en la cama, se sube sobre mí. Me besa la cara, la nariz, la frente, su mirada es intensa. Levanta mis piernas y me regala una sonrisa antes de entrar con su lengua en mi sexo. Todos mis sentidos se tensan y la voz de mi razón desaparece, entra a jugar la locura. El desenfreno, la adrenalina y la lujuria me invaden por completo. Su lengua hace círculos, muy lentamente, creo que me voy a desvanecer.

―¡Davy! ―grito, sintiendo como su lengua entra en mí.

―Dame tus fluidos, pequeña ―exige.

Mis caderas se retuercen ante la velocidad de su lengua, mis dedos agarran su cabeza, apretando su cara sobre mi sexo. Gimo, gruñe. Mi brasilero apura los movimientos.

―¡Davyyyyyyyyy! ―grito su nombre mientras mi orgasmo ve la luz, deshaciéndose en mil pedazos, haciendo que mi cuerpo se retuerza una y otra vez más―. Hazme tuya ―suplico a este hombre que cada día que pasa, me vuelve más loca.

―Ya eres mía, amor. Solo mía y para siempre.

Me va penetrando una y otra y otra vez, sin descanso, sin piedad. Sus arremetidas me elevan a ese cielo gris infinito, me baja y sube a su antojo. Tiro su pelo con fuerza, él gruñe, yo grito, mientras nos vamos acercarnos al placer más intenso. De pronto me gira y quedo sobre él.

―Hazme tuyo, pequeña ―dice mientras voy tomando el mando. Subo, me quedo suspendida en el aire con la ayuda de sus manos, y de golpe bajo sobre él. Su gruñido es aterrador, lo hago una, dos, tres veces. A la cuarta grita.

―Me estás matando. Una vez más. ―Me pide, y como soy muy mala, subo y bajo tres veces más―. ¡Sí! ―grita. Y entre gemidos y gruñidos llegamos al más hermoso clímax de los últimos días.

Nos sentimos suspendidos en el limbo, nos ubicamos de costado, besándonos y esperando que nuestras respiraciones se calmen totalmente.

Nos limpiamos con unas servilletas de papel. Me acomoda sobre su pecho de espalda a él, yo le acaricio los brazos y él me besa el cuello y apoya su cara sobre mi cabeza. Y como siempre sus largas piernas enredan las mías.

―¿Dormimos, amor? ―Su voz dulce me seduce.

―Sí ―contesto―. Abrázame fuerte, no me sueltes, no me sueltes.

―Nunca, amor, nunca te voy a soltar ―pronuncia, con su cara en mi cuello.

 

Cuando me despierto estoy sola en la cama, estoy exhausta, cansada de la frenética noche de amor y sexo que tuvimos. En mi mesa de luz hay una notita escrita por mi chico.

Te amo, te espero en mi empresa a la una para almorzar, un besito, tu loco brasilero.”

Me rio, me ducho, me cambio y me tomo una taza de café antes de salir rumbo hacia a la empresa.

Cuando llego, Marisa está con los pelos de punta. El trabajo nos desborda.

Suena la entrada de un mensaje en mi celular, es mi loco.

¿Cómo está mi mujer?, qué noche la de anoche. ¿Está satisfecha, mi nena o repetimos? Un beso.

Tu loco.

Respondo.

Satisfecha de anoche. Hoy quiero un bis, bis, bis.

De mi hombre siempre quiero más, más, más y más.

Tu mujer.

 

Sé debe estar riendo. Me pongo a trabajar.

Llega Marisa riendo, le toco la panza y le doy un beso. La panza va creciendo y todos estamos chochos. Ya Frank no va a ningún lado solo, está continuamente con Marisa. Eso me gusta y me pone muy feliz por ellos. Ana está como loca, se instaló en casa y también la quiere cuidar, así que en casa somos un batallón. Aunque a mí me gusta que estemos todos juntos, a Davy no le hace mucha gracia.

―¿Sabes qué?, hoy se hace la publicidad del desodorante que vimos en la revista, ¿te acordas?―Me cuenta, mientras acomoda unos papeles.

―¿Sí?, ¿la del chico morocho, con el que Davy se enojó? ―pregunto, nerviosa.

―Sí. Dios, qué hombre, pero es una criatura. ―Levanta sus ojos, sonriendo.

―Davy me dijo que vaya a la una a almorzar a la empresa, quién te dice que lo vea.

Y las dos nos miramos con picardía y nos acordamos del bulto que tenía, nada despreciable.

―¿De qué se ríen? ―pregunta Frank, al entrar a la oficina. Se acerca a Marisa y le acaricia la panza.

―Cosas de chicas ―dice ella, pero nos observa con recelo.

Cuando son las doce y cuarenta y cinco, le aviso a Marisa y me voy a la empresa de mi chico.

Cuando llego, las chicas de la recepción están como locas por el modelito de la publicidad. A Marisa y Davy no les gusta que les de confianza a los empleados, pero yo no hago caso y hablo con todo el mundo.

―¿Dónde filman el aviso? ―les pregunto a las chicas.

―En el sexto piso. Ya llegó, está para chuparse los dedos ―dice una de ellas, están como locas.

―El señor Davy dejó dicho que cuando llegue, lo espere en su oficina.

―Bueno ―le digo, y subo al ascensor hacia el cuarto piso, donde se encuentra la oficina de mi loco.

Llego y le reviso todo. Solo por las dudas. Me sonrió sola, por supuesto no hay nada, tonto no es, seguro.

Me canso de esperar. No me gusta esperar. Salgo de la oficina y camino por el pasillo, la secretaria que está ahí en un escritorio me cae mal, muy mal, seguro yo también le caigo mal, apenas nos saludamos. Me mira de reojo, seguro que se acostó con Davy, ¡la puta madre! El solo pensarlo ya me pone loca y tengo ganas de irme. Ya estoy nerviosa, y sin saber qué hacer, tomo el ascensor. Me dirijo al sexto piso, no sé qué hago acá, camino por el pasillo y voy mirando las puertas que se encuentran todas cerradas. Solo en una se escucha música, seguro que ahí están grabando el comercial.

Subo otra vez en el ascensor, cuando la puerta se está cerrando, una gran mano se apoya en ella sin dejarla cerrar. Me asusto, no había visto a nadie.

Y ahí está el chico del anuncio publicitario. Lleva puesto un vaquero todo gastado, una musculosa blanca, y descalzo. ¿Descalzo? Lo vuelvo a mirar. Está loco, pienso y miro hacia otro lado. Es increíblemente guapo, cuando sonríe todavía es más lindo.

―Buenas tardes ―dice. Se da cuenta que me sorprendió―. Estoy haciendo un comercial, es por eso mi vestimenta ―comenta, señalando su atuendo.

―Está todo bien ―contesto.

―¿A qué piso vas? ―pregunta.

―Al cuarto ―digo en un susurro. Él no deja de mirarme, lo que me está poniendo nerviosa.

―Yo también. Voy a hablar con el señor Falcao. No vino la modelo y me cansé de esperar.

Ahí me doy cuenta de que, si Davy me ve salir del ascensor con él, le va a agarrar un ataque. Pienso rápido qué carajo puedo hacer. El chico busca un tema de conversación, ni escucho lo que dice, ni me importa, solo estoy pensando cómo salir de este lío. ¿Será posible que siempre me pasa algo? Si Davy llegó, me debe estar buscando como loco por todos lados. Busco el celular para mandarle un mensaje, pero no tiene señal. Puteo en ruso y maldigo a mi suerte.

El chico me pregunta:

―¿Te pongo nerviosa? ―Su mirada es atrevida.

―Pero, ¿qué te pasa?, ¿estás loco o qué? ―le contesto, ¿quién se piensa que es?

―No te enojes, hermosa. Puedes ser mi modelo, ¿qué te parece? Pagan buena plata, te vendría bien, y cuando terminemos podemos ir a tomar algo, ¿qué te parece? ―pregunta el muy engreído.

―Vos sos un arrogante, ¿con quién te crees que estás hablando? ―le contesto.

Y en ese preciso momento el maldito ascensor se queda clavado entre dos pisos. Me agarra la desesperación y empiezo a los gritos pelados. Me desespera estar encerrada. Davy me va a matar. Me estoy poniendo verde, rosa, de todos los colores.

El chico se me acerca demasiado, lo corro de un empujón.

―¡Estamos encerrados, por favorrrrrrrr! ―grito. El muy pendejo no deja de decirme cosas. Creo que me voy a desmayar―. Por favorrrrrrrr… ―Sigo gritando.

¡Por qué mierda no me quedé en la oficina!, pienso.

Pasa media hora y nada. El chico dice:

―Tranquila, ya van a venir.

―Me tienes las bolas al plato. Cállate, cierra la boca de una puta vez ―le grito. Se queda mudo, retrocediendo ante mis gritos.

Noto que me está faltando el aire.

―Nena, nena, ¿estás ahí?

La voz de mi amor me reconforta, aunque sé que no le va a gustar verme encerrada con este idiota.

―¡Davy!, Davy, por favor sácame de acá ―grito.

―Ya lo arreglan, mi amor, quédate tranquila. Respira, respira, nena. Háblame ―dice. Él sabe que sufro de claustrofobia y sé que está preocupado.

El chico se da cuenta de que se equivocó conmigo, se pone todo colorado, abre su boca, yo lo miro y vuelve a cerrarla.

―Davy, por favor sácame de acá ―sigo gritando como una loca.

El chico me pide disculpas, yo lo ignoro.

―Por favor, discúlpame. Ahora me quedo sin trabajo, no sabía que eras novia de Falcao ―dice él, preocupado, agarrándose las manos.

Pero yo no escucho más nada. Cuando despierto, estoy en el sillón de la oficina de Davy. Está Frank y Marisa.

Davy se me acerca y me abraza, yo lo abrazo tan fuerte que se da cuenta que no estoy bien.

―Dime que ese pendejo no te puso un dedo encima ―dice. Frank también espera mi contestación. Sé que, si digo que sí, lo van a echar, si es que no lo matan.

―No pasó nada, solo me asusté mucho. Perdóname, fue culpa mía, tendría que haberte esperado donde me dijiste ―le contesto.

Los dos respiran aliviados, pero sé que Marisa no me cree. Mi chico me abraza fuerte contra su pecho, sus manos acarician mi pelo.

―¿Cuándo va a ser el día que me hagas caso? ―Me levanta la barbilla con su dedo y me besa los labios―. Me vas a volver loco.

Marisa y Frank se van, mi chico me pregunta:

―¿Quieres irte?

―Llévame a mi casa, quédate conmigo ―le pido.

―Vamos al hotel, sabes que no me gusta cuando hay mucha gente ―dice.

Después de discutir un rato, lo convenzo y vamos a mi casa. Cuando llegamos, está la madre de él preparando la comida brasilera que tanto les gusta. Nos sentamos en la cocina y Ana me pregunta por lo sucedido. Le cuento, y Davy nos sirve vino blanco dulce. Hablamos del bebé de Marisa y, de repente, Davy me toca la panza.

―Yo quiero ―dice besándome el cuello, y sé que la pelea se encuentra muy cerca. Lo miro y lo beso.

¡Qué manía tiene! Dios, me tiene cansada siempre con lo mismo.

Me acaricia la espalda, no deja de mimarme.

Ana abre su boca.

―¡Qué lindo sería un bebé de ustedes! Sería hermoso ―comenta. Él me mira.

―Todavía no es el momento ―comento seria, rogando para que cierre su boca. Y como pensaba, la pelea está servida.

―¿Y cuándo te parece que va a ser el momento, de acá a cinco años? ―dice con rabia, casi gritando. Se levanta y se mete en el dormitorio.

Apoyo los brazos sobre la mesa y me tapo la cara con las manos. En eso llega Marisa con Frank. Me miran.

―¿Qué pasa, Sofí? ―Marisa me conoce, sabe que hay pelea.

Lo mismo de siempre Davy me vuelve loca―contesto.

Todos se miran y me voy al dormitorio. Él está en el baño duchándose. Me paro en el marco de la puerta, entro y me acerco a la ducha. Él me mira, está enojado, lo conozco. En un segundo me meto con él, me rozo con su cuerpo; él se queda quieto, me cuelgo de su cuello y le como la boca como a él le gusta, ferozmente. Mientras que con una mano le agarro el pene, me deslizo por su cuerpo y voy vagando muy despacio, lamiéndolo todo, cada rincón de su asquerosamente bello cuerpo. Cuando llego a su pene, me lo meto en la boca, chupándolo, lamiéndolo suavemente. Me mira con esos ojos que me vuelven loca.

―¿Más? ―le pregunto, buscando sus ojos.

―Por favor ―dice con esa sonrisa que Dios le dio. Creo que me lo como, amo a este hombre. Hasta cuando me mira con su cara de culo, lo amo.

Me acomodo bien, estoy a sus pies metiendo su pene en mi boca, haciéndole el amor con la misma, demostrándole que lo amo a pesar de todas sus locuras y cabreos. Me la saco y la vuelvo a meter suavemente. Él se retuerce, se arquea de placer, me toma la cabeza, enreda sus dedos en mi pelo y empuja más, más y más hasta que desde el fondo de su garganta, saluda un gruñido que me dice que está terminando dentro de mi boca, depositando todos sus fluidos calientes, ardientes, los que me los trago todos hasta su última gota, sabiendo que eso lo vuelve loco. Me levanta por los hombros, me besa, me muerde el cuello y me dice:

―Dime que me amas, pequeña. ―Necesita mi confirmación.

―Te amo, te necesito, sos todo lo que quiero. Sos mío y yo soy tuya, y ahora te voy a marcar para que todas sepan que me perteneces. ―Le succiono el cuello, hasta hacerle una buena marca. Él sonríe, se retuerce, pero se deja. Se pone loco, me da vuelta poniéndome con la cara sobre la cerámica del baño y refriega sus caderas sobre mi cuerpo.

―Te voy a hacer mía una vez más, mil veces más, hasta que me digas que sí ―afirma―. ¿Cuándo, cuándo? ―sigue diciendo, mientras me sigue empotrando contra la pared. Toma mis cachas y entra y sale de mí a su antojo.

―Pronto amor, pronto ―contesto. Sus embestidas se vuelven frenéticas, se hunde en mí con desesperación. Los dos estamos terriblemente excitados, entre embestidas, besos y palabras llenas de pación llegamos al clímax.

Nos dejamos caer en la bañera, abrazados. Sin separarnos nos seguimos besando, mirándonos, deleitándonos, amándonos. Somos como el agua y el fuego, como el cielo y el infierno.

―Déjame, pequeña, ser el guardián de tu alma. Déjame llenarte de besos todos y cada día de tu vida, deja demostrarme cuanto te amo, por favor dame un hijo para sellar todo el amor que ciento por ti ―susurra en mi oído.

Nada puedo decir, sus palabras me llenan el alma, nos levantamos, nos besamos y nos secamos.

Cuando estamos vestidos, entramos en la cocina a cenar tomados de la mano.

Se sienta a mi lado, le acaricio la cara, me mira y le susurro:

―Pronto, pronto, brasilero. TE AMO ―susurro, él sonríe y cenamos en paz.

 

Hoy es la tan esperada fiesta de las empresas. Alex viene desde Brasil con muestra amiga Mirian, los dos están barbaros y nos cuentan que están buscando un bebé. Ana salta de alegría, la cara de Davy es un poema, sé que piensa que todos van a tener un bebé menos él. Pero lo que él no sabe es que hace un mes que no me pongo la inyección, es decir no me cuido.

Los hombres se van a cambiar al hotel, mientras que las mujeres nos quedamos en casa. Todas estamos espléndidas. Cuando llegan los hombres a buscarnos se quedan helados de lo lindas que estamos. Davy me mira, me besa y me toma de la cintura y me lleva al dormitorio.

―Davy, hermano, no hay tiempo. Llegamos tarde ―grita Frank, imaginando lo que el hermano quiere, pero como él nunca le hace caso a nadie, sigue tirando de mí hasta llegar a la misma.

Cuando entramos, cierra la puerta.

―Estás deslumbrante, pequeña. ―Su mirada sobre mi cuerpo lo confirma.

Llevo puesto un vestido negro largo, con un gran escote, pero el muy cabrón, como sabiendo, me hace girar. Cuando ve el escote de la espalda, se queda con la boca abierta. Me mira, me besa los labios y me dice:

―¿No te parece mucho escote? ―Sonriendo, aunque sé que no le causa mucha gracia. Yo lo miro, y con mi mejor sonrisa, me cuelgo de sus grandes hombros, enredo mis dedos en su pelo.

―Es para ti, amor ―contesto, tratando de convencerlo.

―Pero te van a mirar todos y eso me va a enojar. ―Su nariz acaricia la mía, y me come la boca―. Date vuelta, nena. ―Me pide mientras yo rezongo, y cuando lo hago, me coloca un collar de perlas negras. Sé que le habrá costado una fortuna.

―Es exquisito ―comento acariciando las perlas.

Me vuelve a besar.

―Cuando volvamos te voy a hacer el amor y te voy a decir cómo me lo vas agradecer ―dice mirándome―. Dime lo que me gusta escuchar ―me pide, sobre mis labios.

Con un susurro en su oído y mordiéndoselo lentamente le contesto:

―SOY TUYA, SOLO TUYA. ―Y el muy engreído se sonríe.

―Buena chica, así me gusta ―dice el muy controlador.

Escuchamos los gritos de Frank.

Mi amor, mi celoso e imposible cabrón me acomoda las perlas y vagamos.

Ana mira mis perlas y exclama:

―¡Son hermosas, te las mereces, Sofí! ―Mi chico me abraza haciéndome dar una vueltita.

Cuando llegamos a la fiesta buscamos nuestra mesa y nos sentamos. Varios hombres se acercan para saludar a los Falcao, miro de reojo y sé que varias mujeres no pueden dejar de mirarlos con sus metros noventa y sus trajes.

Son Dioses del olimpo, increíblemente sexi y ellos lo saben, los muy arrogantes. Ríen y bromean entre ellos.

Cenamos, reímos, estamos en familia y me encanta. Todos estamos contentos, Frank no deja de mimar a Marisa, Alex con Mirian están contando chistes, Ana y Albi se matan de risa y mi celoso brasilero está junto a mí sin despegarse un instante. Me besa, me acaricia la espalda, me toca la rodilla… Cada día que pasa a pesar de nuestras locuras nos queremos más, no dejamos que las miradas de mujeres o hombres nos pongan celosos, solo vivimos en nuestra burbuja, en nuestro mundo, solo los dos, nada más importa.

Estamos tomando el helado, cuando desde arriba del escenario se preparan para dar los premios. Alex le dice a Davy:

―Hermano, el premio es tuyo otro año más.

El muy arrogante, se sonríe.