Capítulo 23
―Esta argentina hace lo que quiere con mi hijo, Dios ―dice mi suegro.
Nos cambiamos y Davy nos lleva. Me da mil recomendaciones, me besa y se va.
Recorremos con mi suegra los locales, ella compra algunos pantalones y blusas, yo le compro dos camisas a Davy que me encantan y me compro dos vestidos. Seguro que a Davy no le van a gustar, pero no me importa, me los compro igual.
“Después que tenga él bebé me los pondré”, pienso.
Cuando terminamos nuestras compras, nos sentamos a tomar un té. Desde acá vemos la entrada del shopping, lo llamamos a Davy mientras tomamos el té, que está muy bueno. Él me dice que en media hora llega.
Ana me cuenta que su marido quiere volver con ella. Yo me alegro, los he visto como se miran y todavía hay amor entre ellos, aunque sé que él es un infiel en potencia. Pienso en mi chico y me vuelvo loca, porque soy consciente que es muy parecido al padre. Aunque sé que me ama, no se resiste al encanto de las mujeres y ellas las muy yeguas lo provocan a rabiar. Retiro esos pensamientos horribles de mi cabeza, porque ya me estoy calentando de rabia.
―¿Qué piensas? ―pregunta Ana que se dio cuenta de mi cara de culo.
―Ay, Ana, te soy sincera. Soy muy celosa, siempre pienso que Davy me engaña y eso me enloquece ―le cuento.
―Sofí, yo también lo pienso, pero si lo amas tienes que aprender a vivir con eso. No sabes las que pasé yo con el padre ―contesta ella.
―Si yo lo veo con otra en la cama no se lo perdono, creo que lo capo ―contesto. Ella se larga a reír.
―Nena, si tú lo dejas creo que mi hijo se muere. Él te ama. Si lo hace se ve a cuidar, él sabe cómo piensas, no creo que se arriesgue.
Y lo vemos entrar. Dios mío, mi chico es un huracán. Verlo entrar con ese traje es tan sexi, su andar es seguro, arrogancia es su segundo nombre, el gris de sus ojos no pasan desapercibido por nadie, menos para las mujeres a las que las deslumbra tan solo con su mirada. Con Ana las vemos babear. ¡Por favor! Las miro poniendo los ojos en blanco. Ana se ríe y me mira. Yo no le saco los ojos de encima, observándolo para ver qué hace. Él no es ajeno a lo que despierta en ellas y el muy cabrón les sonríe, seguro que ya están mojadas. ¡Zorras!, pienso.
Nos busca con la mirada, pero no nos ve, nosotras sonreímos al mirarlo y vemos que una mujer se acerca y lo agarra del brazo. Lo mato. ¿Quién es? Ya me estoy levantando.
Ana me mira y mis ojos destilan odio. Ella grita.
―¡Davy!
Él mira hacia nosotros y viene a nuestro encuentro.
―¿Qué hacen mis chicas? ―dice el muy cínico como si nada. ¡Que lo parió! Me dan ganas de matarlo.
―Hola, hijo ―dice ella mirándome. Sabe que se va armar, pues si tenemos que pelear lo hacemos en cualquier lugar.
―¿Cómo estás, amor? ―pregunta, dándome un beso en la boca.
―Bien, bonito ―digo con sarcasmo.
―¿Qué pasa? ―pregunta. Ah, bueno, acá vamos, pienso.
―Nada, mirando cómo le sonreís a las chicas ―digo.
―Amor, yo tengo ojos para ti, nada más.
―Mentiroso ―digo por lo bajo. Se pone a mi lado abrazándome y besándome el pelo.
Me corro de él y le agarro el brazo a Ana. Una mujer pasa cerca de nosotros y, para mi desgracia, lo saluda.
Creo que voy a parir aquí de la rabia que tengo, pero él ni la mira, se queda a mi lado.
Ana trata de sacar un tema de conversación. Pobre, sé que estar en medio de una tormenta debe ser agotador.
Me abre la puerta y entro sin dirigirle la palabra. Me toca la pierna y le grito:
―¡No me toquesssssssss!
―Nena, no te enojes ―susurra, mirándome de reojo.
Lo miro.
―Yo no me enojo. Espera a que nazca tu hijo… y la venganza es el placer de los dioses ―comento.
―Sofí, solo sonreí, nena ―dice.
―Yo voy a sonreír y te voy a decir: es una sonrisa, nada más.
―Era un chiste. Nena, por favor. ―Y me mira de reojo.
―Siempre que te mandas una, decís: es un chiste, es un chiste ―le grito y rio burlonamente.
La noche estuvo pesadita, pero después, como siempre, todo fue pasando.
Y a la noche me empecé a sentir mal. Él se asusta más que yo.
―Me siento mal ―le digo a él, quien se asusta y quiere ir al hospital.
Viene Marisa y Ana a la habitación.
―Sofí, ¿qué tienes? ―me pregunta Marisa.
―Me duele la panza ―digo, y me la miro. Parece que voy a reventar.
―Vamos al médico ¡yaaaaaaaaa! ―grita. Davy está sacado y me pone nerviosa a mí.
―Hijo, no grites que la pones mal a ella ―contesta Ana.
―¿Y qué vamos a esperar? Vamos, pequeña, que te llevo ―me dice, con dulzura.
Yo estoy sentada en la cama con las manos en la panza, y él se sienta en cuclillas delante de mí. Me acaricia la cara.
―Vamos, amor, todo va a salir bien. Estoy a tu lado ―murmura, despacio.
―Nooooo ―grito, estoy aterrada. Todos me miran y yo me largo a llorar.
―Por favor, Sofí, vamos ―dice Ana―. Todo va a salir bien.
―¿Y si no voy? ―Estoy loca. Pero es que me agarra un miedo tremendo. Sí, lo doy por hecho, enloquecí. Basta solo ver cómo me miran.
Después de varios minutos de unas contracciones que me están matando, me paro y Davy me ayuda a levantarme. La panza me bajó una enormidad y el bebé ya no se mueve.
Empiezo a llorar y él se pone loco, no sabe qué hacer. Me sube en el coche y en quince minutos llegamos al hospital. Y por supuesto todos los Falcao atrás nuestro.
Cuando llegamos, en seguida nos atienden. Para su desgracia nos toca la misma enfermera que atendió a Marisa, nos mira y lo mira a Frank sin entender.
―Mi hermano ―dice él, señalando a Davy y mi chico sonríe. ¡Qué lo parió! ¿Otra vez? Le doy un manotazo.
―¡Acá estoy, nena! ―dice mirándome.
―¡TERMINALA! ―Le grito. Nadie entiende nada, pero él sí y se pone serio.
―¿Quién va a entrar? ―pregunta la enfermera, con la misma cara de culo de siempre.
―Yo ―dice mi chico, muy convencido.
―Espero que no se desmaye. No tenemos tiempo para atenderlo a usted ―contesta y Falcao padre se ríe.
―Vamos ―me dice ella, agarrándome del brazo. Y otra vez mis lágrimas asoman―. Usted quédese acá un rato ―le dice a Davy, pero mi chico no quiere dejarme sola y como es de suponer, se arma una discusión.
―Quédate acá ―le digo―, después entras.
Él me besa y me hace caso. Me llevan al quirófano, me acuestan, me ponen un líquido entre las piernas, y tengo una contracción que me hace gritar. Escucho unos fuertes pasos y sé que son de Davy.
Entra parándose a mi lado. La mira a la enfermera, ella lo mira.
―Ay, Dios mío, otro rompe pelotas. ―Yo me sonrío.
Él me acaricia la frente.
―Ya va a pasar, nena, quédate tranquila ―afirma.
―Sí, claro. Qué va a pasar. Yo siento los dolores, vos no ―le grito―. Es culpa tuya, todo esto es tú culpa, ¡vos querías un bebé! TE ODIOOOOOOOO ― le grito y él me mira.
―Y sí ―dice la enfermera―, todo es culpa de ellos.
Davy se queda helado sin saber qué decir, aunque la apuñala con su mirada.
Entra mi doctora con otro médico.
―Hola, Sofí, ¿todo bien? ―Me pregunta.
―¿Y a usted qué le parece? Estoy muerta de miedo, con las piernas abiertas ante desconocidos y con unas contracciones que me están matando. Si eso es estar bien, bueno, pero no estoy bien. ¡ME DUELE! ―Le grito―. Davy, llévame a casa. ¡YAAAAAAAAAAA! ―sigo gritando―. CABRÓN DE MIERDA, ESTO ES TU CULPA.
Él no sabe qué hacer. Se acerca un médico, lo miro y está bastante bueno, de mi edad más o menos y Davy lo mira con desconfianza.
―A ver, qué mamá tan bonita ―dice acariciándome el pelo. La cara de mi chico es un poema y se va acercando más a mí, el médico lo mira―. ¿Usted es el papá? ―pregunta, con mala cara.
―¿A usted qué le parece? ―dice mi chico tensando la mandíbula.
―Haga el favor de quedarse allá. ―Y le señala una silla a un metro.
Me dan ganas de reír, pero estoy tan dolorida que solo grito de dolor. Mi chico me mira y hace caso, sé que quisiera cortarle las piernas, pero por mí no lo hace. Le sonrió para que se corra.
―Tienes que hacer un poco de fuerzas, nena ―dice mi doctora―. Ya lo tenemos muy cerca ―dice mientras se agacha y no sé qué mierda mira―. Papá, venga cerca de ella.
Hace un gesto con la mano. Davy se acerca, lo noto raro, ¿qué le pasa?
La doctora y la enfermera lo miran.
―¿Se siente bien? ―le preguntan.
―Sí, sí ―dice él, pero está blanco como un papel.
Se acerca a mí y me besa.
―Tranquila, estoy bien ―me dice.
―¿Quieres ir afuera? ―le pregunto.
―Mire que no tenemos tiempo para atenderlo a usted. No se va a desmayar como su hermano, ¿no? ―pregunta la enfermera, acordándose.
Dios mío, esta enfermera es antisocial, no tiene sentimientos. Es la primera mujer que lo mira con cara de culo a mi chico. Lo miro y él está muerto de miedo, pálido, callado. Yo le sostengo la mano a él.
La doctora lo mira.
―Davy, va a tener que irse afuera unos diez minutos, después lo llamo ―propone ella, seria.
―¿Por qué? ―pregunta preocupado.
―Creo que tenemos que hacerle cesárea. El bebé es grande y viene de espalda. Por favor ―dice ella apurada.
―NOOOOOOOOO, de acá no me muevo ―dice él, agarrándome la mano, muy seguro de sus palabras.
―Está bien, quédese a un costado.
Él se corre y se sienta atrás mío. Siento su mano traspirada sobre la mía, sé que está nervioso.
―Por favor, doctora no quiero que me queden marcas, por favor―le pido.
―SOFIIIIIIIIIIIIIIIIII ―me grita Davy.
―NOOOOOOOO QUIERO MARCAS. Dios, por favor ―digo y me pongo a llorar. Davy me agarra de la mano.
―Nena, deja las marcas por favor, deja que salga mi hijo de una vez ―susurra sobre mis labios.
Lo miro con mis ojos asesinos y le grito:
―¡Todo es tu culpa! TUYAAAAAAAAAAAA. No me toques. ―Mis hormonas están enloquecidas.
―¿Por qué no se va a afuera?, usted le está haciendo mal a la señora ―protesta la enfermera, sintiendo que tiene un problema con los hombres.
―Usted me tiene podrido y NOOOOOOOO voy a ningún lado ―le grita Davy, la enfermera lo enfrenta empezando a discutir.
―Acá mando yo. Si no le gusta se retira ―contesta ella, mirándolo mal.
La doctora y el médico se apartaron al escuchar los gritos de mi chico, que está que se lo lleva el diablo.
Yo estoy loca, le clavo las uñas a Davy en la mano, lo puteo, le pido que me bese y lo vuelvo a putear. Él está que camina por las paredes, desconcertado sin poder hacer nada y ya los mira a todos mal. En un momento lo ponen a mis espaldas, poniendo una cortina delante de mío.
―Bueno, Sofí ―escucho que la doctora me dice―, llegó la hora, ¿lo sacamos? ―me pregunta mientras me mira a través de la cortina, sonriendo.
Davy me mira y me dice:
―Amor ya llega. ―Toma mi mano, besándola.
―Dios, ¿me va a doler? ―pregunto, cerrando los ojos.
―No, Sofí ―dice la doctora―. ¿Cómo se va a llamar este bombón? ―pregunta, atrás de la cortina.
―Joaquín― confirmo rápido, sabiendo que él le va a cambiar el nombre.
―NOOOOOOOOO ―grita Davy―. Se va a llamar Bruno Davy Falcao ―afirma, muy convencido de lo que dice. ¡Será desgraciado! ¿Siempre va a ser como él dice?, me pregunto.
La doctora pone los ojos en blanco y lo mira al doctor, quien sonríe también.
―Bueno, acá les presento a su bebé.
Y su llanto de alegría inunda la habitación. Me lo ubican sobre el pecho y yo no puedo creer. Es el bebé más lindo que he visto en mi vida. Las lágrimas salen a borbotones sin poder detenerlas.
Davy se acerca impaciente, y la doctora se lo pone en sus grandes brazos, él lo mira embobado, le besa la manito y sus labios se posan en su frente.
―Es hermoso mi hijo ―dice y una lágrima asoma en su mejilla. Sé que lo va a amar.
La enfermera después de unos minutos lo saca de sus brazos para bañarlo.
Davy está embobado con su hijo.
―Nena, es muy lindo ―me dice―. Se parece a mí.
Y me besa la cara, las manos y termina dándome un beso suave en los labios.
―Gracias, amor. Me hiciste muy feliz, el hombre más feliz del mundo ―afirma.
Escucho que la enfermera le dice a la doctora:
―Dios, es un arrogante este padre.
Y todos, incluida yo, reímos
Cuando lo terminan de bañar, la enfermera se lo pone en brazos a Davy.
―Bueno, ¿quiere mostrárselo a la multitud que se agolpa en la puerta y que sus voces molestaron en todo el parto? ―pregunta ella, irónicamente mirando mal―. Un minuto nomás, y que nadie lo agarre. ―Termina diciendo con su cara de pocos amigos. Él me hace seña de que ahora viene, mientras a mí me terminan de curar.
Cuando mi chico sale con el bebé, todos lloran de alegría, hasta al padre se le escapa una lágrima. Por supuesto Marisa es la que más llora. Qué va a hacer, somos así, lloronas, como dice mi suegro.
Davy no se separa de mí, atiende constantemente a su hijo, se le cae la baba. El bebé en verdad es igual a él, sus ojitos son grises intensos, pesó cuatro kilos y la doctora dice que es muy largo. Seguramente será como su padre. Alto, arrogante y rompe pelotas, pienso riéndome sola.
―¿De qué te ríes? ―me pregunta él, mientras le cambia el pañal.
―De que, de ahora en más, van a ser dos Falcao los que me van a romper las pelotas ―digo riendo, él me mira arrugando su frente.
Golpean a la puerta, Frank abre y nos encontramos con todo el clan Falcao. Hasta los primos de Davy vinieron.
Todos quieren alzar al bebé, pero mi chico es tan asfixiante, tan posesivo, que solo deja que la madre y Marisa lo levanten.
Los primos de Davy se me acercan para saludarme. Yo estoy sentada, porque los puntos de la cesárea me duelen. Y como un rayo Davy se para a mi lado. Yo lo miro y él me besa la cabeza. Sé que está celoso, no es para menos, sus primos están mejor que el dulce de leche.
Todos son muy atentos y trajeron unos hermosos regalos para el bebé. La hora de la visita termina y la enfermera los echa a todos, solo quedan Marisa, Ana y Davy.
El bebé es un santo, ni llora. Ana está loca de amor, no le quita los ojos de encima, dice que es como tener otra vez a Davy de bebé.
Mi chico me mima, me cuida, me besa, no se va de mi lado, amo a este hombre aun con sus defectos y con sus virtudes, aun sabiendo que no va a ser fácil lidiar con sus encantos, su infidelidad y su carácter.
Nuestra vida, volvió a la normalidad, Davy a la mañana va a la empresa, pero después se quedaba con nosotros en mi casa. Atiende al bebé, le encanta bañarlo, y tenerlo alzado todo el tiempo. Ya no va a ninguna reunión y lo tengo para mí sola toda la tarde.
Como siempre, nos amamos cada noche, con locura y desesperación.
Marisa quiere vender la empresa, y parece que unos japoneses están interesados. Un amigo y mi suegro están acompañando las negociaciones.
Por otra parte, Falcao padre ya vendió muchos de sus negocios y viene seguido a ver a sus nietos. Ana también viene de la isla y se instala en mi casa. Cuando estamos todos juntos, Davy se pone loco, como siempre, porque dice que no podemos tener intimidad y hablan todos a la vez. Pero a mí me gusta estar todos juntos, somos una gran familia.
Una mañana me llama un compañero del curso que hice hace tiempo de literatura, me confirma que abrieron otro curso más completo, el cual me daría la oportunidad de obtener el título. Me encanta la idea, aunque sé que cuando Davy se entere, va a poner el grito en el cielo, pero yo pienso ir igual.
Cuando llega después de almorzar, le comento lo del curso.
―¿Cómo vas a ir?, ¿y el bebé? ―me pregunta, sé que no le gusta la idea.
―Si estás vos a la tarde. Dale, amor, quiero hacer el curso, daleeeeeeee ―le digo mientras lo beso.
―NOOOOOOOOOO. No vas a ir. Yo me quedo a la tarde para quedarme con vos y vos te vas a ir por ahí. ―Me mira muy enojado―. ¿Quieres hacer el curso? Yo te traigo una profesora acá y listo, pero no vas a ir con todos esos que pendejos. Nooooooooo, me niego rotundamente.
―Pero Davy, no es lo mismo. Quiero salir un poco, estoy encerrada todo el día, Marisa no quiere que vaya a la empresa. VOYYYYYYYYY a ir y basta ―le grito entrando en el dormitorio dando un portazo.