Capítulo 30
―El tiempo pasa rápido, nena. Van a estar bien. Por favor, Sofí, es lo mejor. No podemos poner a los bebés en peligro ―me dice, mientras entre sus brazos me voy calmando.
―¿Qué voy a hacer sola con el bebé?, me voy a morirrrrrrrrr ―digo.
Davy, me abraza y me dice:
―Va ir contigo Carmen, ya hablamos con ella. Le vamos a pagar un sueldo, los va a cuidar y te va a hacer compañía.
―¿Por qué no me dijiste antes?, ¿por qué siempre soy la última en saber todo?, ¿por qué? ―le grito.
Trata de calmarme de mil maneras distintas, entra Ana, pero Davy la saca, y se queda solo conmigo.
―Me voy a morir sin vos, vos no entiendes ―le digo―. Acá encontré una familia, ahora otra vez estoy sola.
Maldigo mi destino y la frustración inunda todo mi ser, todas mis defensas caen y no puedo hacer otra cosa que llorar, llorar, y llorar. Davy se queda a mi lado consolándome, hablándome, acariciándome.
Siento que quiere decirme algo más, levanto la cabeza, me inclino y lo miro.
―Yo también estoy sufriendo, me mata que tengas que irte con mi hijo, pero no hay otra solución ―dice―. Sofí, yo daría mi vida por ti y por mi hijo. Falcao tiene la culpa, pero qué quieres, ¿que lo mate?
―Me quedé vacía, sin ganas de nada. Lo mejor hubiera sido no haber venido, me tendría que haber quedado en Argentina ―digo, mirándolo a los ojos.
―Por favor, Sofí, no es el momento de pelear, ni se te ocurra llamar a tu amigo ―dice apuntando con un dedo.
―Ese dedo te lo metes donde no te da el sol, yo sé lo que tengo que hacer. Ahora decime lo que falta, pues sé que hay algo más.
Me mira desconcertado, con temor.
―Vas a tener custodia. Tres, de día y noche. Te van a acompañar a todos lados. Te voy a dar dos teléfonos, uno para hablar con ellos y el otro es para que yo te llame, tú no puedes llamarme. ―Me mira―, ¿escuchaste?
―¿Qué másssssssssssss? ―le contesto, de mal modo―. ¿Y a vos quién te va a cuidar? ―le pregunto.
―También vamos a tener custodia ―contesta.
―No, a vos quién te va a controlar, nadie ¿no? Así que todas las noches te vas a acostar con una distinta, ¿NOOOOOOOOOO? ―Le grito.
Se acerca a mí, me levanta como una pluma, me sacude y me besa.
―No entiendes en el peligro que estás. Reacciona, no quiero a nadie más, por favor esto es serio ―grita.
―Ya entendí bastante, ¿cuándo me voy? ―le pregunto.
―Hoy a las nueve, te lleva nuestro avión. Sofí, mírame, nena, no te enojes, te amo tanto ―pronuncia sobre mi mejilla.
―Voy a preparar la ropa ―digo levantándome sin mirarlo.
De reojo lo veo darse vuelta y putear, agarrándose la cabeza.
Ana y Marisa vienen a hablar conmigo, pero yo ya no escucho a nadie, solo quiero irme y alejarme de esta familia de locos.
Estoy lista, agarro a mi bebé, mis valijas y todos me saludan. Creo que es un adiós definitivo, Marisa llora y me abraza, yo no reacciono, ella me besa, pero yo no doy signos de estar viva. Davy me ayuda, subimos en el coche y nos vamos. Falcao y custodia nos acompañan, Davy me habla, me acaricia, pero yo no le hablo, ni lo toco. Lo miro a Falcao, está muy serio, con el ceño fruncido, me mira por el espejo retrovisor.
―Pequeña, el tiempo pasa rápido ― susurra.
Yo lo ignoro, ni le contesto, él putea por lo bajo. Davy agarra al bebé y lo llena de besos, y una lágrima se le escapa.
Cuando llegamos, mis piernas no quieren bajar del auto, las lágrimas se caen sin poder pararlas. Falcao baja con Carmen y las valijas. Los veo subir al avión, yo estoy parada junto a este brasilero que me hizo tan feliz, me abraza, me besa.
―Sofí ―dice y me levanta la cara con un dedo―, no olvides que te amo más que a nada, ¿me vas a extrañar? ―pregunta.
Yo no contesto. Estoy completamente ida.
―Esto es para ustedes. ―Me muestra un bolso, lo abre y está lleno de dinero. Lo cierra―. No uses tarjetas, paga todo en efectivo. Por favor, me estoy muriendo, nena. HABLAME, AMOR, NO ME HAGAS ESTO ―dice limpiándose las lágrimas.
―Este es el fin de la historia, de nuestra historia―contesto.
―NOOOOOO ―me grita―. Este es el principio de nuestra historia ―dice acariciando mi rostro―. Ahora vamos a vivir en paz, nena, cree en mí.
―Me rompiste el corazón una vez más, ya no quiero sufrir más ―le grito.
―POR FAVORRRRRR ESPERAME, Sofí. Yo te voy a ir a buscar cuando toda esta mierda termine. Dime, amor, ¿esperarás? ―pregunta, ya a unos metros de mí, apretando la mandíbula.
―Quiero irme ― le digo, sin contestar su pregunta.
Agarro el bolso con la plata y voy caminando hacia la nada, al destierro total, a la soledad, y la desdicha me consume por completo.
Cuando estoy a punto de subir a la pequeña escalera del avión, mi suegro me para y me abraza.
―Perdón, Sofí, todo va a pasar, hija ―dice.
Yo lo abrazo y le contesto.
―Por favor cuida a Davy ―dándole un beso en la mejilla.
―Con mi vida ―contesta con sus ojos nublados de lágrimas.
Lo miro a Davy que le brotan las lágrimas sin poder pararlas. Corro y me tiro a sus brazos.
―TE AMO, BRASILERO ―le digo―. Adióssssssss.
―NUNCA ADIÓS ―dice limpiándose las lágrimas.
Subo al avión, las puertas se cierran y creo que mi vida se va apagando de a poco.
No quiero mirar por la ventanilla, pues sé que él está ahí observándome. Carmen que está a mi lado también llora con Brunito en brazos.
―No llores, mi niña ―dice ella, pero no puedo parar. Todo mi pequeño mundo está patas para arriba y creo que ya nada tiene solución. Todo se esfumó, todo se perdió, mi vida comienza de nuevo, con mi hijo, pero sin mi amor.
Cuando llegamos, hay dos autos esperando. En uno nos subimos nosotros y en el otro, tres hombres de dos metros. Me saludan y uno de ellos se presenta como el primo de Davy. Yo los saludo sin gesticular palabra alguna, estoy desecha. Él me mira y me dice:
―Davy a la noche te va a llamar.
Yo me seco una lágrima y él me toca la cabeza, sube los bolsos y valijas al baúl y nos dirigimos a Palermo.
Carmen no sabe qué hacer, solo cuida al bebé sin dejar de mirarme.
―Sofí, por favor tienes que ser fuerte por él ―dice mirando a Brunito que sonríe y me estira los brazos.
Lo agarro y mientras lo beso, pienso que quizás no vuelva a ver a su padre.
Llegamos a Palermo, el conserje me ayuda con las valijas y me mira sin decir nada. No sé qué le habrán dicho, pero no pregunta nada. El primo de Davy sube con nosotros, entra en el piso, lo revisa todo y sale con un movimiento de cabeza.
―Voy a estar detrás de la puerta, donde está el sillón ―dice.
Me doy una ducha, después de ponerme una remera grande, acuesto a mi bebé en una cuna que hay en mi cuarto. Seguro que Davy la mandó a comprar.
Carmen se va a duchar y yo empiezo a recorrer el piso. Todo está ordenado, limpio. Abro la heladera y está llena, hasta la leche que toma Brunito. Esto del viaje ya lo tenía pensado, pienso y más bronca me da.
Cuando sale del baño Carmen, le digo que haga de cuenta que es su casa. Ella se queda fascinada con el lugar, le encantó.
Yo desarmo las valijas y los bolsos.
―¿Qué quieres comer? ―me pregunta mi amiga.
―Nada, haz algo para vos, yo no voy a comer, no tengo hambre ―le digo.
―Mi niña, tienes que comer ―dice.
Yo no tengo ni ganas de hablar. Ella se da cuenta y se mete en la cocina y me prepara una taza de café con leche, me la trae sin hablar.
―Carmen, quiero morirme ―le digo. Ella me abraza y lloramos juntas. Solo me escucha y me presta su oído y su hombro para llorar.
―No sé qué pasó ―dice ella―. Sé que se separaron por un tiempo, así me dijo Davy, pero sé que se aman y no entiendo el porqué de la separación. Sé que pronto van a estar juntos.
Me doy cuenta de que no le han dicho la verdad y creo que es lo mejor.
Miramos un rato la televisión. Carmen cena y yo tengo a Brunito en brazos.
Llaman a la puerta.
―¿Sí? ―contesto con miedo.
―Sofí ―escucho la voz del primo de Davy. Abro con el bebé en brazos.
Él me mira, y me muestra un teléfono que tiene en la mano. Yo lo miro.
―¿Quién es? ―pregunto.
―Davy ―dice―, está llamando al teléfono que te dio, pero como no atiendes, me llamo a mí.
―No quiero hablar ―le digo. Cuando voy a cerrar la puerta, él me dice:
―Por favor atiéndelo, está mal.
―¿Él está mal?, dile que yo estoy peor que él, que salga por ahí ―le contesto y cierro la puerta.
A los dos minutos, llama otra vez al teléfono que me dio. Lo apago. Llaman a la puerta.
―¡Por favor! ―digo.
Carmen que escuchó la conversación, me dice:
―Atiéndelo, Sofí.
Abro, y el primo me da el teléfono, lo agarro.
―Davy ―digo.
―¿Qué pasa, Sofí? ¿Por qué no quieres atenderme? ―pregunta―. Recién te fuiste y ya me olvidaste ―dice el cabrón.
―Estoy hecha pedazos, me rompiste el corazón, me echaste de tu vida y encima me decís eso. LOCOOOO. ESTÁS LOCOOOOO ―le digo.
―Perdón, nena. TE AMOOOOOO, no puedo vivir sin ti ―dice.
―Si me quieres, no me hubieras sacado de tu vida. Me echaste como a las putas, que te cogesssssssssss ―le grito y corto.
Carmen ya me sacó al nene de los brazos, metiéndose en la cocina. Yo estoy histérica, llaman a la puerta, abro y le pongo el dedo delante de la cara al primo que se queda, con la boca abierta.
―NOOOOOOOOOOO me llames más. NOOOOOOOOOO voy a hablar con él, ¿entendido? Me voy a dormir.
El pobre se retira de la puerta y siento que habla con Davy.
Me duermo llorando y, cuando me despierto, tengo los ojos hinchados de tanto llorar.
Carmen está tomando café en la cocina con Brunito. Me cuenta que le dio café a la custodia y pasaron al baño.
Me pongo unos lentes, no puedo verme con los ojos así, mientras me cuenta que llamó Davy, y que volverá a llamar a las diez.
―Qué lástima para él, por qué no lo voy a atender ―le digo―. Anoche habrá estado con alguna amiga ―le susurro a mi amiga.
―Sofí, no seas tan dura, atiéndelo ―me pide.
―No, no quiero, cámbiate que vamos a almorzar a fuera ―le digo―. Tengo que comprarle un changuito al bebé.
Cuando abro la puerta, nos saluda una de las custodia y veo que levanta su mano y habla con otra persona. Me incomoda la custodia, pero pienso en el bebé y me callo.
Suena mi celular, lo apago. Cuando estamos saliendo a la calle, el hombre que va con nosotros me muestra un teléfono, sé que es Davy.
Lo miro con mi mejor cara de culo y le digo:
―Ahora no, más tarde.
El habla y sé que Davy está puteando en alemán. Salimos a la calle, la custodia me señalan un auto.
―No, quiero caminar ―digo. Sé que están molestos, por ahí tengo suerte y se van.
Lo primero que hago es comprarle un changuito al bebé. Está pesado y él va a ir más cómodo. Después almorzamos y charlamos de varios temas, volvemos a caminar y nos dirigimos hacia una plaza. Charlamos como una hora y veo que la custodia está hablando por teléfono, seguro que es Davy. Me siento muy controlada, eso me enfurece.
Cuando estamos volviendo, suena mi celular. Cuando voy a apagar, miro y es un mensaje. Lo leo.
“Piensa en el bebé, ATIENDEEEEEEEEEEEEEEE.”
Empieza a sonar, lo atiendo.
―Sofí, ¿por qué no atiendes? ―Su voz se siente triste, solo con escuchar su voz mi corazón empieza a palpitar más fuerte.
La custodia me observa, mi amiga se aleja un poco con el bebé, para que yo hable.
―Davy ―contesto.
―Nena, te amo, por favor quiero escuchar tu voz. No me prives de eso, sabes que si pudiera iría. No hay otra cosa en este mundo que quisiera más que es estar a tu lado, Sofiiiiiiiiiiiiiii.
―Davy, te amo, te extraño ―digo, mientras empiezo a llorar―. Vení, nene, vení por favor. Estoy perdida, sin rumbo, creo que voy a morir. POR FAVORRRRRRRR ―le grito.
Siento que su respiración se entre corta y suspira.
―Escúchame, amor, no puedo ir, pero pronto estaremos juntos. No quiero que llores. ¿Cómo está mi hijo? ―pregunta.
―Bien, está bien ―digo mientras me seco una lágrima―. Davy, te extraño, ¿vos no me extrañas? ―Le pregunto, y ya tengo la cara empapada en lágrimas. El primo de Davy se acerca y me da un pañuelo, sé que debo dar lastima en el estado que me encuentro. Le doy las gracias mientras el vuelve a su lugar.
―Sofí, vivo pensando en ti, te extraño tanto que me duele el corazón. Más no puedo amarte. Anda a tomar algo al piso, date un baño caliente, y después te llamo. No quiero que estés mal, nena. No olvides que eres mi norte y mi sur, todo mi mundo eres tú, amor. Si te pierdo moriría, Haz caso, hermosa, pronto nos vamos a ver ―dice y corta.
Yo la llamo a Carmen y con el bebé caminamos hasta el piso, que son solo unas cuadras.
Ya han pasado dos meses que estamos acá con la gallega, y no sé cuánto tiempo más pasará. Como siempre, vamos a pasear a la plaza, y la custodia nos sigue. Ahí me encuentro con varios compañeros del gimnasio, nos saludamos y observo cómo la custodia no les saca los ojos de encima, a la vez que hablan por teléfono. Hastiada, me despido y volvemos al piso. Estoy tan triste, que camino por inercia nada más.
Marisa me llama cada tanto, tratándome de tranquilizar, pero siempre terminamos llorando las dos. Me cuenta que Mia sigue en Alemania con Ana, Cindy en el sur. Que la empresa de Davy se está vendiendo y la de Brasil también y que nuestra empresa de cosméticos parece que la van a comprar unos españoles con unos brasileros, pues la empresa vale millones. Me cuenta que Davy está muy triste, quiere venir a vernos, pero no nos quiere poner en peligro a mí y al bebé. Y Falcao lo tiene vigilado y amenazado para que no venga.
Cuando llegamos al piso, acostamos al bebé y me voy a bañar. Le digo a mi amiga que encargue pizza para cenar. Ella, me dice que va a dar unas vueltas, que después vuelve.
―Pero si recién venimos ―le digo―. ¿Dónde vas, en qué andas, gallega? ―le digo riendo.
―Ay, mi niña ―dice ella―. El primo de Davy terminó su turno y me dijo si quería ir a caminar.
Yo abro los ojos muy grandes.
―Carmen, ¿qué pasó? ¿Cómo no me di cuenta? ―le pregunto.
―Es que estás en otra cosa. Está lindo, ¿no? ―me pregunta.
―Muy bueno ―digo yo, levantando mi pulgar―. No como mi chico, pero bueno ―digo sonriéndome y entrando al baño.
―Báñate tranquila, FANFARRONAAAAAAA ―dice y se va.
Yo lo miro a mi bebé que duerme en mi pieza y me llevo el celular al baño. Me desvisto, controlo el agua de la bañadera que esté caliente y me sumerjo. Está muy buena. Me quedo quieta, pensando en mi brasilero arrogante y de cuánto me gustaría estar con él en este momento.
De repente el celular suena y sé que es él.
―Hola, mi amor ―dice con ese acento que me calienta tanto.
―Hola, bonito ―le contesto―. Te extraño tanto.
―¿Estás enojada o estás caliente? ―pregunta.
El muy cabrón sabe que le digo “bonito” solo cuando estoy enojada o caliente. Hoy me siento de esas dos maneras.
―¿Qué está haciendo mi mujer? ―pregunta.
―Estoy en la bañadera, pero como no estás conmigo, voy a tener que utilizar mis dedos… ―Sé que se debe de estar mordiendo el labio.
―Y si yo estuviera ahí ¿qué me harías? ―dice y sé que sonríe.
―Todo, todoooooo lo que te gusta ―digo. Siento que la puerta de la pieza se abre, y me entra el pánico.
―Davy, siento ruido y Carmen no está. Ay, Dios mío, tengo miedo. ¿Qué hago? ―le grito. No sé si salir de la bañera o sumergirme en ella―. Se sienten pasos, Davyyyyyyyyyy ―le grito―, siento pasos.
―Nena, no pasa nada, la custodia está afuera ―escucho que me contesta muy tranquilo, el desgraciado.
―Pero SOS TONTO ―le grito―. Entró alguien, ¿ME ESCUCHASSSSSSSSSS? ―le sigo gritando―. Llama a la policíaaaaa.
Se abre muy despacio la puerta del baño y creo que me va dar un infarto. Me cubro con las manos la cara y con la otra tomo un frasco de champú. No tengo nada más a mano y me doy cuenta que estoy temblado.
―¡AUXILIOOOOOOO! ―grito―. ¿QUIÉN ESSSSSSSSS? ―No se siente nada, mi corazón palpita a mil. ¿QUIÉNNNNNN ES? ―vuelvo a gritar.
Siento que la puerta del baño se abre.
―JESÚS, MARIA Y JOSÉ ―grito.
Tengo los ojos cerrados, la cara tapada y temblando. Me saco las manos de la cara y abro los ojos. Mis ojos no pueden creer lo que ven.
―¡Sos un hijo de puta! ―lo insulto y le tiro el frasco de champú, él lo esquiva, el pobre frasco se hace añicos contra la pared.
Se mata de risa, corre hacia a mí, me saca de la bañadera y me abraza con todas sus fuerzas.