Capítulo 25
―¿Cuándo nos juntamos a cenar? ―pregunta Alfred.
―Un día de estos. Te llamo y confirmamos ―contesta Davy.
―Que no pase mucho, Madeleine te extraña ―afirma, con una sonrisa traviesa―. Tu bebé es hermoso, me contaron ―dice―. Bueno, si sale a la madre lo debe ser ―dice mirándome desfachatadamente, cosa que a Davy le cae muy mal.
―Nos tenemos que ir, ya hablaremos por teléfono. ―Le da la mano y salimos. Buscamos el auto, nos subimos y nos vamos.
Siento que le cambio el humor, está tenso, casi enojado.
―¿Qué fue eso? ―pregunto―. También me calló mal, no me gustó como me miraba ―le afirmo, mirándolo de costado. Él se queda pensando. Me mira, me agarra la mano y le da un beso.
―¿Sabes, nena?, ellos son buenos amigos, aunque a veces un poco desubicados. Vi cómo te miraba, te desvestía con los ojos ―susurra―. Yo nunca tuve nada serio ―dice mirándome―, siempre anduve con una y con otra. Jamás pensé que ibas a llegar a mi vida y me enamorarías como lo hiciste. Me hechizaste, me robaste el corazón. He cometido muchas locuras en mi vida. Muchasssssssss ―sigue diciendo con una sonrisa―. Ellos no pueden creer que senté cabeza ―me mira de reojo―. La verdad es que yo tampoco lo creo. Pero mírame, acá estoy con mi mujercita y un hijo que amo más que a mi vida.
Para el auto y me mira a los ojos.
―¿Qué? ―pregunto, acariciándole ese hermoso rostro.
―Te amo tanto. Sé que puede ser asfixiante ―dice―, pero no quiero perderte.
―¿Y por qué ibas a perderme? ―le pregunto.
―Porque no sabes aún muchas cosas de mi pasado, y quizás cuando te enteres no te vayan a gustar ―contesta, echando la cabeza para atrás del asiento y cerrando los ojos.
Lo miro sin entender lo que quiere decirme. Si antes quería saberlo, ahora ya no. Si lo pierdo moriría. Solo le pregunto por la mujer del amigo.
―¿Quién es Madeleine?
Me mira con recelo y con miedo. Lo veo en sus ojos.
―Era compañera de juegos, por años. Hasta que lo conoció a él, y se casó. Lo sabe, pero como somos gente adulta igual cenábamos todos juntos una vez al mes. ―Termina diciendo mirándome, esperando mi reacción.
Al menos me dijo algo de su pasado, aunque sé que hay mucho más.
―¿Quien más va a esa cena?
Sé que tiene que haber alguien más, si dice que entre ellos está la loca, creo que me va a agarrar un ataque. No tendría que haber preguntado, lo sé, pero ya lo hice.
Me acaricia la mejilla mirándome a los ojos. La bomba está por estallar.
―Sí, Sofí, ella también va ―dice agarrándome la mano―. Pero yo desde que estoy contigo no voy más ―contesta. Sabía lo que estaba pensando.
―Tu amigo es un hijo de puta. Sabe que estamos juntos y aun así quiere juntarte con esa puta ―le grito. Ya no se puede hacer nada, la bomba estalló.
―Te lo cuento para que veas que yo no quiero nada con nadie. Solo entiéndeme, nena. Te amo. Lo que él quiera no me interesa ―contesta.
―No, vos me lo decís para cubrirte. Por si me lo encuentro a él otro día y él es quien me lo cuenta todo ―contesto.
Se calla. Y el que calla otorga.
―Decime, ¿no extrañas esos juegos? ―digo ya con rabia. Presiento que así es. Por favor, Dios, pienso, que me diga que no.
―NOOOOOOOOO ―dice, mirando para otro lado.
―Mírame ―le digo―. Sí los extrañas, ¿no? Me estás mintiendo, lo veo en tu cara. ―Lo conozco tan bien, está mintiendo.
―Jamás voy a dejar que alguien te toque, ni que te mire desnuda ―dice con bronca.
―Pero sí extrañas esos juegos, ¿no? ―Ya no me importa nada y le estoy gritando. Tengo ganas de arrancarle la cabeza―. CONTESTAME ―le grito.
―SIIIIIIIIIIII. MIERDAAAAA. SIIIIIIIIII ―dice.
Creo que mi pequeño mundo se está hundiendo en el infierno. ¿Cómo no me di cuenta de que este brasilero jamás iba a cambiar? ¿Y ahora qué hago?
―Sos un cabrón de mierda. No me dejas ir a estudiar, pero vos extrañas toda esa mierda. ―Estoy furiosa, lo mataría.
Él se da cuenta, y se arrepiente de lo que dijo. No sabe qué hacer para disculparse, pero lo dicho, dicho está.
La bomba estalló en mil pedazos, y yo, no soy fácil para perdonar y él lo sabe.
―Perdón, Sofí, no quise decir eso, te lo juro. Contigo me basta. ―Se agarra la cabeza y no para de disculparse, pero ya es tarde, sus palabras hicieron un desastre en mi pobre corazón.
―Quiero ir a mi casa YAAAAAAAAAAA ―le grito. Y las putas lágrimas caen por mi rostro, sin pedir permiso. Él sigue disculpándose de mil maneras diferentes, yo lo ignoro.
Cuando llegamos no me deja bajar, me acaricia la mano, y se disculpa depositando en mi rostro mil besos.
―Lo que dijiste me dolió y mucho. Vos no me quieres ni a mí, ni a tu hijo. ¿Para qué estabas desesperado por un niño, si querías seguir con esa vida? ―pregunto.
―Por favor, Sofí, perdóname. No sé por qué lo dije, por favor ―suplica una y otra vez.
―Abrí la puta puerta, porque te rompo todo ―le sigo gritando. Él me mira sabiendo que ha metido la pata.
Salgo corriendo y me meto en la casa cerrándole la puerta en la cara. Están todos riendo en la cocina.
―¿Dónde está Brunito? ―le pregunto a mi suegro que me mira sin saber qué pasa. Falcao está desorientado.
―¿Qué pasó? ―dice Marisa parándose con Mia en brazos.
―Pregúntale a tu cuñado ―grito como una loca.
Entra Davy golpeando la puerta. Alcanzo a ver a mi suegro que lo agarra de un brazo y se lleva al patio. Yo agarro a mi hijo y entro en el dormitorio, lo abrazo. Marisa me golpea la puerta del dormitorio.
―Abridme, pequeña, por favor ―dice. Le abro y llorando le cuento lo que me dijo. Ella no lo puede creer.
Sale echa una furia y después de hablar con él y con mi suegro Davy se va. Me manda mensajes, me llama, pero yo no quiero hablar con él.
Pasan los días y sé que está arrepentido por lo que dijo, pero cada vez estoy más segura de que extraña su vida anterior, así que le digo a Marisa que me voy a Argentina por un tiempo.
Ella me dice que voy a necesitar la autorización de él para sacar al bebé del país. Yo puteo como loca, pues sé que él nunca me va a autorizar. No me queda más remedio que hablar con él.
―Hola, Sofí. Nena, te amo, perdóname. No sé por qué dije eso, estoy loco ―dice al escuchar mi voz.
―Quiero irme a Argentina y necesito que me autorices para poder salir del país con el bebé ―le digo, aunque se cuál va a ser su respuesta.
―ESTÁSSSSSSSSSSSS LOCA. Jamás vas a sacar a mi hijo del país, ¿escuchaste? NO TE ATREVASSSSSSSSS ―dice gritando, como un loco.
―¿Por qué no te vas a la MIERDAAAAAAAAAAAA? ―le grito y corto.
Pasan los meses y no nos vemos más. Él intenta por todos los medios pedir perdón, pero yo no lo perdono.
Deposita plata en una cuenta para el bebé todos los meses, pero yo no saco ni un peso. Quiere ver al bebé y yo no lo dejo, sé por Frank que está al borde de la locura al igual que yo.
Estoy haciendo el curso de literatura, ya casi termino. Lo he visto a la salida de la facultad, observándome, pero no se acerca. Solo mira y sigue mis pasos.
Mi suegro ya vive en Barcelona y viene a ver a Brunito casi todos los días. La relación con él es buena, aunque me cuenta que Davy está destrozado. Ana cada tanto viene, y también me pide que por favor lo perdone, cosa que ni pienso hacer por el momento.
Marisa me dice que haga lo que mi corazón me dicte. Si fuera por eso, ya lo habría perdonado, pero es tanta la rabia que me acompaña que aún no puedo hacerlo.
Las noches son larguísimas sin él, añoro tenerlo en mi cama. Que me bese, que me haga el amor contra la pared como cada noche, pero la bruja que vive en mí sigue diciéndome: Está con otra. Y mi corazón llora su ausencia todas las noches.
Una noche estoy tan mal anímicamente que decido salir, aunque Marisa no quiere. Ella se queda con el bebé, llamo a mi amiga y salimos. Antes de irme le digo a Marisa que si llama él, no le diga donde fui.
Después de prepárame, paso a buscar a Carmen y salimos. Vamos a un boliche nuevo. Entramos, pedimos unas copas de vino blanco dulce, se acercan unos chicos y nos ponemos a hablar. Uno de ellos es un conocido del gimnasio y el otro me mira y me pregunta:
―¿Tú no eres la mujer de Falcao?
Yo le contesto:
―Estamos separados.
―No me gustaría enfrentarme a él ―dice sonriendo y se va.
Carmen me mira y dice:
―Este es un cagón.
Salimos a bailar y ya tenemos unas cuantas copas de más. Tropiezo y unas manos me agarran, cuando levanto la vista, me encuentro a mi profesor de literatura. Tiene por lo menos diez años más que yo, me sujeta de los brazos, mirándome.
―Creo que alguien ha tomado un poco de más ―dice sonriendo. Lo miro y me doy cuenta de que está bastante bien. Es alto, delgado, morocho y tiene una linda sonrisa.
―¿Cómo estás? ―le digo al reconocerlo.
―Me parece que tienes que dejar de tomar, ¿no te parece? ―me aconseja.
―Ya me voy ―digo y con la vista busco a mi amiga que está a los besos con el chico que estaba bailando. Le hago seña que me voy, ella me dice con la mano que me vaya. La muy traidora me deja sola.
Voy en busca de mi abrigo y salgo a la calle, el profesor me acompaña hasta la puerta.
―¿Te vas a ir sola en el auto? ―Soy consciente que estoy con algunos vinitos de más. Él me sigue mirando, mientras yo busco las llaves en mi cartera.
―¿Cuál es el problema? ―pregunto.
―El problema es que estás borracha y tienes un hijo que te está esperando en tu casa ―dice una voz ronca, aguda.
Levanto la vista y ahí está él, el que me destrozó el corazón, el cabrón, el padre de mi hijo, mi brasilero. Miro hacia un costado hacia el otro y el profesor se ha ido.
Estoy segura de que al verlo con su de metro noventa y con cara de culo, corrió.
Lo miro y lo veo un poco más delgado. Tiene un pantalón negro, una camisa blanca y suéter gris, el cual le resalta más el color de sus ojos, y una campera. Está como siempre, espectacular. Se pone las manos en los bolsillos y me mira.
―¿Quién carajo te crees que sos?, córrete de mi lado ―le grito.
―Hablemos, nena, por el bebé ―dice con una media sonrisa.
―Mira, bonito, aléjate de mí. Tu hijo no necesita nada de vos, ni plata ni nada ―le digo. Y me grita de todo menos linda. Me doy vuelta y camino hacia mi auto.
―En vez de estar en tu casa, cuidando a tu hijo, estás borracha en la calle. Ya te pareces a las que tú odias ―grita como un loco.
Por Dios, sus palabras me envenenan la sangre, me doy vuelta y le contesto.
―¿Me estás diciendo puta? ―Mi mirada irradia rabia.
―NOOOOOOO ―contesta, abriendo sus ojos grandes.
Pero no lo dejo terminar de hablar y le doy una cachetada. Le doy vuelta la cara y como puedo me subo al auto y me voy.
Las lágrimas empiezan a salir sin poder pararlas, sin dejarme ver por dónde voy. De repente veo un coche que se para adelante mío y tengo que frenar bruscamente. Empiezo a putear como una loca, bajo del auto y ahí está él nuevamente parado enfrente de mí. Parece un toro enojado para salir al ruedo. El pecho le sube y baja y putea en alemán. Sus ojos grises van tornándose intensos, me toma de los hombros y me sacude.
―Me quieres enloquecer, ¿no? ―pregunta―. Estoy loco. Ya no como, no vivo, no me dejas ver a mi hijo y encima te quieres ir a tu país. ¿Qué carajo quieres de mí? Sí, me equivoqué, pero basta, por favor, déjame volver a tu vida. Me estás matando ―grita.
Yo no me achico, y le empiezo a gritar. Le apunto con el dedo en la cara, diciéndole:
―Vos ya no sos nada mío. Solo soy la madre de tu hijo. No te quiero más, me hartaste. Ya que extrañas tus juegos, volved a ellos, seguro ya lo has hecho. Sos un brasilero de mierda. Lamento el día en que te conocí.
Lo empujo y vuelvo a mi auto. Cuando voy a abrir la puerta del auto, me agarra del brazo y me apoya en él.
―Por favor, nena, ¿quieres que me arrodille ante tus pies? Por favor, perdóname ―dice. Cuando se va a arrodillar, lo detengo.
―No, quiero que salgas de mi vida, para siempre ―contesto mirándolo directamente a los ojos. Él se para y no puede creer lo que le digo.
Me mira serio.
―¿En verdad es eso lo que quieres? ―pregunta.
―Sí, es lo mejor. No podemos vivir peleándonos, ya los tenemos a todos cansados con nuestras peleas. Por favor, basta Davy. Basta ya. Hace tu vida que yo voy a recomenzar la mía.
Él me mira desesperado, no imaginaba que esa iba a ser mi respuesta. Lo descoloqué como el primer día.
―¿Y el bebé? ―dice con lágrimas en los ojos.
―Sofí, yo no amé a nadie como a ti. Piénsalo, nena ―susurra, mientras se limpia una lágrima.
―Lo vas a ver las veces que quieras. No nos lastimemos, por favor ―le pido, le suplico―. Te lo pido por lo que hubo entre nosotros, por lo que sentimos ―sigo diciendo. Entonces se vuelve y se para enfrente de mí, desafiante, enojado.
―¿Por lo que sentimos? ―me pregunta―. Yo te amo, vos me dejaste de querer hace rato ―dice entre dientes―. Sabía que esto iba a pasar ―sigue diciendo bajando su cabeza.
Quisiera tomarlo acá mismo, besarlo hasta hartarme, pero no puede hacer siempre lo que quiere conmigo. No puedo perdonarlo siempre.
Me subo al auto y me voy y él se queda parado en medio de la calle, tomándose el pelo con sus dos manos. Sé que no puede creer lo que le dije. Jamás una mujer lo había dejado, eso quizás es lo que más le duele. Lo miro por el espejo retrovisor y se me parte el alma, lloro como una loca pero sé que es lo mejor. Lo mejor para los dos.
Él viene todos los días a ver a Brunito, el que está cada día más parecido a él. Tiene sus mismos ojos y cuando está enojado se arranca los pelos. Con Marisa y Frank nos matamos de risa.
Cuando llega Davy, enseguida le estira los brazos, y él se desarma de amor. Trata de hablarme, pero yo lo ignoro, ni lo miro. Sé que eso lo pone más loco.
Muchas veces nos encontramos en algún boliche, pero nos ignoramos. Siempre está con alguna de sus amigas, pero cuando me ve no las toca. Sé que después del boliche las debe llevar su hotel, con el solo hecho de pensar en eso, es tanta la rabia y el asco que me agarra, que siempre me voy antes que él, para no verlo marcharse.
Me hice amiga de mi profesor de literatura, así que siempre salimos los tres con la gallega.
Un día, cuando llega a buscar a Brunito, yo estoy con mis dos amigos, escuchando música y mi profesor lo tiene alzado al bebé. Le abro y se pone furioso con él, le saca el bebé de los brazos y me llama a la cocina. Yo voy enojada tras él.
―No quiero que ese tipo alce a mi hijo ―dice con su habitual cara de culo―. Tú acuéstate con quien quieras, pero él siempre va a ser mío, nunca va a tener otro padre, ¿escuchaste? ―me grita.
―Pero estás loco, ¿qué te pasa? ―le pregunto―. Nadie quiere otro padre. Agarra el bolso del bebé y ándate ―le digo―. Me vuelves loca.
―Tú me volviste loco a mí ―grita. Agarra el bolso del bebé y sale echando humo, cerrando con un portazo la puerta. No sin antes darle una mirada asesina a mi amigo, que se queda helado.
―Sofí, ¿no le dijiste que soy gay? ―me pregunta él―. Creía que me iba a matar, pero está más bueno que el pan. ¿Cómo puedes dejar a un bombón así? ―pregunta.
―No, y te prohíbo que abras la boca ―contesto.
―Ah, claro, así me mata a mí, ¿no? ―dice abriendo grandes sus ojos.
Carmen se mata de risa.
―Bueno, hacerlo por Sofí ―dice.
―Pero contadme que es lo que pasa con él. ¿No lo quieres más? Si dices que no, amiga mía, ¡estás loca!
―Alfred, yo lo amo con todo mi corazón ―le cuento, con lágrimas en mis ojos.
―Tú tienes un problema. Pobre hombre, lo volviste loco y ahora me quieres volver loco a mí. No entiendo nada.
Nosotras nos reímos y le cuento cómo fue nuestra relación, le cuento detalle a detalle.
―Pero él no te engañó ―dice él, y quiero matarlo.
―¿Pero cuando lo encontré con esa en la cama?
―¿Pero pasó algo? ―pregunta él.
―Escúchame, ¿quién te manda a ti?, ¿el enemigo? ―pregunta Carmen.
―Mira, Sofí, no dejes escapar al amor de tu vida, nena. Si no viste nada, yo siendo tú lo meto en la habitación y lo mato a besos. ¿Pero ustedes han visto lo que es? ¡Por favor! Mira si se va con otra, te vas querer matar ―dice y la verdad que tiene razón. Metió el dedo en la llaga y me dolió.
Después de irse mis amigos, me quede pensando en lo que Alfred me dijo. ¿Y si tiene razón? ¿Y si me deja de querer? ME MUERO.
Me agarra un miedo que se me empiezan a caer las lágrimas y lo llamo.
―Sofí… ―dice él con tristeza y desconcierto en la voz.
―¿Y Brunito? ―digo, sin saber qué carajo decir.
―Bien, ¿por qué llamas? ―pregunta sorprendido.
Mi cabeza trabaja a full
―Quería saber cómo estaba ―contesto.
―Conmigo siempre va a estar bien―murmura, despacio.
―¿Qué, conmigo no? ―pregunto.
―¿Qué más quieres?, estoy ocupado. ―Lo noto serio, sin ganas de hablar ni de pelear.
―¿A qué hora lo traes? ―pregunto.
―A la hora que quieras ―dice. Y noto que ya no quiere hablar conmigo. Dios, ¿y si ya se cansó de mis berrinches? Me agarra la desesperación.
―Está bien, tráelo cuando quieras ―contesto y le corto sin dejarlo responder, sabiendo que eso lo enoja.
Me cambio y me voy al supermercado, me falta leche para Brunito.
Cuando voy al sector de pescado, la veo a la loca con una amiga. Trato de que no me vea y me quedo parada atrás de unas latas de duraznos y escucho lo que dicen.
―¿Te conté que Davy se separó? ―le cuenta ella a la otra.
―Sí, me contaron que anoche estuvo en el boliche. Esta noche voy con él, ya hablé y me dijo que me esperaba allá.
La vena del cuello se me hincha y quiero sacarle la peluca otra vez, como se la sacó mi suegra. Pero la bruja que hay en mí, tiene una idea y me parece buena. Ellas siguen hablando de mi chico como si fuera un objeto sexual. Y creo que sí lo es, pero mío. No voy a permitir que sea de ellas.
Sin que me vean doy la vuelta y sigo comprando. Después de llegar a mi casa empiezo a urdir el plan. Los llamo a mis amigos, la gallega enseguida me dice que sí, es un kamikaze como yo y por eso la quiero. Aunque le dé miedo, ella siempre me acompaña donde le pido. Con mi amigo no es tan fácil, y después de evaluar los pro y contra termina aceptando.
A las siete Davy llega con el bebé, le abro y tiene la cara peor que nunca. Casi ni habla. Lo deja, le da un beso y se va sin decirme absolutamente nada. Marisa me dice que Frank tiene una reunión de trabajo y va a llegar tarde, me da vergüenza dejarle el bebé, pero ella insiste que me lo cuida.
Me arreglo, me pongo un vestido bien corto negro con un profundo escote, tacos altos y encima una capa larga para que no se vea el vestido. Después de saludar a Marisa y los chicos, me voy. No sin antes escuchar todas las recomendaciones de ella.
Paso a buscar a mis amigos por sus casas, Carmen, va bien vestida pero Alfred se pone una camisa verde que le queda para el culo.
―Amigo, ¿no tienes otra camisa? ―dice Carmen riendo.
―Está hermosa, ¿no? ―pregunta él, sonriente.
―Pareces un loro ―dice ella y empiezan a discutir.
―Está bien si te gusta a vos ―le digo haciéndole señas a la gallega para que se calle. Ella me pone los ojos en blanco y calla.
Cuando llegamos, vemos que hay un pool en la esquina del boliche.
―Vamos a jugar un rato, tomamos algo y después vamos a bailar ―les digo.
―Bueno ―dicen. Y bajamos.
En el lugar no hay mucha gente, buscamos una mesa cerca del pool, pedimos vino blanco dulce.
Y nos ponemos a conversar, después de varias copas de vino, el lugar se llena de gente y ponen música. Algunos bailan cerca de las mesas, nosotros nos levantamos y nos ponemos a bailar ahí. Ya ni pienso ir a ver a Davy. Estamos alegres, reímos y bailamos. Observo que están jugando al pool y no solo apuestan plata, si no que veo que son malísimos jugando.
Carmen me hace seña que son la una de la mañana.
―A las tres nos vamos, gallega ―le digo.
―Española, Sofí ―grita―. Es pa ño la. ―Me sonrió, la abrazo y seguimos bailando y tomando.
La música cambia y ponen salsa, nos miramos y nos empezamos a mover como locas.