Capítulo 40
―Quiero que hables con Ocampo ―dice mientras me da su celular. Yo lo miro.
―No, voy a llamar con el mío. ―Es imposible, ya empieza a dar órdenes.
―Por favor. ―Me pide y me da el de él, mirándome.
―Busco el número en el mío, y marco en el de él.
Me corro un poco, y Ocampo atiende. Davy lo pone en manos libres y me atrae hacia su cuerpo, abrazándome por atrás. Lo puteo por lo bajo y él me aprieta más y se sonríe.
―Hola, hermosa, mañana voy a verte ―dice, y me dan ganas de llorar.
―Manu, te llamo para decirte que me arreglé con Davy. Discúlpame, fuiste muy bueno conmigo. Lo siento ―digo, sabiendo que él también lo siente.
Manu suspira y se da cuenta que ese no es mi teléfono. Piensa lo que me va a decir, quizás si lo hubiera conocido antes, la historia hubiera sido distinta. Él es lo contrario a Davy, es muy cerebral, educado y no creo que me hubiera sido infiel. Aunque en realidad no lo conozco demasiado y siempre está la posibilidad que puedas llevarte una gran sorpresa.
―Siempre supe que lo amabas a él, pero aun así quise intentarlo. Tú bien valías la pena. Falcao tiene más suerte que sentido común ―pronuncia, con firmeza, y ya Davy se paró para abrir su gran boca. Yo se la tapo para que no hable, y él sigue diciendo―: Te quise, y sé que con el tiempo te ibas a enamorar de mí, eres una mujercita increíble. Mereces a alguien que no solo te ame, sino que te respete. Sabes dónde estoy, sabes que yo no soy como él.
Davy me pide el teléfono, yo me corro.
―Ojalá esta vez aprecie la mujer que eres. Hasta pronto, Sofí ―termina diciendo y corta.
―¡Imbécil! ―grita Davy―. ¿Quién se cree que es?
Yo me acerco y lo abrazo. Él me besa la cabeza, lo miro, agarro mi celular y se lo doy. Él me mira.
―Ahora te toca a vos. ―Lo miro, ordenándole que lo tome.
―¿Qué? ―pregunta, haciéndose el distraído el muy cabrón.
―Llámala vos, yaaaaaaaaaa o la llamo yo ―exclamo.
―Sofí, nena ―pronuncia, con una dulce voz―. No hace falta, era solo sexo y ella lo sabe. ―Desgraciado, no quiere llamarla.
―NO ME IMPORTA, ya la llamas.
La llama, y ella atiende.
―¿Quién es? ―dice la muy yegua y arpía.
―No me esperes, me arreglé con mi mujer ―le habla con resignación.
―Es una lástima, pero cuando quieras, acá voy a estar ―dice y yo abro mis ojos como platos. Se lo saco de las manos y le grito.
―La próxima vez que te acerques a él, te mato ―le digo, con toda mi locura encima, sabiendo que eso no me asegura nada.
Él se mata de risa.
―¿Qué fue eso? ―pregunta.
―Si me entero de otra agachada…
―Te juro que es la última.
Por Dios, qué ilusa e ingenua soy. Él se me acerca y me agarra con sus dos manos el culo y me dice mordiéndome la oreja.
―Ni loco te pierdo otra vez.
En ese momento entra Frank, Marisa, Carmen y el nene, que enseguida le tira los brazos al padre. Él está feliz, agarra al nene y le dice en alemán:
―Nos vamos a casa, campeón. Te amo.
Y lo besa. Marisa y Frank me miran sin entender nada, yo los miro y pongo los ojos en blanco.
―Y sí ― digo mirándola―, lo perdoné una vez más… ¿y van…?
―Ay, cuñada, ahora me doy cuenta que los dos están locos. Gracias a Dios ya me mudé a mi casa, no los aguantaba más, son una pesadilla.
―Dale, prepara, todo ―ordena Davy, quiero irme a mi casa.
―¿Ahora? ―Le pregunto.
―Sí, amor, quiero irme ya.
Mi amiga que estaba paseando y entra no entiende nada.
―Dale, gallega, apúrate que nos vamos ―dice mi chico.
―Pero ustedes son unos locos de mierda, ayer se odiaban y ahora… ―Pero Davy no la deja terminar de hablar.
―Te puedes quedar si quieres ―dice él, mirándola con ironía.
―¿Estás loco? Yo me voy ―afirma, agitando las manos.
Y nos apresuramos a preparar todo. Cuando estamos en el dormitorio, mientras preparamos las valijas, Marisa me mira.
―Nena, ustedes son tal para cual, dos locos de atar. Ahora van a estar solos, quizás se lleven mejor, espero ―murmura mirándome y levantando las manos.
El avión nos espera, nos subimos y nos acomodamos, tomamos algo y Frank empieza a contar chistes. Nosotras nos morimos de risa.
El bebé se durmió en su sillita y Davy se recuesta en mis piernas y lo noto pensativo. Meto mis dedos en su pelo y le pregunto lo que piensa.
―Le estoy dando gracias a Dios por volver a tenerte a mi lado ―contesta, sorprendiéndome.
No sé si creerle o solo está armando en su cabeza otra estrategia para empezar a distraerme. Con él nunca se sabe.
―Pero si vos no creías en él ―contesto, mirándolo.
―Pues ahora sí, porque le he rezado y he hecho una promesa y él ha cumplido. Ahora voy a cumplir la mía ―dice, y una lágrima asoma en su mejilla.
¿Le creo? No estoy muy convencida, pero no quiero pelear.
―Yo te amo ―susurro, mientras le recojo con mi dedo ese mechón rebelde de su frente. Empiezo a acariciarle su cara, trazo círculos en sus mejillas.
Muy despacio, abre sus labios y pronuncia, casi en silencio.
―Te amo tanto.
Yo me agacho, tomo su cara con mis dedos, él me sonríe y esos ojazos grises se posan en los míos. Pone la palma de su mano en mi mejilla y yo se la beso, pero sus labios entreabiertos piden los míos. Me agacho y lo beso profundamente con amor.
Frank tose y nosotros reímos y nos separamos.
―No empecemos por favor ―dice él―, esperen a llegar.
Y Marisa se larga a reír. Davy cierra sus ojos, apretando mis manos y se duerme.
Llegamos cerca del mediodía, los chicos se portaron muy bien en el viaje.
Los Falcao chicos, a diferencia de los padres, son tranquilos. Espero que mi hijo no salga como el padre. Ya va a cumplir un año, ya dice varias palabras sueltas, por supuesto, en alemán. El padre tiene la idea fija con el idioma. Hasta ahora, es muy distinto a su padre, GRACIAS A DIOS.
Llegamos a casa y Frank y Marisa se quedan a almorzar. Carmen se va su casa, está cansada. Pobre, mi amiga es de fierro.
―Bueno, ¿qué van a cocinar las argentinas? ―pregunta mi cuñado.
Las dos lo miramos, tirándole puñales con las miradas. Davy se mata de risa, y Frank levanta las manos y los ojos al cielo, buscando no sé qué en la heladera.
―Ya está, hermano, resígnate ―dice Davy―. Ya llamé al resto. De hambre no nos vamos a morir.
―Yo no sé para qué me hizo hacer semejante cocina, si no me cocina nunca ―dice Frank, mirando mal a Marisa.
―Escúchame, bonito, si no te gusta contrata una cocinera ―contesta ella enojada.
―JAJA, y encima se enoja. ―Marisa le hace burla, sin darle importancia.
―Ten cuidado, hermano, cuando te dicen bonito ya están enojadas ―le contesta Davy al hermano.
Mi cuñado la mira con cara de culo. Marisa está haciendo la comida para los chicos. Se da vuelta, lo mira mal, camina despacio hacia él, con la cuchara llena de puré y sonriéndole. La mira, desconcertado.
―ES UN CHISTE ―dice Frank, retrocediendo y sonriendo, quedando contra la pared
―¿Así que es un chiste? ―dice ella tocándole, con una mano el bulto. Él nos mira a nosotros, la mira a ella. Yo me quedo helada y me tapo la cara con las manos.
Agarra el puré de la cuchara con los dedos y se lo refriega por la cara mientras sus labios, se posan en los de él.
Él se calienta, la gira, poniéndola contra la pared. Algo dice en su oído.
―¡Asqueroso! ―grita ella sonriendo. Después la da vuelta y le come la boca.
Davy se acerca a mí, susurrándome:
―Me están calentando.
Justo en ese momento entra mi suegro con Ana, con la comida del resto.
―¿Pero, qué? ―dice Falcao―. ¿Qué está pasando acá? ―dice mirándolo a Frank con la cara llena de puré y nosotros muertos de risa―. Dios mío, me parece que voy a tener otro nieto ―afirma él, moviendo su cabeza.
Me abraza y me dice:
―Bienvenida, pequeña, me alegro.
Yo lo beso en la mejilla, Ana se acerca, abrazándome y lo besan a Davy.
Cada vez que viene trae caipiriña y todos empiezan a tomar. Falcao me pregunta de la publicidad, y yo le digo que no voy hacer más. Davy me mira, se acerca y me acerca a su cuerpo.
―¿Entonces no trabajas más? ―me pregunta, guiñándome un ojo.
―No trabaja más, ¿no, nena? ―contesta Davy, dándome un abrazo.
―Me voy a dedicar a mi chico y a mi nene ―contesto, él susurra en mi oído.
―¿Cuándo vas a decir “a mi marido”?
Yo levanto los ojos y lo acaricio.
―¿Qué van a hacer?, se van aburrir ―pregunta mi suegro, comiendo un pedazo de queso.
―Yo pienso seguir escribiendo, ¿y vos? ―le pregunto a Davy, mirándolo.
―No sé, algo se me va a ocurrir ― murmura, pensando.
―¿Hijo, por qué no empiezas a pintar otra vez? ― afirma Ana, mientras pone los platos para almorzar.
Yo me quedo mirándolo, pero él no dice nada, se calla.
Después de almorzar ponen música y Falcao sale a bailar con Ana, después Frank con Marisa, Davy me sienta en sus rodillas y ya ha tomado por tres.
―No tomes más ―le digo. Me besa la espalda, después me corre la cara y me muerde el cuello.
―Davy, estamos con gente. ―Lo miro de reojo.
―Quiero cogerte, ya no aguanto más. Quiero otro hijo.
―Estás en pedo, Davy. ―Él me mira y le saco la bebida.
―¿Te pusiste la inyección? ―me pregunta, acariciándome la cara.
―Sí ―le contesto―, me la tengo que volver a poner la semana que viene.
―No te la pongas, nena ―dice en mi oído. Ni loca dejo de ponérmela.
―Después hablamos ―le contesto.
Le digo a Marisa que Davy está en pedo y ella va al jardín de invierno y empieza a levantar las bebidas.
―¡Eh, nuera! ¿qué pasa? ―dice mi suegro y Frank con mala cara.
―Es tarde, vamos a dormir una siesta ―digo señalando a Davy, que me mira.
―Bueno, Anita, vamos a dormir. ―Le dice a ella. Mi suegra se ríe y lo abraza.
―Ya les preparé la pieza de arriba ―dice Marisa.
―Vamos, amor ―le digo, ayudándolo a levantarse.
Todos nos acostamos, cuando me acuesto, sé que vamos a tener una siesta larga, pues cuando Davy toma, se excita más de lo normal. A diferencia de Frank, que se duerme enseguida, según me cuenta Marisa riendo.
Después de desgarrarnos la piel en nuestro juego sexual, besos, caricias y todo lo que nos gusta, nos dormimos rendidos en una siesta.
Me levanto y no hay nadie. Todos se han ido. Levanto al nene, lo baño y le doy de comer. Cuando estamos en la cocina, Davy se levanta. Lo miro y se me seca la boca. Es muy bonito, demasiado. Ese es un gran problema, pero no hay solución.
Lleva el pantalón del piyama sobre sus caderas, en cueros y descalzo. Es un metro noventa de puro músculos, su cara es perfecta y sus ojos grises acompañan esos labios también perfectos. Lo miro, está medio dormido, se agacha dándole un beso al bebé, se aproxima a mí y me susurra:
―Quiero más ―dice sonriendo.
Yo le acaricio la cara y le doy un piquito.
Le sirvo una taza de café fuerte, mientras yo tomo mate.
―¿Se fueron todos? ―pregunta él, tomando un trago de su café.
―Sí, están en la casa de Frank, me dejaron una nota ―digo.
―¿Qué pasa con Albi? Le iba a preguntar a tu papá, pero me di cuenta que no quería hablar. ―Él me mira.
―Se enamoró ―dice, poniendo cara de culo.
―¿Y cuál es el problema? ―digo―. No me digas que es por la condición social ―pregunto. Él me mira serio.
―Eso no sería problema, se enamoró de una mujer.
Yo me quedo helada, pero reacciono enseguida.
―¿Y cuál es el problema?
―Sofí, ES UNA MUJERRRRRRRRR ―grita―. Está loca, ¿qué le pasa? Un gay en la familia… Sabes cómo está Falcao, ¿no? Loco. ―Mueve la cabeza.
―¿Y de dónde es la chica?
―De la isla, es brasilera ―contesta, enojado.
―Me da lástima, porque el amor es así, no elegís de quién enamorarte. Eso llega y pasa, si ella es feliz, ¿por qué se tienen que meter los demás? ―Lo miro, reprochándole sus palabras. Él me quiere matar con esa mirada que conozco.
―Sofí, no te metas por favor. Deja que ella se arregle ―afirma, sabiendo que algo más voy a decir.
―¿Y tu mamá qué dice? ―seguro Ana la va a ayudar.
―Nadie quiere saber nada, pero ella dice que se aman. Dios mío, está loca.
―Cambiando de tema, contadme qué es eso de la pintura. ―Le sonrió. Me gusta que pinte.
Apoyo mis antebrazos en la mesa y espero su respuesta. Se acomoda en el taburete y me pone frente a él.
―En mis años locos… ―empieza a decir, sonriendo y ese hoyuelo en su mejilla se hace presente. No lo dejo hablar, me paro entre sus piernas y le muerdo el labio.
―Te amo mucho ―le susurro. Me agarra de los cachetes de mi cola, me aprieta a su pecho y me come como siempre la boca.
―Te amoooooooo ―susurra y su boca me hace feliz. Me corro y lo dejo que me cuente.
―Cuéntame qué pasó en tus años locos. ―Mis dedos no pueden dejar de acariciarle el rostro.
―Después de recuperarme un poco de toda mi locura ―dice sonriendo y sé a qué se refiere, pues Marisa me ha contado que era un desastre en todo, principalmente con las mujeres―. Falcao no sabía qué hacer, si matarme a palos o desheredarme.
Y se sonríe.
―Bueno, después me calmé. Algo ―dice con cara de pícaro―. Y me puse a pintar, y lo hacía muy bien. Mi mamá expuso en la isla mis cuadros, sin yo saberlo, y los vendió todos. Después viene a trabajar acá, y me olvidé de mi hobby. ―Cuenta con nostalgia.
―Qué lindo, vuelve a pintar ―propongo. Es un lindo hobby―. ¿Y qué pintabas? ―pregunto.
Estúpida de mí, ¡qué va a pintar! Y después caigo, no sé por qué le pregunte eso.
―Mujeres ―dice, mirando hacia otro lado―, pero también paisajes, barcos.
―Mujeres, ¿cómo? ―pregunto y la vena se me va hinchando. Pienso con todas las que se habrá acostado en la isla y la rabia me puede. Imaginarlo a los veinte y pico, con ese cuerpo y esta cara… Ya no me interesa la contestación.
―Desnudas ―dice.
¿Para qué le habré preguntado? Ya no quiero saber nada más.
―Pero ahora me gustaría hacer un retrato tuyo o de mi hijo ―dice, adivinando mi enojo y abrazándome―. Hoy y siempre, mi Sofí ―dice mordiéndome el cuello―. Esos años son pasado y el pasado es eso, solo pasado. Hoy lo que quiero lo tengo entre mis brazos en este momento ―dice mordiéndome el labio―. No quiero nada más.
Los meses siguientes los pasamos casi recluidos en casa. Yo escribiendo y Davy pintando. Solo salimos lo necesario y nos damos cuenta que solo los tres en casa casi no nos peleamos.
Carmen viene todos los días a ayudarme con la casa y el nene, pero cuando ella viene, él no sale del cuarto de pintura, porque siempre anda medio en bolas. Él se mata de risa y sale cuando ella se va.
Una tarde, Frank nos llama para que vayamos un rato a su casa, yo no quiero ir, pues estoy por terminar un capítulo de mi novela.
―Anda vos ―le digo a Davy―, pero no tomes mucho.
―No, nena. ¿Quieres que lleve el nene, así juega con Mia? ―me pregunta.
―Bueno, pero no vengan tarde.
Me da un beso, agarra al nene y se van.
Cuando se van son las cinco de la tarde. Marisa me llama para que vaya, pero al no poder convencerme, desiste.
Me encierro en mi escritorio y me pongo a escribir. Me entusiasmo tanto, estoy tan compenetrada en la escritura, que me olvido de la hora. Cuando me doy cuenta, son las nueve de la noche. Pienso en el baño de Brunito y su comida y la llamo a Marisa.
―Hola, Marisa, dile a Davy que venga con el nene, que es tarde.
―Ay, nena, no te enojes, pero Davy se fue con Frank y con un amigo a tomar algo y todavía no vinieron. Los estoy llamando, pero tienen el celular apagado ―contesta―. Son unos hijos de puta. Los nenes los tengo yo, ya les di de comer.
Empiezo a putear. Será imbécil. Puteo y maldigo en todos los idiomas posibles. Me arreglo y voy a buscar a mi hijo.
Ni entro a la casa, estoy volando de bronca e indignación.
―¿A qué hora se fueron? ―le pregunto antes de retirarme.
―Cuando vino Davy ―dice―, llegó un amigo de ellos y se fueron. Cuando llegue Frank, lo mato ―murmura.
Me voy a mi casa, y me canso de llamarlo. El celular está apagado.
A las doce llega el desgraciado más borracho que una cuba.
Entra despacio, el nene ya está durmiendo y yo estoy sentada en la cocina escribiendo.
Me mira, tiene el pelo revuelto, colorado y cansado.
―Perdón, amor ―dice acercándose―, me pasé con las copas.
Me acerco mientras lo miro y lo huelo en el cuello. Y aun borracho es asquerosamente sexi.
No dice nada, solo me mira. Apoyo mi nariz en su cuello y él se corre.
―¿Dónde estuviste? ―Se asusta, mi expresión es de terror.
―Con Frank y un amigo tomando ―dice y sé que miente.
Levanto mi dedo, apuntándolo.
―Sos una mierda, estuviste con una mujer ―le grito y él agacha la cabeza.
―Yo no ―dice.
―MENTIROSOOOOOOOO. Me tienes podrida ―le grito―. ¿Otra vez empezaste con las andadas?
―Nena, yo solo tomé, te lo juro ―dice insistiendo―, pregúntale a Frank.
―¿Pero vos me crees estúpida?, ¡qué me va a decir él! ―Sigue suplicando que le crea.
La llamo a Marisa, y ella me dice que fueron al cabaret, que Frank y el amigo sí estuvieron con mujeres, pero Davy no.
―No te creo una mierda ―le grito a ella―. No sé cómo haces para que a vos no te importe, pero a mí sí me importa ―le sigo gritando como la loca que estoy.
Davy está parado en la puerta de la cocina sin decir nada, tieso. Como un chico esperando su castigo. Lo miro y no puedo creer que otra vez me haga lo mismo. Lloro de la bronca que tengo, no sé qué otra cosa hacer. Lo puteo de arriba a abajo diez veces. Él sigue parado ahí, sin dar señales de vida.
―Anda a bañarte, y acóstate en la otra pieza. NO QUIERO VERTEEEEE. Córrete de mi vista.
Y me meto en mi dormitorio, no sin agarrar al nene y acostarlo en mi cama.
―Sofí, no me acosté con nadie, solo tomé ―repite, arrepentido, gritándome una y otra vez. Me doy vuelta y lo miro.
―Ya lo voy a averiguar. Si me entero que estuviste con otra, lo vas a lamentar. ―Estoy completamente envenenada, él me agarra del brazo, pero como estoy con el nene, me suelta.
―NOOOOOO TE ENGAÑEEEEEE. Créeme, mierdaaaa, te amooooo ―grita.
Me acuesto y la desdicha se apodera de mí y como siempre lloro y lloro por él, sintiendo en mi alma la más furiosa de todas las tormentas. La depresión se apodera de mí, recordando todos los malos momentos y traiciones que me ha hecho vivir. Mi corazón tiene más cicatrices que alegrías. Ya no sé si soy feliz y la duda se apodera de mis pensamientos una vez más. Ya no tengo fuerzas ni para irme.
Al otro día a primera hora llega Frank. Cuando abro la puerta, mis ojos se clavan en los de él, tirándole dardos envenenados.
―Sofí ―dice―, Davy solo tomó. Créeme que fue así, él no haría nada por miedo a perderte, lo aterra que te vayas ―termina diciendo.
―No sé si creerte, ya no tengo fuerzas para pelear por él ―contesto.
―No digas eso, él te ama, no hizo nada. Te lo juro por Mia ―dice.
―Me rompió tantas veces el corazón, que ya no sé lo que siento ―le digo.
―Créeme, nena. Jamás haría algo para perderte ―dice Davy atrás mío. Frank se pega media vuelta y se va.
―No te creas que te la vas a llevar gratis. Espero que no me hayas engañado, no sé si te creo, pero igualmente ¿por qué tienes que tomar como si fuera la última vez? ―Le grito, enojada.
―No voy a ir más. Perdóname ―me pide.
―No, claro que no vas a ir, porque si vuelves a ir, yo también voy a empezar a salir ―le contesto―. Déjame pasar.
Y lo corro para ir a buscar el nene.
No le hablo por cinco días, ni le hago la comida, se la tiene que calentar él. Carmen me cocina todas las semanas, y las guardamos en el freezer.
Como saben que estamos enojados, nadie viene a casa.
Una mañana, el nene entra en el cuarto que pinta Davy. De un tarrito se toma un poco de pintura, entra en la cocina vomitando a los gritos, lo miro y me doy cuenta lo que hizo. Empiezo a los gritos.
―Davyyyyyyyyy ―grito. Él sale corriendo del baño. Cuando lo ve al nene casi muere. Lo llevamos enseguida al hospital.
Enseguida lo atienden y tienen que hacerle un lavado de estómago.
Lo veo a Davy agarrarse la cabeza, pero estamos uno en cada punta, sin hablarnos. En ese momento llegan los Falcao.
La doctora sale y nos dice que va a estar bien. Nunca me mira a mí, solo se dirige a Davy. Después lo lleva a un costado y le habla, se nota que se conocen, ella le agarra el brazo y se sonríe, pero él se lo retira delicadamente y se aleja de ella mirándome.
Marisa viene a mi lado y me pregunta cómo está el nene, Frank se pone a hablar con Davy. Se nota que le cuenta lo que la doctora le dijo, y él hace seña, pero yo que he visto todo, ya estoy loca como una cabra.
Tenemos que esperar seis horas y después le dan el alta al nene. Él lo va agarrar y yo se lo saco de los brazos.
―Si hubieras cerrado la puerta, él no hubiera entrado ―le grito adelante de todos.
Él me mira y calla. Marisa y Frank se van, nosotros subimos al auto y nos vamos a nuestra casa. Cuando llegamos la pelea se hace presente una vez más. Nos decimos de todo, él se encierra en su cuarto de pintura y por cinco días más ni nos miramos.
Todo se derrumba entre nosotros una vez más, dormimos en piezas separadas, él sale por horas solo, quién sabe dónde y yo también empiezo a salir con mis amigos.
Una noche yo me estoy preparando para salir y él entra en mi habitación.
―¿No sabes golpear? ―le grito mientras me estoy arreglando. Ni lo miro.
―¿Otra vez vas a salir? ―dice con cara de culo.
―¿Vos no salís? ―le pregunto?
―Sofí, yo no voy a bailar con nadie. Yo voy, tomo unas copas con mis amigos y vuelvo a casa.
―Dijiste que no ibas a ir más ―le contesto.
―Tú sales y quieres que yo no salga. ―Imbécil, pienso.
No le contesto, le doy un beso al bebé.
―Carmen se queda a cuidarlo.
Y me voy dejándolo parado en medio de la habitación. Llego al boliche de siempre en compañía de mis amigos del gimnasio.
Creo haber perdido el poco sentido común que me quedaba. Bailo, me divierto y tomo unas copas de más, queriendo olvidar todas las mentiras y conflictos que me está trayendo esta relación con mi chico, que es un gran dolor de cabeza. Cuando empieza la canción que más me gusta de Mark Anthony, ya no sé dónde estoy parada, pero igual salgo a bailar como una loca.
Unos de mis amigos baila conmigo haciéndome girar y girar, siento que me voy a caer de bruces al suelo. Y de pronto siento unas manos grandes que me sujeta de los hombros y me para enfrente de él. Noto que mi amigo se corre y me deja sola. Él está parado ahí, justo ahí, con un vaquero y una camisa azul impecable, elegante como siempre, sosteniéndome, cuidándome que no me caiga. Sus ojos escrutan los míos, sus labios pronuncian palabras que no tienen sonidos. La música está tan fuerte que solo veo mover esos labios carnosos, su sonrisa me da tranquilidad, sus manos bajan a las mías y las sujetan con firmeza.
―Me parece que alguien ha tomado de más ―dice, sonriendo.
―Manu ―digo, sorprendida.
―Me parece que no te están cuidando ―dice poniendo su linda cara de costado.
Siento tanta frustración por sus palabras, que me tapo la cara con mis manos y me largo de llorar. Al ver mi reacción, putea en lo bajo. Me agarra del brazo y me saca del boliche. La suave brisa me devuelve un poco la razón. Me abraza y me mete en su auto. No sé adónde vamos. Me siento traicionada, vacía una vez más… ¿y van…?
Él me acaricia la mejilla, tratando de aliviar mi desconsuelo. Para en un pub alejado, nos sentamos y pide dos cafés. Su mirada me suplica que le cuente lo que me pasa, aunque su boca no se abre, solo me observa.
―Sofí, pequeña ―empieza hablar―, ¿por qué estás así? Me da tristeza verte así ―susurra, tomando mi mano.
―Me peleé con Davy.
Le cuento todo, él me escucha muy atento.
―¿Tú lo sigues queriendo? ―me pregunta, sé que espera que le diga que no.
―Sí, Manu, yo lo amo ―contesto muy a su pesar, sabiendo que sus esperanzas de estar conmigo caen por un barranco.
―A veces el amor suele ser doloroso ―dice, y sé que lo dice por él―. Siempre voy a llevar en mi corazón mis salidas contigo, tus sonrisas las guardo en un rinconcito de mi alma ―murmura muy despacio, mirándome―. Aunque hay una diferencia muy grande. Ustedes se aman, yo en cambio siempre supe que solo yo te amé, pero lo acepto, así es el amor. Me duele verte sufrir, me resisto a que sufras. O lo perdonas o lo dejas. Es tan simple como eso ―dice, acariciando mi mejilla―. No te permitas, ni le permitas a nadie que te haga sufrir, sabes que puedes contar conmigo siempre. ―Su voz me tranquiliza y sus ojos en silencio pronuncian todo lo que me ama.
Me da una tarjeta.
―Sé que él té hizo borrar el número ―afirma, pero yo se la devuelvo.
―Gracias, pero no, sería para más problema. ―Siempre es tan correcto, caballero. Tendría que haberlo conocido a él antes que a Davy.
―Como quieras, pero tú sabes que en el banco siempre me vas a encontrar.
―Llévame a casa, por favor ―le pido.
Nos levantamos y me deja en una parada de taxi. Me besa la mejilla y me dice:
―Te quiero Sofí, cuídate.
Cuando llego a casa me siento culpable. ¿De qué?, no sé, pero el solo hecho de estar con Manu me pone nerviosa.
“Ojalá que él no esté”, pienso cuando entro.
Pero él está ahí, sentado en el living, cambiado y, como siempre, un bombón. Su mandíbula se le cae al suelo.
Me mira mal.
―¿Dónde estuviste? ―pregunta. Miro el reloj del salón y son las tres de la mañana.
Mierda, se me pasó la hora.
―Fui a bailar ―y sigo caminando.
Me asomo en el dormitorio y el nene no está. Lo miro.
―¿Dónde está Brunito? ―Su mirada oscura anuncia pelea en puerta.
―En su pieza, donde tiene que estar ―contesta enojado, y sé que se va a acostar junto a mí.
―¿A qué boliche fuiste? ―Ya no pregunta, grita.
―¿A vos que te importa? ―contesto, rezando que se aleje.
―CONTESTAME ―grita―, ¿dónde mierda estuviste?
Los ojos despiden fuego, está enajenado, violento, sacado. No le contesto, entro en la cocina y me sirvo un vaso de agua. Cuando lo voy a tomar, me lo saca de las manos, se para enfrente mío.
―¿Es para bajar el café que tomate con el banquero? ―Me quiero morir, mi cara debe ser un poema, me pongo colorada como un tomate. Se lo saco de la mano y me lo tomo de un tirón.
―¿Y vos qué carajo te importa? ―Le contesto―. ¿Yo te pregunto a dónde vas?
Me agarra la mandíbula con una mano y grita.
―Si te tocó, mañana lo mato, ¿escuchaste? ¿QUÉ MIERDA HACÍAS CON ÉL? ―exclama, sacado.
Como soy más loca que él, no le contesto. Sé que eso lo enoja más. Camina atrás mío.
―¿Porque me haces esto? ―grita, agitando las manos.
―Sos un caradura, ¿vos no te fuiste la noche pasada? ―le grito.
―Sofí, yo fui a tomar. Sí, tomé de más, pero no me acosté con nadie.
―Yo tampoco me acosté con nadie. ―Los dos estamos enfurecidos.
―¿Me estás jodiendo? Te viste con él, ¿qué tengo que pensar?
―Lo vi en el boliche, me vio llorando y me invito un café, nada más.
―¿Y te subiste a su auto? Si yo subo a alguien en el auto ¿qué pasa?
―¡Basta! ―le grito―. Me tienes harta, me voy a dormir.
Me dirijo a la pieza de Brunito, que al lado de su cuna hay una cama. Me desvisto en un segundo, voy al baño, y cuando salgo está recostado en la puerta con los brazos cruzados, mirándome. Me acerco a la cama, y cuando voy a acostarme me levanta en brazos.
―Suéltame ―me sacudo entre sus brazos.
Me ignora, me alza y me lleva a nuestro dormitorio. Me baja despacio y me acuesta.
―No quiero más pelea, este es tu lugar ―dice señalándome la cama.
Me tapo hasta la cabeza y me quedo quieta. Tarda minutos eternos en acostarse, siento el agua de lluvia caer y cuando me estoy durmiendo, siento que se acuesta. Ni me muevo, pero su perfume inunda la habitación. No se acerca, pero los dos nos deseamos. A los diez minutos se acerca y con sus brazos me cubre el cuerpo, soy tan patética que me quedo quieta y siento su sonrisa en mi oído.
―Sé que no pasó nada con ese imbécil ―afirma.
―Y si lo sabes, ¿para qué me preguntas? ―Sigo muy enojada.
―Porque quería que me lo dijeras tú, pero que te quede claro que no quiero que nunca más subas a su auto, ni al de nadie. ¿Me escuchaste? ―Me dice y sé por su tono de voz que es una orden―. ¿No quieres que te toque? ―pregunta el arrogante, sabiendo que muero por sus huesos.
―NOOOOOOOO ―le grito, agarrando sus fuertes brazos y arrimándome más a él.
―Mi pequeña, sabes lo que me haces, ¿no? ―pregunta, mordiéndome el cuello.
―¿Qué? ―le contesto, sonriendo.
―Me vuelves loco, loco de amor, quiero amarte cada minuto de mi vida, quiero vivir pegado a ti hasta que muera, ¡te amo! ―susurra, apoyando su cara en mi cuello.
―Yo también te amo, pero a veces sos insufrible. Tu pasado me atormenta, sos frustrante, loco, me haces perder la razón ―sigo sintiendo su sonrisa.
―¿Algo más? ―dice lamiéndome el oído.
―Arrogante, atractivo, sensual, posesivo, loco, pero te amo como nunca amé a nadie. Solo por eso te aguanto y si te veo con otra, ¿ya sabes no?
―Ya sé, pero ni en tus mejores sueños va a pasar. Jamásssssssssssss. Todo eso es pasado. Tú, nena, eres mi presente, mi todo. Sin ti no existo ―continúa diciendo. Su mano ya está sobre mi sexo. Yo estiro la mía y le tomo el pene.
―Ay, mi pequeña, te voy a hacer feliz siempre, no lo dudes.
Sus manos recorren mis pechos, masajeándolos hasta ponerlos duros. Su lengua busca la mía, me corre la cara de costado y la mete suavemente en mi boca, con ansias. Se saludan quedando enredadas en un baile sin fin.
Estamos ardiendo, nuestros cuerpos empiezan a temblar y el fuego se ha encendido y el juego comienza, una vez más. Sus manos ardientes de deseo se deslizan por mis nalgas, apretándolas. Siento en mi oído como gruñe.
―TE AMOOOOOOOO, amor ―pronuncia sobre mi cuello sin dejar de lamerlo. Y no hace más que acrecentar mis locos deseos por él.
Me doy vuelta y me lanzo sobre su pecho. Lo lamo muy despacio, milímetro a milímetro. Sus ojos grises buscan los míos, sus labios entreabiertos pronuncian palabras llenas de promesas.
Pasamos minutos enteros acariciándonos, besándonos. Me agarra los brazos y los pone sobre sus hombros, mientras no deja de besarme y adorarme. Su mano acaricia mis pechos suavemente. Me gira rápidamente, con una sincronización veloz, quedando su cuerpo sobre el mío. Se inclina sobre mí y mientras baja muy despacio, su lengua va explorando mi cuerpo. Se detiene en mis pechos que los lame dulcemente, sin dejar de mirarme. Lame mi vientre, haciendo círculos en mi ombligo. Sus grandes manos levantan mis caderas y él se arrodilla ante mí. Mete su boca entre mis piernas, mientras su lengua busca mi sexo y empieza su trabajo buscando mi placer. Lame los bordes con mucho cuidado, mete y saca su esplendorosa y ardiente lengua, haciéndome el amor una y otra vez. Su lengua busca mi clítoris hinchado, lamiéndolo con pasión. Grito su nombre mil veces y mi cuerpo se arquea desesperado. Me tiemblan las piernas cuando sé que el orgasmo está a punto de llegar.
―¡Davyyyyyyyy! ―grito. Él apura los lametones y mi orgasmo sale a la luz saludándonos, extrae todos mis jugos y vuelve hacia mí para besarme. Sin permiso mete su lengua en mi boca, convidándome mis propios jugos. Me abraza unos minutos hasta relajarnos.
―Ahora te voy a coger ―dice sabiendo que voy a gritar otra vez.
Me da vuelta poniéndome de espaldas, me abrazo a la almohada mientras con sus rodillas abre mis piernas. Me lame el cuello y lo muerde. Está muy caliente, sus manos pasean por toda mi espalda, apoya la palma de la mano en mi culo, y me abre las nalgas.
―Te deseo tanto, tanto, nena. ―Ya está gruñendo. Ya estoy gimiendo.
Mi sexo palpita enloquecido y siento la punta de su pene en mi trasero, lo va acercando de poco a poco. Sé que me está provocando.
―TE AMOOOOOOO.
Aunque me engañe, sé que es así.
Y de una sola y fuerte estocada, me penetra. Creo desmayar de la sensación de dolor y placer que este, mi loco, me da.
―¿Todo bien? ―pregunta, sonriendo el muy cabrón.
―¡Más! ―le grito, sabiendo que lo estoy desafiando.
―Mi nena quiere más ―murmura con voz ronca y cargada de lujuria.
Y sin miramiento la saca y la pone como un loco. Gruñe, transpira y yo grito de placer. Los dos sabemos que este es el juego que más nos gusta. Sube y baja de mí como si nada. Mi cuerpo se rinde a él y él hace lo que quiere, gritando mi nombre con cada golpe certero. Me posee de mil formas distintas, pero siempre con la misma intensidad. Me falta la respiración, pero le ruego más y más.
Le grito, y él se desespera. Noto las gotas de transpiración en mi espalda, bajo mis manos y aprieto su trasero duro como una roca.
―Me vas a matar ―afirma, hundiéndose más en mí, mientras un gran orgasmo asoma y nos deja sin respiración.
Jadeamos, gritamos, nuestros cuerpos quedan pegados, sin moverse por minutos interminables.
Se recuesta a un costado mío, y quedamos como nos gusta, acurrucados. Mi espalda en su pecho, me abraza con sus largos brazos y yo los acaricio muy suavemente. Me corre la cara, mientras muerde mis labios.
Suavemente murmura:
―No me dejes nunca, moriría sin vos.
Y así, muy lentamente, nos vamos durmiendo. Pero como siempre lo hace, tiene que hacerlo otra vez.
―Sofí ―dice el muy desgraciado―, ¿estás durmiendo?
―¡Sí! ―Me cago en Falcao.
―Sofiiiiiiii.
―¿Qué quieres? ―digo casi dormida.
―CASATE CONMIGO. ―Y me besa el cuello suavemente.
―NOOOOOOOO. ¡Déjame dormir!
―POR FAVOR, ¡TE AMO! CASATE CONMIGO.
Y su mano se apoya en mi sexo.
―Mañana te contesto ―digo sonriendo.
―Eres una bruja ―dice invadiendo mi cuello, marcándolo.
―Y vos un cabrón. ¡QUIERO DORMIR! Por favor ―contesto entre sueños.
Y acariciándonos nos dormimos como siempre, impregnados en el olor a sexo que nuestros cuerpos despiden, embriagados de este amor loco, salvaje y terriblemente posesivo.
Cuando me levanto estoy sola en la cama, sé que Davy ya atendió al nene. Me saco la remera, me ducho y me quedo bajo el chorro de agua caliente mientras mi cuerpo se va despertando.
Me seco y me pongo un vestido, unas chatitas y voy a la cocina. Escucho voces y sé que está mi suegro hablando con Davy, por supuesto en alemán. Me quedo tras la puerta y escucho que se matan de risa. Mi suegro le está contando que la noche anterior tomó la pastillita. Y yo me pregunto, ¿qué pastillita?
Davy se mata de risa y le pregunta si le dio resultado. Y él le dice que sí, pero que Ana se enojó porque eran las cuatro de la mañana y seguía queriendo más.
―Casi me mata. ―Y se descostillan de risa.
Son terribles los Falcao, pienso, siempre se las van a ingeniar para hacer el amor. Me agarra una tentación de risa y vuelvo al baño a reírme. Cuando se me pasa, salgo.
Mi suegro está con el nene en brazos y Davy todavía se está riendo.
―Buenos días ―saludo. Le doy un beso a mi suegro y al nene.
―¿Y a mí? ―dice Davy estirando su mano, para agarrarme.
Está sentado en el taburete de la cocina tomando café con el piyama, una remera y descalzo. Me acerco a su cuerpo, tomo con mis manos su cara, y él me toma de la cintura, arrimándome más. Sus labios buscan los míos, lo beso y él susurra en ellos.
―Estás hermosa, ¿lista para amarnos otra vez? ―Yo le muerdo el labio y me pongo de espaldas a él.
―¿Todo bien? ―pregunta mi suegro .
―Sí ―contesto mientras Davy me cubre con sus brazos mi cintura, apoyando su hermosa cara en mi cuello.
―Ya lo cambié a Brunito ―afirma él―. Y le di de comer.
―¿Qué pasa con los Falcao que se han vueltos unos gobernados? ―Nos mira―. Pasé por la casa de Frank y estaba cambiando a la hija.
―Así tiene que ser suegro. ―Lo miro y le sonrió. Davy me pega en la cola.
―¿Qué van a hacer hoy? ―Sabemos que quiere ir a almorzar afuera.
―Yo voy a escribir ―contesto―. ¿Y vos? ―le pregunto a Davy.
―No sé, tengo que ir a firmar unos papeles a la empresa ―dice mirándome―. Acompáñame, cambia al nene y vamos. Dale ―me ordena―. Cuando termine vamos a almorzar al resto, ¿vamos Falcao?
―Vamos ―contesta él, sonriendo con el nieto en brazos.
Me cambio, me pongo un pantalón negro, una blusa y unos tacos altos. Lo cambio al nene y voy a buscar a los hombres que están en la cocina. Davy se puso traje, pero sin corbata, está para la mesita de luz.
―Estás para comerte ―dice.
―Cállate ―le digo mientras veo a mi suegro que viene hacia nosotros. Él se ríe y nos vamos.
Como siempre cuando llegamos, las empleadas de él se desarman para saludarlo. El muy arrogante entra con su hijo en brazos, solo saludando con la cabeza. En cambio, mi suegro se para y les da, a todas, un beso. Davy lo mira y pone los ojos en blanco, yo me rio y subimos en el ascensor camino a su oficina.
―¿Puedes dejar de ser tan efusivo con las empleadas? ―dice mi chico, besando a su hijo.
―Tú porque siempre tienes cara de culo ―dice mi suegro riendo.
―Son empleadas, papá, no son tus amigas. ―Y ya le muestra su cara de culo.
Me pongo a jugar un rato con el nene mientras ellos ordenan papeles y firman unas pilas de ellos. Abro el celular y marco un número.
―¿Con quién vas a hablar? ―pregunta Davy, levantando la vista de los papeles.
―¡Qué rompe pelotas, hijo! Déjala hablar ―dice Falcao. Y Davy lo fulmina con la mirada. Mi pobre suegro se calla.
―Voy a hablar con mi suegra. ―Davy me vuelve a mirar, sus ojos me perforan y sé que quiere escuchar lo que hablo.
Me paro y voy a su lado.
―Hola, Ana ―digo y ella se alegra de escucharme. Davy se queda a mi lado, está más celoso que nunca y la verdad que me gusta aunque es bastante pesado―. Vení para acá, así conversamos ―le pido. Ella asiente y me pregunta por el hijo―. Acá está, a mi lado ―confirmo. Le paso el celular a él.
―Davy, hijo, ¿cómo van tus cosas? ―pregunta.
―Todo bien. Trae caipiriña ―dice riendo y me mira, yo se lo saco de las manos y sigo hablando con ella.
Agarro el nene y voy afuera de la oficina para hablar, sin que él me escuche. Apenas pongo un pie fuera, me llama.
―Sofiiiiiiiii ―grita mi chico de adentro.
―Te corto por que el rompe pelotas de tu hijo me llama.
―Mañana voy y arreglamos todo ―me contesta.
―Acá estoy, sos un rompe pelotas ―le digo mientras voy entrando.
Mi suegro le dice:
―Hijo, tú tienes un problema con tu mujer, ¿no?
―¿Amarla demasiado es un problema para ti? Bueno, terminemos, así nos vamos ―dice él, y mi suegro lo mira haciéndole burla―. Te vi, Falcao ―dice mi chico, sonriendo.
Cuando estamos saliendo, viene una mujer y le dice a Davy:
―Nos faltó la modelo, tenemos que hacer ya el comercial. ―Mi suegro lo mira a él y me mira a mí. Davy pone los ojos en blanco, agarra al nene en brazos y a mí de la mano y nos dirigimos al ascensor.
―¡Davy! ―le grita el padre.
―¡NI LO SUEÑESSS! ―Mi chico me mira de costado y yo le sonrió. Se agacha y en mi oído dice―: NI LOCOOOO.
―¡Davyyyyy! Hijo, solo esta vez ―le pide el padre.
―Ni se te ocurra, Falcao. Mi mujer no trabaja más ―dice subiendo en el ascensor.
Como siempre, al salir él saluda con la cabeza a las empleadas. Una se acerca para besar al nene, cosa que a él no le gusta. Me mira y yo lo miro mal. Él se acerca a ella para que bese al nene.
―Es hermoso ―dice ella, pero ahí me doy cuenta cómo lo mira a Davy, en su mirada hay deseo y no me gusta.
―Vamos ―le digo y empiezo a caminar, él se apura y me agarra de la mano. Me besa la cabeza y se mata de risa.
―No te rías ―lo reto. Abre la puerta del auto y subimos.
―¡ZORRA! ―grito, y él sigue riendo.
―¿Quién es el celoso? ―dice, pasándome la mano por el pelo.
―¡Busconas de mierda! ―Y ya me enojé, le saco la mano de mi pelo.
―Vamos a almorzar ―dice él, sonriendo.
Llegamos al resto, como siempre él tiene su mesa reservada, pedimos la comida, mientras él alza a su hijo haciéndolo reír. Se acerca el encargado y lo mira al nene.
―Es hermoso tu hijo ―exclama el hombre.
―Es un Falcao, ¿qué esperabas? ―dice el muy arrogante. Yo levanto los ojos y el hombre que lo conoce de años, se mata de risa.
Nos traen la comida y entre conversación y conversación le pregunto por el nene que tiene el padre. No le gusta la pregunta y no me contesta.
―¿Davy? ―le vuelvo preguntar. Apretando los dientes, me cuenta.
―Mira, amor, me da tanta bronca que grande, como es, se dejó engatusar por una cualquiera. No puedo creer cómo cayó en eso. ―En el tono de su voz refleja su rabia―. Sofí, hay mujeres que lo único que quieren es dinero. Ya le pidió una casa ―murmura, enojadísimo.
―Pero tuvo un hijo ―contesto―, ¿por qué no se cuidó? ¿Y Frank y Ana? ―le pregunto―. ¿Qué dicen?
Y me doy cuenta de que es la primera vez que está hablando de esto.
―Frank le dijo de todo, como yo. El sexo es eso, solo sexo, si uno no se cuidara tendría hijos por todos lados ―dice sonriendo.
Lo miro, e imagino con todas las mujeres que ha estado él, y como siempre mi humor cambia en un segundo. Mi estómago se revuelve ante la visión que recuerdo de esas mujeres, medio desnuda en el cabaret aquella noche. Él lo advierte, me acaricia, se acerca y me besa en la boca.
―Yo solo quiero hijos contigo, muchos ―dice riendo.
Le acaricio la barba, le agarro la nuca y lo atraigo contra mi cara.
―Yo también ―digo―. Te amo, mucho.
Él muerde mi labio y me pasa muy suavemente su lengua. Ya estamos calientes los dos.
Pedimos el postre y el nene al ver las copas heladas aplaude y nosotros nos matamos de risa. Davy le corre el pelo de la carita, lo tiene largo, pero no quiere que se lo corte. Es tan rubio como el de él, agarra la cuchara y le da muy despacio el helado.
―Vamos al shopping ―le digo―, quiero comprarle algo al nene.
―Vamos, de paso quiero comprar chocolates ―dice, mirándome, sabiendo a qué se refiere.
Mientras entro en un local de ropa para niños, él va a la casa del chocolate. Elijo dos camperitas, y unos pantaloncitos para Brunito. Todas en la tienda están embobadas con él. De pronto veo que las tres empleadas giran sus cabezas para mirar atrás de mí, y sé que él ha entrado. Mi chico.
Las caras de ellas son un poema, y yo sonrío para mis adentro. Aunque tendría que estar ya acostumbrada, me he vuelto más celosa que él. El muy desgraciado lo sabe, y les sonríe. Me toma de la cintura y me besa la cabeza.
―¿Y, nena, qué le has comprado? ―pregunta sin dejar de sonreír.
¿Pero cuándo ha sonreído tanto?, me pregunto, y le doy un codazo. Él me mira.
―¡DEJA DE SONREIR! ―Lo intimido con mi mejor cara de culo. Él se pone serio y va a pagar.
Yo agarro a mi hijo y salgo del local, el viene atrás mío, me saca al nene de los brazos y me dice:
―Sofí, no te enojes. ―Me da las bolsas, y con la otra mano me abraza. Pero cuando él está poniendo al nene en su sillita, se aproxima un hombre, me mira insistentemente. Yo lo miro y miro a Davy sin entender. Ya Davy está a mi lado.
―¿Perdón? ―dice él muy educadamente―. Usted es Sofí, ¿no? ¿La chica de las publicidades?
―Sí ―contesto―, pero ya no trabajo más ―digo.
―Soy un empresario de ropa fina, de una marca muy conocida y quisiera que sea el rostro de nuestra marca ―dice él―. Por el dinero no hay problema ―insiste.
―Creo que no escuchó bien ―dice Davy, fulminándolo con la mirada―. Le dijo que no trabaja más.
―Perdón que insista ―dice él y ya mi chico se le va acercando demasiado―, pero como escuché que va a hacer un desfile exclusivo en tres días para las marcas más famosas, pensé que había vuelto a modelar.
En este momento quiero que la tierra se abra a mis pies y me trague. La cara de Davy se transforma y la cólera se apodera de él y empieza a temblarle la barbilla. Su mirada hacia mí es letal, sus ojos le brillan y sin hablar su mirada exige que le conteste. Me quedo muda, mi boca se paraliza, no se abre. Me mira y sabe que es verdad.
―Perdón ―digo―, estoy apurada.
Me subo al auto. El pobre hombre no entiende nada y queda parado hablando solo, pensando que debo estar media loca. Y si pudiera abrir mi boca, le diría que sí. Puede que estar junto a este hombre tan neurótico, celoso y cabrón me haya hecho perder la cordura.
Davy sube y me mira de costado. Sé que otra vez la pelea está servida.
―¿Cuándo me lo ibas a decir? ―dice con la furia que está intentando controlar por todos los medios. Sus dedos tamborilean el volante, y su mirada de costado sigue mis gestos, esperando que conteste.
Miro por la ventanilla de costado, buscando no sé qué y sé que la bomba va a estallar.
―¡Contéstame, MIERDA! ―dice golpeando el volante varias veces, sin dejar de observarme. Y su grito hizo que mi cuerpo salte del asiento.
―Hoy ―digo mirando hacia otro lado. Sé que no me cree.
Está enloquecido, se pasa varias veces la mano por su barba incipiente. Cuando se pone en este estado, quisiera no haberlo conocido nunca. Lucho con mis lágrimas que piden permiso para salir, pestañeo varias veces, pero una se escapa.
―Te piensas que yo te voy a dejar ir a ponerte en bolas, para que otros te miren y te deseen. ¿Estás loca? ―grita.
―Es un desfile muy importante y va a ser el último, te lo prometo ―digo, sabiendo que de ningún modo va a aceptar.
―¡Noooo! Ya me lo prometiste otra vez, ¿recuerdas? ―dice, mirándome.
Pido a Dios llegar rápido, porque va a mil por hora y vamos con el nene. No deja de mirarme mientras putea en alemán. Cuando llegamos, el nene se durmió. Agradezco a todos los santos porque sé que vamos a discutir. Bajamos, lo acuesto y entro en la cocina mientras él me sigue.
Me sirvo una taza de café, él está atrás mío y siento sus ojos grises perforándome la nuca. Me siento y lo miro. Y como soy más loca que él, lo miro desafiante, sabiendo que eso lo irrita más de lo que esté. Quiere pelear, listo peleemos.
―¿Qué? ―le digo, sosteniéndole la mirada.
―Dijimos que basta de toda esa mierda, no quiero que te vean desnuda. ―Golpea la mesa con sus grandes manos, me mira.
―No voy a estar desnuda, es ropa fina ―le contesto, ya gritando.
―No me importa nada de lo que digas, no vas hacerlo y no se habla más ―dice, amenazándome con el dedo.
―Y dime cómo lo has de impedir. ―Estoy tentando a mi suerte, sabiendo que él siempre se sale con la suya.
―Te voy a encerrar aquí hasta que pase ese maldito desfile. ―Mi cara se transforma, abro mis ojos a más no poder. No puedo creer lo que dice. No va a ser capaz, ¿o sí?
No hay peor cosa que me señalen con el dedo. Me paro y lo enfrento.
―Metete el dedo donde no te da el sol ―le grito en la cara―. No vas a ser capaz de hacer tal cosa ―digo esbozando una sonrisa asesina―. Y si no te gusta, bonito, no vayas a verme y punto.
Y sabe que ya estoy muy enojada. Sé que tiene razón, pero después se va a dar cuenta por qué lo hice.
―Nunca te voy a entender. ¡Nunca! ―grita a dos milímetros de mi cara. Su cara ya está desfigurada de la rabia que mis palabras le provocan―. Vas a terminar de volverme loco ―contesta encerrándose en el cuarto de la pintura, dando un portazo con toda la furia reflejada en esos grises ojos que despiden fuego.
Llamo a mi suegra y le cuento todo lo que pasó.
―Bien, Sofí, ahora déjalo todo en mis manos ―dice ella, riendo.
Él no sale de su cuarto, y yo me dedico a atender el nene.
Después de que se duerme me pongo a escribir, paso horas escribiendo. Sé que mañana se le va a pasar, pienso. Preparo la comida de Brunito, lo baño y le doy de comer, juego un rato con él y cuando se duerme, entro en la cocina a prepararme algo para mí.
Estoy parada enfrente de la microonda y siento cómo sus grandes brazos se deslizan suavemente por debajo de mi remera.
Acariciándome los pechos me gira lentamente, quedando frente a su hermosa cara. Le acaricio su barba de un día, apoyo mis labios en los suyos y se los muerdo muy despacio.
―Te amo, loco, celoso ―susurro, y sus manos me recorren el cuerpo en segundos.
Refriega su cuerpo contra el mío, y sus maravillosas caderas empiezan a moverse de esa forma que el calor entre ambos va creciendo más y más. Muerde mi oreja y me susurra:
―No vayas, por favor.
Lo aparto despacio y nos devoramos las bocas.
―Solo esta vez, nunca más, créeme ―confieso bajando mi mano, acariciando su entrepierna.
―¿Quieres esto? ―pregunta apretando mi mano contra su pene, sin dejar de mirarme y lamiendo mi mejilla.
―Sí, lo necesito ―le contesto, sonriendo. De repente se separa, me mira y me contesta.
―Qué lástima, porque no te lo voy a dar. Ahora, si no vas al desfile, puede ser ―dice, mientras me tira un beso el muy arrogante.
―Tremendo hijo de puta, ¡TE ODIOOOO! ―le grito. Él sigue caminando hacia su cuarto y se mata de risa antes de entrar. Se da vuelta y me provoca.
―Si te arrepientes, avísame, pequeña.
Y se mete en su cuarto.
Miro para ver qué le puedo tirar, y como no encuentro nada, lo puteo en arameo. A mi lado hay una jarra de plástico y se la revoleo golpeando su puerta, siento cómo él ríe adentro.
―¡CABRÓNNNNNNN! ―le grito.
Cuando me canso de escribir, voy a buscar el nene a su habitación y lo llevo a la mía. Y nos dormimos abrazados con mi hijo.
Cuando me despierto, me ducho y voy a la cocina. Sé que Davy siempre lo levanta cada mañana, lo baña y le da de comer. Sonrío sola al saber que, al entrar, lo voy a encontrar limpio y jugando con él.
Pensando que hoy va a recapacitar y va a dejarme ir al desfile, entro confiada, pero lo que veo me deja anonadada, sin palabras.
Davy está sentado en el taburete y mi hijo a su lado en su sillita con un plato de puré frente a él. Tiene puré en la cabeza, en la cara, en todo su cuerpecito, y el padre come también con los dedos el arroz con leche. Los miro y creo que voy a enloquecer. Los dos se miran mientras Davy le habla en alemán y ríen. Creo que mi hijo también enloqueció. ¿Será que la locura es hereditaria?, pienso.
―¡DAVY. MIERDAAA!, ¿estás loco, qué carajo haces? ―le pregunto mientras saco al nene de su sillita para bañarlo―. Mira qué sucio está. Enséñale a comer con la cuchara ―le grito, dirigiéndome al baño.
Davy me mira y no acota nada, se levanta y se mete en su cuarto. Después de estar dos horas limpiándolo y cambiándolo, me cambio para ir al supermercado. Salgo a la cocina, agarro las llaves del auto, pero las llaves de la puerta no las encuentro. Me canso de buscarlas y le golpeo la puerta del cuarto.
―Davy, ¿no vistes las llaves de la puerta? ―le pregunto, tranquila.
―¡Noooo! Estarán por ahí ―contesta.
Me canso de buscarlas, pero no las encuentro por ningún lado.
―Davy, ayúdame a buscarlas, tengo que ir al supermercado ―le digo. Y el muy cabrón sale de su cuarto medio en bolas, sabe que me provoca.
Dios, verlo así parado frente a mí, con su torso desnudo, en piyama, descalzo y sus ojos escaneando mi cuerpo… Mis brazos luchan con mi mente para no arrojarme sobre él y devorarlo centímetro a centímetro, pero mi mente no le das las órdenes necesarias.
―¿Qué tienes que comprar? ―pregunta serio.
―Comestibles, y otras cosas. ¿No las viste? ―le sigo preguntando, mirando hacia todos lados.
―Temprano llamé al supermercado y en la cocina está la mercadería. ―Lo miro sorprendida, pero ¿cuándo se ha encargado antes de las compras?
―¿Por qué llamaste, si nunca lo haces? ―pregunto, y ahí me doy cuenta que las llaves las tiene él. Lo miro mal y el muy sinvergüenza sonríe.
―Dame las llaves ¡ya! ―le grito, poniendo la mano.
―¡NOOOOOOO! Te dije que no vas a salir de acá, hasta que termine el puto desfile ―contesta.
―No quiero enojarme, Davy, dame las ¡putas llaves! ―Le vuelvo a pedir.
―Agárralas ―dice el carbón, levantando sus brazos y mirando para abajo. Me hace seña que las tiene en sus bóxeres.
Yo no puedo creer que hagas esto.
―Estás loco, no puedes encerrarme, esto es secuestro ―le grito, ya desquiciada.
Llevo al nene a su pieza y salgo echa una furia a enfrentarme con él.