Capítulo 33
―Frank, es mi hijo, CARAJOOOOO ―grita.
―Sí, es tu hijo, que te espero meses, mientras vos estabas con otras, revolcándote ―le grito―. Ándate por favor, quiero estar sola―le digo.
Frank lo saca a empujones, vuelve a entrar y me dice:
―Sofí, cuando todo esto termine te vengo a buscar.
―No voy a volver, tu hermano me hizo mucho daño. Me cansé de perdonarlo, nunca va a cambiar. Decile a Marisa que me llame.
Frank me da un beso en la mejilla.
―Davy te ama ―dice en mi oído―, y sé que tú lo amas. Solo estás enojada. ¿Tienes dinero? ―pregunta.
―Tengo todo lo que necesito, nunca viví de él como las putas, que sí lo hacen ―le contesto. Me mira serio, le da un beso al nene y se va.
Si volvía, nunca me iba a dejar sacar al nene del país. Esto va a ser doloroso, pero sé que va a ser lo más sano para mí. Muchas mujeres crían a sus hijos solas, yo también lo voy a poder hacer.
Entro en el piso y me da una sensación de soledad y siento que todos me han fallado. Estoy sola, completamente sola, con mi hijo y así seguiremos estando.
Carmen, mi amiga, se queda conmigo. Nos quedamos los tres solitos.
Davy antes de subir al avión me llama.
―TE AMOOOOO, NO ME HAGAS ESTO. PERDONNNNN ―dice apenas atiendo. Yo lo escucho sin contestar―. Sé que me escuchas y sé que me amas, cuando estés lista voy a buscarte ―dice. Yo no contesto y corta la comunicación.
Claro que lo amo, lo amo con toda el alma, pero no puedo, no quiero decírselo. Tantas veces me ha engañado, que ya perdí la cuenta.
Marisa llama, le cuento todo lo que pasó y me dice que vuelva. Me niego rotundamente. Después de hablar una hora me entiende, me dice que cuando pase todo ese problema que tienen, va a venir.
Una mañana me llama Ana.
―Sofí querida, quiero que me cuentes tu versión de los hechos ―dice y sé que ella me va a entender.
Después de contarle todo― me dice.
―Está bien hacerlo sufrir un poco ―me contesta.
―Ana, usted no entiende, yo no quiero saber más nada con él, que venga a ver al hijo cuando quiera, pero me cansó. No puedo creerle más, no puedo creer en alguien que sigue acostándose con otras. Yo no soy de las mujeres que perdonan todo.
―Sofí, pero ustedes se aman. Reflexiona, cariño, piensa en el minino.
―Yo lo amo, él no. Si me amara no hubiera jugado conmigo. Ana, su hijo siempre me manipuló a su antojo, me engañó, me rompió el corazón más de mil veces y yo siempre lo perdoné. Se acabó, me cansó, pero me cansó de verdad. Ya no quiero saber nada de él ―digo―. Siempre hizo lo que quiso con las mujeres, y usted sabe que es cierto, pero conmigo se equivocó. Yo no soy una más, yo le di un hijo porque me lo rogó, ¿y para qué? ―digo y me largo a llorar.
―No llores, Sofí. Yo te entiendo, aunque él es mi hijo, yo te quiero y quiero ver a mi nieto ―dice también llorando.
―Ana, yo no tengo madre, usted sabe todo lo que pasé, no quiero sufrir más y él me mató. Me destrozó el corazón. ¿Usted lo perdonaría, sabiendo que va a hacer lo mismo una y otra vez? Él tiene que seguir soltero y acostarse con la que quiera y dejar de joderme la vida a mí.
―Sofí, no sé si me vas a creer, pero él esperaba que lo perdonaras. Está destruido, no sabes, es un alma en pena. No sale, está todo el día de tu casa, te llama, pero no le contestas, se está volviendo loco ―susurra.
―Hubiera pensado bien las cosas, Ana. ―Le pregunto―: ¿Si no podía dejar esa vida para qué me buscó? ¿Por qué me persiguió y me dijo que me amaba?
―Sofí, él te ama y ama a su hijo. Lo de las mujeres es cosa aparte.
―Pero me está jodiendo, ¿no? ―Le pregunto ya enojada―. Yo nunca voy a permitir si está conmigo, que esté con otra. Ni loca ―le contesto.
Después de hablar una hora con Ana, sin entendernos, quedamos que al otro día va a llamar.
Son las seis de la tarde y tengo que hacer compras, lo abrigo al bebé, abro la puerta y me encuentro a un hombre de dos metros sentado en el sillón de entrada. Me doy un susto terrible, cierro la puerta otra vez y cuando estoy por llamar al conserje, llaman a la puerta del piso. Me acerco despacio.
―¿Sí? ―contesto, mirando por la mirilla, muerta de miedo.
―Señorita Sofí, soy su custodia. ―Su voz es suave y me muero de rabia. Abro la puerta, hecha una furia.
―¿Quién puso la custodia? ―le pregunto, con mi mejor cara de culo.
―Su marido, el señor Falcao. ―Pobre hombre, pensará que estoy alterada, y sí, estoy re loca.
―No es mi marido ―contesto, abriendo mis ojos y recalcando cada letra―. Es el padre de mi hijo, solo eso.
El pobre hombre queda desconcertado, se calla y me sigue, a distancia, mientras salimos del piso.
Entro en el supermercado, compro todo lo que necesito, me dirijo a la librería, compro dos libros, paso por el quiosco y compro cigarros. Camino mirando vidrieras y cuando me estoy saliendo, me detengo en un local de instrumento musicales. Entro y empiezo a mirar las guitarras, observo los precios y me encanta una. Le pregunto al vendedor si puedo probarla. Por supuesto dice que sí, miro hacia la puerta y observo cómo me mira la custodia. Me la compro y me voy con mi hijo y Carmen. Cuando estoy subiendo al coche, siento que gritan mi nombre, me doy vuelta y es mi amigo Rolo.
Viene corriendo hacia mí. La custodia lo está por parar, pero yo le hago seña con la mano. Se detiene y ponen distancia.
―Sofí, qué gusto, nena ―dice abrazándome, mirando de reojo a la custodia.
―¿Cómo estás? ―le pregunto, a media sonrisa.
―¿Con custodia? ―pregunta, poniendo la cara de costado.
―El padre de mi hijo ―digo, con mala cara, fuerte para que la custodia escuche. Sé que le están contando todos mis pasos. Me abraza, nos retiramos un poco del lugar.
―Dime, ¿qué es lo que pasó? ―pregunta sorprendido al verme.
Le cuento todo lo que puedo y que nos separamos.
―Nena, qué joda ―dice―, ¿y ahora qué vas hacer? ―pregunta.
―Nada, voy a seguir con mi vida. ¿Cómo está el grupo? ―pregunto.
―Bien. Vamos a entrar. ―Me hace seña hacia el shopping―. Tomemos algo y charlamos.
Caminamos hacia la entrada, buscamos un lugar tranquilo y charlamos de todo. Yo le cuento mis problemas y él los suyos. Cada tanto me toca la cabeza, me acaricia la mano… Sé que me quiere consolar, aunque cuando le cuenten a Davy no lo va a ver de ese modo. ¡Me importa un carajo!
Nos pasamos con mi amigo dos horas hablando y riendo. Carmen está emocionada al ver un artista. Rolo la mira y le sonríe.
―Me voy, tengo que darle de comer al bebé ―le digo a mi amigo. Él se deshace haciéndolo reír a mi hijo, quien le sonríe.
―Sofí, tu hijo es una belleza ―comenta él, besándolo―. Lo que necesites me llamas, ¿sí? A mí o a cualquiera de nosotros, a cualquier hora. ―Me pide él.
―Gracias, nos llamamos ―le contesto, lo saludo y salimos afuera.
Subo al auto y nos vamos. Cuando llegamos al piso, suena mi celular y ya sé quién puede ser. Miro la pantalla y no atiendo, lo atiendo al bebé, lo baño, alimento y se duerme.
Entro a bañarme. Después cenamos pollo y ensalada. Carmen no quiere comer otra cosa, así que hace dieta conmigo.
Después de charlar de varias cosas y acomodar la cocina, Carmen se va a acostar y yo entro en el en living, probando la guitarra que me compré. Cuando vuelve a sonar el celular, atiendo.
―Hola ―atiendo de mala gana.
―Sofí ―dice muy suavemente―, ¿cómo están?
―Bien, si preguntas por tu hijo se durmió y está bien ―contesto.
―Sofí, te extraño ―dice y la voz se le quiebra―. Estoy empezando una terapia. Quiero reconquistarte, nena. ―¿Escuché bien?, me pregunto.
―¿Terapia de qué? ―Ni él se cree lo que me está contando.
―Terapia para las personas que son adictas al sexo y celosas ―susurra. Me agarra un ataque de risa, que casi me meo.
―No te rías ―dice―. Quiero estar bien, para ti y para mi hijo.
―Por favor no me hagas reír, vos te vas a coger a todas ahí, inclusive a la que te da la terapia ―le digo, muy en serio.
―¿Qué hiciste hoy? ―Me pregunta, como si no lo supiera.
―Fui de compras y me encontré con mi amigo Rolo, ¿por qué? ¿te molesta?
―No, quería saber ―dice el muy cabrón y sé que ya está molesto.
―¿Y qué compraste? ―pregunta.
―Mira, Davy, a qué mierda viene esta conversación. No quiero hablar más, estoy ocupada y sé que tu custodia ya te habrá contado lo que compré.
―No cortes que Marisa quiere hablar contigo ―dice, suavemente.
―Hola, Sofí ―me saluda. Ahora de seguro me pide que vuelva.
―¿Qué haces? ―pregunto, sin ganas de hablar. A veces creo que lo quiere más a él que a mí.
―¿Estás enojada conmigo? ―pregunta―. Davy está mal, nena. ¿Por qué no venís?
―¿Y por qué no me preguntas a mí cómo estoy? Mira, Marisa, no tengo ganas de hablar, así que decile a tu amiguito que no voy a volver con él, y que me llame lo menos posible. ―Y le corto.
A las dos de la mañana me acuesto en vano sin poder dormir, doy mil vueltas en la cama sin conciliar el sueño, lo miro a Brunito y puteo, pues por su proceder será muy poco el contacto que tenga con el bebé.
Me siento tan triste, que lo llamaría solo para putearlo.
Terapia, pienso, LAS PELOTAS TERAPIA. Él necesita un loquero.
Ni le pregunté por los negocios, ya no me importa nada de lo que a él se refiera. No sé qué hacer con mi vida, no puedo estar sin hacer nada. Ya me falta poco para terminar de escribir la biografía de mis padres.
Después de dar vueltas en la cama, llorar y aturdirme con su recuerdo, sus palabras y pensar en ese brasilero de un metro noventa de puro musculo, arrogante, sexi, cabrón e infiel, me duermo llorando como la estúpida y patética que soy.
Cuando me despierto estoy peor, horrible, con los ojos hinchados sin ganas de nada y me ducho para tratar de animarme. Lo baño a Brunito, le doy su mamadera, después salgo un rato.
Como siempre, atrás mío va la maldita custodia, controlando mis pasos y movimientos. Seguramente para pasarle el parte al padre de mi hijo. Después de dar unas vueltas, vuelvo al piso y no salgo en todo el día. Hoy estoy destruida, vacía, sin ganas de nada. Me llama Davy.
―¿Cómo están? ―pregunta como todos los días y van diez días sin verlo.
Tengo ganas de decirle que me venga a buscar, abrazarlo. sentir su perfume y no soltarlo más, dormir abrazados como lo hacíamos cada día, cada noche, enroscar mis piernas en las de él y que me devore como siempre. Pero ni loca se lo voy a pedir.
―Bien. ―Jamás le pregunto cómo esta y sé que eso lo mata―. El nene, bien ―contesto antes de que me pregunte por él.
―¿Algún día vamos a tener otra clase de conversación que no sean monosílabos? ―pregunta.
―Nuncaaaaaaaaa. ¿Qué más quieres saber? ―le pregunto―, estoy ocupada.
―Sofí, perdonameeee. No sé qué quieres que haga, dime y lo hago.
―¿Sabes las veces que me dijiste lo mismo? No le demos más vueltas al tema por favor. Busca una que te haga feliz, ya me lastimaste demasiado. Déjame vivir en paz, aunque sea sola, pero en paz ―le contesto.
Creo que hasta siento su perfume. Su respiración se acelera, su voz se siente triste y la nostalgia otra vez me embriaga. Quiero correr a sus brazos, quiero que me ame, pero ya no puedo creerle, sé que se está tocando el pelo y su mente piensa qué decirme para convencerme, como siempre lo hizo. Es tan asquerosamente bello, tan sexi, que solo su voz me enloquece. Recuerdo su respiración en mi oído y una lágrima se me escapa.
―Sofí, sigo con la terapia, quiero estar bien para ti. Acuérdate todo lo que soñamos que haríamos cuando ya no trabajara más, nena. TE AMOOOOOOOOOO.
Sus palabras me desarman y me parten en cuatro.
―Yo me acuerdo, el que no te acordaste fuiste vos, que me engañaste con todas, porque la ponías en todos lados. Tengo que cortar ―le digo y corto.
Corto y me acuerdo de tantas cosas vividas… Sé que me extraña y extraña al bebé. Esto le tiene que servir de experiencia.
A las cuatro de la tarde me llama Falcao. Todos quieren que vuelva, pero para qué, ¿para que me siga engañando? Me pregunto.
―Falcao ―contesto, maldiciendo por lo bajo.
―Sofí, nena, ¿cómo estás?, ¿cómo está mi nieto? ―pregunta.
―Todo bien, gracias por llamar, pero si llama para que vuelva con el cabrón e infiel de su hijo, desde ya le digo que NOOOOOOOOO. Me cansó Falcao, me rompió el corazón más de una vez. Basta, me hartó.
Él se queda callado, sabe que no ando a medias tintas y si le tengo que decir algo se lo voy a decir.
―Sofí, yo sé lo que pasó, pero tengo que decirte que Davy está muerto de amor por ti. Nunca lo vi así, está haciendo terapia.
―Escúchame una maldita cosa ―le grito, ya harta, cansada, loca―. Él no va a cambiar, no creo que cambie, aunque haga mil terapias. La va a poner en todos lados toda su puta vida, así que no me vengas a decir que está sufriendo, porque yo estoy echa mierda por su maldita culpa. Di que tengo al nene, si no fuera así, no me veía más, pero no puedo hacerle eso a mi hijo, él no tiene la culpa de nada ―digo, largándome a llorar.
―Sofí, nena, no llores. Él te ama, pueden intentarlo una vez más. Te lo pido por el nene, te lo pido yo. Sofí, perdónalo. ―Y como el hijo, termina suplicando.
―Tengo que cortar, Falcao. Me siento mal, otro día hablamos. ―Y corto.
Este hombre me está matando. Puteo, grito y lloro. Estoy desquiciada, siento que llaman a la puerta, me limpio las lágrimas y atiendo.
―¿Quién es? ―grito.
―¿Señorita, está bien? ―Pregunta la seguridad, sé que habrá escuchado mis llantos.
―Estoy bien ―le contesto.
Después me da lástima porque él no tiene la culpa y siempre lo trato tan mal. Preparo café, abro la puerta y le doy una taza de café con tres magdalenas.
―Discúlpeme ―le digo―, estoy pasando un mal momento.
―Sofía, perdón que me meta, pero Davy la ama. ―Quedo helada, pero quién se cree que es para darme un consejo.
Y en ese momento lo escaneo con mis ojos hinchados y enrojecidos de tanto llorar. Nunca le había prestado atención, es tan alto como todos los Falcao, pelo negro y unos ojos claros como casi todos. ¿Tendrá el mismo apellido?, me pregunto. Él imagina mis pensamientos, me mira con lastima y me doy cuenta de que estoy echa un desastre. Tengo un pijama, una remera grande, descalza y por supuesto mi gorra. Dios mío, soy un mamarracho. Cuando estoy por cerrar la puerta, me lo confirma.
―Soy primo de Davy ―afirma, me quedo helada.
―¿Cuántos son los Falcao? Ustedes son una epidemia, ¡DIOS MIO! ―contesto, con sarcasmo. Él se ríe y tiene la misma risa que Frank.
―No todos somos iguales ―contesta ahora sonriendo, y siento que es sincero―. ¿Puedo tutearte? ―pregunta con recelo, parece tener unos cuantos años menos que Davy.
―Sí, no hay problema. Te dejo, tengo que atender al bebé ―digo sintiendo que su mirada no me gusta.
Sé que son suposiciones mías, pues conociéndolo a Davy no creo que sea tan imbécil en pasarse, pero por las dudas estaré atenta. Después de cambiarme, agarro mi bebé y salimos con la gallega a tomar algo y hacer compras. Cuando salgo, cierro y no saludo al primo de Davy.
―Vamos al supermercado ―le comunico.
―No quiero que hayas tomado mal mis palabras ―dice él.
―No hay problema, lo único que te puedo decir es que amé a Davy, hasta los huesos, pero para él no es suficiente, le gusta estar con las putas ―le contesto, secamente. Él no puede creer lo que escucha, hasta se pone colorado sin saber qué contestar.
Cuando llego a la vereda, suena mi celular, me paro y atiendo.