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En la profunda oscuridad de la celda 44, situada en lo más hondo del bloque de aislamiento del Correccional Federal de Herkmoor, el agente especial Aloysius Pendergast descansaba con los ojos abiertos, mirando el techo. No todo estaba negro. Una continua rendija de luz que entraba por la única ventana, reflejo del resplandor de los patios y zonas abiertas, cruzaba el techo de punta a punta. En la celda de al lado seguían los suaves sonidos del percusionista, convertidos en un triste y pensativo adagio en sordina al que Pendergast había descubierto la curiosa virtud de ayudarle a concentrarse.
Su oído, tan sensible, también recogía otros sonidos: choques de acero sobre acero, un grito lejano y gutural de rabia, una tos repetida hasta el infinito en secuencias de tres, los pasos de un celador en su ronda… La gran cárcel de Herkmoor descansaba, pero no dormía. Toda ella era un mundo, con sus propias reglas, su propia cadena alimentaria y sus costumbres.
Mientras Pendergast seguía acostado, en la pared de enfrente apareció un punto verde que temblaba. Era el haz de un láser proyectado desde muy lejos hacia la ventana. Dejó rápidamente de temblar. Al cabo de un momento empezó a parpadear. Pendergast leyó el mensaje en clave. La única señal de comprensión por su parte fue que hacia el final del mensaje respiró ligeramente más deprisa.
La desaparición del punto fue tan repentina como su aparición. En la oscuridad de la celda se oyó murmurar muy quedamente la palabra «magnífico».
Pendergast cerró los ojos. A las dos del día siguiente tendría que volver a enfrentarse con la pandilla de Lacarra, los Dientes Rotos, en el patio 4. Después, suponiendo que sobreviviera al encuentro, lo esperaba una tarea todavía más ardua.
De momento lo que necesitaba era dormir.
Usando una técnica muy especializada y secreta de meditación que recibía el nombre de Chongg Ran, identificó y aisló el dolor de sus costillas rotas y lo fue neutralizando costilla a costilla. Después su conciencia se enfocó en la lesión del hombro, en la herida de arma blanca de su costado y en los cortes y los moratones que hacían que le doliera toda la cara. Paso a paso, mediante una fría disciplina mental, aisló y eliminó el dolor de cada parte.
Era una disciplina necesaria. Le esperaba un día lleno de desafíos.