Miércoles

 

La noticia me sorprendió esa mañana de julio en la Facultad de Filosofía y Letras. La profesora de Filosofía ya no continuaría al frente de la cátedra e ignoraba quién sería su reemplazante, aunque esa intriga fue desmoronándose al repasar mentalmente la mediocridad de mi aprendizaje. De Sócrates y de los pensamientos kantianos devenían mis principales conflictos. Navegaba entre Dios, la libertad, la inmortalidad, la necesidad de conocernos a nosotros mismos y, sobre todo, de adquirir conciencia de nuestra ignorancia. Que la materia solo me interesaba por momentos se debía a la insistencia de la profesora en teorizar los conceptos básicos y eso me alejaba de la práctica, de la vida real, de la vida misma. Y creo que a mis compañeros también. Si bien los ocho proveníamos de diferentes estratos sociales sosteníamos una buena relación de grupo. En general, ponernos de acuerdo, no representaba para nosotros una dificultad. Aunque sí tuvimos una diferencia respecto de nuestra ex profesora, mientras ellos se olvidaron rápidamente de ella, yo no.

Regresé ese día de la facultad junto con Adela pues vivía a pocas cuadras de mi casa y en ocasiones la acompañaba. Era una buena chica pero extremadamente tímida. Sus inmensos ojos negros delataban  sentimientos contenidos, y transmitían una sensación de cautiverio al profundizar su mirada. No obstante, era muy confidente conmigo (supongo que por no encontrar el eco que necesitaba en su casa). Aparentemente los padres estaban al borde de la separación y la convivencia le resultaba insostenible. Pero la sabía fuerte en su interior y con la tenacidad necesaria para afrontar cualquier percance que se le presentase. Salvo su timidez.