Sábado
De la mano, minutos después de la hora indicada, ingresamos a un inmenso salón provisto de varias filas de bancos de iglesia. Una regular cantidad de gente escuchaba atentamente a un hombre que acompañaba su palabra con alabanzas y ademanes propios de bendiciones.
Nos ubicamos en una de las últimas filas, detrás de una pareja de ancianos que sonrió al vernos. No distinguíamos a Adela.
<<... por lo tanto la vida no es una trampa que nos pone Dios para condenarnos al fracaso. La vida no es un concurso de ortografía, en el que no importa cuántas palabras uno haya deletreado bien. La vida es como un campeonato de fútbol, en el que hasta el mejor equipo pierde un tercio de sus partidos y hasta el peor equipo tiene su día brillante. Nuestra meta no es ganar o perder un partido en todo el año. Nuestra meta es ganar más de lo que perdemos y si podemos hacer eso en forma suficientemente coherente, entonces, cuando llegue el final, habremos ganado todo«. El orador posó su mano sobre la cabeza de un hombre y dijo:»Nos preocupamos por vivir mucho y no mejor, que es lo que podemos«. Luego continuó con una pregunta:» ¿Saben cuál es el verdadero secreto de la vida? Vivir cada minuto como si fuera el último«.
-¿Y qué debemos hacer cuando nos asalta el egoísmo natural del hombre? –preguntó alguien del público.
-Si tenemos el coraje de amar –contestó el hombre-, si tenemos la fuerza de perdonar, si tenemos la generosidad de alegrarnos por la felicidad del otro, si somos lo bastante sabios como para saber que hay suficiente amor para todos, entonces podremos alcanzar una plenitud que ninguna otra criatura viva conocerá. Podremos volver al paraíso.
La palabra de ese símil pastor derramaba un sinnúmero de válidas enseñanzas que nos distraían de nuestro verdadero objetivo.
-... son tan solo momentos, por lo tanto no deben perderse el ahora –continuó.
De pronto una voz muy conocida por nosotros, la de Adela, se alzó entre otras y preguntó:
-Entonces... ¿cuál sería el objetivo primordial que debemos tener en la vida?
-En realidad, en la vida, importan más que los objetivos, el camino para lograrlos. – le contestó él.
-Discúlpeme señor –intervino la persona sentada junto a Adela-, pero esta joven que recién le hizo una pregunta me anticipó su respuesta por lo que deduzco que esto está preparado.
-¡Cómo puede pensar eso! Usted es un claro ejemplo de lo enferma que están nuestras mentes. Ya no se confía ni en los que llevan una palabra de aliento a los que la necesitan.
-Perdón, pastor –dije.
-¡No soy pastor! –me contestó-, pero pregunte, estoy para aclarar sus dudas.
-Creo que el problema radica en que ni nosotros sabemos quiénes somos –argumenté mientras acababa de adelantarle la respuesta que esperaba a la pareja situada delante de nosotros.
-¡Esa es una gran verdad! –comenzó-. La verdad es que no somos una sola persona. Somos tres. El que creemos ser, el que los demás conocen y el que realmente somos.
-¡Usted es un chanta! –gritó el anciano que escuchó mi respuesta con antelación.
-¡Es cierto! –añadió su pareja-, este joven me dijo qué iba usted a responder y, efectivamente, coincidió.
Los abucheos se fueron incrementando y fue imposible detener el desorden que se generó en la sala. Inclusive, algunos bancos fueron arrojados hacia los asistentes del orador principal, que al principio intentó calmar el disturbio, pero a medida que aumentaba, también se hacía más fuerte su deseo de retirarse cuanto antes de allí. Finalmente coincidimos con Adela en la puerta de entrada y los tres nos fundimos en un fuerte abrazo. No teníamos aún en claro el verdadero resultado de nuestra participación pero estábamos seguros de haber torcido, en parte, nuestro destino. Aunque en ese destino se incluyan los efectivos policiales que acudieron al lugar, y nuestra detención, como la de otras personas que presenciaban los desmanes. Lamentablemente no pudimos observar si también detenían a los principales personajes que desenmascaramos porque los tres fuimos depositados prontamente en un coche policial y llevados a la comisaría correspondiente.
Nos alojaron juntos en una húmeda y oscura celda vacía hasta que nuestros padres se presentasen a retirarnos no sin antes ser informados de los causales de nuestra detención.
Transcurridos unos tensos minutos, una figura masculina se acercó. Las sombras no dejaron ver su rostro. Ubicó las manos en sendos barrotes de la celda para descansar su cuerpo, algo excedido de peso, y recién en ese momento se dispuso a hablar.
-Por si no lo sabían, yo soy el comisario, y quería decirles que me da mucha pena ver chicos tan jóvenes vivir detrás de la mentira y el engaño.
-Discúlpeme comisario, pero nosotros no éramos parte de esa farsa –contesté.
-Estos hechos me demuestran que el mundo necesita la verdad, pero necesita más la mentira –respondió ignorando mi respuesta.
-Señor comisario –intervino Alba-, a mi juicio, es un error que estemos aquí.
-Nadie nos engaña tanto como nuestro propio juicio.
-Pues en este momento su propio juicio lo está engañando porque somos inocentes –repuso Adela con la convicción que tienen aquellos que gritan la verdad a los cuatro vientos,
-¿Por qué asistieron a ese lugar?
En un principio nadie se atrevió a responder, pero luego tomé valor y traté de disfrazar un poco la verdad.
-Nosotros tuvimos que ir porque ese era el objetivo del trabajo práctico que nos encargaron de la facultad.
-¿Facultad?
-Sí... facultad –con ciertas dudas corroboró Alba.
-Si me engañan una vez la culpa es de ustedes –sostuvo el comisario-, si lo hacen dos, la culpa es mía. Y como no quiero ser culpable de nada me voy a retirar. Volveré cuando me hablen con la verdad.
-¡Comisario! ¡Espere, por favor! –suplicó Adela.
-Usted tiene razón –acepté-, pero también es cierto que no merecemos estar acá.
-Nadie ha dicho lo contrario –dijo.
-Lo que pasa es que la verdad es un poco difícil de contar y... preferimos callarla –agregó Alba.
-Tengan cuidado con esa forma de actuar porque pueden tener un dolor de cabeza. Las mentiras más crueles son dichas en silencio.
-Usted tendrá razón comisario, pero creemos que lo que hicimos fue descubrir una gran mentira –contesté.
-Sin embargo tengo entendido que en ese lugar se vertieron hermosos conceptos sobre la vida, ¿no es así?
-Es verdad, comisario –asintió Adela-. Lástima que el origen de todo esto se base en un engaño.
-Está bien, después hablaremos sobre eso tan difícil de contar, pero nunca olviden que la batalla por la vida no la gana ni el más fuerte ni el más rápido, sino el que cree poder ganarla. Todo está en el estado mental.
Al retirarse, sumó a nuestra preocupación de vernos privados de libertad, el desconcierto que nos generó su discurso. Aunque ese detalle fue mínimo en comparación con las últimas palabras que nos gritó mientras se alejaba.
-¡Ustedes deberían leer la Extraña parábola del buen alumno!
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