Extraña parábola de la debilidad que fortalece
Cuenta la historia que en una oportunidad se reunieron varios grandes pensadores con el objetivo de dilucidar cuál de todos los sentimientos era el más fuerte. Tras largos días de debate y muy a pesar de los representantes del odio, que sostenían que no había en la tierra un sentimiento que lo superara, se llegó a la conclusión de que los más poderosos eran el amor y el sentimiento hacia la libertad. Debido a que en ese punto la divergencia existente entre ambos sentimientos hacía presagiar un final inconcluso, se resolvió convocar a personas voluntarias para realizar una experiencia que permitiera distinguir cuál era el más intenso. Fue así que se seleccionaron tres personas. Una pareja de enamorados y un joven sin ningún tipo de compromiso sentimental.
Llevaron a los voluntarios a dos cabañas construidas para tal ocasión en una región alejada de toda población vecina. En la vivienda más grande y confortable alojaron a la pareja, y en la otra, al joven solitario. Una vez que los enamorados estuvieron instalados se les comunicó que no podrían salir de la cabaña por tiempo indeterminado. Trancaron puertas y ventanas y ya no se supo más de ellos. Al joven, en cambio, le dieron otras instrucciones. Debía encargarse de alimentar a sus vecinos a través de la chimenea, única vía de comunicación con el exterior que ellos tenían. Luego tendría todo el tiempo libre.
Exactamente una semana después, pensadores, filósofos y autoridades se reunieron en el lugar y comprobaron, en primera instancia, que el joven disfrutaba de su estada y que su comportamiento no había variado. En cambio, al entrar en la cabaña mayor, se encontraron con un hombre dominado por la ira, que había destrozado parte del mobiliario y que incansablemente preguntaba por el responsable del proyecto.
Como conclusión, los grandes pensadores establecieron que una persona sin amor pero en libertad puede vivir sin correr el riesgo de modificar sustancialmente su modo de ser. Por el contrario, una persona con amor pero sin libertad, gradualmente va percibiendo como se le ha cercenado una parte vital de la condición humana y puede modificar su actitud frente a la vida. Ergo, concluyeron de una manera esencial, el sentimiento hacia la libertad era el más poderoso.
Sin embargo, los propulsores del odio se alzaron en contra de lo manifestado en el cónclave y pronunciaron lo que para muchos fue el verdadero corolario que dejó la experiencia. Dijeron que lo único que se había demostrado era precisamente que existía un sentimiento mayor que el que se siente hacia la libertad y no era otro que el odio a quien te la quita.
No obstante eso y a pesar del descontrol que se apoderó del lugar, la ecuanimidad se hizo presente en la figura de un anciano pensador. Manifestó que hasta el sentimiento más ínfimo, como en este caso la vergüenza que pesaba sobre ellos al no poder resolver el motivo del cónclave, podía alterar nuestro comportamiento natural. Solo nuestra debilidad hace fuerte a un sentimiento.
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-El profe tenía razón –corroboró Carla-, creo que he sido más débil de lo que pensaba. Pero ya no lo odio porque ya no me quita libertad. Pasó a ser parte de mi ignorancia.
-No olvides que estamos con vos –la animó Elvio.
-Lo sé, gracias.
-La verdad es que me interesaron las parábolas –dijo David-, podríamos leer otra, ¿no?
-¡Noo! –protestó Morena- ¿No escucharon a la bibliotecaria?
-Sí, pero...
-A mí también me gustaría escuchar otra –dijo Alba.
-Después de todo, ¿quién se va a enterar? –agregó Adela.
-No sé, no sé... –dudé unos segundos- ¿a vos qué te parece Susana?
-Pienso que podríamos leer una más, ¿no?
-A mí me parece que la que leímos recién va a servirle más a Carla que a nosotros –comentó Morena-. Creo que deberíamos acudir a ellas en el momento indicado, como dijo la señora.
-¡Pero dale, leamos una más y listo! –se impacientó Elvio.
Morena me miró, y ante mi gesto complaciente abrió el libro al azar y un nuevo título nos atrapó.
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