Viernes
La noticia de la nueva internación de Tomy, en peores condiciones de salud, nos sacudió al salir de la facultad.
-¿Qué les parece –dije- si después de almorzar lo vamos a visitar a la clínica.
-Buena idea Marco –opinó David y todos en general salvo Elvio... que tampoco había asistido a clase.
Acostumbrábamos almorzar en la esquina de la biblioteca al igual que muchos de los alumnos de la facultad.
El mozo no demoró en traernos la bebida y dos humeantes y apetitosas pizzas. De pronto, un señor obeso de delantal bastante enharinado y bigotes acaracolados, con mirada inquisitoria interrumpió nuestro almuerzo. Se situó delante de nosotros de una forma tan obvia que nuestra pregunta no se hizo esperar.
-¿Perdón...? –Morena se adelantó.
-Perdónenme ustedes –dijo él-, no quería molestarlos... pero los observaba desde aquella ventanita que da a la cocina y no pude evitar venir a hacerles una... recomendación.
-Creo que no le entendemos –opinó Alba a modo de representante grupal.
-No... no se asusten... es solo para que disfruten más la pizza que les he preparado.
-¿Usted la hizo? –se sorprendió Carla.
-Lo tengo que felicitar, está espectacular –sostuve.
-Gracias... pero la disfrutarían más si me hicieran caso.
-¿Qué deberíamos hacer?
-Comerla con la mano –contestó el cocinero.
-¿Con la mano? Cada vez que he intentado comerla con la mano me he quemado los dedos –dijo David.
-Entonces, esa porción no estaba para ser comida todavía.
-¿Qué es lo que nos está queriendo decir? –preguntó una desconfiada Susana.
-Escuchen... a través del tacto podemos tener idea del calor que emana de una porción de pizza y por lo tanto saber si nuestros labios y lengua soportarán dicha temperatura. Además es mucho más rápido tomarla con la mano que pinchar y cortar con los cubiertos. Más aún, al tener un primer contacto con la porción ya sabemos qué tan dura o blanda es o si su consistencia es crocante. En cambio al cortar y pinchar con cubiertos, además de no notarlo, enfriamos el alimento por acción del metal y debo decirles que difícilmente corten el tamaño exacto que uno desea tener en la boca. Esa es una de las grandes ventajas que nos da el morder directamente sobre la porción. Porque mordemos lo que se nos antoja. Del mismo modo, al hincar nuestros dientes, ya olemos el placentero aroma de la exquisitez que merodea nuestra nariz. Cosa que no ocurre utilizando el cuchillo y el tenedor que no hacen más que alejarnos del tan preciado manjar. Por otro lado, el uso de cubiertos en este tipo de comidas trae aparejado un inconveniente insalvable que es el sentir en la boca el frío del tenedor y, en algunos casos, experimentar el desagradable roce del metal con nuestros dientes. Por último, quiero resaltarles la importancia de la tranquilidad a la hora de ingerir alimentos, y para reforzar ese concepto, nada mejor que la utilización de las manos para perder el miedo inconsciente a pincharnos con el tenedor –finalizó.
Tuve la misma y rara sensación que siempre tengo cuando Zaldívar concluye alguna argumentación.
Todos habíamos parado de comer y escuchábamos con atención. La pizza continuaba enfriándose sobre nuestros platos. Entonces, Adela, señalando mesas con gente mayor, rompió nuestro silencio.
-Al parecer, muchos comensales a nuestro alrededor están equivocados.
-Para ellos puede ser distinto–rebatió el pizzero-, la presión de la mordedura para poder cortar la porción a veces nos deja restos incómodos en los espacios interdentales. Pero la juventud que habita en ustedes no deja espacios para los inconvenientes propios de otras edades.
Nunca había tenido la oportunidad de hablar con un maestro pizzero pero a medida que él avanzaba en sus argumentaciones más me convencía de que sus verdaderas facultades no se encontraban en la cocina. De alguna manera pensé que el hecho de comer una pizza se relacionaba íntimamente con la Filosofía que nos abarcaba. Y tuve dudas.
-Bueno... se nos está enfriando... –intervino Carla a medida que sus dedos se internaban entre la masa y el queso derretido de una crocante porción.
-Sí, por favor –dijo el pizzero-, no los demoro más, coman, coman antes de que se enfríe.
Luego de agradecerle su buena predisposición para con nosotros, se retiró. Convenimos en que no era usual esta clase de atención en la que el propio cocinero es el protagonista. De inmediato nos abalanzamos sobre la comida y como nunca degustamos el verdadero sabor de la pizza.
Fue un almuerzo alegre. Pero ahora nos encaminábamos hacia la clínica, a mi criterio, el lugar donde nacen las historias tristes que nos marcan día a día.
La noticia del empeoramiento de la salud de Tomy nos recibió abruptamente al ingresar a una pequeña y fría sala donde se encontraban algunos de sus familiares. La hermana fue a nuestro encuentro y detalló aspectos relativos a su salud. Sus padres escuchaban atentamente a un médico que demostraba con sus gestos lo preocupante de la situación. En un momento, éste hizo una pausa, y le indicó a alguien de nuestro grupo, que se le acercara. La aparentemente señalada, Alba, apuró unos pasos hacia él y después de intercambiar algunas palabras, regresó.
-¿Para qué te llamó? –preguntó David antes de que lo hiciéramos nosotros.
-Vamos, afuera les cuento –contestó ella.
Saludamos a la hermana de Tomy y comenzamos a retirarnos. En el diminuto hall de entrada de la clínica rodeamos a Alba esperando escuchar lo que sabíamos que no íbamos a escuchar.
-Fue algo extraño –pensó en voz alta Alba.
-¿Qué fue lo que te dijo? –preguntó Morena.
-No sé... que debíamos tener esperanzas pero no esperar milagros... pero...
-¿Pero qué? –interrumpió con vehemencia David.
-Me lo dijo de una manera... no sé... rara, no sé cómo definirla... y cuando le comenté que íbamos a rezar por él, me contestó que no debíamos rezar para que Dios nos escuche, sino para escucharlo nosotros.
Alba hizo una pausa para ver si entendíamos lo que ella tampoco tenía claro.
-No veo nada extraño en las palabras del médico –sostuvo Adela.
-Yo sí –agregó con firmeza Morena y clarificándose la idea, continuó-. Sus palabras me resultan, al menos, sugestivas. El médico en ningún momento habló del enfermo, solo habló de nosotros, como si nosotros fuésemos los enfermos.
-Tenés razón Morena, esa es la sensación que tuve –dijo Alba.
-Yo creo que estás en un error, Morena –sugerí observando mi figura reflejada en una de las puertas vidriadas de acceso a la clínica.
-¿No estás de acuerdo conmigo? –me preguntó.
-Apenas un mínimo detalle –proseguí-, tengo mis serias dudas respecto de la autenticidad del médico pues en su chaqueta solo tenía bordadas las iniciales “SM” y, por lo general, la abreviatura “Dr.” asoma siempre en sus uniformes.
-¿Y qué querés decir con eso, Marco? –me preguntó Susana con dura extrañeza-. ¿Que estamos en presencia de un falso galeno?
-No sé, lamentablemente no lo sé –respondí.
-¿En qué habitación se encuentra Cortés... Elvio? –preguntó una voz anónima a una enfermera que deambulaba con unas toallas en la mano.
-En la primera... justo donde está el matafuego –respondió.
-¿Ustedes escucharon lo que yo escuché? –preguntó Carla sin obtener respuesta alguna-. ¡Elvio! ¡Se trata de Elvio! ¡Está internado acá! Escuché a la enfermera decir que se encuentra en aquella habitación, la del matafuego.
-No puede ser –dije.
-Sí, a mí me pareció oír algo –corroboró Alba-, pero supuse que sería otra persona... pero Cortés... claro, debe ser él.
-¿Qué le habrá pasado? –preguntó Susana.
-¿Se acuerdan de la tormenta en el barrio de Elvio? ¿Tendrá algo que ver? –creí instalar la intriga en mis compañeros pero nadie reforzó mi presunción.
-Hay una sola forma de sacarse la duda –intervino Alba.
-Sí, yendo a esa habitación –añadió David.
Dudamos entre ir todos o no, pero finalmente lo hicimos ya que nadie quiso quedarse sin ver con sus propios ojos lo acontecido con nuestro compañero.
Asomamos nuestras inquietas cabezas por el vidrio superior de la puerta y vimos a Elvio tendido en la cama. Dormido. Con un pequeño corte en su frente y un pálido aspecto en su rostro. A su lado, en amargo silencio, un hombre apesadumbrado lo observaba. Quizás su padre. Más no pudimos saber porque en ese preciso instante una enfermera, a los gritos, nos echó del lugar y tuvimos que desaparecer de inmediato.
Al salir de la clínica nos desplomamos sobre los escalones de acceso al establecimiento. La angustia se abatió sobre nosotros. Susana abrazó a una Alba desconsolada. Los demás nos mirábamos con lágrimas en los ojos. Lo sucedido con Tomy y con Elvio fue demasiado para nosotros. No encontrábamos respuestas y nuestras diarias dificultades se hicieron a un costado.
-Eh!... pero... ¿qué les pasa? –preguntó al salir el médico que había estado hablando con Alba.
Al acercarse, tuve la sensación de haberlo visto en otra oportunidad, pero no recordaba dónde. Tal vez solo se parecía a alguien.
Como no hubo respuesta de nuestro lado, decidió sentarse en uno de los escalones mientras se relajaba y trataba de encontrar las palabras adecuadas para explicarnos algo. Intuí que se refería a la vida y a la muerte. Acarició la cabeza de Alba y esta, con los ojos vidriosos lo miró como cuando miramos a Cristo en el altar.
-Las cosas son así –continuó-. Existen sí y solo sí también existe el opuesto. Por ejemplo, gracias a la ignorancia podemos aprender. Gracias a la vida podemos morir. Existe lo peor y lo mejor. Y lo peor, por peor que sea, siempre tiene algo mejor. Y así debemos entenderlo... y sobre todo asumirlo. Lo peor que nos puede pasar en la vida va a ser siempre mejor que algo y eso debemos tenerlo siempre presente y tener fe... tener fe en nosotros mismos.
-Pero si nos pasa lo peor de lo peor, no tendremos salida –acotó Alba.
-Lo peor que te pase en la vida va a ser siempre mejor a que no te pase nada.
No llegamos a mirarnos entre nosotros (como acostumbrábamos) porque enseguida prosiguió:
-Convengamos que solo es una frase pero ¡cuánto de verdad tiene! Miren hacia atrás y hacia adelante y traten de mantener sus corazones en equilibrio.
Se levantó y se fue. Ya no llevaba la chaqueta puesta y su andar demostraba la seguridad del que ha escogido la senda correcta. Aprovechó la apertura del portón lindero a la clínica que daba paso a una urgente ambulancia, y reingresó al establecimiento. ¿Reingresó? Un fuerte y agudo dolor en la cabeza hizo que me encorvara y frunciese mi rostro con tal fuerza que desperté la preocupación en mis compañeros.
-¿Qué pasa Marco? –se adelantó Morena a la vez que me apuntalaba tomando mi brazo.
-No... nada, nada... ya pasa. Es una puntada en la cabeza... pero ya está pasando.
-¡No nos asustés viejo! –dijo David.
-Mejor nos vamos de acá, a ver si todavía queda internado otro más –comentó alguien mientras la ambulancia se detenía al frente de la entrada.
Mientras nos retirábamos, revoloteó por mi mente la imagen del doctor, sin chaqueta, saliendo de la clínica, conversando con nosotros, despidiéndose y volviendo a entrar por el portón. Alguna vez esos dolores me habían sorprendido pero nunca con la magnitud del que ahora se estaba diluyendo.
Desvié mi trayecto de regreso para saber si en la facultad estaba anotado en algún grupo de trabajos prácticos y, efectivamente, el mismo transparente que antes me había informado sobre la enfermedad de Tomy, ahora me incluía en un trabajo grupal sobre “Conducta exterior” junto a Carla, Adela y David.
No sé por qué motivo, pero esa noche volví a encontrarme con varios de mis compañeros. Fue en casa de Morena. Se habían reunido para repasar temas de actualidad nacional y, al parecer, decidí acompañarlos. El living era muy amplio, demasiado quizás. Y no estábamos solos. Otro grupo de personas se encontraba reunido junto a un ventanal escuchando atentamente la plática cautivante de un señor entrado en años. Su abuelo, supuse, pero al no haber ningún tipo de presentación, lo dudé. Tampoco quise preguntar debido a que los temas de nuestra mesa giraban en torno a nuestra realidad nacional y no creí conveniente desviar la atención. Aunque Susana sí lo hizo. Sentada sobre una pequeña y deshilachada alfombra junto al televisor, permanecía impávida, como alejada de todo lo que la rodeaba. Intentamos llamarla pero no logramos traerla de regreso. Poco a poco nos fuimos levantando y ubicándonos en los sillones frente al televisor para estar cerca de ella. Morena se arrodilló a su lado e inmediatamente indagó.
-¿Qué pasa Su?
Ella pareció retornar de su silente viaje y lentamente nos fue enfocando con su mirada.
-¿En qué estás pensando? –insistió Morena-. Nos preocupás.
-No, nada importante –contestó encasillándose en su aspecto cotidiano.
-Parecés melancólica –dijo David.
-No David, no estoy melancólica. Estoy triste.
-Bueno... palabras más, palabras menos... es lo mismo –repuso David.
-No es lo mismo. ¿Notás en mí algún indicio de placer? No, ¿verdad? Cuando uno experimenta placer en estar triste, es cuando está melancólico. Pero yo, estoy triste.
-¿Se puede saber por qué? –pregunté.
-No sé... estaba viendo las noticias que daban por televisión y me puse a pensar en la cantidad de gente que en estos momentos está sufriendo... y nosotros, como casi todas la personas, no nos enteramos. Y me planteaba ¿por qué? Si los niños que se mueren de hambre son también noticia reciente. Porque todos los días se mueren. Sin embargo, salvo alguna esporádica excepción, no atraen la atención pública. Y... ¿saben con qué tiene que ver esto? Con la soledad.
Nadie se atrevió a interrumpirla. La intensidad de su relato hizo que inconscientemente permaneciéramos atentos y en silencio. Ella necesitaba esa descarga, y al continuar, logró hacerla más evidente.
-La actualidad no es solo lo que acaba de suceder sino todo lo que conlleva un interés general. Necesitamos compartir la realidad con nuestros congéneres. Dependemos de los demás mucho más de lo que creemos. Y es por ese motivo que cuando me interesé por la miseria que nos rodea, me sentí sola. Porque la atención pública está en otro lado. Pero hay algo más grave para mí aún. Lo he llevado a un plano personal y también me he sentido sola.
-¿Cómo sola? –intervino Carla abriendo sus ojos hasta el límite-. Tenés tu familia, ¿no?
-Sí, pero a veces se puede estar sola estando acompañada. La soledad está más relacionada con la necesidad de compartir que con estar específicamente sola. ¿No creen?
-Se te nota muy segura de vos misma –dijo Adela-. Parece que las clases filosóficas están surtiendo efecto, al menos en vos.
-Es cierto Adela, tuve una charla con Zaldívar sobre este tema hace unos días. Pero no crean que solo yo soy la que aprendo, ustedes también lo están haciendo. Lo noto a cada instante. Aunque este aprendizaje tiene una gran desventaja: nos está abriendo la cabeza demasiado rápido.
-¿Y dónde está el inconveniente? –preguntó David.
-No lo tengo muy claro aún, pero ya me estoy reformulando la mítica búsqueda de la felicidad. ¿Para qué me sirve ser feliz si muchos no saben aún quiénes son?
La respuesta de Susana no hizo más que ratificar sus logros obtenidos pero de inmediato, una acertada Morena, rompió el hielo al invitar a reubicarnos en la mesa en pos de una aproximación a la resolución del acertijo que nos había planteado el profesor Zaldívar:
“LA VID VIO COMO EL MAR DABA SU SALA DE ARENA AL NACAR”.
Exceptuando a Elvio, los dos grupos estipulados éramos uno solo en ese momento. Pusimos sobre la mesa algunas ideas como para ir interiorizándonos del tema y principalmente desviar la conversación precedente para cambiar el ánimo de Susana.
-Julio dijo que en esta frase está la respuesta a todo –comenzó Alba.
-Habría que investigar un poco en la literatura para descubrir quién es el autor –agregó David.
-Sí, supongo que ese es el primer paso –dijo Carla.
-Pero... ¿ustedes creen que esa frase no es de él? –intervino Morena-. La debe haber inventado a modo de acertijo.
-Es probable –dije.
-Sí, creo que pensarlo de esa manera nos acerca más a su forma de actuar –dijo Susana.
-La verdad es que hasta yo pude haber inventado esa frase –opinó David.
-No sé si estarán de acuerdo conmigo –dijo Morena-, pero pienso que debemos separar la frase en dos partes. Por un lado el nácar, el mar y la arena, y por otro, la vid.
-Morena tiene razón –añadí-, al nácar, el mar y la arena podemos relacionarlos, ¿pero la vid? Es más, ¿existen vides a orillas del mar?
-No sabría decirte –respondió Susana.
-Yo nunca los vi –afirmó Alba.
-Entonces partimos de la base de que la frase no puede ser cierta –dijo David.
-Yo creo que va más allá de ser falsa o no –aclaré-. Para mí, está íntimamente ligada a la poesía... aunque hay dos palabras que a mi criterio están fuera del contexto poético que tiene la frase.
-¡Ya sé! –gritó Adela-. Vid... y...
-No, no... las palabras son “daba” y “vio”. No les parece que hay más poesía si decimos:
“LA VID PRESENCIÓ COMO EL MAR BRINDABA SU SALA DE ARENA AL NACAR”.
-Marco está en lo cierto –me apoyó Morena-. Pero nos estamos desviando del tema. La respuesta a todo la vamos a encontrar en el mensaje, no en la estructura.
-Ella tiene razón –sostuvo Susana.
-¿Y cuál es el mensaje? A mí no se me ocurre nada –dijo Alba.
-Evidentemente hay toda una simbología en las palabras utilizadas –explicó Carla sumergiéndonos aún más en el desconcierto-. Deberíamos saber a qué alude “la sala de arena” por ejemplo. O por qué se hace referencia a la vid y no a otra especie.
-Carla tiene tanta razón como ignorancia nosotros –comentó David con ánimo de convencernos de que sería en vano cualquier intento de aproximación del acertijo.
-Tal vez debamos pedirle más pistas al profesor –sugirió Morena.
-De todas formas ya tenemos tres conclusiones –aventuró Adela con aguda percepción.
-Viste David, no somos tan ignorantes –replicó Carla dirigiéndose a él.
-La primera conclusión es que la frase es de él, la segunda, que no es poesía, y la tercera, que debemos enfocar nuestra idea hacia otra dirección pues su simbología escapa a nosotros –finalizó Adela.
Ella tenía razón. Sin embargo, todos percibimos, en mayor o menor medida, una extraña sensación que quedó flotando en el aire. Las conclusiones de Susana, en primer término, y Adela, al finalizar, realzaron la figura del profesor y provocaron en mí diversas reflexiones sobre el verdadero objetivo del mar, la vid y el nácar.
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