Jueves
Al salir de la facultad y después de una resumida explicación sobre lo charlado con Zaldívar, Carla nos pidió, a los siete, que la acompañásemos hasta la plazoleta de los oscuros sucesos.
Del brazo de Susana, Carla caminaba un tanto nerviosa y no dejaba ocultar su tensión al abrir y cerrar continuamente su puño derecho. El silencio que nos acompañaba daba una clara señal de apoyo a nuestra dolida amiga.
Nos detuvimos a unos metros de la casilla. Carla tomó una piedra y la arrojó con fuerza hacia la puerta. No sabíamos si el jardinero estaba y menos aún, si se encontraba, cómo reaccionaría. La tensa espera se hizo interminable hasta que al fin la puerta se abrió. Y apareció él. Con rastros de pasto cortado sobre su atuendo desprolijo, nos miró uno a uno sin pronunciar palabra. A Carla le temblaba la boca y sus ojos parecían destilar venganza. Nadie de nosotros debía decir nada hasta que él dijera algo. Su rostro ya no era el mismo de la noche anterior. No solo por la venda que cubría parcialmente su sien derecha sino porque se abatía sobre él una gran preocupación.
-Parece que han venido en patota –al fin nos enfrentó- Aunque no veo ninguna autoridad. ¿No puedo creer que todavía no me hayan denunciado? ¿Lo hicieron? ¿O están tan locos que pretenden pelear conmigo?
-No hemos venido a pelear –replicó Carla demostrando luchar contra sus propias palabras.
-¿Y... a qué has venido mi amor?
-A perdonarte.
-¡Perdonarme! ¿Por qué? ¿Porque no acabé?
-Debo perdonarte antes de que me pidas perdón si pretendo ser humilde.
-¡Vos no sos más que una putita!
-¡Y vos qué sos! ¿Hombre tal vez?
-¡Y a mucha honra!
-Ser hombre es fácil... lo difícil es, ser un hombre, y supongo que jamás lo lograrás.
-¡Peor es ser una loca como vos!
-La mayoría de los hombres emplean la mitad de su vida en hacer miserable la otra.
-¿A qué viniste? ¿A darme una lección de vida? ¿Creés que sabés más que yo?
-No lo sé, pero la ignorancia que me demostrás está enterrando lo que nunca pensaste.
-¡Y ustedes, manga de tarados...! ¿qué carajo miran?
Parecía que nadie iba a contestarle hasta que Elvio inusitadamente lo hizo:
-Yo miro como los pocos sentimientos humanos que nos quedan hacen señas como semáforos sin significado e íconos impertinentes.
El hombre bajó la cabeza con una mezcla de lástima y resignación.
-Váyanse, por favor, ya tuve suficiente con la pollera colorada.
Carla masculló un insulto entre dientes.
-Arrepentirse es una buena excusa para estar con Dios –dijo Susy.
-No metás a Dios en esto gordita, que para empezar, en la tierra no está.
-Por eso mismo –continuó Susy-, tenés que encontrarlo para poder descubrir su debilidad.
-¿A Dios? ¿Una debilidad a Dios? ¿No dicen que es perfecto?
-Que tenga una debilidad no significa que no sea perfecto.
-¿Y se puede saber cuál es?
-La oración.
Si Carla nos había asombrado con sus palabras, el mensaje de Susana llegó a movernos las estructuras a tal punto que todos, incluso el jardinero, permanecimos callados y pensativos. Finalmente, y no después de reflexionar por un instante, el hombre respondió:
-Ustedes no se dan cuenta de nada. Además si están acá es porque no creen en nadie.
-No se equivoque “casillero” –añadí con cierto convencimiento-, nuestra fe es tan grande que nos hace adorar a Dios.
-Sí –agregó Susana-, aunque nos haya dado la vida.
El jardinero frunció el ceño y se metió dentro de la casilla. Nosotros, regresamos a la facultad con la satisfacción de haber acompañado a Carla en tan complicado momento. No tenía dudas de que la charla que había tenido con Zaldívar debió haber sido mucho más extensa en comparación a lo que ella nos refirió sobre la misma.
El ítem “sabiduría” se desprendía de lo que acababa de escuchar de sus labios. Sin embargo, me sorprendió un poco la intervención de Susana. Por un lado no la sabía tan preparada en temas religiosos, porque si bien fueron solo dos o tres frases, me demostró mucho más que eso al expresarlas con tamaña convicción. Por otro lado, se me antojó, al menos desacertado, desviar el tema central que aparentemente nos convocaba, hacia una conclusión más cercana a Dios. Ella y todos nosotros sabíamos que la protagonista debía ser Carla y por lo tanto hacia allí dirigí la conversación.
-Estuviste muy bien Carla –dije.
-No pude decir todo lo que quise.
-¿Por qué?
-Estaba muy nerviosa. No te miento si te digo que moría de ganas de agarrarle el miembro y apretárselo con una morsa.
-Entonces... lo que dijiste... ¿no lo sentiste?
-Es difícil, hice todo lo posible por sentirlo y por momentos lo logré. Como me dijo Julio, eso ya era un gran avance.
-Él te dio las respuestas –preguntó Alba.
-Él charló mucho conmigo, me habló de la sabiduría y...
-¿Cómo hiciste para no delatarte? –preguntó David.
-¡Claro! Te violaron culpa de él o del grupo de la biblioteca y vos tenías que escucharlo hablar de sabiduría. Yo no hubiese podido soportar semejante despropósito –argumentó Adela.
-Creo que es la única manera de llegar al final y un viaje, por más largo que sea, comienza con el primer paso –contestó Carla-. Pero como les iba diciendo, Zaldívar habló conmigo y me explicó de diversas formas cómo reaccionaría una persona sabía si estuviese en mi lugar. Y en un pequeño porcentaje creo que lo logré.
-¿Qué más le hubieses dicho? –preguntó Alba.
-Por ejemplo que cuando un hombre ya no encuentra placer en el trabajo y trabaja solo por alcanzar sus placeres, entonces será muy difícil que no se convierta en delincuente; o que debemos parecernos al sándalo que perfuma el hacha que lo hiere.
-¡Brillante mi amiga! ¡Brillante! Estoy orgullosa de vos –una entusiasta Morena, que había permanecido singularmente callada, la abrazó y besó hasta el dolor.
-Vos también estuviste muy bien Susy –dije con el objetivo de arrimar un poco más de claridad a mi confusa mente.
Susana me miró a los ojos y tuve la impresión que mi rostro la tranquilizó.
-Yo también he hablado mucho con Zaldívar. Simplemente creí oportuno acotar lo que pareció gustarte.
-¿Qué opinión te merece el profesor?
-Me parece muy inteligente.
-¿Y como persona?
-Creo que es buena persona. Por su intermedio, Dios se ocupa de mí como si fuera única.
-Entonces... ¿él no está mezclado en todo esto?
-Quiero creer que no.
-A mí me cuesta creerlo también pero Carla es una prueba viviente de que el problema no es el fin que persigue esta secta encubierta sino los medios que utiliza para conseguirlo.
-Marco tiene razón –afirmó David-. No podemos permitir que vuelva a suceder. Tenemos que hacer algo.
-¿Alguien tiene alguna idea? –preguntó Morena-. En definitiva son nuestras vidas.
-Para encontrarle el gusto a la vida no hay como morirse –dijo Elvio.
-Creo que tenemos una sola opción –sostuvo David-. No tenemos pruebas como para denunciarlos o incriminarlos en un complot contra nosotros. Lo único que podemos hacer es desenmascararlos justo en el preciso momento en que la nueva enseñanza se desarrolla y ver qué es lo que ocurre.
-Está bien –opinó Alba-, pero en el caso de la violación de... perdón... si pasa algo similar ¿qué tendríamos que hacer?
-Tal vez decirle al jardinero o a quien sea que ya hemos descubierto todo, que sabemos que está actuando y que ya no nos engañarán más –concluyó David.
La idea me pareció atinada. A los demás también. El siguiente paso era escuchar cuál sería el nuevo “ítem” y quién lo protagonizaría.
Ese día traté de encajar en mi rompecabezas cerebral algún motivo por el cual no se hizo referencia a ninguna parábola en lo acontecido con Carla. La enseñanza moral con que finalizaban nuestras experiencias esta vez se había ausentado. También me incomodaron las supuestas charlas individuales del profesor con mis compañeros. En realidad no por lo que hubiesen conversado, están en todo su derecho, sino porque esos hechos demostraban mi desconocimiento en muchos aspectos que creía dominar.
Esa noche, solitario, me acerqué nuevamente a la biblioteca. Ignoraba si había alguna reunión pero mi ansiedad por anticiparme a los señores forjadores de destinos era mayor que mi escasa cordura.
La puerta se volvió a abrir y penetré en la oscuridad sapiencial que albergaba ese reducto nutrido de conocimientos. Otra vez los murmullos del piso superior llegaron a mí.»... indudablemente somos tres, el que creemos que somos, el que los demás conocen y el que realmente somos«,»En la vida importan más que los objetivos, el camino para lograrlos«,»Sueña como si fueras a vivir siempre y vive como si fueras a morir mañana«.
-Está bien –dijo una voz que no identifiqué-, pero más que seleccionar párrafos y frases entre tantos recortes a mí me preocupa como inducir a la chica para que asista a ese lugar.
-Despreocúpese señora, esa es mi especialidad –contestó Julio Zaldívar.
-¿Entonces, me puedo retirar?
No alcancé a escuchar la respuesta. Mis piernas desobedecieron la tenaz curiosidad que me poseía y me empujaron con celeridad hacia la calle.
Me detuve en la esquina para reconocer a la señora que se retiraba pero esto nunca ocurrió. Como tampoco pude conciliar el sueño imaginando la nueva experiencia y, sobre todo, tratando de esclarecer quién sería la chica elegida.
◊◊