Extraña parábola del buen alumno
Sucedió que un día, un hombre joven, disconforme con su realidad a pesar de llevar una meritoria vida, comunicó a su mujer e hijos, la decisión de emprender un viaje en procura de la sabiduría que consideraba necesaria para alcanzar, junto a ellos, una vida plena.
Para lograrlo sabía que debía conocer el verdadero sentido de la vida y en pos de ese objetivo partió.
Meses de largo peregrinar le sirvieron de experiencia para concientizarse sobre la importancia de los verdaderos valores.
Hasta que por fin dio con un anciano profeta que le entregó el real significado de la vida simbolizado en un pequeño cofre cerrado. Solo debía abrirlo cuando estuviese rodeado de sus afectos.
De regreso a su casa, y junto a su familia, lo hizo. Joyas de incalculable valor sorprendieron al hombre que no disimuló su alegría y satisfacción por el venturoso porvenir. No obstante, muchas dudas le afloraron respecto de esa felicidad soñada y su relación con ese pequeño tesoro.
Dejaron el cofre sobre la mesa y toda la familia se fue a descansar.
Al día siguiente una terrible noticia los madrugó. El cofre había desaparecido.
Sin dilación, el viajero reinició su camino en busca del anciano para escuchar de su boca alguna respuesta que explicara convenientemente lo sucedido. Fundamentalmente convencerse de que haber sido víctima de un robo no invalidaría su ganado derecho a la felicidad.
La respuesta del anciano, al encontrarse ambos, tampoco se hizo esperar. Le entregó otro cofre igual, y le sugirió que lo cuidara porque ya no tendría otra oportunidad. Sería en vano que regresara a él.
El trayecto de regreso lo hizo con mucho más recelo y rapidez que el anterior.
A los pocos días el cofre volvía a estar sobre la mesa. No disponía en su casa de escondites secretos o lugares apropiados para ocultarlo. Decidió, entonces, que siempre habría en la casa al menos un miembro de la familia en custodia del mismo. De esa forma esperaba evitar una nueva pérdida del porvenir anhelado.
Pasó el tiempo y la familia mantuvo indemne ese tesoro a pesar de que su alternativa vigilancia generó un principio de desunión familiar. Esto hizo que el hombre comprendiera que el cuidado del cofre no iba por el mismo camino que el objetivo trazado.
Tardó unos días en buscar la forma de corregir su curso hasta que la encontró.
La decisión de compartir las joyas con su familia, con otros afectos, y con algunos necesitados le pareció un recurso apropiado para enderezar su senda y, por ende, la de los suyos. Aunque su mayor logro fue descubrir que la única forma de disfrutar plenamente la vida es siendo un buen alumno. Porque en la vida a la felicidad hay que merecerla, y él había hecho méritos para lograrla, para convertirla en algo precioso, pero después tuvo que aprender a cuidarla, y después aprender a compartirla con los suyos, y después...
¿Qué vendría después? Se preguntó a la vez que creía comprender que la vida era un aprendizaje.
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