Martes
Por primera vez, la clase de arte de esa mañana nos había resultado interesante. Tanto es así, que continuamos hablando de la materia en la cafetería. Era curioso escucharnos discutir con vehemencia, temas cuya trivialidad en otro momento nos hubiese hecho desistir de cualquier tipo de comentario. Evidentemente algo estaba cambiando en nuestras mentes y el motivo más influyente provenía del profesor de nuestra próxima hora de clase.
-Antes de que me olvide –dijo Zaldívar- les voy a dar una especie de trabajo práctico que quiero que resuelvan para la semana próxima. Los voy a dividir en dos grupos para luego poder cotejar diferencias entre sí y evaluar qué grupo se acercó más al verdadero resultado. Digo esto porque no creo que puedan resolverlo correctamente.
Nos estaba desafiando. Era el primer trabajo que nos solicitaba y ya nos estaba subestimando. Comprendí, entonces, que siempre nos trataba de acicatear, hasta con la expresión más mínima él se proponía despertar nuestras neuronas.
-En el primer grupo –continuó- estarán David, Adela, Morena y Carla; y en el segundo, obviamente, Elvio, Marco, Alba y Susana.
Cruzamos las miradas entre nosotros como desafiándonos pero sabiendo que el rival a vencer era Zaldívar y su poca fe en nosotros.
-Anoten...”LA VID VIO COMO EL MAR DABA SU SALA DE ARENA AL NACAR”.
-Y... ¿qué tipo de análisis tenemos que hacer? –preguntó Susana.
-Simplemente analizar y averiguar por qué en esa frase está la respuesta a todo.
-¿Cómo a todo? –preguntó Alba.
-Es una especie de acertijo que si logran desentrañar les dará la salida a sus propios interrogantes.
-¿Alguna pista como para saber hacia dónde ir? –preguntó Carla con picardía.
-Ninguna –la interrumpió él-, he dicho todo lo que tenía que decir. Sin embargo, creo que vos no has dicho todo lo que tienes que decir.
-¡No le entiendo profesor! –alcanzó a decir ella.
-Para poder sobrellevar esta vida difícil que nos toca es fundamental que no nos aislemos en nosotros mismos. El contacto diario con nuestros semejantes es vital para alimentar nuestra objetividad y atenuar los egoísmos. Consustanciándonos con el medio, la amistad es un ejemplo, lograremos una mayor fortaleza para enfrentar los momentos difíciles que nos pueda deparar la vida. Como el que has vivido ayer, Carla, en la librería.
Ella me miró como pidiendo una explicación pero ante mi gesto de extrañeza y con un tono que mediaba entre la prepotencia y la intriga preguntó:
-¿Y usted como lo sabe?
-Yo estaba allí –dijo-. Te vi discutir con un joven y después llorar. También vi como la presencia de Marco hizo que te calmaras. Si bien había muchas personas y ustedes no me vieron, no fue difícil para mí ver un rostro cubierto de lágrimas. Así que... si te podemos ayudar, estamos dispuestos a escucharte.
Mientras Carla se debatía en indecisiones, Morena me preguntaba al oído» ¿Qué pasó? « . Los demás esperaban con ansiedad la continuidad del diálogo, hasta que Susana se atrevió a preguntar:
-Disculpe profesor, pero hay cosas íntimas que uno no quiere develar ni a sus amigos. Creemos que podemos resolverlas solos. Es más, creo que a veces es conveniente que así sea para demostrarnos hasta dónde hemos llegado y cuánto valemos.
-Muy bien, Susana. La autoestima alta es primordial. Pero debo aclararles algo, para que no se confundan. Para tener descanso hay que trabajar. Hay que conocer el sufrimiento para saber gozar. Por ende, hay que conocer a los demás para conocerse uno mismo. Y si vos no te brindás, no confiás en los demás, no intentás al menos tratar de resolver algún inconveniente ajeno o estar cuando se te necesita, mal que mal podrás encontrarle solución por mérito propio a tus problemas. Difícilmente serías objetiva. Tampoco ecuánime. Y este es el caso de Carla, por eso la invito a que nos permita ayudarla. De esa manera, nos estará ayudando a nosotros.
-Está bien, está bien –dijo Carla- después de todo no tengo por qué ocultarlo.
-No se trata de ocultar o no. Se trata de confiar –dijo el profesor que a esta altura de la conversación se mostraba impaciente.
-Ese joven, con el que me encontré en la librería, era mi ex novio. Y bueno... me fue con unos planteos para volver a salir juntos que yo no estuve dispuesta a aceptar. Discutimos y...
-¿Conseguiste el libro? –me preguntó Morena en voz baja
-No –le contesté en el mismo volumen de voz.
-...cosas que me hicieron mucho daño –prosiguió Carla.
-Elvio... necesita tu ayuda –dijo el profe-. ¿Qué puedes decirle?
-Ehh... ¿por qué llorabas? –preguntó Elvio.
-No sé –dijo ella- supongo que por lo equivocada que estuve respecto a él.
-Tal vez lo hacías porque sentías cosas por él –declaró amigablemente Alba.
-O producto de la impotencia –agregó David.
-Quizás te estabas desahogando de algo que te oprimía desde hace un tiempo –insinuó Morena.
-No sé, no sé, lo único que sé es que lo odio, que él es el principal responsable de que hoy yo esté acá. De que mi sexualidad se haya tornado vengativa. Me privó de la libertad necesaria como para poder pensar por mí misma y me hizo perder la confianza que yo tenía en los demás con sus permanentes engaños.
-Hablas como si te doliera estar acá –dijo Adela.
-No todos somos iguales –se me ocurrió decir.
-No, ya sé –dijo ella apesadumbrada y agradecida mientras entre todos tratábamos de hilvanar una frase que pudiese ayudarle o aclararle algún punto oscuro.
En ese instante, el profesor Zaldívar salió de su mutismo.
-Nada es totalmente blanco, ni totalmente negro. No es malo ser posesivos, siempre y cuando lo seamos en su justa medida, y sobre todo, no estemos poseídos. Toda mala experiencia tiene su lado positivo y esto que te ha pasado no debe ser la excepción.
-Supongo que no –contestó ella-, pero me es difícil encontrar algo bueno que me haya dejado esa relación.
-Tienes que hurgar en tu interior y encontrarás mucho más de lo que crees. Sin ir más lejos hay algo que salta a la vista.
-¿Qué?
-Que ya tienes a alguien en quien confiar.
-¿En quién?
-En él.
-¿En mi ex?
-Sí, en él.
-Pero... no le entiendo.
-Puedes confiar en él porque las malas personas nunca cambian.
¡Qué tipo éste! Estaba empezando a sospechar de él. En vez de un profesor de Filosofía parecía ser algo así como un profesor de vida. No solo por lo que nos transmitía sino por la participación que nos daba. ¿Cómo sería en su vida privada? ¿Tendría con los suyos las mismas actitudes que tenía para con nosotros? O sería uno de esos encasillados en el “Haz lo que yo digo, no lo que yo hago”. Tal vez por esa razón la primera clase que tuvimos con él nos dio como premisa que jamás preguntásemos sobre su vida privada. Divagando entre estos pensamientos me volvió a sorprender.
-De todas maneras Carla, te voy a recomendar que vayas a la Biblioteca Popular a leer un libro que estimo te puede aclarar las dudas que seguramente aún tienes-
-¿Cómo se llama, profesor? –preguntó Carla entusiasmada.
-Mejor dicho, quiero que leas una sección de ese libro. El libro se llama Viaje al corazón de la razón y la parte que quiero que leas es la Extraña parábola de la debilidad que fortalece. Es más, me gustaría que todos la leyeran. Hasta la próxima clase.
-Cuando el diablo está satisfecho, es una buena persona –dijo un escéptico Elvio.
-¿Por qué decís eso? –se extrañó Morena.
-¡Este tipo está reloco! –contestó Elvio.
-¡Ustedes escucharon el nombre del libro! –dijo Adela dirigiéndose a Morena y a mí.
-Sí, no lo puedo creer –dije-. Pensar que lo teníamos tan cerca.
-¿Qué tan misterioso es ese libro? –me interrumpió Susana.
-Miren –se adelantó Morena-, creo que después de clase deberíamos ir todos juntos a esa biblioteca a leer el libro. En el trayecto les contaremos algo que nos sucedió y verán por qué es tan importante para nosotros tres, e inclusive, ahora para Carla también. Creo que a todos nos va a servir.
Entramos tímidamente amontonados a la biblioteca. Se situaba en una esquina cerca de la facultad. Sus dimensiones eran pequeñas pero varios pasillos estrechos y recovecos conformados por diferentes estilos mobiliarios, invitaban a pensar que era el sitio apropiado para que allí descansen las ideas y reflexiones más importantes de la humanidad. La escasa luz artificial se veía vapuleada por la intensa luz natural que provenía de un viejo ventanal que se alzaba a un lado de la puerta principal. En el fondo, una escalera caracol comunicaba a un entrepiso que a pesar de su oscuridad dejaba entrever algunos estantes atiborrados de libros viejos. En el centro, una antiquísima mesa rectangular de bordes redondeados se mostraba solidaria para con el conocimiento. Por suerte no había nadie. Nuestra numerosa presencia seguramente inquietaría al más avezado lector. Finalmente, detrás de un gran fichero con innumerables cajoncitos etiquetados que se apoyaba sobre un escritorio de chapa metalizada, descubrimos a la supuesta bibliotecaria. Era una señora de unos sesenta y pico de años con la apariencia serena que da el saber. O al menos, el tenerlo todo claro. El gran aumento en sus lentes resaltaba sus indagantes ojos azules que, sin embargo, perdieron volumen al percatarse de nosotros, ya que con un ademán rápido la señora quitó sus anteojos y se levantó.
-Buenas tardes.
-Buenas tardes –dijimos.
-¿Qué necesitan?
-Nuestro profesor de Filosofía nos recomendó que viniéramos a leer un libro –se adelantó Morena.
-¿El profesor Zaldívar?
-Sí –respondimos.
-Pues bien, ustedes dirán... ¿qué libro?
-Viaje al corazón de la razón –dijimos con Morena en ansioso unísono.
-¿Viaje al corazón de la razón? Está bien, tomen asiento en el sector de lectura mientras lo voy a buscar.
Nos ubicamos los ocho alrededor de la gran mesa central y sin pronunciar palabra, esperamos. Sin embargo, mi impaciencia me hizo levantar y empezar a curiosear títulos de diversos lomos de libros que asomaban en el pasillo que llevaba a la escalera del fondo. Desde allí pude observar la sombra proyectada de dos personas que hablaban en el entrepiso. La tenue luz que se disipaba en ese espacio superior dificultaba identificar a las mismas, hasta que una de ellas, la bibliotecaria, comenzó a bajar por la escalera caracol. Me situé en forma inmediata con mis compañeros y a los pocos segundos estábamos todos en presencia del tan mentado libro. Morena lo tomó entre sus manos como si fuera un preciado tesoro. El descolorido lavanda de su tapa le daba la apariencia de ser un libro demasiado viejo, o en su defecto, muy leído. Inclusive, en el ejemplar que teníamos, una mancha circular de café hacía casi ininteligible el nombre del autor.
-¿Me permiten una sugerencia sobre ese libro? –sugirió con cierta delicadeza la bibliotecaria.
-Por supuesto –asentimos.
-Estoy convencida de que les será de gran utilidad pero siempre y cuando lo lean de la manera que les voy a indicar –la señora hizo una pausa, tomó aire, y como eligiendo en silencio las palabras adecuadas continuó-. Este es un libro de bellas parábolas que les van a dejar enseñanzas de vida para... que ustedes podrán aplicar en... bueno, cuando tengan dificultades. Pero, y esto es lo más importante, solo deberán leerlas cuando verdaderamente las necesiten, de lo contrario no tendrán el efecto deseado ya que las parábolas tienen una característica que las hace especiales. Debido a la complejidad de su trama, y a veces, de su estructura narrativa, es poco probable que uno tome dimensión de... del mensaje, si no se está consustanciado con la problemática que aborda.
La bibliotecaria había hecho un gran esfuerzo para explicarnos cómo debíamos leer el libro y si bien no fue lo suficientemente clara, todos entendimos lo que nos quiso decir. Le agradecimos y prometimos leer solamente lo recomendado.
Rápidamente Morena leyó el índice de extrañas parábolas y sus dedos agitados fueron acotando páginas hasta dar con la indicada.
◊◊