Viernes

 

Después del reencuentro con mis otros compañeros y, sobre todo, de la feliz constatación de que sus estados mentales no diferían demasiado del mío, nos dirigimos con anticipación al salón donde tendríamos una nueva clase con el profesor Zaldívar.

Una vez allí, comencé a contarles las vicisitudes sufridas durante mi internación fuera del instituto y la posterior búsqueda de una realidad, inventada por mí, pero con muchos aspectos verdaderos. Todos me escucharon con suma atención, salvo una persona que, obviamente, no estaba.

-¿Alguien me puede explicar qué sucedió con Elvio? –pregunté.

-Él está internado otra vez en la clínica –me informó Adela-. De todas maneras, ya hacía un tiempo que no estaba con nosotros.

-Fue separado de nuestro grupo –agregó Carla.

-Sí, eso lo sabía, pero... ¿cuál fue el motivo? ¿Por qué razón lo vi tan mal anoche?

-La razón es que sufre una depresión severa –intervino Alba-. Conversé con el médico... ¿se acuerdan... aquel con el que charlamos en la escalinata de la clínica?, bueno, él me comentó que Elvio presenta una manía con el tema de la muerte. Está convencido de que uno se muere el día menos pensado.

-¿Y qué tiene de malo pensar así?

-El problema es que él había incorporado esa frase textualmente, y se pasaba todo el día pensando en que ese día no debía morir porque estaba pensando en su muerte, y además, pensaba también en nosotros para que la muerte no nos sorprenda.

-Eso lo llevó a un gradual ensimismamiento que acentuó su ostracismo mental y por ende fue separado de nuestro grupo –aclaró David.

-La nueva medicación que recibió hizo lo demás –concluyó Morena.

-¡Pobre Elvio! –me compadecí al mismo tiempo que iniciaba una reflexión-. Ahora entiendo un poco más su preocupación por la muerte de Tomy y la razón de sus charlas con el médico. Es más, estoy comprendiendo el origen de algo macabro.

Acababa de clavar un frío puñal en los ingenuos pechos de mis escuchas.

-¿Podés aclararnos? –se animó Susana.

-¿Ustedes recuerdan las parábolas, verdad? Siempre nos hicieron referencia a ellas después de un evento que tenía como protagonista a alguno de nosotros. Jamás intervino el azar en la elección de dichas situaciones. Nosotros... sí, nosotros, les dimos las pautas para que ellos dibujaran nuestro destino.

-No me queda muy claro –dijo David.

-¿Recuerdan la primera clase del profesor Zaldívar? Ese día nos encargó una tarea, que después le entregamos y jamás nos devolvió.

-¡Sí, me acuerdo! –dijo Carla-, pero creo que él dijo que no devolvería el trabajo... que era para conocernos mejor o algo así.

-¿Se acuerdan qué pusieron para desterrar de este mundo y qué para fortalecer? –pregunté.

-Yo lo tengo bien presente –contestó Adela-. Quise fortalecer nuestra vida y desterrar la vejez. Supuse que era un juego y deseaba ser siempre joven.

-¿Por qué motivo crees que te topaste con el viejo Emeterio? ¿Y esa especie de lección de vida del comisario? ¿Pensás que fue solo casualidad?

-No... supongo que no –contestó titubeando.

-Alba y yo nos enteramos de la charla de aquel falso pastor por unos papeles pegados en unos postes telefónicos. ¿Vos cómo te enteraste? –continué.

-Alguien tiró por debajo de la puerta de mi casa un volante...

-¿Es casualidad que justo vos hayas tenido permiso de salir ese fin de semana del siq... del instituto?

Adela se quedó callada.

-Y vos Morena, ¿qué escribiste?

-Yo puse que deberíamos acabar con el renunciamiento a ser útil y además, consolidar la verdad.

-¿Sabés por qué nos ayudó aquel linyera cuando nos asaltaron? Él hizo lo que debía, dijo. O aquel episodio con Alex en la biblioteca donde se puso en evidencia tu desapego por la verdad.

-¿Pero Alex es de ellos?

-¿Solo esa vez faltaste a la verdad?

Morena también quedó callada.

-Con razón el médico de la clínica me hablaba de la fe y la esperanza –reflexionó Alba-, eso era lo que yo quería fortalecer. Y la mentira... no sé... no recuerdo en este momento cuándo presencié una situación que me haya enseñado algo sobre la mentira.

-Pensá, pensá y la vas a encontrar –le dije.

-¿Y vos, David, qué pusiste? –preguntó Morena.

La voz del profesor Zaldívar se escuchó en la galería y mantuvo en vilo la respuesta de David por unos segundos.

-Mi memoria es un poco frágil –dijo-, creo que escribí algo sobre los verdaderos valores y... lo otro... no... no me acuerdo... pero...¿cómo llegaste a esa conclusión, Marco?

-Oculto en la escalera de caracol presencié otra de las reuniones del primer piso de la biblioteca. Al escuchar que yo sería el protagonista del próximo ítem, así llaman ellos a estas enseñanzas morales, pude determinar el por qué de la elección. El amor o la violencia, los temas a desarrollar, eran los que yo había escrito en aquella tarea del profesor Zaldívar. No fue difícil descubrir después algunos de los ítems propuestos por ustedes. Por ejemplo, estoy seguro que Elvio eligió desterrar la muerte. Mi desmayo y posterior salida de aquí impidió que protagonice mi destino pero hubo otra persona que tampoco lo hizo.

Nadie se dio por aludido.

-Más aún, nos quiso engañar diciendo que había hablado con Zaldívar sobre los temas que después ella desarrollaba en forma más que convincente. ¿Cuáles fueron tus elecciones, Susy?

-Yo propuse conocer más a Dios y que desaparezca la triste soledad.

-¿Y por qué los pusiste sobreaviso cuando quisimos desbaratar la organización aquel día que terminamos presos?

Susana no hallaba las palabras justas para defenderse. Los demás no alcanzaban a comprender.

-Está bien, no hace falta que me contestes, pero quiero que sepas que también escuché algo grave ese día en la biblioteca.

-No te entiendo –dijo ella.

-Escuché que no podían repetir el error que cometieron con Tomy. ¿Entendés? Mataron a un niño, o lo dejaron morir para que nosotros, especialmente Elvio, experimentásemos la muerte bien de cerca.

Susana no quitaba sus ojos angustiados de los míos.

-La vida de una criatura por la enseñanza moral a unos depresivos mentales –continué a medida que la bronca se apoderaba de mí-. Y si por alguna razón, no me crees, contestame esta pregunta: ¿se justifica violar a una chica para que ella adquiera un poco de sabiduría?

Susana no resistió y con sus manos trató de tapar un llanto que brotaba desde el alma.

-¡Perdonenmé, por favor... perdonenmé! Pero nunca le deseé ni hice el mal a nadie. Creo que tenés razón Marco, esta gente me ha defraudado. Ya tenía dudas con lo acontecido con Carla y ahora con lo que decís, me terminás de convencer.

-Pero... ¿por qué lo hiciste? –indagó Carla.

-Yo era enfermera de este siquiátrico y, por razones personales, entré en un estado de depresión que me obligó a iniciar un tratamiento en este mismo lugar. Pasé de ser enfermera a paciente. El profesor Zaldívar me conoció como paciente y al enterarse de mi pasado en el instituto me pidió que fuera el nexo entre nosotros y ellos. Una especie de guía que garantice el normal desarrollo del nuevo programa implementado. La idea no me desagradó porque además me dijeron que la tarea que iba a desarrollar influiría positivamente en mi salud. Es por eso que la tarde que fuimos con Carla a ver al jardinero, por ejemplo, intervine mencionando a Dios para aplacar los ánimos y evitar que se genere una discusión de imprevisible final. Pero Carla nos dio una lección a todos. Créanme chicos que mi intención fue ayudarlos en todo momento. Nunca me dijeron que lo de Carla estaba planeado. Tampoco debía preguntar demasiado. Ellos solo me usaron algunas veces, cuando veían la posibilidad de que algo saliera mal, pero después, yo fui una más del grupo.

Y otra vez las lágrimas asomaron, esta vez sin obstáculos, como desnudando seis disculpas.

-¡Buenos días! –dijo Zaldívar al entrar en el salón.

-¡Buenos días! –contestamos.

-¡Marco! ¿Cómo estás? Ya me habían notificado de tu regreso. Te veo muy bien. ¿Cómo te sentís?

-Muy bien, gracias a Dios... ¿y usted?

-Yo estoy en mi mejor momento, tan es así que hoy vamos a hablar de un nuevo ítem: la felicidad.

-Perdón, profesor –Morena interrumpió.

-Sí, niña...

-¿Qué fue lo que dijo? ¿Un nuevo... qué?

-Un nuevo... ídem... ídem a mi momento de felicidad. ¿No les dije que pasaba por mi mejor momento?

-Perdone, no le había entendido.

Al instante coincidimos nuestras miradas y supe que el profesor se había delatado. Peor aún, quizás escuchó nuestra reciente charla y no pudo evitar pronunciar una de las palabras que utilizan en su secta como argot.

-¿Qué simbolizaría para ustedes un libro de historia que contiene solo páginas en blanco?

-Que todavía no existimos –dijo Adela sin procesar demasiado su respuesta.

-Simboliza los tiempos felices. En ningún libro de historia encontrarán los hechos felices de la humanidad. La búsqueda de la felicidad depende de muchos factores, la libertad es uno muy importante, la ecuanimidad también, el saber discernir entre lo que nos conduce a ella y lo que no, el convencimiento, la eutrapelia, la ambición justa, y podría seguir confeccionando una lista interminable para llegar a la simple conclusión de que de la felicidad solo conocemos el nombre.

Otra vez estaba frente a él, escuchando sus conceptos de vida, tratando de entender las verdaderas intenciones que ocultaba y, sobre todo, buscando algún resquicio en él que me permitiese descubrir la manera de demostrarle que no éramos tontos. Si bien nunca había escuchado la palabra eutrapelia, decidí no interrumpirlo preguntando su significado y esperar el desenlace de su alocución.

-¿Qué piensan ustedes que hay que hacer para acercarse a la felicidad?

-Yo creo que el primer paso sería superar los momentos de tristeza –dijo Susy.

-Muy bien Susana, y para acercarnos más todavía deberíamos gozar de las alegrías. Porque no hay deber que descuidemos tanto que el deber de ser felices. A propósito... ¿alguien de ustedes lo es?

-Supongo que aún no –contestó Adela representándonos-, que todavía estamos en su búsqueda.

-¿Para qué?

-Y... para ser felices –respondió Carla.

-Ya lo sé, ya lo sé, lo que quiero decirles es que no busquen para encontrar pues de esa manera no buscarán con libertad. ¿Se entiende? Y como la libertad está íntimamente ligada a la felicidad, no deberían perderla. En otras palabras, como alguien dijo una vez, la felicidad es no necesitar de ella. Si ustedes la buscan, la ambicionan o la desean con mucho fervor se van a convertir en esclavos de ese deseo.

-O sea que el que nada desea es un hombre libre –argumentó con acierto Alba.

-Así es. Aunque todo el mundo desea ser feliz, pero, no que lo sea todo el mundo.

Zaldívar continuó con su clase hasta el final de la hora y luego nos encomendó una tarea:

-Para el lunes quisiera que me traigan por escrito, al menos una de las ventajas de no ser feliz... ¿entendido?

Continuamente acicateaba nuestras neuronas evitando así que se dispersasen en trivialidades espontáneas.

A ninguno de nosotros se le ocurrió siquiera una ventaja de ser infeliz, pero teníamos el fin de semana para resolverlo.

Al retirarse, Zaldívar nos recomendó que leyéramos el transparente de la galería para saber quiénes estábamos anotados en los trabajos prácticos de comportamiento exterior. O sea, quién saldría del instituto ese fin de semana.

Mientras nos dirigíamos hacia allí traté de adivinar quiénes de nosotros seríamos los privilegiados y llegué a la conclusión de que solo había dos opciones. David o yo. O David y yo. Los demás, a excepción de Elvio que estaba internado en la enfermería, ya habían protagonizado sus historias. Al pararnos delante del transparente comprobé que no me había equivocado. David estaba anotado. Yo no. Él solo se retiraría al otro día de la clínica. Recordé la vez que salimos juntos y aquel episodio en un bar donde una chica nos habló de las virtudes del hombre. Supuse que era la enseñanza moral que tuvo a David como centro, por lo tanto en esta nueva salida probablemente viviría su nueva historia. Pero desconocía el ítem. Nadie de nosotros lo sabía. Ni siquiera él porque no lo recordaba. Sin embargo no me preocupé demasiado, mi mente maquinaba la forma de desenmascarar esa banda miserable. Traté de pergeñar algo, pero nada interesante se me ocurrió.

          

 

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