Aquel tío que se parecía a mí tocaba el bandoneón bastante bien. Lo tocaba muy bien, y se parecía a mí en todo, menos en una cosa: que él era calvo, o al menos empezaba a serlo, y yo no. Lo sabe todo el mundo. Lo mismo que yo adivinaba lo que él iba a tocar inmediatamente, adivinaba él mis pensamientos, de manera que cuando una pareja se puso a bailar el tango nada más que con piano y con violín, él bajó y vino hacia mí, mientras yo me levantaba e iba hacia él. Nos encontramos a mitad de camino, nos tuteamos desde el primer momento, nos sentamos frente a frente en una mesa redonda.
—¿Tú eres mi hermano?
—No lo sé bien, pero vamos a suponer que sí. Me llamo de tal modo, ¿y tú?
Me dijo su nombre después de que yo le había dicho el mío. Coincidíamos en el nombre, pero no del todo. El nombre de él también empezaba a calvear, como su cabeza.
Me contó muchas cosas. Yo le conté las mías. A veces, coincidíamos; a veces, nos separábamos. En la vida de él, por ejemplo, había habido muchas mujeres; en la mía, no. Él no se había movido de Buenos Aires: allí había aprendido todo lo que sabía y había sido todo lo que era. Yo, en cambio, siempre anduve de la Ceca a la Meca y había sido lo que soy, pero también lo contrario, hasta no ser nada, aquí y allá. Era difícil que nuestras vidas coincidiesen. Por eso él me contó la suya, y yo le conté la mía. Yo escribí la suya, porque mi oficio de siempre es escribir, pero, ¡vaya usted a saber lo que él hizo con la mía! A lo mejor la olvidó. No creo que la haya escrito porque no estaba en su oficio, pero a lo mejor la escribió y cualquier día sale por ahí. Esto que yo escribo le servirá de mucho, porque hay días coincidentes; pero lo demás tendrá que recordarlo, o inventarlo, que da lo mismo.
Lo que yo cuento aquí es lo que él me contó, ni más ni menos, desde que subía a la terraza y se encontraba con la Iris, hasta ver por el ojo de buey del capitán las últimas montañas de Galicia. Después vino la mar… y la mar es igual para todos, para él y para mí. La mar. Donde él se ha perdido y donde yo, quizá, también me pierda. ¿Qué sabe uno lo que le pasará mañana?