Capítulo 5
5
Carta de la directora
«Usted sabrá perdonarme, señora, si hoy le escribo con suma brevedad, pues tras el examen público en el que se juzgaba el aprovechamiento de los alumnos en el último año, tengo que comunicar los resultados a todos los padres y tutores. Además, puedo permitirme ser breve porque le puedo decir mucho con pocas palabras. Su hija ha obtenido el primer puesto en todo. Las notas que le adjunto, su propia carta en la que le describe los premios obtenidos y le expresa la satisfacción que siente por un resultado tan dichoso, le servirán a usted para tranquilizarse y para alegrarse. Sin embargo, mi propia dicha está algo menoscabada, porque preveo que ya no nos quedará mucho motivo para seguir reteniendo aquí más tiempo a una mujercita que tanto ha progresado. Le presento mis respetos y me tomaré la libertad de comunicarle más adelante las ideas que tengo sobre lo que considero más ventajoso para ella. Sobre Otilia le escribe mi estimado asistente».
Carta del asistente
«Nuestra respetable directora me permite que le escriba sobre Otilia, en parte porque, dado su modo de pensar, le resultaría muy violento tener que comunicarle a usted lo que sin embargo no queda más remedio que hacerle saber y, en parte, porque se siente obligada a dar una disculpa que prefiere poner en mi boca.
»Como sé muy bien hasta qué punto nuestra buena Otilia es incapaz de expresar lo que lleva dentro y de lo que es capaz, sentía algo de miedo pensando en el examen público, tanto más, por cuanto para ese examen no es posible ninguna preparación y aunque eso fuera posible como ocurre en circunstancias ordinarias, no hubiera sido posible preparar a Otilia para salvar las apariencias. El resultado vino a confirmar mis peores temores: no obtuvo ningún premio y hasta se encuentra entre las que no han obtenido ni un solo certificado. ¿Qué más puedo decir? En caligrafía las otras no tenían unas letras tan bien formadas, pero sus rasgos eran más sueltos; en cálculo todas eran más rápidas y no se les puso problemas difíciles, que son los que ella resuelve mejor; en francés hubo algunas que abrumaron por su forma arrolladora de charlar y exponer; en historia no supo acordarse a tiempo de los nombres y fechas; en geografía le reprocharon la escasa atención a las divisiones políticas; en música le faltó tiempo y tranquilidad para ejecutar convenientemente sus humildes melodías; en dibujo estoy seguro de que hubiera podido llevarse el premio, porque los contornos eran muy puros y su ejecución muy cuidadosa y llena de sensibilidad, pero lamentablemente emprendió algo demasiado grande y no le dio tiempo a terminar.
»Cuando salieron las alumnas y los examinadores se reunieron en consejo y tuvieron la consideración de dejarnos decir alguna que otra palabra a los profesores, enseguida me di cuenta de que nadie hablaba de Otilia, o si lo hacía, era si no con disgusto, al menos con indiferencia. Todavía tenía la esperanza de poder ganármelos un poco mediante la descripción franca de su modo de ser y me atreví a hacerlo movido por un doble celo: por un lado, porque estaba convencido de tener razón, y por otro, porque yo mismo me vi en la misma triste situación en mis años jóvenes. Me escucharon con atención, pero cuando hube terminado el presidente de los examinadores me dijo con amabilidad, pero de modo lacónico: “Las capacidades se presuponen, pero tienen que convertirse en habilidades y destrezas. Ésa es la meta de toda educación, ése es el objetivo expreso y claro de los padres y tutores, y hasta la intención callada y no del todo consciente de los propios niños. Ése es también el objeto de nuestro examen, en el que se juzga por igual a maestros y alumnos. Lo que usted nos ha dicho nos hace concebir esperanzas favorables respecto a esa niña y en cualquier caso estimo que es usted digno de elogio por haber observado tan de cerca las disposiciones de su alumna. Transfórmelas usted en destrezas para el año que viene y entonces no ahorraremos las palabras de alabanza ni para usted ni para su alumna favorita”.
»Ya me había resignado a las consecuencias de todo esto, pero aún no había llegado lo peor, que sucedió poco después. Nuestra estimada directora, que como el buen pastor no es capaz de ver perdida ni a una de sus ovejas o, como era aquí el caso, ni tan siquiera sin algún adorno, no pudo contener su disgusto cuando se hubieron marchado los señores y le dijo a Otilia que estaba muy tranquila en la ventana mientras el resto de sus compañeras se alegraban de sus premios: “¡Pero, por el amor de Dios, dígame cómo es posible parecer tan estúpida cuando no lo es!”. Otilia respondió pausadamente sin perder su calma: «Perdóneme, madre, precisamente hoy me ha vuelto el dolor de cabeza y bastante fuerte “¿Y quién puede saber eso?”, repuso agriamente esta mujer, por lo general tan compasiva, y se marchó irritada.
»Y es la verdad: nadie puede saberlo, porque Otilia no altera ni un músculo de su cara y tampoco he podido ver que se lleve alguna vez la mano a la sien.
»La cosa no terminó aquí. Su hija, querida señora, que habitualmente es tan alegre y generosa, estaba dominada por el orgullo de su triunfo y llena de jactancia. Saltaba y corría por las habitaciones enseñando sus premios y certificados y también se los pasó a Otilia por delante de la cara. “Hoy te has fastidiado”, le gritó. Muy tranquila, Otilia le contestó: “Éste no es el último día de examen”. “Pero siempre te quedarás la última”, le replicó la jovencita y se marchó corriendo.
»Otilia parecía muy tranquila a los ojos de todos, pero no a los míos. Cuando le invade algún movimiento interno demasiado vivo que a ella le desagrada y trata de reprimir, se le nota por un color desigual de su rostro. La mejilla izquierda enrojece unos instantes, mientras la derecha palidece. Cuando me percaté de esta señal no pude reprimir mi simpatía por ella. Tomé aparte a nuestra directora y hablé seriamente con ella del asunto. Esta excelente mujer reconoció su fallo. Debatimos y hablamos largamente, y para no alargarme más, le comunicaré cuál fue la decisión que tomamos y cuál es el ruego que queremos transmitirle: llévese a Otilia a su casa durante algún tiempo. Los motivos, usted misma será capaz de entenderlos en toda su extensión. Si se decide a hacer esto, más adelante le diré más cosas sobre el modo en que hay que tratar a la niña. Si después, tal como cabe suponer, nos abandona su hija, veremos regresar a Otilia al internado con alegría.
»Una cosa más, que se me podría olvidar más adelante: nunca he visto que Otilia exija nada, ni tan siquiera que lo pida encarecidamente. Por contra, sí se da el caso, aunque sea muy raramente, de que trate de negarse a algo que se le exige, lo hace con un ademán que es irresistible para el que entiende su sentido. Aprieta fuertemente sus manos una contra otra, las levanta hacia arriba y se las lleva al pecho a la vez que se inclina un poco hacia adelante y mientras tanto contempla al que ha hecho el ruego con una mirada tal, que éste renuncia gustoso a todo lo que quería pedir o podía desear. Si alguna vez ve usted ese gesto, cosa que creo poco probable sabiendo cuál es su trato, le ruego, señora querida, que se acuerde de mí y no haga sufrir a Otilia».
Eduardo había leído esta carta sin dejar de sonreír y agitar la cabeza. Tampoco faltaron los comentarios sobre las personas y la situación descrita.
—¡Basta! —Exclamó por fin Eduardo—, ya está decidido, ¡vendrá! Tú ya tienes lo que querías, querida, y por eso también nosotros podemos atrevernos a expresar nuestra propuesta. Es absolutamente necesario que me mude al ala derecha donde vive el capitán. Las primeras horas de la mañana y las últimas de la tarde son precisamente las mejores para trabajar. A cambio, tú y Otilia os quedáis con la parte más hermosa.
Carlota aceptó y Eduardo se puso a describir su futuro modo de vivir. Entre otras cosas, exclamó:
—Es muy amable por parte de la sobrina que tenga algo de dolor de cabeza en el lado izquierdo; yo lo tengo a veces en el derecho. Si nos da al mismo tiempo y estamos sentados el uno al lado del otro, yo apoyado sobre el codo derecho y ella sobre el izquierdo y con nuestras cabezas en la mano, cada una hacia distinto lado, va ser una pareja de cuadros digna de verse.
Al capitán todo aquello le parecía peligroso. Pero Eduardo le dijo:
—Usted, querido amigo, limítese a tener cuidado con la D. ¿Qué sería de B si le quitaran la C?
—¡Vaya!, yo pensaba que eso ya se podía suponer —replicó Carlota.
—Desde luego —exclamó Eduardo—; volvería junto a su A, porque ella es su alfa y su omega —y mientras decía esto se levantó de un salto y abrazó fuertemente a Carlota.