IR A DONDE ESTÁ LA ENERGÍA

Vamos a necesitar energía para un futuro indefinido, y los científicos rusos ya están haciendo planes pensando en esto.

Ahora están desarrollando un proyecto para colocar grandes estaciones de energía solar en el espacio para enviar electricidad a la Tierra. Aunque el proyecto tiene posibilidades militares, también ofrece una excelente oportunidad de colaboración multinacional que podría reforzar la paz mundial.

El Sol es una evidente fuente de energía que durará miles de millones de años. La luz solar que llega a la Tierra se puede convertir en electricidad, pero la atmósfera absorbe parte de la luz y dispersa el resto, el polvo la enturbia más, las nubes la bloquean todavía más y la noche la suprime en su totalidad durante una parte de cada día.

Entonces, ¿por qué no ir adonde está la energía? ¿Por qué no salir al espacio? Más allá de la atmósfera, la luz del Sol brilla en todo su esplendor, sin nubes, ni polvo, ni aire de ninguna clase que la reduzca.

Supongamos que tenemos un ingenio que está muy por encima del ecuador de la Tierra, un aparato capaz de absorber luz del Sol y transformarla en electricidad. Entraría en la sombra de la Tierra durante unas pocas horas ocasionales, aproximadamente en la época de cada equinoccio. Con esta salvedad, el aparato estaría continuamente expuesto a la plena luz del Sol. Se calcula que podrían convertir siete veces más luz solar en energía que la que el mismo ingenio podría convertir en la superficie de la Tierra.

Si este aparato estuviese a 35 680 kilómetros sobre el ecuador de la Tierra, giraría lo mismo que ésta, exactamente en veinticuatro horas. Vista desde un punto del ecuador situado directamente debajo de él, parecería que permanece fijo en el espacio. Este ingenio podría recoger luz del Sol y convertirla en electricidad, que a su vez podría ser convertida en microondas. Las microondas podrían ser radiadas a una estación receptora situada en la Tierra, que podría convertirlas de nuevo en electricidad para su distribución donde fuese necesario.

Sin embargo, para captar una cantidad razonable de energía; el aparato tendría que recoger una gran cantidad de luz del Sol. Esto significa extender «placas solares» (unidades que convierten la luz del Sol en electricidad) en una vasta zona. Se calcula que el aparato total tendría una extensión igual a la de la isla de Manhattan, o mayor. Y lo que es más, tal vez tendría que haber sesenta de estos aparatos colocados en órbita sobre el ecuador, lo cual representaría una extensión total mayor que la del Estado de Rhode Island.

La cantidad de energía que esto suministraría continuamente, año tras año, siglo tras siglo, podría ser igual a la producción de seiscientas centrales nucleares. Con el tiempo aumentaría posiblemente la energía obtenida al perfeccionarse la eficacia de los aparatos.

Desde luego habría que superar enormes dificultades, probablemente se necesitarían cincuenta años de intenso trabajo y un gasto de hasta 3 billones de dólares para construir los aparatos necesarios. Y una vez construidas las estaciones de energía solar en el espacio, tendrían que ser constantemente mantenidas y reparadas. En el espacio, los aparatos quedarían a salvo de las inclemencias del tiempo atmosférico, de las depredaciones de la vida salvaje y del vandalismo humano, pero serían vulnerables a los desechos espaciales. Algunos de estos serían naturales, porque el espacio está lleno de partículas de polvo y de arena. Otros serian de confección humana; pedazos y fragmentos de satélites y de sondas.

Además, está la cuestión de cómo podrían afectar los haces de microondas enviados por los ingenios solares a la superficie de la Tierra, a la capa de ozono, a la atmósfera, a las personas, a la vida salvaje, etcétera.

El proyecto había sido presentado por Peter E. Glaser, de Arthur D. Little Inc., de Cambridge, Massachusetts, en los años sesenta. La NASA había considerado la posibilidad de llevarlo adelante en los setenta, pero el costo y consideraciones ambientales parecieron apagar el interés americano.

En cambio los rusos han recogido ahora la idea. Tiene ahora un nuevo cohete, el Energía, que es como mínimo cuatro veces más potente que los mejores de los americanos, y esperan emplearlo para enviar al espacio las cantidades de material que requeriría un proyecto tan ambicioso.

Podrían empezar con algo sencillo, construyendo un receptor pasivo de luz solar. Esto crearía una pequeña «luna» en el cielo, que podría iluminar ciudades o calentar zonas rurales en el caso de heladas intempestivas. Podría llevarse a cabo con carácter experimental en los años noventa.

Si los rusos progresasen en este importante proyecto, Estados Unidos podría temer el empleo militar de la energía solar y de los reflectores espaciales. Yo siempre he creído que la manera más segura de contrarrestar esta posibilidad es internacionalizar los grandes proyectos espaciales, que por otra parte podrían resultar demasiado costosos para todo lo que no fuese un esfuerzo mundial.

Además, el empleo pacífico de las estaciones de energía solar en el espacio no debería ser exclusivo de una nación. Es lógico pensar que la luz del Sol pertenece a toda la Tierra. El deseo común de utilizar esta energía y mantener y mejorar las estaciones debería infundir a las naciones del mundo el afán de agruparse e imponer el sentimiento de un objetivo común, más fuerte que el que existe en la actualidad.

Dado que cualquier desavenencia o controversia graves perjudicaría el buen funcionamiento de las estaciones, rebajando el suministro de energía para todos, éste podría ser también un fuerte incentivo a favor de la paz.

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