EL CASO DEL «PLANETA» DESAPARECIDO

La ciencia tiene sus contratiempos. De vez en cuando, un descubrimiento que parece muy satisfactorio y que anuncia otros se desvanece de repente. ¡Lástima!

Por ejemplo, cualquier objeto que sea lo suficientemente grande (de al menos una décima parte de la masa del Sol), se calentaría tanto en el centro, al formarse, y ejercería tanta presión gravitatoria allí, que sus átomos centrales se romperían y fundirían, produciendo enormes cantidades de radiación. Dicho en otras palabras, un objeto que sea lo suficientemente grande sufre una «combustión nuclear» y se convierte en una especie de bomba de hidrógeno cósmica a la que llamamos estrella. Cuanto mayor sea la masa, más grande, caliente y brillante será la estrella.

Júpiter, el planeta más grande que conocemos, tiene sólo una masa igual a una milésima de la del Sol. No es lo suficientemente pesado como para iniciar las reacciones nucleares en su centro, y por esto no brilla. Sólo lo vemos por la luz reflejada del Sol. Si estuviese solo en el espacio, sin ninguna estrella cerca de él, sería completamente oscuro. Sería una «enana negra»: negra porque no brillaría, y enana por su pequeño tamaño.

Nunca hemos localizado planetas que giren alrededor de otras estrellas. En primer lugar, la luz que reflejarían sería muy pálida, dada la gran distancia de otras estrellas. En segundo lugar, la débil luz sería anulada por el brillo de la estrella próxima alrededor de la cual giraría.

Pero supongamos que alguna estrella tuviese un planeta con una masa cincuenta veces mayor que la de Júpiter. Esto todavía no sería suficiente para provocar las reacciones nucleares, pero su interior podría ser lo bastante caliente como para hacer que la superficie del planeta irradiase grandes cantidades de luz infrarroja e incluso un poco de pálida luz visible. Esto no sería mucho pero haría que el objeto fuese más perceptible que si brillase sólo con luz reflejada. Tal objeto, de tamaño intermedio entre un planeta grande y una estrella pequeña, podría llamarse «enana parda», no del todo negra.

En 1985 fue detectado un objeto muy cerca de la pequeña estrella Van Biesbroek 8 (VB 8). VB 8 era bastante opaca, pero el nuevo objeto lo era todavía más, y la luz que emitía era principalmente infrarroja, que es menos energética que la luz visible. La luz era exactamente igual que la que habría cabido esperar de una enana parda, y los astrónomos que la detectaron por primera vez en el observatorio de Kitt Peak, en Arizona, estaban seguros de que aquello era lo que habían observado. Lo llamaron Van Biesbroek 8B (VB 8B).

Hubo alguna controversia sobre si había que llamar a VB 8B planeta muy grande, de aproximadamente cincuenta veces la masa de Júpiter, o estrella, muy pequeña, de aproximadamente una veintava parte de la masa de nuestro Sol, La mayoría se inclinó por considerarlo un planeta muy grande. Si era tal como lo llamaban, habría sido el primer planeta detectado que estuviese girando alrededor de una estrella diferente del Sol.

Lo apasionante era que ahora que se había descubierto una enana parda (un tipo completamente nuevo de objeto celeste), las mismas técnicas revelarían tal vez muchas otras. El estudio de tales objetos podría darnos nuevas ideas sobre lo que ocurre en el centro de los cuerpos masivos, y podríamos comprender mejor todas las estrellas, incluido nuestro Sol.

En realidad, incluso era posible que hubiese tantas enanas pardas en el universo que resolviesen otro enigma. Las estrellas que vemos parece que constituyen sólo el 10 por ciento de la masa que aparentemente tiene el universo. Tal vez, el otro 90 por ciento está constituido por enanas pardas.

Desgraciadamente, después del descubrimiento de VB 8B, no se han producido más de este tipo. Tal vez había de esperarlo. Eran objetos dudosos, muy difíciles de ver, y podría ser que nuestros instrumentos astronómicos no fuesen bastante potentes para la tarea. Algún avance más y podrían detectarse enanas pardas por todas partes. Quizás.

Entonces ocurrió algo peor. En verano de 1986, los descubridores quisieron echar otro vistazo a VB 8B y se encontraron con que no podían localizarlo. Un segundo grupo que trabajaba con un telescopio de infrarrojos en Mauna Kea, Hawai, tampoco pudo encontrarlo.

¿Qué había ocurrido? Desde luego VB 8B no podía haberse trasladado. Si era un planeta que giraba alrededor de la estrella opaca VB 8, estaría en órbita a su alrededor, lo mismo que se mueve Júpiter alrededor del Sol. En tal caso podía ser que desde la última vez que había sido vista, la enana parda VB 8B hubiese pasado detrás de la estrella VB 8, o al menos lo bastante cerca de ella como para perderse en su resplandor.

Sin embargo, para hacer esto en el tiempo transcurrido desde su descubrimiento habría tenido que ser muy masivo.

(Cuanto mayor es la masa de un objeto, mayor es la atracción gravitatoria entre él y otro objeto masivo, y más rápido el movimiento de uno alrededor del otro.) De hecho, su masa tendría que ser tan grande que habría alcanzado las reacciones nucleares y brillaría como una estrella.

Esto no podía ser. Entonces, ¿qué otra solución podía haber? Bueno, era posible que hubiese habido algún error en la primera observación y que VB 8B no existiese. Y esto es una contrariedad casi más grande que el propio objeto.

(NOTA: Desde que escribí este ensayo, se han dado a conocer otras enanas pardas; véase LOS OBJETOS INTERMEDIOS Y LA MASA OCULTA pág. 173. -I. A.)

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