PROCLAMAS DE LA TRAGEDIA
Una breve antología apologética puede contribuir a dejar claro que en la persecución religiosa —a excepción de detalles en la ejecución—, nada fue casual ni accidental. Las justificaciones podían ser más doctrinales o más estratégicas pero los objetivos eran coincidentes y diáfanos.
Las excusas o justificaciones para actuar las deparaba el azar, la provocación poco evangélica de algunos miembros del clero o las mentiras más evidentes. Los medios técnicos y judiciales los garantizaba el nuevo orden revolucionario. La impunidad procedía de sumar cobardía social y una alta dosis de complicidad intelectual entre los gobernantes. La crueldad y el sadismo pueden ser interpretados como una trasgresión iconoclasta o un plus en las técnicas del terror.
La profusión de textos de contenido anticlerical y antirreligioso me han decidido a escoger sólo uno por año entre 1931 y 1936, y ocho más correspondientes al segundo semestre de aquel año.
De aquellos años también merecen destacarse dos iniciativas periodísticas especialmente importantes. Por una parte, la revista La Traca, en 1934, dedicó una sección fija a publicar las respuestas de personalidades políticas e intelectuales españolas a una encuesta sobre la cuestión religiosa. Por otra parte, en agosto de 1936, apareció en Francia un número especial de la revista Vu que describía —desde una óptica izquierdista—el ambiente en la retaguardia republicana después de un mes de guerra y de revolución. El monográfico también recogía breves entrevistas con políticos y gobernantes.
Con el objetivo de subrayar la importancia de estas dos publicaciones pero sin perder el contexto histórico en que aparecieron, he dedicado en los años 1934 y 1936 un apartado específico a ellas.
1931
En el Congreso se ha discutido el problema religioso. A pesar de que la discusión ha sido muy quieta, muy tranquila, muy moderada, la chusma católica, apostólica, romana, la patum de las mil cabezas, la feligresía analfabeta, la beatería insulsa y pudiente, se ha indignado, se ha levantado en pie de guerra, ha puesto el grito al cielo […].
Desde el púlpito, desde el confesionario, desde la prensa lanuda, se ha creado un ambiente de odio, de ira, de amenaza. […]
Sí, sí: el fraile es en todas partes igual. Lascivo, soberbio, codicioso, ansioso de poder, amigo de los bienes materiales […] El peor enemigo de la civilización y de la bondad es el fraile, el hombre que se ha encerrado como una bestia, el hombre que ha huido del mundo pero que no ha renunciado a sus placeres […].[155]
1932
Adelante, pues, librepensadores, anticlericales, racionalistas, partidarios del progreso, adelante y no desmayemos en nuestra campaña emprendida contra esos monstruos del oscurantismo y enemigos irreconciliables de la luz, de la conciencia, de la moral y de las buenas costumbres. Guerra sin cuartel a esos perturbadores del orden público y de la paz universal; persigámosles hasta sus madrigueras para sacarlos después a la publicidad con toda la enormidad de sus vicios y crímenes sin cuento, y el grito unánime de todos los pueblos, de todas las razas, sea de una vez ¡ABAJO LOS JESUITAS! ¡Fuera esa sombra que empaña nuestra dicha y nos priva ver los hermosos resplandores de la libertad! ¡Paso a la CIENCIA, que es la única verdad y religión del porvenir!
¡Hijos de Loyola! ¡Secta infame! ¡Huye para siempre de nuestra querida patria!, ¡harto despreciada ha sido para que tú la vilipendies, para que tú la deshonres todavía![156]
1933
[…] Si la República no hubiera prohibido la enseñanza a las congregaciones religiosas todas sus innovaciones, con el tiempo, hubieran resultado inútiles, toda su obra se hubiera edificado sobre barro endeble. La Iglesia hubiera encontrado la manera de movilizar su enorme fuerza de superstición y lentamente, sigilosamente, sin hacer ruido, hubiera minado las instituciones y el nuevo régimen. Ninguna otra ordenación ha sido tan saludable como la que estamos comentando. La ley de defensa de la República es temporal y de aplicación esporádica mientras que la de las congregaciones religiosas es persistente y de defensa del presente y de todo nuestro porvenir. La República, por necesidad de salvación y de conservación, ha cerrado las escuelas religiosas. Clausuradas éstas, no pueden ya caer los niños en las garras clericales; con el tiempo, los confesionarios, que son el peligro que queda al nuevo régimen, también tendrán que cerrar […].[157]
1934 (I)
[…] como el librepensamiento es la creencia sin perturbaciones, la Iglesia tendrá con el librepensamiento la inmunidad en el crimen que realizan, obscureciendo las conciencias y amarrando los cuerpos de sus catecúmenos […].
Mañana sea el liberalismo, tan magnánimo, […] el que saque en conclusión que la Iglesia tiene derecho a sus porquerías y a su obra fanatizadora, porque el liberalismo tiene que respetarlo todo, hasta las iglesias, hasta los prostíbulos, y la enseñanza religiosa. […]
[…] en realidad, […] ni el librepensamiento, ni el liberalismo, ni la tolerancia pueden ir tan lejos, a tal magnanimidad y alcance que tenga que reconocer derecho de vida a la Iglesia. […] La tolerancia ha de ser limitada, porque si no lo fuera reclamarían su derecho en nombre de esa tolerancia las prostitutas, los ladrones, los malhechores y todos cuantos elementos resultan dañinos, no ya a la ética tan sólo, sino a la marcha de la humanidad.
Por muy librepensadores que seamos, por muy liberales, convengamos que la Iglesia no tiene razón ni derecho a la vida social. Porque encima y antes de la tolerancia está la salubridad social, el racionalismo y la moralidad, y el catolicismo va contra todo eso. […] Por muy liberales que seamos, habremos de tomar la resolución cruenta que demanda la realidad apremiante, la higiene social y la necesidad de una profilaxia en este orden.
Los católicos, a las autoridades de éstos nos referimos, no tuvieron en cuenta jamás la tolerancia con nadie. En sus santas carniceras cruzadas, en sus consagrados actos inquisitoriales, en su absolutismo, en sus latrocinios, crímenes y atropellos, no sintieron nunca escrúpulo, sino vesania, ansia, ceguera. Y ahora que están para perder los que siempre ganaron ¿habremos de tener la tolerancia para con ellos? […] ¿Habría bastantes católicos para pagar, achicharrándose en la pira, por todos los crímenes realizados por los católicos de otros tiempos no muy lejanos? No pedimos la quema de los católicos, olerían demasiado mal y sería excesivo trabajo, pero, al menos, el exterminio de la institución eclesiástica, de los católicos, que sí es justo pedir […].[158]
1934 (II)
La Traca
La encuesta de La Traca tenía una sola pregunta: «¿Cómo ve usted el problema religioso en España?». Las respuestas tienen en común la radicalidad de los planteamientos y algunas de ellas resultan premonitorias de lo que, desgraciadamente, sucedió.
José Antonio Balbontín, abogado y escritor:
Eso que se llama la religiosidad española no es más que fanatismo de cabila. […]
El catolicismo español no es más que barbarie mezclada de impudicia. Cristo es para nuestros católicos el patrono divino de los guardias de asalto y, desde luego, el protector celestial de todos los negocios sucios de nuestra caterva capitalista.
Rey Mora, diputado del Partido Radical:
Quizá el mayor error del régimen fue el no saber poner en vigor el concordato de 1853, con lo que tendríamos ahora reconocido por compromiso de la Santa Sede solamente tres órdenes religiosas y nadie podría discutir a título de sentimientos perseguidos la legitimidad del Estado para asegurarse su independencia espiritual, dejando libre el camino del progreso.
Fernando de los Ríos, diputado socialista, entonces ministro de Estado:
Problema religioso no puede haber en España, respetando la legislación republicana, es decir, si el Estado, como debe, permanece a un lado de la cuestión religiosa no sosteniendo iglesia alguna. […]
Puede, sí, haber un problema clerical, pero eso no sería más que una cuestión política. Mas, han de tener buen cuidado los eclesiásticos en no tocar los tambores de guerra, recogiendo la lección de la historia que demuestra cómo siempre fueron vencidos por el espíritu liberal.
Jesús Hernández, dirigente del PCE, futuro ministro de Instrucción Pública:
La Iglesia continúa siendo el más serio obstáculo que se opone a la marcha de la revolución social […] Frente a la revolución sitúa su hipócrita espíritu misericordioso, que no tiene otro móvil que el de ceder una parte insignificante de lo que corresponde al pueblo […] Cuando el empuje de los trabajadores es más fuerte entonces la Iglesia, como viene haciendo, se apoya más y más en el capital y en el Estado, en donde siempre vivió.
Por tanto, […] para el triunfo revolucionario del pueblo habrá de destruirse todo cuanto se refiere a la Iglesia, haciendo comprender a los obreros en general la realidad de que la Iglesia es un Estado administrativo que se encarga de robar a los pobres para enriquecer a los ricos.
El diputado Ángel Samblancat:
El problema religioso es el más grave de España. […] Remedio no hay más que uno. Devolver el confesor al confesionario, el cura al templo y tapiar la puerta. Y a ver qué pasa.
¿Que para eso es necesaria una revolución brutal? Pues ¿qué nos creíamos?
A hacerla, si hay lo que se necesita para tal menester. Y, si no, a hacer ganchillo.[159]
1935
Para ilustrar este año he optado por reproducir un texto muy breve de origen soviético, con el contrapunto de un informe elaborado por Maximiliano Arboleya, canónigo de Oviedo, elaborado por encargo del Grupo de la Democracia Cristiana.
Nuestro ateísmo es un ateísmo militante. No se trata de una coexistencia pacífica con el clero, sino de una lucha implacable contra la religión para la reeducación de los trabajadores que todavía siguen a la Iglesia. Ésta es nuestra finalidad. Todavía más implacabilidad contra la religión.[160]
Por razones que no tengo para qué especificar aquí, aunque ello resultaría harto fácil, nuestros obreros y empleados, por lo general, dan por cierto: a) Que la Iglesia Católica, y consiguientemente cuantos por ella trabajan y se dejan inspirar, son los defensores acérrimos del capitalismo opresor y enemigos natos de la clase obrera. b) Que los sindicatos llamados «católicos» tienen como exclusiva finalidad la defensa de la Iglesia y del Capitalismo, haciendo de los obreros cada día más sumisos y resignados frente a esos sus dos supuestos y temidos enemigos.
Guste o no y por absurdo que parezca a quienes conocen los verdaderos orígenes de mentalidad semejante, ésa es la de casi todos nuestros trabajadores. Y después de lo visto y palpado en Asturias, bien podemos afirmar que hoy el odio feroz a la Iglesia es muy superior al que inspira el Capitalismo. Basta para afirmarlo rotundamente fijarse en la clase de personas perseguidas y asesinadas y de edificios destruidos por la dinamita o por el fuego.[161]
1936 (I)
La Iglesia católica, he aquí el enemigo.
[…] Cuando ya estamos hartos de comprobar que los actos religiosos sólo sirven de pretexto para hacer mítines incitando a la rebelión contra el régimen, cuando hemos sufrido en la carne de nuestros camaradas el fruto de esos mítines subversivos no tenemos que ser tan estúpidos de consentir que se vuelvan a autorizar reuniones de aquel tipo, de la misma manera que no se consienten las reuniones ni las concentraciones fascistas. Ya hemos comprobado que todos son una misma cosa.
Y el modo de evitar que pasados algunos días y con el pretexto de normalizar la vida del país, se vuelva a dar carta blanca a los clericales, es destruyendo inmediatamente los edificios que se hayan escapado de los incendios populares y trasladar todas las cosas de valor histórico o artístico a los museos, archivos y bibliotecas de la Generalitat.
Debe declararse también fuera de la ley a todas las organizaciones de tipo confesional que, como la Federación de Jóvenes Cristianos, no son otra cosa que escuelas de fascistas, a las que acuden los hijos de nuestra burguesía más reaccionaria […].
Si no se actúa así en Cataluña y en España las masas antifascistas actuarán con toda la fuerza que les da haber sido víctimas de los crímenes clericales-fascistas y seguir, a pesar de todo, en pie de guerra en defensa de los intereses morales y materiales del pueblo trabajador.[162]
1936 (II)
No queda ninguna iglesia ni convento en pie, pero apenas han sido suprimidos de la circulación un dos por ciento de los curas y monjas. La hidra religiosa no ha muerto. Conviene tener esto en cuenta y no perderlo de vista para ulteriores objetos.[163]
1936 (III)
Al revuelo de la revolución.
Y dale que te dale a los dos muertos fascistas y a las cuatro iglesias apestosas quemadas. Pero, señor mío, ¿qué quieren que sea la revolución? ¿Debíamos haber ido prendidos de la mano y dando saltitos, cual ninfas del bosque? ¿Y habernos puesto a repartir mantecados a nuestros enemigos, como las monjitas-furrieles que formaban el Comité Fascista de Palma? Y a los generalatos que han ametrallado al pueblo, ¿flores para ellos?
El pueblo ha sido provocado, ametrallado e iba a ser aplastado. Y porque se ha defendido, porque se ha librado, lo acusáis. Carroñas humanas. […] Os lamentáis por la sotana de un cura quemada con el cura dentro y por la ¡eta de palo de un fascista hecho cisco, y no por los centenares de trabajadores doblados a tiros de la canallesca facciosa en armas. La barbarie del pueblo, ¿eh? Hijos de cura, nietos de becerros de oro: lo que vosotros teníais establecido y ahora queríais remachar, era un paraíso, ¿verdad? ¡Pues que os valga vuestro paraíso y Dios os eche una mano! Porque todavía no ha empezado la revolución, sabedlo. Esto de estos días no es más ni menos que la respuesta a la provocación fascista. […] Cuando sea hecha realidad y no cantinela, como es ahora, eso de: «Ganarás el pan con el sudor de tu frente», entonces os quiero ver. Ganar el pan con el sudor de la frente es el aire de la revolución. A ver si aguantáis ese aire. Ese aire os barrerá.[164]
1936 (IV)
[…] militares, políticos, antigua y arqueológica aristocracia y miembros de la Iglesia, retrógrada, todos juntos, en montón de infamia, han de caer en la misma maldición, y la justicia de la República, sin desmayos, implacable, serena, hará oír su voz y su sentencia inapelable.[165]
1936 (V)
La Iglesia ha de desaparecer para siempre. […]
No existen covachuelas católicas. Las antorchas del pueblo las han pulverizado. En su lugar renacerá un espíritu libre que no tendrá nada de común con el masoquismo que se incuba en las naves de las catedrales.
Pero hay que arrancar la Iglesia de cuajo. Para ello es preciso que nos apoderemos de todos sus bienes que por justicia pertenecen al pueblo.
Las órdenes religiosas han de ser disueltas. Los obispos y cardenales han de ser fusilados. Y los bienes eclesiásticos han de ser expropiados.[166]
1936 (VI)
No se trata de incendiar iglesias y de ejecutar a los eclesiásticos, sino de destruir a la Iglesia como institución social [–J. Debe acabar ya en absoluto todo terrorismo individual. [167]
1936 (VII)
Hemos hecho una policía general de sacerdotes y parásitos; hemos echado fuera a los que no habían muerto con las armas en la mano, de manera que no puedan volver nunca más. […]
Hemos encendido la antorcha aplicando al fuego purificador a todos los monumentos que desde siglos proyectaban su sombra por todos los ángulos de España, las iglesias, y hemos recorrido las campiñas, purificándolas de peste religiosa.[168]
1936 (VIII)
A sangre y fuego.
Siempre, en todos los tiempos y en todas las épocas, los crímenes más horrendos han tenido por mudo testigo la fatídica Cruz… No resta en pie una sola iglesia en Barcelona, y es de suponer que no se restaurarán, que la piqueta demolerá lo que el fuego empezó a purificar. Pero ¿y en los pueblos?… No sólo no hay que dejar en pie a ningún escarabajo ensotanado, sino que debemos arrancar de cuajo todo germen incubado por ellos. ¡Hay que destruir!… Sin titubeos, ¡a sangre y fuego![169]
1936 (IX)
Monográfico de la revista Vu
Vu está considerada la primera revista moderna francesa. Fundada en 1928 por el fotógrafo Lucien Vogel, destacó desde sus inicios por la denuncia de los totalitarismos emergentes en Europa. En marzo de 1933 consiguió fotografiar los primeros campos de concentración hitlerianos. El monográfico de agosto de 1936, titulado Vu en Espagne, la défense de la République, representó el inicio del fin de la revista porque la junta de accionistas censuró la radicalidad de los planteamientos editoriales y, en vísperas de la segunda guerra mundial, optó por despedir a Vogel, una decisión que representó la desaparición de la revista.
Las 56 páginas del número extraordinario contienen crónicas de la vida en Barcelona, Madrid y Valencia, numerosas entrevistas a personalidades destacadas de la vida política y cultural, y artículos específicamente dedicados al movimiento anarquista y a la quema de iglesias.
El periodista Alexandre Croix escribe sorprendido por la fuerza numérica y estratégica de la CNT-FAI. Jean-Richard Bloch repasa la situación política de Cataluña. Madeleine Jacob procura describir la actitud de los nuevos órganos de poder. Todos los artículos revisten interés. No obstante, uno destaca de los demás. Se titula «Pourquoi on a brûlé les églises» y lo firma G. Soria, un periodista que se encontraba casualmente en Barcelona el 18 de julio de 1936. El texto alimenta, sin documentarla, la opinión de que «todas las iglesias quemadas habían sido refugio de los fascistas», al mismo tiempo que recoge el testimonio de la intransigencia de los milicianos que las destruyen sin atender a las razones de los que claman por el valor arquitectónico de los edificios.
La difusión de este artículo ayudó a contaminar la recepción que en el extranjero se tenía de lo que sucedía en Barcelona y, en general, en España. Es conveniente, por tanto, prestarle atención. Diversos autores —Lluís Carreras, por ejemplo— ya desautorizaron en su momento al autor del artículo demostrando que la descripción de los hechos del 19 de julio que sitúa en la izquierda de la Rambla barcelonesa no presenta ninguna correspondencia con la realidad de lo sucedido.
Sin embargo, el sacerdote barcelonés no denunció la grave manipulación a que fue sometido el conseller de Cultura, Ventura Gassol. Después de presentarlo erróneamente como ministro de Educación del Frente Popular catalán, la revista publica un breve texto autógrafo suyo que aparece como si formara parte del artículo citado, dedicado a la quema de iglesias. El conjunto lo completa una foto de las momias de monjas de las Salesas que un grupo de milicianos habían profanado y abandonado en la entrada del convento del paseo de San Juan. Para colmo, los restos humanos de las religiosas aparecen, además, coronadas por una calavera. La imagen resulta macabra y no tiene ninguna relación directa con los incendios que proliferaron en la ciudad, que habrían podido, por tanto, ser fácilmente captados por los fotógrafos de la revista, ni tampoco con el texto de Gassol, que apunta como una de las causas de la violencia anticlerical la actitud de una parte de la jerarquía episcopal española aunque limita a dos los casos de hostilidades contra patrullas de milicianos provenientes de iglesias de la ciudad. Lamentablemente, el texto de Gassol escrito, como era habitual en él, con un tono apasionado, permite, es cierto, una lectura de cariz anticlerical.
De las personalidades entrevistadas destacan los presidentes Manuel Azaña y Lluís Companys, el escritor José Bergamín, el conseller Josep Maria España y Jaume Miravitlles, presentado como secretario general del Comité de Milícies Antifeixistes. Todos ellos expresaron al periodista una clara admiración por la revolución social y, de una forma particular, por el movimiento anarquista; asimismo, todos ellos justificaron, de un modo u otro, la violencia anticlerical.
Manuel Azaña concedió la entrevista a los periodistas de Vu —acompañados del escritor André Malraux— en su despacho oficial del Palacio del Pardo. Al ser preguntado por la humareda que salía de una iglesia quemada respondió:
¡Algún disparate! ¡Alguna extravagancia! Todavía deben quemar alguna cosa. Antes fueron los herejes. Ahora las iglesias. Los incendiarios son los mismos. Los mismos… Es decir, el pueblo. ¡Hay tanta devoción por las llamas en nuestro país! La llama purificadora…
El president Companys explicó a los periodistas de Vu:
Los sucesos que estamos viviendo eran inevitables […] en España existían tres instituciones violentamente odiosas […] el clericalismo, el militarismo y el latifundismo. […] Cuando, hace pocas semanas, el ejército se ha sublevado contra el pueblo, éste finalmente se ha despertado. Y un pueblo que despierta es terrible. […] Estableceremos una república democrática sobre unos principios sociales absolutamente nuevos […]. He hallado en la FAI posicionamientos constructivos de un gran interés y, a mi modo de entender, muy razonables.
El director de la revista católica Cruz y Raya, José Bergamín, que había ocupado en nombre del Gobierno el convento de las Descalzas Reales, se lamenta, desde una militancia cristiana profundamente comprometida con la República, que «la explosión de ira popular contra los curas en España era lamentablemente inevitable».
El conseller de Gobernación de la Generalitat, Josep Maria España, sitúa sin matices a la Iglesia «al lado de los monárquicos, los militares y los fascistas» en la sublevación militar y la guerra que acababa de empezar.
Para Jaume Miravitlles, que afirma tener en casa a cuatro monjas satisfechas de colaborar con la revolución, «el anarquista catalán es un hombre de acción enérgico y reflexivo que tiene que adaptarse a las necesidades de la revolución».
Las palabras recogidas por los periodistas deben situarse en el contexto de los primeros días de la guerra y de la revolución. Es evidente que ninguna de las personas entrevistadas habría defendido el asesinato como medio de imposición de un modelo social revolucionario. También es cierto que la seriedad de la revista debe ponerse en entredicho por una dosis de demagogia periodística. A pesar de todo ello, el contenido de las entrevistas permite entender, una vez más, la afinidad genérica de las izquierdas con el anticlericalismo y una dosis más o menos elevada de admiración por la mística anarquista.