«NO VUELVAS A MEDIR…»
Este verso forma parte de una breve composición poética de Teodor Suau, escritor gerundense:
Saca agua de tu pozo para los peregrinos.
Llena tu jarra
y déjala en el camino.
No vuelvas a medir lo que han bebido.
Alégrate, sólo, de haber sacado el agua de tu pozo
y haber dejado la jarra en el camino.
Sea tu corazón un huerto libre.[240]
Con esta referencia poética el obispo de Gerona —actual emérito—, Jaume Camprodon, finalizaba en 1991 el prólogo al libro de Josep Maria Cervera dedicado a los sacerdotes de la diócesis que habían sido víctimas de la revolución de 1936.
En su escrito el obispo introdujo unas pautas de reflexión sobre la persecución religiosa que a pesar del tiempo transcurrido mantienen plena vigencia. En ellas late la voluntad de honrar a las víctimas pero, también, el deseo de profundizar en las causas de la historia y, sobre todo, el ansia de encontrar los caminos que permitan la plena reconciliación entre ideales y personas. He querido introducir parte del texto en las páginas finales de La Iglesia en llamas en virtud a las cualidades que contiene pero, también, porque se trata de un escrito del obispo de Gerona, un símbolo de finis terrae de la geografía de la persecución religiosa en España.
Por las montañas del Pirineo gerundense transitaron en 1939, bajo el crudo frío invernal, millares de personas camino del exilio, personas anónimas y responsables políticos. Se iniciaba una nueva etapa marcada por el dolor y la frustración de muchos. Fue un dolor tan agrio que llegó a desfigurar la aparente satisfacción de los que se otorgaron la victoria militar. La alegría del final de la guerra fue una alegría sin sonrisas. Ni los más avisados podían prever que las tierras de Sepharad, que las tierras de España, con sus anhelos y su historia plural, entrarían en el túnel de cuarenta años de dictadura y de autarquía. La Iglesia volvía a inundar campos y ciudades con el toque de las campanas, pero su verbo estaba teñido de contradicciones. Por suerte, a la ignominia del servilismo hacia el poder político de los primeros años de posguerra le siguió un espíritu de renovación litúrgica y de compromiso social que encontró su pleno aval en el mensaje del Concilio Vaticano II.
Jaume Camprodon era profesor del seminario de Gerona cuando se celebró el Concilio. Al cabo de diez años, en 1973, fue nombrado obispo de la diócesis. Sus palabras, escritas a los quince años de restaurada la democracia en España, llevan el signo de la madurez:
Ante los relatos de la pasión […] nos inclinamos con reverencia […].
La persecución religiosa del 36, a pesar de que estalló en medio de una revolución desorganizada, fue una persecución sistemática y generalizada como nunca se había dado en nuestra historia. […]
Las causas de esta animadversión contra la Iglesia fueran diversas. Corresponde a los historiadores y a los sociólogos estudiarlas. Actualmente estos estudios se realizan con un conocimiento más completo de los hechos y de sus motivaciones, y con amplitud de miras. Cosa difícil de hacer en los tiempos inmediatos a la tragedia, por la natural falta de objetividad y por el dominio absoluto de uno de los bandos. Los estudios de referencia, además de desenterrar datos y de describir el proceso tan complejo de los hechos, son una escuela de educación por la paz.
Insisto en que mi intención al escribir este prólogo es ayudar a una lectura cristiana de los hechos, en orden a la edificación de la comunidad eclesial. Los que ejecutaban a nuestros sacerdotes se proclamaban ellos mismos los sin Dios. A dicha conclusión, en una cultura confesional de siglos, no se llega de improviso. La transcripción de un texto del Concilio Vaticano II nos ayuda a dilucidar alguna de las causas: «Pueden contribuir de modo notable (en el fenómeno del ateísmo) los creyentes mismos, en tanto que, por negligencia en la educación de la fe, o por exposición errónea de la doctrina, o, incluso, por deficiencias de la vida religiosa, moral y social, velan más que revelan la faz genuina de Dios y de la Religión».
A sabiendas de que sus palabras podían ser acusadas de contener un exceso de autocrítica, continúa:
El lector pensará, por lo que acabo de escribir, que movido por una mentalidad pacifista quiero decantar las culpas [de lo que ocurrió] sobre los hombres de Iglesia. No es así, […]. Si me he entretenido a poner el dedo en la llaga de nuestras deficiencias […], como una de las causas próximas o remotasde la persecución es porque, conociendo la tendencia a guarecernos bajo la capa de los discípulos en la hora de la contradicción, reconozcamos que hay aspectos de nuestra vida que quedan al descubierto
Debemos tener en cuenta el calvario de los ciudadanos —y de sus familiares— que fueron muertos a uno y otro lado sin ningún proceso, o ejecutados por una justicia arbitraria. Tampoco podemos olvidar las ejecuciones de después del 39, justificadas de manera ignominiosa por una victoria. Añadamos los que murieron en un frente y otro de la guerra, donde llegaron empujados por un ideal o destinados por la fuerza. Subrayo el sufrimiento de aquellos familiares que esperaron un retorno que nunca llegó a existir. Hubo también las víctimas de los bombardeos, víctimas quizá no programadas, pero, al fin y al cabo, y de los retenidos en los campos de concentración. […]
Es tremendamente vergonzoso para un pueblo que se vanagloriaba de abierto, de culto, de demócrata y de liberal […] haber llegado a tal extremo. […] Todos fuimos derrotados. […]
Se impone pedir perdón […]. La confesión de las culpas es señal de sanidad de espíritu. […]
El servicio profético que en su hora cumplimentaron nuestros sacerdotes y tantos otros cristianos, religiosos y laicos, nos corresponde continuarlo hoy con un profetismo de comunión que brote del amor gratuito […].
Las palabras del obispo aportan un aliento de aire fresco y son de una coherencia y valentía admirables. Fueron pensadas con el evangelio en el corazón. Quizá por esta razón resuenan con ímpetu entre la abundancia de silencios o de proclamas interesadas provenientes, aún actualmente, tanto de los círculos eclesiásticos como de la sociedad civil.
Debe superarse el enquistamiento. Creo que ha llegado la hora de que nuestra sociedad asuma los crímenes de la persecución religiosa como parte de nuestra historia, como parte de la historia de la etapa republicana. No para desprestigiarla, sino para medirla sin engaños ni lagunas. Para conseguir recuperar una memoria de 360 grados.
Verdugos y víctimas de la represión eran de estas tierras. Verdugos y víctimas de la persecución eran de estas tierras. Los que daban las ordenes, también.
Los episodios de la persecución religiosa de 1936 forman parte de nuestra historia reciente tanto como las víctimas de los bombardeos, tanto como los muertos en las trincheras, tanto como los exiliados, tanto como los que murieron en los campos de concentración, tanto como los fusilados por el franquismo.
En una sociedad como la nuestra actual —secularizada, subjetivizada y democratizada—, es inimaginable que jamás pueda repetirse una tragedia parecida. Sin embargo, ¿estamos seguros de que en el seno de nuestras ciudades y pueblos no pueden aparecer nuevas manifestaciones de violencia organizada, capaces de condicionar nuestro futuro político y social? El aumento del integrismo religioso ¿podría llegar a provocar nuevas explosiones de anticlericalismo? Es, ciertamente, difícil de imaginar. Sin embargo, es de suma gravedad caminar en sentido contrario a las lecciones de la historia dejando, por ejemplo, que una cadena radiofónica vinculada a la Conferencia Episcopal Española dé motivos a ser denunciada por contener en sus mensajes el «fomento del odio, de la incomprensión, de la calumnia y de la mentira».
Éstos fueron los calificativos escogidos por un grupo de cuarenta intelectuales católicos para censurar públicamente a la emisora por medio de un manifiesto publicado en la prensa el 22 de noviembre de 2005. Un manifiesto escrito con dolor, asumiendo los compromisos de la mejor tradición cristiana, de un cristianismo compatible con una sociedad laica pero que, al mismo tiempo, también necesita que la memoria histórica no olvide el sacrificio de tantos miles de personas.
En el momento de exigir cordura también es conveniente alertar de la injusticia que representa el que, en nombre de una intelectualidad progresista, todavía hoy se descalifique la opinión —y con ella a las personas— que insiste en considerar que los episodios narrados en este libro fueron claramente producto de una persecución.
Por ejemplo, resulta indignante leer en el libro del antropólogo Manuel Delgado, Luces iconoclastas: Anticlericalismo, blasfemia y martirio de las imágenes, publicado en 2002 y bien provisto de ideas y de análisis sugerentes (en más de una ocasión citados en este libro), que:
Sugerir que las agresiones masivas contra sacerdotes en la España de los siglos XIX y XX constituyen hechos de persecución religiosa y las destrucciones iconoclastas manifestaciones de violencia religiosa convierte a quien lo haga en objeto de todo tipo de desconfianzas. Se puede ver en él incluso a un cómplice de quienes han venido defendiendo la condición de «cruzada» del levantamiento militar de 1936 […].
Son palabras que no favorecen el debate intelectual y público alejado de superficialidades y de maximalismos. Somos muchos los que consideramos que la persecución religiosa fue una de las guerras que anidaron en la guerra civil española y la que provocó que muchos católicos fueran capaces de continuar defendiendo a la República.
Muchos escritores han levantado su voz reclamando una reflexión profunda sobre «las brutalidades de nuestra guerra civil y sus contradicciones». Modestamente, con La Iglesia en llamas, desde las antípodas del integrismo religioso pero con profunda fe, desde el rechazo por cualquierdictadura pero sabiendo al mismo tiempo que la democracia exige el compromiso de todos para que funcione, me sumo a ellas.
Repito: voto por asumir la persecución religiosa como un capítulo de nuestra historia, para que sea explicada formando parte de la tragedia de la guerra civil. Con el fin de que los creyentes puedan extraer con propiedad las reflexiones espirituales más oportunas. Para que todos podamos beneficiarnos de las mejores lecciones y avanzar en el camino de la paz y de la libertad, paz y libertad para todas las personas y para todos los pueblos que convivimos en España.