En 1982, Manuel Osuna, destacado investigador del tema ovni, me ponía en la pista de un suceso protagonizado por Claudio Sánchez-Albornoz y Menduiña, eminente historiador español[34].
El 3 de abril de ese año (1982), Sánchez-Albornoz escribía lo siguiente en el desaparecido Diario 16:
… Temo escandalizar a mis lectores, pero no invento nada, ni nada desfiguro. Me limito a referir un para mí inexplicable suceso del que doy fe…
Estaba en la cama con las luces de la araña central encendidas. Me hallaba distraído, sin pensar en nada. Ignoro hoy, al cabo de tres meses, si enfermo o fatigado. De pronto levanté la vista hacia la lámpara de cuatro brazos que iluminaba la alcoba y vi, sí, vi claramente a la derecha de la araña y junto a ella la cara de un hombre ni joven ni viejo, de rostro rasurado que emergía de una indumentaria nada moderna; la cara de un hombre que me miraba fija y escrutadoramente. Cuando sus ojos tropezaron con los míos, el misterioso visitante se esfumó lentamente comenzando por el pecho varonil. Yo estaba perfectamente lúcido y recuerdo muy bien cómo fue nublándose lentamente la visión de su conjunto y de abajo arriba.
Pueden mis lectores imaginar mi sorpresa y la catarata de ideas que vino a mi mente. Desconocía el rostro de mi extraño visitante: no era de ningún familiar por mí conocido o cuyo retrato hubiese a veces contemplado. Había yo pedido a Archivo Militar de Segovia noticias de un lejano antepasado, general del Ejército Español en las primeras décadas del siglo XIX. Tenía yo recuerdos del mismo por su nieta, mi bisabuela, y había yo poseído un retrato al óleo de su mujer, que me lo robaron. ¿Sería el rostro aparecido junto a la araña de mi alcoba el de ese lejanísimo ancestro que, conocedor de mis gestiones en busca de su hoja de servicios, venía a conocer al lejano y curioso nieto?
Como estaba y estoy perfectamente cuerdo y no soy frecuentador de espíritus ni creyente en sus andanzas terrenales, no puede atribuirse la extraña visión a hábitos o frecuentaciones de mi mente. Pero por mi absoluta lucidez en el momento de la extraña aparición, tampoco puedo atribuirla a una enfermiza tensión psíquica. He procurado atraer a una nueva entrevista a la extraña visión que podría pintar si supiese manejar los pinceles. Mis invocaciones han sido vanas.
Quizá el lejanísimo abuelo satisfizo su deseo de conocer al curioso descendiente que indagaba noticias suyas y no ha sentido nueva tentación de visitarme…
El preclaro republicano murió el 8 de julio de 1984, en Ávila (España). No alcancé a interrogarlo sobre el misterioso suceso.