24

Cuando salimos del laberinto y regresamos a San Pedro, Milo encendió la linternita y estudió el rostro del Identikit.

—¿Crees que el tipo es de fiar? —le pregunté.

—No mucho. Pero, en el improbable caso de que apareciera un sospechoso, eso nos podría ser útil.

Me detuve en un semáforo y estudié la composición facial.

—No es muy definido.

—No.

Me incliné y la examiné con más detenimiento.

—Podría ser Huenengarth sin el bigote.

—Ah, ¿sí?

—Huenengarth es más joven que el tipo que Gabray ha descrito —treinta y tantos años— y tiene la cara más redonda. Pero es de complexión fuerte y lleva el cabello peinado de esa manera. El bigote se lo podría haber dejado después de marzo y, aunque lo llevara, es muy fino…, pudo pasar inadvertido desde cierta distancia. Y tú dices que podría ser un expresidiario.

—Mmm.

El semáforo se puso verde y yo regresé a la autopista.

Milo se rio por lo bajo.

—¿Qué pasa?

—Estaba pensando. Si alguna vez consiguiera desentrañar el misterio de Herbert, mis apuros podrían ser mayúsculos. He sacado su ficha sin permiso. Me he adentrado en el territorio de la Jefatura Central, le he ofrecido a Gabray una protección que no estoy autorizado a dar. Por lo que respecta al Departamento, yo ahora no soy más que un maldito administrativo.

—¿Y el hecho de que aclararas un homicidio no impresionaría favorablemente al Departamento?

—No tanto como el hecho de cumplir las normas…, pero bueno, supongo que ya encontraría la manera de arreglarlo, llegado el caso. Les haría un regalo a Gómez y a Wicker… y dejaría que ellos se llevasen la gloria y la esperanza de una futura condecoración. Puede que Gabray no consiga lo que le he prometido… pero, qué demonios, tampoco es un inocente… que se vaya al carajo. Si su información es veraz, saldrá adelante. —Cerró la maleta y la dejó en el suelo del vehículo—. Pero ¿tú me oyes?, estoy hablando como un maldito político.

Subí por la rampa. Todos los carriles estaban desiertos y la autopista parecía un circuito de carreras gigantesco.

—El solo hecho de poder dar su merecido a los malos tendría que ser una satisfacción más que suficiente, ¿no te parece? Lo que vosotros llamáis la motivación intrínseca —añadió.

—Desde luego —dije yo—. Procura ser bueno por amor al bien y Papá Noel no te olvidará.

Llegamos a mi casa poco después de las tres de la madrugada. Milo se fue en su Porsche y yo me metí en la cama, procurando no hacer ruido. Robin se despertó de todos modos y buscó mi mano con la suya. Entrelazamos los dedos y nos quedamos dormidos.

Se levantó y se fue antes de que a mí se me despejaran los ojos. En mi sitio de la mesa de la cocina, encontré un bollo tostado y un zumo de fruta. Me los tomé mientras planificaba mi jornada.

Tarde en casa de los Jones.

Mañana dedicada a las llamadas telefónicas.

Pero el teléfono sonó antes de que yo pudiera iniciar mi trabajo.

—Alex —dijo Lou Cestare—, ¿qué son todas esas preguntas tan interesantes? ¿Acaso pretendes dedicarte a los negocios bancarios?

—Todavía no. ¿Qué tal fue la excursión?

—Muy larga. Pensaba que mi chico se iba a cansar, pero él quería jugar a ser Edmund Hillary. ¿Por qué quieres hacer averiguaciones sobre Chuck Jones?

—Es el presidente del consejo de administración del hospital donde yo había trabajado. Y también gestiona la cartera de inversiones del hospital. Pertenezco todavía a la plantilla y le tengo cierto cariño. La situación económica no es buena y corren rumores de que Jones está propiciando la ruina del centro para poder liquidarlo y vender el solar.

—No me parece su estilo.

—¿Le conoces?

—Le he visto en algunas fiestas. Simplemente nos hemos saludado…, no creo que me recuerde. Pero conozco su estilo.

—¿Y cuál es?

—Construir, no derribar. Es uno de los que mejor saben gestionar el dinero en la actualidad, Alex. No presta atención a lo que hacen los demás y va en busca de empresas sólidas a precio de saldo. Las gangas con las cuales sueñan todos los agentes de cambio y bolsa. Pero él es el que las sabe encontrar.

—¿Cómo?

—Sabe descubrir la verdadera marcha de una empresa. Lo cual significa que va más allá de los informes trimestrales. En cuanto localiza unas acciones infravaloradas, las compra, espera, las vende y vuelve a repetir el procedimiento. Sabe elegir mejor que nadie el momento.

—¿Las localiza por medio de información privilegiada?

Pausa.

—¿A primera hora de la mañana ya estás diciendo palabrotas?

—O sea que es eso lo que hace.

—Mira, Alex, todo eso de información privilegiada es una exageración. Que yo sepa, nadie ha conseguido definir exactamente en qué consiste.

—Vamos, Lou.

—¿Tú lo sabes?

—Por supuesto que sí —contesté—. Se trata de utilizar datos que no están al alcance de las personas corrientes para poder tomar decisiones de compra y venta.

—Muy bien pues, ¿qué me dices del inversor que invita a comer y a cenar a algún importante ejecutivo de la empresa para averiguar si esta cumple debidamente sus objetivos? La persona que se toma la molestia de examinar todos los entresijos de las operaciones de una empresa; ¿es corrupta o simplemente precavida?

—Si hay un soborno de por medio, es corrupta.

—¿Te refieres a los almuerzos y las cenas? ¿Qué diferencia hay entre eso y lo que hace un reportero cuando le unta la mano a una fuente de información? ¿O lo que hace un policía que invita a un testigo a tomarse un donut y un café? No conozco ninguna ley que prohíba un almuerzo entre hombres de negocios. Teóricamente, cualquiera lo puede hacer con tal de que esté dispuesto a afrontar el esfuerzo que eso supone. Pero es que nadie se toma esta molestia, Alex. Ahí está la cosa. Incluso los profesionales suelen basarse en los gráficos, las tablas y las cifras que les facilita la empresa. Muchos de ellos ni siquiera visitan la empresa que están analizando.

—Seguramente todo depende de lo que averigüe el inversor a través de los almuerzos y las cenas.

—Exactamente. Si el ejecutivo le dijera que alguien va a hacer una propuesta de compra en tal fecha, eso sería ilegal. Pero si este mismo ejecutivo le dijera que la situación económica de la empresa está madura para una compra, el dato sería válido. La línea divisoria es muy tenue… ¿comprendes? Chuck Jones sabe hacer muy bien los deberes, eso es todo. Es un bulldog.

—¿Cuáles son sus antecedentes?

—No creo que tenga estudios universitarios. Me parece que era un pobretón. Creo que de niño herraba caballos o algo por el estilo. ¿No te emociona pensarlo? Se convirtió en un héroe del Lunes Negro porque vendió sus acciones muchos meses antes de que se produjera el crash y lo invirtió todo en letras a plazo fijo y metales. A pesar de que sus acciones estaban subiendo. Si alguien lo hubiera sabido, hubiera pensado que chocheaba. Y, cuando cayó el mercado, él pudo salir a flote, volvió a comprar y ganó otra fortuna.

—¿Y cómo es posible que nadie se enterara?

—Es un maniático de la discreción…, toda su estrategia depende de eso. Compra y vende constantemente, evita las grandes transacciones y procura no hacer negocios que estén informatizados. Yo no me enteré hasta varios meses más tarde.

—¿Y cómo te enteraste?

—A través de los rumores que circulaban… Supo prever las cosas; en cambio, los demás no tuvimos tanta vista y no nos quedó más remedio que lamernos las heridas.

—¿Y cómo pudo predecir el crash?

—Presciencia. La tienen los mejores jugadores. Es una combinación entre una enorme base de datos y una especie de percepción extrasensorial que uno adquiere tras pasarse mucho tiempo bregando en esas lides. Yo antes creía tenerla, pero recibí mi castigo. Qué le vamos a hacer. La vida me estaba resultando muy aburrida y la recuperación es más entretenida que el simple hecho de mantenerme a flote. Pero Chuck Jones la tiene. No digo que nunca pierda, porque eso es algo que a todo el mundo le ocurre. Pero gana mucho más de lo que pierde.

—¿Ahora qué está haciendo?

—No lo sé… tal como ya te he dicho, es un tipo muy discreto. Invierte solo para sí mismo y, de esta manera, no tiene que tratar con otros accionistas. No obstante, dudo que esté muy metido en los negocios inmobiliarios.

—¿Por qué?

—Pues porque el sector está atravesando una crisis. No me refiero a alguien como tú que compró hace años y solo pretende obtener unos ingresos estables. Para los que buscan rápidos beneficios, la fiesta ha terminado, por lo menos, de momento. Yo me deshice de lo que tenía hace algún tiempo y he vuelto a las acciones. Jones es más listo que yo y, por consiguiente, lo más probable es que se haya adelantado a hacer lo mismo mucho antes que yo.

—Su hijo es propietario de una enorme manzana de terreno en el Valle.

—¿Quién ha dicho que la sabiduría es hereditaria?

—Es profesor de universidad y no creo que tuviera dinero para comprarse cincuenta parcelas.

—A lo mejor tenía unos fondos a su nombre…, no lo sé. No puedo creer que Chuck haya decidido volver a dedicarse de lleno a los negocios inmobiliarios. Los terrenos del hospital están en Hollywood, ¿verdad?

—Varias hectáreas —contesté—. Adquiridas hace mucho tiempo. El hospital tiene setenta años y, por consiguiente, ya deben de estar amortizadas. A pesar de la crisis, la venta sería un buen negocio.

—De eso no me cabe ninguna duda, Alex. Pero lo sería para el propio hospital. ¿Qué ganaría Jones con eso?

—La comisión.

—¿Cuántas hectáreas son y dónde están exactamente?

—Unas tres —contesté, facilitándole la localización del Western Pediatric.

—Pues bien, eso son unos diez o quince millones de dólares…, pongamos veinte, contando los solares colindantes. Es un cálculo muy exagerado porque este pedazo de tierra no se podría vender fácilmente y habría que subdividirlo en parcelas más pequeñas. Lo cual llevaría tiempo… Habría problemas con la calificación de la zona, juicios, petición de permisos y jaleos medioambientales. La máxima tajada que se podría llevar Chuck sin provocar un escándalo sería el veinticinco por ciento… más probablemente el diez. Lo cual significa que se embolsaría entre dos y cinco millones de dólares… No, no me imagino a Chuck intrigando por ahí por esta suma.

—¿Y si hubiera algo más que eso? —pregunté—. ¿Y si no solo proyectara clausurar el hospital sino construir otro nuevo en los terrenos de su hijo?

—Dudo que, de repente, se haya pasado al negocio hospitalario, Alex. No te ofendas, pero la atención sanitaria también está en crisis. Los hospitales están casi tan mal como los ahorros y los préstamos.

—Ya lo sé, pero, a lo mejor, Jones cree que podrá hacer un buen negocio de todos modos e invertir la tendencia. Tú mismo has dicho que no presta atención a lo que hacen los demás.

—Cualquier cosa es posible, Alex, pero me lo tendrías que demostrar para que lo creyera. ¿De dónde has sacado tú todas estas teorías?

Le referí los comentarios de Plumb en la prensa.

—Ah, el otro hombre de tu lista. Como jamás había oído hablar de él, lo busqué en todas las guías que tenía a mano. El típico ejecutivo. Un máster en dirección empresarial, un doctorado y toda una serie de cargos cada vez más importantes. Su primer empleo lo tuvo en una empresa nacional de contabilidad llamada Smothers y Crimp. Después pasó a director de otro sitio.

—¿Dónde?

—Espera… lo tengo aquí anotado… aquí está. Plumb, George Haversford. Nacido en el 34; casado con Mary Ann Champlin en el 58; dos hijos, etc., etc… terminó los estudios de grado en el 60 con un doctorado en Administración de Empresas; Smothers y Crimp, de i960 a 1963, se fue de allí como socio; jefe de contabilidad en Hardfast Steel de Pittsburgh, del 63 al 65; jefe de contabilidad y director ejecutivo en Readlite Manufacturing, de Reading, Pensilvania, del 65 al 68; un salto a director gerente en una empresa llamada Baxter Consulting donde permaneció hasta el 71; del 71 al 74, estuvo en Advent Management Specialists; creó su propia empresa Plumb Group, del 74 al 77; volvió a trabajar a sueldo en el 78 en una empresa llamada Vantage Health Planning, donde fue director gerente hasta el 81…

—El tío salta mucho.

—No demasiado, Alex. Cambiar cada dos años para mejorar es lo típico en el mundo empresarial. Fue uno de los principales motivos por los cuales yo lo dejé prematuramente. Es un infierno para la familia…, muchas esposas se dan a la bebida y muchos hijos convierten la delincuencia en una forma artística… ¿Dónde estaba? Ah, Vantage Health hasta el 81; a partir de ahí, parece que se empezó a especializar en la cosa médica. Estuvo tres años en Arthur-McClennan Diagnostics, en NeoDyne Biologicals otros tres y después trabajó ya en MGS Healthcare Consultants… la empresa de Pittsburgh que tú me pediste que investigara.

—¿Y qué has descubierto?

—Unos servicios hospitalarios medios, especializados en centros de enfermos agudos en ciudades pequeñas o medianas de los estados norteños. Los creó un grupo de médicos en el 82 y empezaron a cotizar en bolsa en el 85, los resultados fueron adversos, al año siguiente se retiraron del mercado…, un grupo de inversores los compraron y los cerraron.

—¿Cómo es posible que unos inversores los compraran y los cerraran?

—Pudo ser por varios motivos. A lo mejor, descubrieron que la compra había sido un error y decidieron cortar rápidamente las pérdidas. O, a lo mejor, les interesaban los activos de la empresa más que la empresa en sí.

—¿Qué clase de activos?

—Los equipos informáticos, las inversiones, los fondos de pensiones. El otro grupo que mencionaste, el BIO-DAT era inicialmente una filial de la MGS. La sección de informática de la empresa. Antes de su fusión con la empresa principal, fue vendida a Northern Holdings, de Missoula, Montana, a la que todavía pertenece.

—¿Cotiza en bolsa?

—No.

—¿Y qué me dices de las restantes empresas en las que trabajó Plumb? ¿Las conoces?

—No conozco ninguna.

—¿Alguna de ellas cotiza en bolsa?

—Espera un momento, enseguida te lo digo… Tengo el ordenador en marcha. Voy a echar un vistazo. ¿Lo quieres todo, desde la empresa de contabilidad Smothers y no sé qué?

—Si tienes tiempo.

—Tengo mucho más tiempo que antes. Espera un segundo.

Esperé, escuchando los clics del teclado.

—Muy bien —dijo—, empezaremos a pasar lista… allá voy.

Bip.

—Nada en la bolsa de Nueva York.

Bip.

—Ninguna de ellas figura en los listados del American Express. Vamos a ver la Nasdaq…

Bip. Bip. Bip.

—No están en ninguno, Alex. Ahora déjame ver las listas de las que no cotizan.

Bip.

—Aquí tampoco hay nada, Alex.

Una extraña inflexión en la voz.

—¿Quieres decir que ninguna está en funcionamiento?

—Eso parece.

—¿Y no es un poco raro?

—Bueno —contestó—, las empresas fracasan y cierran con gran rapidez, pero este Plumb parece que lleva la negra.

—Chuck Jones le contrató para dirigir el hospital, Lou. ¿Te importa revisar tus ideas acerca de sus intenciones?

—Crees que es un carroñero, ¿verdad?

—¿Qué les ocurrió a las otras empresas en las que Plumb estuvo trabajando?

—Eso sería muy difícil de averiguar…, todas eran pequeñas y, si no cotizaban en bolsa y no tenían ramificaciones bursátiles, la prensa especializada apenas les debió prestar atención.

—¿Y la prensa local?

—Si era una empresa en la que trabajaba mucha gente de la ciudad que después se quedó en la calle, tal vez. Pero sería muy difícil encontrar este tipo de información.

—De acuerdo pues. Muchas gracias.

—¿Tan importante es eso, Alex?

—No lo sé.

—Para mí sería más fácil averiguarlo porque me conozco esta selva —dijo Lou—. Deja que haga un poco de Tarzán.

Cuando Lou colgó el aparato, llamé a Información de Virginia y pedí el número del Ferris Dixon Institute for Chemical Research. Me contestó una agradable voz femenina:

—Ferris Dixon, buenas tardes, ¿en qué puedo servirle?

—Soy el doctor Schweitzer del Western Pediatric Medical Center de Los Ángeles. Soy compañero del doctor Laurence Ashmore.

—Un momento, por favor.

Larga pausa. Música. La Hollywood Strings, interpretando la marcha policial Every Breath You Take.

Otra vez la voz:

—Sí, doctor Schweitzer, ¿en qué puedo servirle?

—Verá, ese Instituto financia las investigaciones del doctor Ashmore.

—¿Sí?

—No sé si se han enterado ustedes de que ha muerto.

—Oh, qué horrible —exclamó la voz, pero no me pareció excesivamente sorprendida—. Me temo que la persona que podría atenderle no está en este momento.

Yo no había pedido que me atendiera nadie, pero preferí pasarlo por alto.

—¿Y quién es?

—No estoy muy segura, doctor, tendría que comprobarlo.

—¿Sería usted tan amable?

—Sí, por supuesto, pero puede que tarde un ratito, doctor. ¿Por qué no me da su número y le llamo yo?

—Es que voy a salir. ¿Le importa que yo la vuelva a llamar a usted?

—En absoluto, doctor. Buenas tar…

—Perdone —dije, interrumpiéndola—. Ya que estamos, ¿me podría facilitar usted alguna información sobre el Instituto? Es con fines a mi propia investigación.

—¿Qué desea usted saber, doctor Schweitzer?

—¿Qué clase de proyectos prefieren ustedes financiar?

—Esa es una pregunta técnica en la que yo lamento no poder ayudarle —contestó la voz.

—¿Me podría usted enviar algún folleto? ¿Y una lista de los estudios que hasta ahora han financiado?

—Me temo que no será posible… somos un organismo bastante joven.

—¿De veras? ¿Cómo de joven?

—Un momento, por favor.

Otra prolongada pausa. Más hilo musical y otra vez la voz.

—Perdone que haya tardado tanto, doctor, pero siento no poder seguir atendiéndole… tengo varias llamadas esperando. ¿Por qué no nos vuelve a llamar y nos expone todas las preguntas? Estoy segura de que la persona encargada de estos asuntos le podrá atender.

—La persona encargada —dije.

—Exactamente —contestó la voz con repentino júbilo—. Buenas tardes, doctor.

Clic.

Volví a llamar. La línea comunicaba. Le pedí a la telefonista que insertara una interrupción urgente y esperé hasta que escuché de nuevo su voz.

—Lo siento, señor, pero esta línea está averiada.

Permanecí sentado, oyendo mentalmente la agradable voz.

Suave… bien ensayada.

Recordé súbitamente una palabra.

«Somos un organismo bastante joven». Curiosa manera de describir una fundación privada.

«Virginia… todo lo de allí abajo me huele a Gobierno». Lo intenté de nuevo. El teléfono estaba todavía descolgado. Busqué en mis notas el otro estudio financiado por el Instituto.

Zimberg, Walter William. Universidad de Maryland. Baltimore. Algo relacionado con las estadísticas en la investigación científica.

¿La facultad de Medicina? ¿El departamento de Matemáticas? ¿Sanidad Pública?

Busqué el número de la universidad y llamé. No había ningún Zimberg en la facultad de Medicina. Tampoco en el departamento de Matemáticas.

En Sanidad Pública me contestó una voz masculina.

—El profesor Zimberg, por favor.

—¿Zimberg? Aquí no hay nadie que se llame así.

—Perdone —dije—. Me habrán informado mal. ¿Tiene a mano una lista de los profesores de la universidad?

—Un momento… Tengo a un profesor Walter Zimberg, pero está en el departamento de Ciencias Económicas.

—¿Me podría poner con su despacho, si es tan amable?

Clic. Voz femenina:

—Ciencias Económicas.

—El profesor Zimberg, por favor.

—No se retire, un momento.

Clic. Otra voz femenina:

—Despacho del doctor Zimberg.

—El profesor Zimberg, por favor.

—Lo siento, pero no está en la ciudad, señor.

Aventuré una conjetura:

—¿Acaso se encuentra en Washington?

—Mmm… ¿con quién hablo, por favor?

—Soy el profesor Schweitzer, un antiguo colega. ¿Está Wal… el profesor Zimberg en la convención?

—¿A qué convención se refiere usted, señor?

—A la de la Asociación Nacional de Bioestadística… en el Capital Hilton. Me dijeron que iba a presentar unos nuevos datos sobre los no paramétricos. El estudio que está financiando el Ferris Dixon.

—Pues… mire, el profesor va a llamar de un momento a otro, señor. Deme su número de teléfono y yo le diré que se ponga en contacto con usted.

—Es usted muy amable —dije—, pero es que precisamente estoy a punto de tomar un avión. Por eso no he podido acudir a la convención. ¿Podría usted decirme si el profesor escribió algún resumen de su trabajo antes de irse? ¿Algo que yo pueda leer a mi regreso?

—Para eso tendrá usted que hablar con el profesor.

—¿Cuándo se espera su regreso?

—En realidad —contestó la voz—, el profesor está disfrutando de un año sabático.

—¿De veras? Pues no me lo habían dicho… Pero no tardará mucho en volver, ¿verdad? ¿Adónde se ha ido?

—A distintos lugares, profesor…

—Schweitzer.

—A distintos lugares, profesor Schweitzer. Pero, tal como ya le he dicho, llama muy a menudo. Deme su número de teléfono y yo le diré que se ponga en contacto con usted.

Repitiendo palabra por palabra lo que acababa de decir un minuto antes.

Palabra por palabra lo que otra amable voz femenina había dicho cinco minutos antes, hablando desde la sagrada sede del Ferris Dixon Institute for Chemical Research.