EL DESCUBRIMIENTO DE LA MUERTE

Cuando pudo haber tenido lugar esta historia, más de 40 000 generaciones humanas habían pisado ya las tierras de Iberia. Hacía pues mucho tiempo que la habitaban unos homínidos venidos de África.

Aquellos homínidos eran mucho más fuertes y más altos que los australopitecos. Eso les hacía capaces de abatir mamíferos de mediano tamaño en lugar de resignarse a comer lo que dejaban otros. Empezaban a ser verdaderos cazadores y no sólo carroñeros. Pertenecían ya a lo que los científicos reconocemos como género Homo, el nuestro, y por eso podemos referirnos a ellos como humanos. Además, su cerebro, al menos el de algunos individuos, doblaba al del australopiteco promedio.

Pero hubo antes una etapa intermedia entre esos humanos viajeros, que eran grandes de cuerpo y de cerebro, y los australopitecos. Ese eslabón debió de aparecer en la evolución humana poco tiempo después de nuestra joven inquieta, es decir, hace unos dos millones y medio de años. Su aspecto corporal no diferiría mucho del de los australopitecos, aunque su cerebro era algo más grande (si bien escasamente). La mayor parte de los autores lo nombra como Homo habilis, y sería el primero de los humanos; recientemente otros han optado por llamarlo Australopithecus habilis, y representaría así al último de los australopitecos en nuestra línea evolutiva directa.

La salida de África por parte de los primeros homínidos grandes se produjo hace casi dos millones de años. Se han encontrado sus restos en gran abundancia al sur del Cáucaso, en el yacimiento de Dmanisi, en Georgia. En una fecha no mucho más reciente podrían haber llegado hasta Java. El continente europeo se les resistió probablemente más, y parece que no penetraron profundamente en él hasta hace poco más de un millón de años. Los primeros fósiles humanos de Europa, con unos 800 000 años de antigüedad, se han rescatado en el yacimiento de la Gran Dolina, en la burgalesa sierra de Atapuerca, y sólo son un anticipo de lo que aún se espera recuperar en esa cueva, cuya excavación continúa su marcha.

Algunos autores llaman del mismo modo a todos los homínidos grandes a los que nos hemos referido hasta ahora, y la especie sería Homo erectus, un nombre creado para los fósiles de Java cuando fueron descubiertos a finales del siglo XIX. Otros preferimos usar tres nombres específicos diferentes: Homo erectus para los fósiles de Java, Homo ergaster para los de África y Dmanisi, y Homo antecessor para los fósiles europeos (como los de la Gran Dolina).

El nombre de Homo erectus se aplica también a fósiles de hace medio millón de años, y aún más modernos, de Java y de China. Pero los fósiles europeos de hace medio millón de años reciben otro nombre científico: Homo heidelbergensis, en honor de la mandíbula de Mauer, encontrada cerca de Heidelberg. Hay disputas acerca de si sus contemporáneos africanos, que son muy parecidos, deben ser llamados igual (también Homo heidelbergensis).

Los que nos oponemos a dar el mismo nombre a los europeos y a los africanos de hace medio millón de años (y algo menos) nos basamos en que los fósiles europeos muestran algunos rasgos, aún poco desarrollados, que indican que son antecesores de los neanderthales que más tarde se encuentran en todo el continente; por el contrario, los africanos no exhiben esos caracteres, lo que prueba que no darían lugar a los neanderthales, sino que evolucionarían hacia nosotros mismos, los humanos actuales.

O sea que, aunque hace medio millón de años europeos y africanos aún fueran de la misma especie, las dos poblaciones acabarían dando lugar a diferentes especies humanas corriendo el tiempo, una en cada continente; muchos autores consideran que los neandertales deben ser considerados una especie distinta (Homo neanderthalensis) del hombre moderno, que es lo bastante presuntuoso como para darse a sí mismo el pomposo título de Homo sapiens, el hombre sabio.

Nuestros antepasados los cromañones, que es como llamamos a los humanos modernos del Paleolítico, salieron finalmente de África y hace unos 40 000 años llegaron a Europa, donde vivían los neanderthales. No se sabe muy bien lo que pasó entre unos y otros, pero el resultado es que los neanderthales desaparecieron (los últimos hace 30 000 años o aun menos) y nosotros seguimos aquí.

Todavía tenemos pocos fósiles de los primeros europeos de la Gran Dolina, pero hay una muestra increíblemente grande de fósiles humanos, una treintena de esqueletos completos, en otro yacimiento de la sierra de Atapuerca conocido como la Sima de los Huesos, al que dataciones recientísimas sitúan en torno a los 400 000 años de antigüedad.

Gracias a la Sima de los Huesos sabemos muchas cosas acerca de la humanidad de hace algo menos de medio millón de años. Una de ellas, y muy importante, es que la diferencia de tamaño entre los dos sexos (el llamado dimorfismo sexual) era similar a la diferencia que se encuentra ahora en nuestra especie, que es mucho menor que la de los gorilas o que la de los australopitecos. Volveremos a hablar de esa cuestión más tarde porque tiene mucha importancia para conocer la historia de la sociedad humana.

Por otro lado, el tamaño del cerebro era en algunos individuos de la Sima de los Huesos igual al de la media humana moderna, aunque otros cráneos fósiles del mismo yacimiento muestran volúmenes encefálicos situados en el límite inferior de la variación actual. Es decir, el cerebro había seguido creciendo, y ello era debido principalmente a un aumento de la complejidad a tres niveles: ecológico, mental (o cognitivo) y tecnológico.

La razón por la que el poblamiento de Europa se retrasó respecto del de Asia es que los ecosistemas europeos son estacionales, y por lo tanto cambiantes a corto plazo (aunque a la larga, cíclicos). O sea, imprevisibles para quienes no comprendieran el ritmo de las estaciones; ésos no podrían anticiparse a los cambios y hacer planes a largo plazo. Es probable que mientras que el mundo mediterráneo fue ocupado hace algo más de un millón de años, el resto del continente, más frío, tuviera que esperar hasta la expansión humana por toda Europa que se produjo hace medio millón de años.

De la complejidad tecnológica nos hablan los instrumentos de los yacimientos (en Atapuerca y muchos otros lugares) de la época de la Sima de los Huesos, que incluyen piezas con mucho diseño.

De la complejidad mental, la mejor prueba es el mismo yacimiento de la Sima de los Huesos, que no es otra cosa que una acumulación deliberada de cadáveres. Creemos que unos humanos que ya habían descubierto la muerte llevaron a cabo tal práctica con algún propósito simbólico. Queremos decir con esto que los que trabajamos en el yacimiento pensamos que tal acumulación tenía algún significado para los que la llevaron a cabo, o sea, que representaba alguna idea, en relación con el misterio de la muerte, compartida por la colectividad.

A la joven e inquieta hembra de australopiteco la hemos imaginado con siete años y no le hemos puesto ningún nombre. El crecimiento sería en esa época como el de los chimpancés, es decir, más rápido que el nuestro, de modo que con esa edad la joven ya sería adolescente. Y no le hemos puesto ningún nombre propio porque seguramente el desarrollo de su autoconciencia (o conciencia de sí misma) aún no habría ido mucho más allá que en los chimpancés, los cuales no se llaman unos a otros por su nombre, que sepamos. Por el contrario, los humanos de la Sima de los Huesos tendrían un crecimiento muy cercano, en patrón y ritmo, al nuestro. Y sí, los cadáveres acumulados en la Sima no serían anónimos, sino que tendrían nombres propios. Y ésa es una gran diferencia.