MAMÁ PIERNAS LARGAS

La inquieta joven de nuestro relato bien podría haber existido, y en ese caso su lugar en la evolución humana sería probablemente el que ocupa la especie Australopithecus garhi. Ésta es una especie descrita en fecha reciente, en 1999, cuyo ejemplar tipo (el que sirve para la definición, o diagnosis, de la especie) es un cráneo bastante completo.

El cráneo en cuestión es claramente el de un australopiteco, con un cerebro pequeño y un esqueleto facial prognato, y con grandes muelas. Su antigüedad es la de dos millones y medio de años y, a decir verdad, no se diferencia gran cosa de los cráneos de sus contemporáneos sudafricanos de la especie Australopithecus africanus (que fue la primera que se descubrió a partir de un ejemplar encontrado por Raymond Dart en Taung en 1924).

El lugar del descubrimiento del Australopithecus garhi es la comarca del curso medio del río Awash, en el País de los Afar (Etiopía), y el crédito corresponde a Tim White y a otros colegas que forman el equipo de exploración de esa región. La nueva especie no es, en sí misma, un descubrimiento excepcional (aunque sí importante), pero se produce en asociación con otros que dan motivos para pensar mucho.

En primer lugar, se encontró también en la zona parte de un esqueleto sin cráneo. Podría perfectamente corresponder a la misma especie de homínido, pero los paleontólogos, llevados por la prudencia, no lo consideran, con razón, definitivamente probado.

El esqueleto en cuestión sorprende por las proporciones entre el húmero, el antebrazo y el fémur (el hueso del muslo). En un chimpancé, los tres segmentos mencionados tienen longitudes similares, y ése es también el caso del ya mencionado esqueleto de hace tres millones y pico de años encontrado en otra región de Etiopía, al que se apoda Lucy.

Sin embargo, en el hombre moderno las proporciones han cambiado mucho. El segmento más largo en nosotros, con mucho, es el fémur, mientras que el antebrazo se ha acortado en relación con el húmero. El cambio de proporciones se debe a que ya no nos colgamos de los brazos casi nunca, y en cambio recorremos largas distancias a pie (o podríamos hacerlo: desgraciadamente los habitantes de las grandes urbes apenas caminamos).

No existen poblaciones humanas vivas que tengan la escasa estatura de los australopitecos. Pero en las selvas tropicales de África viven los pigmeos, que son muy pequeños, tanto que las mujeres pueden llegar a medir menos de 140 centímetros. Si comparáramos a una mujer de éstas con Lucy, veríamos que la talla sedente (es decir, estando ambas sentadas) es casi la misma, pero que la diferencia es notable en la longitud de las piernas, que son más largas en la mujer pigmea; y eso que los pigmeos tienen las piernas más cortas, en proporción con el tronco, que las demás poblaciones humanas. La diferencia sería bastante menor al comparar la mujer pigmea con el esqueleto descubierto en el Awash medio.

Así que las proporciones entre esos tres segmentos de las extremidades nos informan acerca del tipo de locomoción habitual de una especie de homínido. En el caso del esqueleto del Awash medio, el antebrazo es largo, como en los chimpancés y en los australopitecos; o dicho de otro modo, es primitivo. Sin embargo, el fémur es más largo que el de los australopitecos. Tenemos entonces un tipo de homínido que, aunque capaz aún de trepar bien a los árboles y colgarse de los brazos, empezaba a alargar la zancada. Y una zancada amplia economiza energía en cada paso; la suma ahorrada puede llegar a ser importante en largas caminatas.

Pero cuando Tim White y sus colegas dieron a conocer sus hallazgos, aún añadieron algo más. Entre los huesos de herbívoros asociados a los restos de homínidos (el cráneo y el esqueleto) había algunos que presentaban signos de haber sido golpeados con piedras para partirlos. Y lo que es más sorprendente, también se apreciaban a veces marcas de corte producidas por el filo de un instrumento de piedra. Con los bordes cortantes de piedras partidas a propósito se habían seccionado tendones para separar la carne del hueso, o para desprender la lengua de una mandíbula de antílope.

Alguien, algún homínido, había aprendido a golpear, con mucha puntería, una piedra contra otra para producir filos. Eso es algo más que aplastar un hueso como si fuera una nuez. Los chimpancés no hacen nada parecido a tallar la piedra, pero lo cierto es que, como enseguida veremos, los chimpancés producen, sin proponérselo, lascas con bordes cortantes cuando cascan nueces golpeándolas con un martillo de piedra contra un yunque (a su vez de piedra o de madera dura). Después de comerse el contenido de la nuez, los chimpancés no tienen ocasión de emplear las afiladas lascas que hacen sin querer, en parte porque las abandonan en el sitio y porque además disponen de buenos caninos cuando necesitan desgarrar la carne de sus ocasionales víctimas. Un australopiteco, con unos caninos mucho más pequeños, podría haberle encontrado a las inútiles lascas (residuos del trabajo con nueces o huesos) la función de cortar la carne. El siguiente paso sería romper intencionadamente piedras para producir lascas, es decir, para generar filos.

Los paleontólogos han buscado desesperadamente los utensilios que se emplearon para procesar la carne y los huesos de los antílopes, pero no han conseguido encontrarlos. ¿Dónde se han metido? Según los investigadores, aquélla es una región pobre en materiales adecuados para hacer instrumentos de piedra. Por eso les resultaban tan valiosos a los australopitecos que no los abandonaban fácilmente y los transportaban consigo largas distancias. Ello requeriría, desde luego, cierta capacidad de planificación. Aunque, después de todo, quizá no se precise una inteligencia mucho mayor que la que exhiben los chimpancés en la actualidad.

Estos simios obtienen, como hemos comentado, gran cantidad de calorías aplastando con martillos de piedra algunas nueces que se producen naturalmente en el bosque. Bueno, sólo lo hacen algunos chimpancés, porque aunque los árboles productores de nueces se extienden por toda la selva africana, la costumbre de partirlas con una piedra sólo se conoce en algunas regiones de Costa de Marfil, Liberia y Guinea-Conakry. Se trata pues de una tradición que pertenece exclusivamente a ciertas comunidades de chimpancés. Además, el aprendizaje, por imitación de la madre, es largo, y no se consigue la destreza necesaria hasta los siete años. Curiosamente se trata de una pauta de comportamiento más frecuente entre las hembras.

Panda oleosa es un arbolito del orden de las Pandales que produce de febrero a agosto un fruto parecido a una nuez con tres semillas, utilizado por el hombre para la extracción de un aceite comestible. (Aunque la gente se suele referir al fruto como una nuez, dado que las semillas están protegidas por una cáscara, en rigor es una drupa. En botánica son verdaderas nueces las avellanas, pero las almendras y las nueces del nogal son drupas: lo que llamamos impropiamente nuez no es otra cosa que el hueso de la drupa, en cuyo interior se esconden esas semillas tan abundantes en aceites, y que por tanto son ricas en calorías, engordan y no son apropiadas en las dietas de adelgazamiento).

Las paredes de este fruto son muy gruesas, por lo que se requiere una fuerza de compresión de 1100 kilos para que se abra. Los chimpancés usan una piedra del suelo o la raíz de un árbol de los de madera dura como yunque para ayudarse cuando golpean las nueces con martillos que pesan entre 3 y 15 kilos. Un chimpancé puede llegar a partir cien nueces en un día, y obtener 3500 kilocalorías.

Los árboles de Panda oleosa que producen las falsas nueces están bastante dispersos por el bosque, con distancias de unos cien metros entre uno y otro. Los chimpancés que se han estudiado en el bosque de Tai, en Costa de Marfil, llevan varias generaciones partiendo nueces con piedras. El trabajo lo hacen en determinados puntos en los que hay buenos yunques; en esos lugares se han ido acumulando a lo largo de unos cien años grandes cantidades de cáscaras de nuez.

Los martillos de piedra son muy apreciados por los chimpancés, y éstos llegan a transportarlos centenares de metros, desde un rompedero de nueces a otro. Por cierto que Julio Mercader, un especialista español en arqueología tropical, ha excavado una de estas acumulaciones, donde además de las cáscaras de nuez se han amontonado las lascas que saltan a veces del martillo de piedra; esas concentraciones de lascas se parecen sospechosamente a algunas que se atribuyen a homínidos antiguos, que también podrían haber estado partiendo nueces.

Volviendo a los fósiles, si el cráneo, el esqueleto y el fabricante de filos eran todos de la misma especie, ahí podemos ver cómo empezó todo. Aunque el cerebro aún no había crecido, ya existían las presiones de selección que iban a hacer útil un cerebro expandido. Y unas piernas cada vez más largas. Y una piel desnuda con muchas más glándulas sudoríparas.

En el futuro aparecerían individuos que serían: 1) cada vez más inteligentes técnicamente, con más maña para fabricar utensilios (que se harían más perfectos y más útiles); 2) también con más talento para formar mapas mentales de un territorio cada vez más amplio y más complejo (porque a los recursos vegetales se añadirían ahora los recursos animales en forma de carroña); y 3) con más capacidad de cooperar con otros individuos del mismo grupo. Esto último les permitiría sobrevivir en campo abierto, un medio decididamente hostil para un primate.

Esos descendientes de la joven inquieta podrían gastar más en cerebro porque al depender en una proporción importante de las grasas y proteínas animales, reducirían el consumo energético del tubo digestivo. Y al mismo tiempo que su cerebro se iba pareciendo cada vez más en tamaño al nuestro, sus muelas se harían cada vez más pequeñas (porque ya no haría falta masticar tanto producto vegetal consistente y duro), y su cara se iría reduciendo (más adelante hablaremos de lo que le pasó a la laringe). Y conforme la cabeza se parecía más y más a la nuestra, su cuerpo se iba también asemejando al nuestro.

Y sus territorios se hicieron tan grandes, tan grandes, que un día pusieron los pies fuera de África.