LA FIRMA QUÍMICA
Hasta aquí, para tratar de averiguar en qué consistía la alimentación de las especies fósiles de homínidos hemos recurrido a la morfología. Siempre partimos de esa base, la forma del fósil, pero además los paleontólogos levantamos la cabeza de la mesa del laboratorio y miramos a nuestro alrededor en el planeta en el que vivimos ahora para tratar de aplicar a los tiempos pretéritos las lecciones que aprendamos de la biología actual (y esa posibilidad de moverse entre dos mundos es lo que hace que, al menos para mí, sea la paleontología tan divertida).
En eso consiste nuestro método, que recibe el nombre de actualismo. Algunos paleontólogos han actuado equivocadamente como si el actualismo consistiera en buscar una especie viva, la más parecida a la especie fósil que estemos investigando, y atribuir todos los aspectos de la biología de la especie viviente a la extinguida. Como en el caso de los australopitecos, las especies vivientes más parecidas son las dos especies de chimpancés que hay (el común y el bonobo), el actualismo mal aplicado nos llevaría a imaginarnos a los australopitecos como chimpancés en todo (excepto en la postura).
Ya veremos, en su momento, que los australopitecos no tenían una biología social igual a la de los chimpancés, y tampoco su alimentación (ni su ecología) era la misma.
La forma adecuada de aplicar el actualismo consiste, en cambio, en descubrir en el mundo viviente actual las leyes que lo rigen, y usarlas para interpretar los fósiles.
Sabemos, viendo a los carnívoros de todas las épocas (incluidos los dinosaurios), que estas especies tienen piezas dentales especializadas (llamadas en los mamíferos muelas carniceras) con filos cortantes para trocear a sus víctimas después de muertas (y a menudo también mientras aún están vivas las pobres; la naturaleza es un lugar en el que a uno se lo comen vivo los parásitos y los depredadores). Todo lo que necesitan los comedores de carne, una vez que han abatido a sus víctimas, es reducir su cuerpo a porciones que puedan pasar por el esófago rumbo al estómago. Los australopitecos, y más aún los parántropos, en cambio, tenían muelas con amplias superficies de masticación y esmalte grueso, y por eso hemos deducido que sin duda masticaban algo consistente y duro (consistente en el sentido de difícil de partir por compresión; duro quiere decir que raya el esmalte).
Nosotros somos carnívoros desde hace mucho tiempo en el curso de la evolución, y sin embargo no disponemos de muelas carniceras, del tipo de las que tienen los carnívoros, que corten como cuchillas. Pero no por eso falla el principio del actualismo, porque las adaptaciones biológicas que faltan en nuestro cuerpo tenemos que buscarlas fuera de él, en las herramientas que construimos, que son como adaptaciones tecnológicas. El registro arqueológico se incorpora así, desde que existen instrumentos de piedra, al conjunto de pruebas que nos sirven para inferir el modo de vida de nuestros antepasados.
Pero así y todo, sería deseable disponer de una prueba directa del tipo de alimentación de una especie fósil. Y puesto que construimos nuestro cuerpo, incluidos nuestros huesos y nuestros dientes, a partir de lo que hay fuera, ¿no dejará el alimento alguna señal, alguna firma química, que podamos reconocer en los fósiles? Afortunadamente la respuesta a esta pregunta es afirmativa.
Nuestro cuerpo está hecho sobre todo de proteínas (los músculos, o sea, la carne), y de fosfato y carbonato cálcico (los huesos y los dientes). También acumulamos grasas como reserva de energía y, en mucha menor medida, glúcidos (igualmente llamados carbohidratos o azúcares). Las proteínas y las sales de calcio son materiales estructurales, y los glúcidos y las grasas nos proporcionan la energía que necesitamos para vivir. De todo ello sólo quedan en los fósiles las sales de calcio en los tejidos duros (huesos y dientes). Los tejidos blandos se pudren, aunque en fósiles mucho más recientes que los de los australopitecos es posible recuperar aún pequeños fragmentos de proteínas (que formaban el colágeno de los huesos) e incluso de material genético (de momento sólo se ha identificado el de algunos neanderthales de no más de unos 60 000 años).
Naturalmente que no incorporamos directamente a nuestro organismo grandes moléculas del alimento, pero sí que usamos moléculas pequeñas, o elementos químicos en el caso de los huesos y de los dientes. En el carbonato cálcico hay carbono, y aquí se puede encontrar una de las firmas químicas del alimento (también en el oxígeno, pero no hablaremos aquí de este elemento).
El carbono se encuentra en el anhídrido carbónico del aire (CO2) en dos formas (o isótopos), una más pesada que otra. Y resulta que la forma pesada es más rara en las plantas de la selva africana que en las gramíneas y otras hierbas de la sabana (los vegetales utilizan el CO2 para formar materia orgánica en la fotosíntesis). Por eso los animales que se alimentan de los vegetales del bosque están empobrecidos en carbono pesado, y los comedores de hierba de la sabana (sean sus tallos, raíces o semillas) están enriquecidos en isótopos pesados. Los chimpancés, como habitantes del bosque que son, tienen poco carbono pesado en sus huesos y dientes. ¿Cuál es la composición de los australopitecos?
Se han analizado cuatro restos procedentes del yacimiento sudafricano de Makapansgat. Tienen unos tres millones de años y pertenecen a otros tantos individuos de la especie Australopithecus africanus. El hábitat en el que se movían era predominantemente forestal, pero no se excluye que pudieran hacer incursiones en zonas más abiertas. Antes de ver qué cantidad de carbono pesado hay en sus huesos debemos hacer algunas reflexiones.
En el bosque hay abundancia de frutas y de hojas tiernas. También hay nueces y moras. Todas estas plantas tienen poco carbono pesado. Si ésa era la base de la dieta de los australopitecos sudafricanos, encontraríamos sus huesos y dientes empobrecidos en carbono pesado. En la sabana hay leguminosas, también pobres en el isótopo pesado del carbono, cuyos tubérculos serían comestibles si los australopitecos fueran capaces de acceder a ellos con palos o huesos adaptados para cavar (los granos de estas legumbres africanas, en cambio, pierden mucho valor nutritivo si no se cuecen, lo que no podían hacer los primeros homínidos).
Por el contrario, si hay una proporción elevada de carbono pesado en los fósiles, la única fuente vegetal posible serían las semillas y las raíces de las gramíneas; es improbable que los australopitecos y los parántropos pudieran digerir la celulosa de los tallos de las gramíneas, aunque hay algunos primates (los papiones y los geladas) que sí pueden hacerlo.
Pues bien, el análisis de los cuatro australopitecos de Makapansgat ha revelado la existencia de una cantidad apreciable del isótopo pesado del carbono, lo que indicaría que entre la cuarta parte y la mitad del alimento que consumían estos homínidos tendría su origen en plantas de sabana del tipo de las gramíneas.
Este resultado parece dar la razón a quienes, como Valverde, sugieren que el consumo de semillas de gramíneas, el granivorismo, jugó un papel esencial en la evolución humana. Pero no todo el carbono pesado de los huesos de los australopitecos tiene que proceder de gramíneas. Los herbívoros y los insectos que las consumen también aumentan su proporción de isótopo pesado del carbono, de modo que la dieta de los australopitecos podría, ya hace tres millones de años, incluir también carroña.