Estaba agotado de trepar por los libros que seguían creando escalones. Entonces sentí algo delicioso: un viento fresco en la cara. Cerca de ahí había una ventana.
Mis manos lograron tocar el muro. Acaricié con cuidado la superficie hasta distinguir un hueco. Me asomé por ahí: daba a un túnel estrecho. Muy al fondo vi un pequeño círculo pálido: el cielo.
Me introduje en el túnel, apenas más amplio que mi cuerpo, y avancé a rastras.
Después de unos minutos llegué a la desembocadura. Me asomé hacia abajo y pude ver el jardín. Nunca había estado tan alto en una casa. Saqué las manos y toqué algo metálico. Era una escalera vertical, como las que hay en los barcos. Podía bajar por ahí.
Así descendí hasta el jardín. Estaba asombrado por mi aventura, con la cabeza llena de ideas revueltas, pero no pude pensar en nada porque oí la voz de mi tío.
—Hace cinco tazas de té que te estoy esperando —comentó sonriendo—. Veo que descubriste el cuarto de los libros de sombra. Ahí se encerraba mi padre. Le gustaba estar solo, a oscuras, sin que nadie lo molestara. De vez en cuando yo lo acompañaba, con un libro y una linterna. Ese que traes debe venir de esa época.
—¿Qué libro tengo? —pregunté, muy sorprendido.
—El que asoma de la bolsa de tu chamarra.
Busqué en mis bolsillos. Con enorme sorpresa vi que un libro había caído ahí.
Esto me impresionó mucho menos que el título: Un hallazgo en el río en forma de corazón.