MARTES. NOVIEMBRE 17
La virtud es horrorosa. Es lo contrario de la libertad.
VIRGIL GHEORGHIU
A media tarde, tres guardianes armados de fusiles abren la puerta de la celda. Uno de ellos nos anuncia:
—Una comisión de damas católicas viene a interrogarlos. Aunque pueden decir lo que quieran, lo único que el director exige es que contesten con toda corrección, como si fueran verdaderos caballeros. En todo caso, aquí estamos nosotros para guardar el orden.
Reconozco en este guardián al mismo que nos llamaba «caballeros» para hacernos pasar al baño. Se ve que es un hombre muy bien educado y que la palabra caballeros produce en él efectos sicológicos muy pronunciados.
Un momento después tres señoras de edad avanzada llegan a la puerta de la celda. Una de ellas lleva varios folletos en la mano. Otra lleva un cuaderno y un lápiz. De la tercera apenas puede advertirse a flor de piel la trascendencia que emana de su autoridad personal. Las tres parecen loros disecados, pajarracos sin vida, pero todavía con colores. Sobraba la exigencia del guardián, porque estas damas son el tipo de mujeres que sólo producen en los hombres reacciones caballerosas.
—Buenas tardes, caballeros —dicen en coro las tres.
—Buenas tardes, caballeros —repite Míster Alba haciéndoles eco.
A pesar de la hilaridad que esto suscita en el Honorable Gordo Tudela, este primer contacto crea entre los dos grupos una situación bastante incómoda. Para borrar la mala impresión de la respuesta, Míster Alba resuelve aliviar la tensión, portándose como un caballero.
—Estamos a sus pies, señoras —dice con acento ceremonioso.
La dama jefe dice:
—Formamos un grupo de trabajo de la Sociedad de Amigos de la Cárcel, recientemente constituida, con sucursales en todo el país. Estamos haciendo una encuesta sobre la situación de las cárceles. Les rogamos que nos presten su colaboración.
—Estamos a sus órdenes —ofrece también David.
—La primera pregunta es muy sencilla —dice la dama jefe—. Queremos fijar el límite de la responsabilidad que corresponde a los presos en el orden social establecido. En ese sentido, voy a formular una pregunta concreta. ¿Saben ustedes quién mató al coronel Leloya?
—¿Qué tiene que ver Leloya con el orden social? —pregunta David a su vez.
Pero el Honorable Gordo Tudela lo interrumpe para sostener:
—Yo puedo hablar con autoridad en este campo. Con mi experiencia de detective he hecho una investigación interna sobre este asunto. Puedo informarles que el coronel Leloya se suicidó.
La dama del cuaderno empieza a escribir. A cada palabra levanta la vista, consultando a la encargada del interrogatorio. Ésta continúa:
—Esa versión de los hechos no me satisface. Resulta incomprensible que Leloya quisiera matarse a sí mismo, cuando todo el mundo sabe que lo único que le gustaba era matar a los demás. Lo del suicidio ya me lo dijeron en otra celda. Pero, en fin, aclarar eso es el oficio de la justicia. Por nuestra parte, únicamente nos interesan los hechos sociales. Sigamos adelante. Hemos sabido que en varias celdas de la cárcel han aparecido grabados misteriosos, signos de dibujo elemental muy parecidos a la cruz esvástica. Esto nos ha hecho pensar que esos signos se relacionan directamente con la cuestión judía. ¿Podrían ustedes contestarme qué opinan los presos de la cuestión judía?
—Dispense nuestra ignorancia. Pero ¿qué es la cuestión judía? —pregunta el Honorable Gordo Tudela.
La dama del interrogatorio no sabe qué contestar. Entre los dos grupos se forma otra vez un muro de suspicacia y ansiedad. Míster Alba acude a disipar el malentendido.
—Sobre la cuestión judía —dice— lo único que sabemos es que entre los presos existe un agiotista a quien algunos llaman el «sirio» y otros el «jordano». Se dedica a los préstamos de compraventa, al módico interés del cuarenta y nueve por ciento. En otras palabras, el árabe de la cárcel es tan rapaz que parece judío.
La dama del cuaderno apunta sin cesar. Claramente se advierte que el curso del interrogatorio no la tiene satisfecha.
Aprovechando una pausa, la dama de los folletos se dedica a repartirlos entre nosotros. Yo tomo el que me da y lo examino. Se titula: «El cigarrillo y el cáncer».
—En lugar de traernos cáncer, debieran traernos cigarrillos —dice Míster Alba.
—Nosotras estamos educando al pueblo, no fomentando el vicio —chilla la dama.
—Está bien. Me fumaré el folleto —concluye Míster Alba resignado.
La directora del interrogatorio pone fin a este simulacro de batalla preguntando a continuación:
—¿Podrían decirme ustedes si es cierto que en la cárcel hay infiltración comunista?
—Aquí no hay más infiltraciones que las de las goteras del techo de la celda —dice David.
—¿Para qué quieren saber si hay infiltración comunista? —dice Míster Alba.
La dama que lleva la voz oficial de la visita contesta:
—Porque si hay infiltración comunista no habrá más ayuda norteamericana.
—¿En qué consiste la ayuda norteamericana para la cárcel? —pregunta Míster Alba.
Esta vez la dama se muestra desconcertada. Mira a sus compañeras. La del folleto, que es la más aguerrida, dice:
—Hemos venido a interrogarlos, no a que nos interroguen.
Pero Míster Alba no cesa de preguntar:
—¿En qué consiste? ¿Pueden decirme en qué consiste la ayuda norteamericana para la cárcel?
—Quizá quieran instalar aquí una silla eléctrica —sugiere el Honorable Gordo Tudela.
—No conteste. No está obligada a contestar —aconseja la dama del cuaderno a la dama del interrogatorio.
Pero esta última se muestra conciliadora. Afirma con toda convicción:
—No puedo contestar exactamente, pero supongo que se trata de una actividad de los cuerpos de paz. Ellos sólo quieren tendernos la mano. Quieren ayudarnos a construir un mundo nuevo, más humano, más democrático, más libre. En dos palabras, quieren enseñarnos a vivir como viven ellos. En lo que a la cárcel se refiere, quieren ayudarnos a construir cárceles donde los hombres se sientan libres, no presos.
No está muy claro, pero por el momento su discurso nos conmueve. La dama que acaba de hablar ha logrado sin duda disipar una mala situación. Aprovechándose de su éxito pasa al punto siguiente del cuestionario:
—Me gustaría saber cuáles son sus gustos en materia de lecturas. Veo que les permiten tener muchos libros. Eso se llama cultura. ¿Les gustan los versos del gran clásico Núñez de Arce?
—En general, a los presos no les gustan los versos malos, menos los del gran clásico, y todavía menos los de Núñez de Arce.
Eso afirma abruptamente el Honorable Gordo Tudela. Pero ella no se altera.
—A propósito de relaciones humanas, ¿leen ustedes a Orison Swet Marden?
—¡No! —contesta David—. ¿Por quién nos toma? ¿Cree que somos presos norteamericanos?
—En cuestiones económicas, ¿cuál es su escuela preferida?
—No tenemos preferencias en cuestiones económicas. Pero hablando de escuelas, sólo pertenecemos a la del maestro Vargas Vila.
Con la mano que le queda libre, la dama de los folletos se santigua, como si Míster Alba acabara de nombrar al diablo.
—¿Qué? —pregunta la del cuaderno.
—Digo que hablando de escuelas, seguimos la escuela del maestro Vargas Vila —repite condescendiente Míster Alba.
—¿Ese monstruo? —dice la dama, santiguándose también.
La situación es ahora más inflamable que nunca. Sin embargo, la directora del grupo vuelve a imponer la sensatez por el sistema que ha probado con tanto éxito, o sea el de llevarnos a cambiar de tema.
—La Sociedad de Amigos de la Cárcel está muy interesada en saber qué soluciones pueden proponer los presos para afrontar los problemas comunes del país.
—En ese sentido —indico yo—, Míster Alba tiene una fórmula especial.
—¿Cuál es la fórmula especial? —pregunta la dama.
—Hablemos primero de los problemas comunes —dice Míster Alba.
—¿Cuál es en concepto de los presos el problema más grave del país?
—El de la desvalorización de la moneda —informa Míster Alba.
—¿Qué fórmula indican los presos para que el peso pueda recuperar su valor?
—Visto desde la cárcel, el problema es muy fácil de resolver —asegura Míster Alba.
—¿Cómo?
—Cambiándole el nombre al peso.
—¿Qué nombre sugeriría usted para la nueva unidad monetaria?
—El peso es débil por llamarse peso. Si en lugar de llamarse peso, lo llamamos dólar, su poder adquisitivo mejorará notablemente. Además sonaría muy bien hablar del dólar colombiano.
—Los Estados Unidos protestarán —dice la dama—. Ellos tienen patentado el nombre del dólar. Pero, en fin, la Sociedad de Amigos de la Cárcel estudiará el caso. Tome nota, secretaria —ordena dirigiéndose a la encargada del cuaderno.
Hace una pausa y luego dice:
—Ahora bien, la última pregunta de la encuesta es la siguiente: ¿conviene reformar las estructuras de la cárcel?
—Con todo respeto —dice Míster Alba—, ¿qué son las estructuras?
Indudablemente, las reformadoras no saben qué son las estructuras. En vista del silencio mortal que sigue a su pregunta, Míster Alba se lanza por el camino más fácil:
—Apoyaremos la reforma de las estructuras. Estas dos palabras, reforma y estructuras, prometen mucho.
La visita del grupo de trabajo se da por terminada. Las damas inician la retirada, no sin que antes la dama de los folletos le diga a la del interrogatorio:
—Falta una pregunta.
—¿Cuál?
—Sobre la beneficencia.
—Es verdad. ¿Con cuánto estarían dispuestos a contribuir los presos para el sostenimiento de la beneficencia?
—Estamos dispuestos a contribuir al sostenimiento de la beneficencia con la misma suma con que la beneficencia contribuya al sostenimiento de los presos —dice Míster Alba.
—Gracias por su fina colaboración, caballeros —dice el guardián bien educado, cerrando la celda.