MIÉRCOLES. NOVIEMBRE 18
El hombre que lleva atado un perro está tan atado como el perro.
ANTONIO BIRLAN
Mientras me dedico a regar la flor, Míster Alba me pregunta:
—¿Ya floreció la rosa?
—No. Pero pronto florecerá.
—Cuando florezca, no va a florecer en pétalos de rosa, sino en espinas de alambre.
—De todos modos florecerá. Estoy seguro.
—Yo tengo mis dudas de que el alambre pueda florecer.
—Antes de ser alambre, hace ya muchos siglos, este tallo perteneció al reino vegetal. No me sorprendería que hubiera pertenecido también al reino animal. Lo estoy regando con siglos de retraso, pero florecerá algún día. Es cuestión de paciencia. No lo dude, Míster Alba.
De sorpresa en sorpresa, el Honorable Gordo Tudela se entera ahora de esta otra locura de la celda. No puede dar crédito a sus oídos ni a sus ojos. Pero no rechaza la ficción. El Honorable Gordo Tudela tiene la ventaja de que nada le sorprende en la cárcel. Para mí, es como si me hubiera acompañado desde el primer día, en los tres años de prisión. Tal vez por haber sido detective, el Gordo se porta como si hubiera nacido en la cárcel.
Un cabo vestido de paisano llega y le comunica a David que le ha sido confirmado el permiso de un día para salir de la cárcel. El cabo añade que lo acompañará y que así, vestido de paisano, nadie notará que David es un preso con permiso. David había hecho la solicitud de salir para visitar a su familia dos días antes. No esperaba que se le concediera, aunque, según me dijo, el nuevo director de la cárcel era su amigo. Por lo visto, sí lo era.
El cabo nos anuncia también que hoy no saldremos al patio por la mañana, debido a circunstancias especiales. Pero nos promete que por la tarde disfrutaremos aproximadamente de nuestras tres horas de aire libre.
David se prepara febrilmente para salir. Se viste a la carrera con sus mejores ropas, y como no tiene zapatos adecuados, le ruega al Honorable Gordo Tudela que le ceda provisionalmente los de Braulio, que éste dejó olvidados en la celda. El Gordo dice que sí, y que, en cambio, tiene que pedirle un favor a David.
Cuando está listo nos pregunta a todos:
—¿Qué quieren que les traiga?
Yo le encargo dos libros, y el Honorable le pide que llame por teléfono a su mujer. En un papel, David apunta el nombre y la dirección que el Gordo le dicta. Míster Alba no tiene nada que pedir. Cuando David sale, Míster Alba le dice a Tudela:
—No sabía que era usted casado. No tiene cara.
—¿El matrimonio da una cara especial? —pregunta el Gordo.
—Sí.
—¿Cómo es?
—Como la cara de usted.
El Gordo Tudela nos habla de su mujer. A juzgar por el retrato que de ella nos hace, debe de ser una buena mujer. Desde luego, la mujer es un pretexto para hablarnos de su antigua profesión de detective, que es lo único que le interesa de la libertad.
—Cuando salga de la cárcel volveré a ser detective —afirma el Gordo.
—Si lo rehabilitan podrá ser detective de nuevo —anota Míster Alba.
—¿Tendrán que rehabilitarme? Yo no maté por gusto.
—Nadie mata por gusto. En su caso, si lo rehabilitan, quiere decir que lo rehabilitarán para volver a matar.
—¿Por qué le gusta ser detective? —pregunto yo.
—Me gusta llevar hombres a la cárcel.
Eso es todo lo que contesta el Gordo.
Míster Alba comenta:
—Tiene suerte David. Nunca creí que le dieran permiso.
—El director de la cárcel es su pariente —comenta el Gordo.
—Pariente no. Amigo —aclaro yo.
—Da lo mismo —dice el Gordo—. Pariente o amigo, le dio el permiso. Estoy seguro de que si yo lo pido, no me lo dan.
Míster Alba observa:
—Lo que nos da carácter de presos no es nuestra condición de presos, sino el guardián que nos vigila al lado. A David nadie lo puede tomar hoy en la calle por un preso. Al salir con el cabo, los dos parecen un par de hermanos que van de paseo. Cuando yo sea libre y camine por la calle y encuentre dos hombres que parezcan hermanos, sospecharé inmediatamente de ellos. Pensaré que el uno es un preso y el otro su guardián.
—Es un buen tipo este David —confiesa, generoso, el Honorable Gordo Tudela.
—Es verdad. Tiene muy buena letra —dice Míster Alba.
—¿Buena letra? —pregunta ingenuamente el Gordo.
—Sí. Escribe muy bien. Sobre todo cuando se trata de escribir cheques falsos, con la firma de su tío.
—No me gusta esto de hablar mal del que vuelve la espalda —sostiene el Gordo.
—A mí sí —asegura Míster Alba—. Unos picotazos en la espalda del prójimo me dan descanso, hacen que me sienta bien. Todo el mundo hace lo mismo. Lo que pasa es que yo no soy cínico y confieso mi predilección por las espaldas, o sea, mi cobardía para ponerle el pecho a la murmuración.
Durante un rato, yo me dedico a observar por la ventana del patio principal. En el patio veo un grupo de presos que se parecen a los campesinos que promovieron el último motín. Son campesinos, no hay duda, pero no son ellos. Éstos son aún más miserables que aquéllos. Van descalzos, usan ropas blancas, y sus cuerpos tiritan bajo el frío de los Andes.
Mirándolos comprendo que estos campesinos son las «circunstancias especiales» de que hablaba el cabo cuando nos informó de que hoy por la mañana no podríamos salir al patio.
Cuando dejo la ventana Míster Alba y el Honorable Gordo Tudela hablan todavía de David. El Gordo dice:
—Pues sí. Hablando de escribir, David se siente muy orgulloso de lo que escribe.
—Pero nunca escribe.
—Dice que escribe, y que escribe muy bien, porque en su pueblo se habla muy bien el español.
—Hay que dejarlo que crea eso.
—Dice que en su pueblo se habla el mejor español del país.
—Creer que hablan muy bien español es el único consuelo que les queda a todos los pueblos que hablan español.
—¿No cree usted en lo que dice David?
—No.
—¿Por qué?
—Todo el que habla español habla igual a todos los que hablan español. Ningún pueblo habla mejor español que otro.
—Pero ¿por qué?
—Porque el buen español no existe.
—¿Y en España?
—En España menos. En España hay quienes escriben bien, muy bien, por cierto. Pero el español común de los españoles es casi peor que el español común de los hispanoamericanos. Lea usted la traducción de cualquier idioma a la lengua española, y se dará cuenta de lo que le digo. No hay nada más provinciano que el español de las traducciones españolas. Las traducciones españolas son el triunfo del modismo de suburbio añadido al triunfo de la pobreza verbal. En ellas, los personajes de Balzac hablan de pagar la cuenta del café con «perras gordas». Del mismo modo, en las traducciones mexicanas se hablará de los «chamacos» de Gide. En las argentinas se dirá que Raskolnikov es un «malevo». Las traducciones argentinas y las traducciones mexicanas son la venganza de América contra las traducciones españolas.
A las dos nos sacan al patio.
El patio está lleno de campesinos de tierra caliente. Con una ropa inapropiada para el clima, las alturas de los Andes los hacen temblar de frío, como si padecieran de paludismo. Parecen aves migratorias, aves del trópico perdidas en las cumbres de las montañas.
Estos campesinos son muy diferentes de los campesinos que conocimos antes en el patio de la cárcel. Aquéllos venían de los Andes y eran más humanos. Su tristeza, que también la tenían, porque la tristeza es entre todos los campesinos un aire de familia, era menos deprimente. Aquéllos eran campesinos de las tierras altas y frías, dedicados al cultivo del trigo, de la cebada, del maíz, que son cultivos de hombres.
Éstos de ahora, en cambio, proceden de las tierras bajas y de los valles de los afluentes del río Grande de la Magdalena, de que hablaron los conquistadores españoles. Su servidumbre es más abyecta que la de los otros. Siembran caña de azúcar, que es un cultivo de esclavos; siembran tabaco, que es un cultivo de toxicómanos; siembran café, que es un cultivo de mendigos; siembran arroz, que es un cultivo de parias. En otras palabras, mientras los campesinos de las cumbres de los Andes siembran pan, como los hombres, los campesinos de las tierras bajas siembran dinero, como los tahúres.
Estas dos agrupaciones sociales y gemelas lo único que tienen de común es la miseria y la ignorancia. Ni los unos ni los otros tienen redención. La tierra los obliga a ser como son. La zona tórrida los vuelve perezosos, la zona helada los vuelve indiferentes. Unos y otros son el rostro humano de la tragedia terrestre. Por ahora, aquí sí es cierto que los campesinos no son más que una curiosidad pintoresca del paisaje.
Cuando pregunto por qué están detenidos me dicen que los guerrilleros asaltaron las tierras donde trabajaban. A los que no mataron los guerrilleros, los policías se los llevaron presos. Explicaron que los llevaban a la cárcel para protegerlos, pero en realidad los encarcelaban como un modo de mostrar que aún ejercían con los campesinos la autoridad que ya no podían ejercer con los guerrilleros. No pudiendo llevar presos a los guerrilleros que habían matado, tenían que contentarse con llevar presos a los campesinos que no se habían dejado matar.
En el patio, Toscano nos da la gran noticia:
—¿Saben las últimas? David se ha fugado.
—¿Qué?
—Eso. David Fresno se fugó al mediodía de hoy. Dejó plantado al guardián que lo cuidaba. Una muchacha le facilitó la fuga, llevándoselo en un Ford.
El dato de la muchacha basta para que nadie dude. Todos reconocemos a Nancy en la muchacha del Ford.
Pasados los primeros momentos de sorpresa, cada cual comenta la fuga de David a su manera.
—Nunca me imaginé que fuera capaz de hacer eso —dice el Honorable Gordo Tudela.
—Afuera la libertad se está poniendo tan mal que le está quitando el oficio a la cárcel —sentencia Míster Alba.
Yo estoy perplejo. No me explico cómo David no me hizo partícipe de los proyectos de fuga.
Después de tres horas largas de vagar por el patio hablando de los campesinos y de la fuga, regresamos a la celda. Nuestra sorpresa no es poca cuando encontramos allí a David. Lo primero que hace es entregarme los libros y decirle al Honorable Gordo Tudela que habló con su mujer. El Honorable lo toca varias veces en los hombros y en los brazos, para convencerse de que no es un espectro. David pide explicaciones.
—¿Por qué tanta sorpresa?
—Nos informaron de que se había fugado —digo yo.
—El que se fugó fue el guardián.
—¿El guardián?
David nos explica que mientras él estaba con Nancy, el guardián se emborrachó. Vendió el revólver para acabar de emborracharse. Después se dio a la fuga. Cansado de esperarlo, David resolvió volver solo a la cárcel.
—Nancy me trajo en el Ford —concluye.
—¿Desde cuándo tiene Nancy un Ford? —pregunta Míster Alba, con su más refinado acento de malevolencia.
—¿Qué le importa? —pregunta David a su vez.
Para no dar lugar a que riña con Míster Alba le pido a David que nos cuente lo que lograra averiguar sobre la situación del país.
—Los guerrilleros siguen robando y matando —asegura David.
—Llevan quince años en eso —afirma Míster Alba.
—Ahora dicen que están dirigidos por los comunistas.
—¿Y el Ejército? ¿Y la Policía? ¿Para qué son las fuerzas del orden? —pregunto yo.
Míster Alba habla así:
—Los guerrilleros están bien armados. Por lo tanto, son peligrosos. Para las fuerzas del orden, como usted las llama, es mejor vigilar las cárceles, donde los presos están desarmados. Por estar cuidando los presos las fuerzas del orden no tienen tiempo de enfrentarse con los guerrilleros.
Luego, David empieza a hablar de Nancy. Nos cuenta lo que habló con ella. Su voz está llena de Nancy. Sus labios están hinchados de besos de Nancy. Nunca lo he visto tan feliz como hoy. Si esta noche tuviéramos luna, esta noche David no escupiría a la luna.
Entonces tiene lugar uno de aquellos diálogos inolvidables en los que aquellas dos inteligencias confinadas restallan en la torre de marfil de la celda con la vibración de los látigos.
David recuerda a Nancy:
—Almorzamos juntos, en su casa. La mesa estaba adornada con flores de cebolla, unas flores blancas que tienen la virtud de ponerle una pizca de aroma al apetito. Comimos pollo con delicia española. Nancy destapó una botella de vino de Rioja, un vino cálido y espeso, que sabía a sangre de mariposa.
—Por favor, podría decirme… —empieza a decir Míster Alba.
—¿A qué sabe la sangre de mariposa?
—Eso lo sé muy bien. En el Amazonas me embriagué con ella muchas veces. Beber sangre de mariposa es como beber arco iris pasado por licuadora. La sangre de mariposas es un licor de colores, como las alas de las mariposas. No necesito que me explique cuál es ese sabor de colores. No. Yo quiero saber humildemente en qué consiste la delicia española.
—Es un plato a base de macarrones italianos, carne argentina molida y maíz venezolano. Es un plato típico colombiano, de origen chino, popularizado por los norteamericanos con el nombre de delicia española.
El día ha estado tan agitado que para dormir he tenido que silbar a los muertos. Me duermo contando los muertos que llegan, brincando, uno a uno, a través de las rejas, por la ventana de la celda.