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Álamos Ventosos,
Calle del Fantasma,
Summerside

10 de noviembre

Queridísimo:

No había persona que más odiara en el mundo que aquella que me arruinaba la plumilla. Pero no puedo odiar a Rebecca Dew, a pesar de su costumbre de usar mi pluma para copiar recetas cuando estoy en la escuela. Lo ha estado haciendo de nuevo, y en consecuencia, esta vez no recibirás una carta de amor ni una carta muy larga. (Amor mío).

Los grillos han cantado su última canción. Las tardes son tan frías ahora, que tengo una pequeña, regordeta y ovalada estufa de leña en mi habitación. Rebecca Dew me la trajo… le perdono lo de la pluma por eso. No hay nada que esa mujer no pueda hacer; y siempre la tiene encendida cuando llego de la escuela. Es una estufa diminuta… podría levantarla en mis manos. Parece un avispado perrito negro sobre sus patitas arqueadas de hierro negro. Pero cuando la llenas con pequeños troncos de madera dura, florece en color rojo y arroja un delicioso calor. No imaginas lo acogedora que es. Estoy sentada delante de ella ahora, con los pies frente al fuego, escribiéndote con el papel sobre las rodillas.

Todo el resto de Summerside, más o menos, está en el baile ofrecido por la familia de Hardy Pringle. A mí no me invitaron. Y Rebecca Dew está tan furiosa al respecto, que no me gustaría ser Dusty Miller. Pero cuando pienso en la hija de Hardy, Myra, bella y carente de cerebro, tratando de demostrar en su hoja de examen que los ángulos de la base de un triángulo isósceles son iguales, perdono a todo el clan Pringle. ¡Y la semana pasada incluyó, con toda seriedad, al «árbol genealógico» en una lista de árboles! Pero para ser justa, no todos los horrores se originan en los Pringle. Blake Fenton definió hace poco a un caimán como «una especie de insecto grande». ¡Éstos son ejemplos de los momentos de mayor emoción en la vida de una maestra!

Esta noche tengo la sensación de que nevará. Me gustan las noches así. El viento sopla «en torres y árboles» y mi habitación me resulta todavía más acogedora. La última hoja dorada caerá de los álamos esta noche.

Creo que a esta altura, ya he sido invitada a cenar a todas partes… me refiero a las casas de mis alumnos, tanto en la ciudad como en el campo. ¡Ay, Gilbert, querido, estoy harta de melocotón en almíbar! Nunca, nunca tengamos un frasco de melocotón en almíbar en nuestra casa de los sueños. En casi todas las casas donde he ido a cenar en este último mes, he comido M. en A. La primera vez me encantó, estaba tan dorado, que me parecía estar comiendo sol en almíbar, e inocentemente canté sus loas. Corrió la voz de que el M. en A. me gustaba mucho y comenzaron a servirlo especialmente en mi honor. Anoche estaba invitada a cenar en casa del señor Hamilton, y Rebecca Dew me aseguró que allí no habría M. en A. porque a ninguno de los Hamilton les gustaba. Pero cuando me senté a cenar, allí, en el aparador, estaba el inevitable frasco de cristal con M. en A.

«No tenía melocotón en almíbar en casa», explicó la señora Hamilton, mientras me servía una generosa porción, «pero me enteré de que a usted le gustaba muchísimo, de modo que cuando fui a ver a mi prima en Lowvale, el domingo pasado, le dije: "Viene la señorita Shirley a cenar esta semana y le gusta muchísimo el melocotón en almíbar. ¿Podrías darme un frasco para ella? Y me lo dio, aquí está, y puede llevarse a su casa lo que queda».

¡Deberías haber visto la cara de Rebecca Dew cuando llegué a casa con un frasco casi lleno de M. en A.! A nadie le gusta aquí, así que, en la oscuridad de la noche, lo enterramos en el jardín.

«¿No pondrá esto en una historia, verdad?», me preguntó Rebecca Dew, nerviosa.

Desde que descubrió que de tanto en tanto escribo algo de ficción para las revistas, vive con el temor (o la esperanza, no sé) de que volcaré en una historia todo lo que sucede en Álamos Ventosos. Quiere que «escriba sobre los Pringle y los aniquile». Pero, ay, son los Pringle los que me aniquilan, y entre ellos y mi trabajo en la escuela, es poco el tiempo que tengo para escribir ficción.

Sólo quedan hojas marchitas y tallos escarchados en el jardín, ahora. Rebecca Dew ha protegido los rosales con paja y bolsas de papas, y a la luz del crepúsculo, parecen un grupo de ancianos encorvados apoyados sobre bastones.

Recibí hoy una postal de Davy con diez besos representados por cruces, y una carta de Priscilla, escrita sobre un papel que le envió «un amigo desde Japón». El papel es sedoso, fino, con flores de cerezo, etéreas como fantasmas. Comienzo a sospechar de ese amigo. Pero tu carta fue el regalo del día. La leí cuatro veces para gozar mejor de su sabor… ¡como un perro relamiendo el plato! Ésa sí que no es una comparación romántica, pero es la primera que se me ha ocurrido. De todos modos, las cartas, aun las mejores, no me satisfacen. Quiero verte a ti. Me alegro de que falten solamente cinco semanas para las vacaciones de Navidad.