11

(Extracto de una carta a Gilbert, escrita dos semanas más tarde).

El compromiso de Esme Taylor con el doctor Lennox Carter ha sido anunciado. Por lo que pude saber a través de chismes locales, creo que él decidió aquel viernes fatal que quería protegerla y salvarla de su padre y de su familia… ¡y quizás hasta de sus amigas! Su situación, al parecer, despertó su sentido de la caballerosidad. Trix insiste en pensar que fui yo la que desencadenó todo; es posible que haya aportado mi grano de arena, sí, pero jamás volveré a intentar un experimento así. Es como tomar un rayo por la cola.

Realmente no sé qué me pasó, Gilbert. Debe de haber sido algún resabio de mi antiguo rencor por todo lo que es el pringleísmo. Y me parece antiguo, ahora, sí. Ya casi lo he olvidado. Pero hay gente que todavía se pregunta qué habrá sucedido. He oído decir que la señorita Courtaloe afirma que no la sorprende en absoluto que me haya ganado a los Pringle, pues «tengo un no sé qué». Y la esposa del ministro cree que es una respuesta a su plegaria. ¿Quién sabe, no?

Jen Pringle y yo caminamos juntas parte del trayecto a casa, ayer, y hablamos de temas superficiales… de casi todo menos de geometría. Evitamos ese tema. Jen sabe que yo no soy experta en la materia, pero mi oscuro secreto sobre el capitán Myrom contrarresta ese hecho.

Le presté mi Libro de los mártires, de Foxe. Detesto prestar un libro que amo (nunca me parece igual cuando me lo devuelven), pero al libro de Foxe lo quiero solamente porque la señora Allan me lo dio como premio en la escuela dominical, hace muchos años. No me gusta leer sobre mártires porque siempre me hacen sentir mezquina y avergonzada por admitir que detesto levantarme de la cama en las mañanas frías y que tiemblo ante la idea de una visita al dentista.

Bien, me alegra que Esme y Trix estén felices. Puesto que mi propio romance va viento en popa, me intereso más todavía en los de otras personas. Es un agradable interés, sabes… No es curiosidad ni malicia sino solamente alegría porque hay tanta felicidad repartida.

Todavía estamos en febrero y «sobre el techo del convento la nieve resplandece hacia la luna»… con la diferencia de que no es un convento, es sólo el techo del granero del señor Hamilton. Pero comienzo a pensar: faltan solamente unas semanas para la primavera… y unas más para el verano… las vacaciones… Tejas Verdes… el sol dorado sobre los prados de Avonlea… el golfo plateado al amanecer, azul como un zafiro al mediodía y rojo al atardecer… y tú.

La pequeña Elizabeth y yo tenemos infinidad de planes para la primavera. Somos muy buenas amigas. Le llevo la leche todas las tardes, y de tanto en tanto, le permiten salir a dar un paseo conmigo. Hemos descubierto que cumplimos años el mismo día y Elizabeth se sonrojó de placer al enterarse. Es tan dulce cuando se sonroja. Por lo general, está demasiado pálida y su color no mejora a pesar de la leche fresca. Sólo cuando volvemos de nuestros paseos al atardecer, bajo las brisas que traen la noche, tiene un precioso color rosado en las mejillas. Una vez me preguntó, muy seria:

«¿Tendré un precioso cutis cremoso como el suyo, cuando crezca, señorita Shirley, si me pongo suero de leche todas las noches?».

El suero de leche parece ser el cosmético más utilizado en la Calle del Fantasma. He descubierto que Rebecca Dew también lo usa. Me ha pedido que no diga nada a las viudas pues lo considerarían demasiado frívolo para su edad. La cantidad de secretos que tengo que guardar en Álamos Ventosos me está haciendo envejecer antes de tiempo. Me pregunto si un poco de suero de leche sobre la nariz me haría desaparecer las siete pecas. A propósito, señor, ¿se le ocurrió alguna vez que yo tenía «un precioso cutis cremoso»? Si fue así, jamás me lo dijiste. ¿Y has tomado conciencia de que soy «comparativamente hermosa»? Porque he descubierto que lo soy.

—¿Qué se siente al ser hermosa, señorita Shirley? —me preguntó Rebecca Dew el otro día… cuando tenía puesto mi nuevo vestido color beige.

—Con frecuencia me lo he preguntado —respondí.

—Pero usted es hermosa —dijo Rebecca Dew.

—Nunca pensé que podrías ser sarcástica, Rebecca —le reproché.

—No fue mi intención ser sarcástica, señorita Shirley. Usted es hermosa… comparativamente.

—¡Ah! Comparativamente —dije yo.

—Mire en el espejo del aparador —dijo Rebecca, señalando hacia allí—. Comparada conmigo, es hermosa.

¡Y lo era!

Pero no había terminado con Elizabeth. Una tarde tormentosa, cuando el viento aullaba por la Calle del Fantasma, no pudimos salir de paseo, de modo que subimos a mi habitación y dibujamos un mapa del País de las Hadas. Elizabeth se sentó sobre mi almohadón azul en forma de rosquilla, para estar más alta, parecía un pequeño gnomo muy serio, inclinada sobre el mapa. Nuestro mapa todavía no está terminado… todos los días se nos ocurre algo más para añadir. Anoche situamos la casa de la Bruja de la Nieve y dibujamos una colina triple, cubierta totalmente por cerezos silvestres en flor, por detrás. (Ah, Gilbert, me gustaría tener cerezos silvestres cerca de nuestra casa de los sueños). Desde luego, tenemos un Mañana en el mapa… al este de Hoy y al oeste de Ayer… y tenemos infinitos «tiempos» en el País de las Hadas. El tiempo de primavera, el tiempo largo, el corto, el tiempo de la luna nueva, el tiempo de las buenas noches, el tiempo de la próxima vez, pero no de la última vez, porque ése es demasiado triste para el País de las Hadas; tiempo viejo, tiempo nuevo, porque si hay un tiempo viejo, tiene que haber uno nuevo… tiempo de montañas (pues tiene un sonido tan fascinante), tiempo nocturno y tiempo de día… pero no tiempo de ir a la cama ni a la escuela; tiempo de Navidad; tiempo perdido (pues es tan lindo encontrarlo), tiempo de alguna vez, tiempo bueno, tiempo rápido, tiempo lento, tiempo de darse un beso, de volver a casa y tiempo inmemorial… que es una de las frases más hermosas del mundo. Y tenemos flechas rojas por todas partes, que apuntan a los diferentes tiempos. Sé que Rebecca Dew me cree muy infantil. Pero, ay, Gilbert, no seamos nunca demasiado adultos y circunspectos para el País de las Hadas. Estoy segura de que Rebecca Dew no está convencida de que yo sea una buena influencia en la vida de Elizabeth. Piensa que la aliento en sus «fantasías». Una tarde en que yo no estaba, Rebecca le llevó la leche y la encontró en el portón, contemplando el cielo con tanta concentración, que no oyó los pasos (cualquier cosa menos etéreos) de Rebecca.

«Estaba escuchando, Rebecca», explicó la niña.

«Pues escuchas demasiado», la reprendió Rebecca.

Elizabeth sonrió con expresión distante, austera. (Rebecca no utilizó esas palabras, pero sé exactamente cómo sonrió Elizabeth).

«Te sorprenderías, Rebecca, si supieras lo que oigo a veces».

El modo en que lo dijo hizo que a Rebecca se le erizaran los pelos… al menos, así lo afirmó.

Pero Elizabeth siempre está llena de magia, y ¿qué puede hacerse al respecto?

TU ANA MÁS ANA.

Posdata 1: Nunca, nunca olvidaré la expresión de Cyrus Taylor cuando su mujer lo acusó de tejer. Pero siempre le tendré cariño por recoger a esos gatitos. Y a Esme, por defender a su padre bajo la supuesta destrucción de todas sus esperanzas.

Posdata 2: Le he puesto plumilla nueva a la pluma. Y te quiero por no ser pomposo como el doctor Carter… y te quiero porque no tienes orejas de soplillo, como Johnny. ¡Y lo más importante de todo… te quiero por ser solamente Gilbert!