9
Trix Taylor estaba acurrucada en un sillón de la torre, una noche de febrero, mientras remolinos de nieve silbaban contra las ventanas, y esa estufa absurdamente pequeña, al rojo vivo, ronroneaba como un gato negro. Trix le estaba contando sus problemas a Ana. Ana comenzaba a descubrirse receptora de toda clase de confidencias. Se sabía que estaba comprometida, de modo que las muchachas de Summerside no la consideraban una posible rival; y Ana tenía algo que las hacía sentir que sus secretos estarían a salvo con ella.
Trix había venido a invitar a Ana a cenar la noche siguiente. Era una criatura menuda, alegre, regordeta, con chispeantes ojos oscuros y mejillas rosadas, y no parecía que la vida cayera con pesadez sobre sus veinte años. Pero al parecer, tenía sus problemas.
—Mañana por la noche vendrá a cenar el doctor Lennox Carter. Por eso queremos invitarte. Es el nuevo jefe del Departamento de Lenguas Modernas de Redmond, un hombre inteligentísimo, así que queremos que haya alguien con cerebro para hablar con él. Sabes que yo no tengo demasiado y Pringle tampoco. En cuanto a Esme… bueno, te diré, Ana, Esme es dulcísima y muy inteligente, pero es tan tímida y vergonzosa, que ni siquiera puede hacer uso del cerebro que tiene cuando el doctor Carter está cerca. Está tan terriblemente enamorada de él… Es penoso. Yo le tengo mucho cariño a Johnny… ¡pero jamás me derretiría de ese modo por él!
—¿Esme y el doctor Carter están comprometidos?
—Todavía no… Pero, ay, Ana, ella espera que esta vez se le declare. ¿Vendría hasta la isla a visitar a su primo en medio de la temporada de estudios, si no tuviera esa intención? Espero que sea así, por Esme, porque sencillamente morirá, si él no lo hace. Pero entre nosotras, no me muero por tenerlo de cuñado. Es terriblemente quisquilloso, dice Esme, y ella teme que no nos dé su aprobación. Si no aprueba a la familia, Esme cree que no le propondrá matrimonio. Así que puedes imaginar lo ansiosa que está por que todo salga bien mañana por la noche. Y no veo por qué tendría que salir algo mal. Mamá es una cocinera maravillosa… tenemos una criada muy buena y he sobornado a Pringle con la mitad de lo que me dan cada semana para que se comporte como es debido. A él tampoco le cae bien el doctor Carter… dice que es muy engreído… pero quiere mucho a Esme. ¡Espero que papá no tenga uno de sus ataques de malhumor!
—¿Tienes motivos para temerlo? —preguntó Ana. Todo el mundo en Summerside había oído hablar de los ataques de malhumor de Cyrus Taylor.
—Nunca se sabe cuándo le darán —se quejó Trix—. Hoy estaba alteradísimo porque no podía encontrar su nuevo camisón de franela. Esme lo había guardado en el cajón equivocado. Tal vez para mañana a la noche se le haya pasado el malhumor, o tal vez, no. En ese caso, nos hará quedar mal a todos, y el doctor Carter llegará a la conclusión de que no puede relacionarse con semejante familia. Al menos, eso es lo que dice Esme, y temo que pueda estar en lo cierto. Yo creo que Lennox Carter quiere mucho a Esme… cree que sería una «esposa muy adecuada» para él… pero no quiere dar ningún paso apresurado ni desperdiciar su maravillosa persona. He oído que le dijo a su primo que un hombre debe tener muchísimo cuidado con la clase de familia con la que se relaciona al casarse. Está justo en el punto donde una tontería podría inclinar la balanza hacia cualquiera de los dos lados. Y para serte franca, uno de los ataques de malhumor de papá no es precisamente una tontería.
—¿No le cae bien el doctor Carter?
—Oh, sí. Opina que sería un excelente candidato para Esme. Pero cuando papá tiene uno de sus arrebatos, nada puede ejercer influencia alguna sobre él. Ahí tienes el carácter Pringle, Ana. La abuela Taylor era una Pringle, sabes. No puedes imaginar lo que hemos pasado en nuestra familia. Papá no se enfurece, como el tío George. A la familia del tío George no le importan sus accesos de ira. Cuando se enfurece, estalla (puedes oírlo rugir desde tres manzanas más allá) y luego queda manso como un cordero y les compra a todos una prenda nueva como ofrenda de paz. Pero papá refunfuña y pone cara torva y a veces no habla con nadie en toda la comida. Esme dice que, después de todo, es mejor eso que lo que hace el primo Richard Taylor, que siempre formula comentarios sarcásticos en la mesa y ofende a su esposa; pero para mí, nada podría ser peor que esos terribles silencios de papá. Nos ponen muy mal y tenemos terror de abrir la boca.
»No sería tan grave si sólo fuera así cuando estamos a solas. Pero para él, que haya gente o no es lo mismo. Esme y yo estamos cansadas de tratar de explicar los silencios ofensivos de papá. A ella le da pavor que papá no haya superado lo del camisón para mañana por la noche… ¿Qué pensaría Lennox? Y ella quiere que te pongas tu vestido azul. Su vestido nuevo también es azul, porque a Lennox le gusta ese color. Pero papá lo detesta. Tu vestido puede reconciliar a papá con el de ella.
—¿No sería mejor que se pusiera otra cosa?
—No tiene ningún otro vestido adecuado para una cena con invitados, salvo el verde de popelín que papá le regaló para Navidad. El vestido en sí es bonito… a papá le gusta regalarnos vestidos lindos… pero no puedes imaginar nada más horrible que Esme vestida de verde. Pringle dice que la hace parecer tuberculosa. Y el primo de Lennox Carter le contó a Esme que él nunca se casaría con una persona delicada. Me alegra tanto que Johnny no sea tan quisquilloso…
—¿Le has contado a tu padre que estás comprometida con Johnny? —preguntó Ana, que estaba al tanto del romance de Trix.
—No —se lamentó la pobre Trix—. No puedo reunir suficiente valor. Ana, sé que hará un escándalo terrible. Papá nunca tuvo buena opinión de Johnny porque es pobre. Olvida que él era más pobre que Johnny cuando empezó con el negocio de herramientas. Por cierto, tendré que contárselo pronto… pero quiero esperar a que esté arreglado el asunto de Esme. Sé que papá no hablará con ninguno de nosotros durante semanas después de que se lo anuncie, y mamá se preocupará tanto… no soporta los ataques de malhumor de papá. Somos todos tan cobardes delante de él…
»Por supuesto, mamá y Esme son por naturaleza tímidas con todo el mundo, pero Pringle y yo tenemos bastante audacia. El único que nos amedrenta es papá. A veces pienso que si tuviéramos alguien que nos apoyara… pero no es así, y la verdad es que nos quedamos paralizados. No imaginas, Ana, querida, lo que es una cena con invitados en casa cuando papá está de malhumor. Pero si se comporta bien mañana, le perdonaré cualquier otra cosa. Es muy agradable cuando quiere… papá es como esa niñita de Longfellow: «Cuando es buena, es muy, muy buena, y cuando es mala, es malvada». En ocasiones, ha sido la atracción de la velada.
—Estuvo muy amable la vez que cené con ustedes el mes pasado.
—Es que le caes bien, como te he dicho. Ése es uno de los motivos por los que queremos tanto que vengas. Tal vez seas una buena influencia para él. No estamos dejando nada de lado que pueda agradarle, pero cuando está con uno de esos arrebatos, nada ni nadie le viene bien. De todos modos, tenemos planeada una cena de primera, con un elegante postre de crema de naranja. Mamá quería hacer una tarta, pues dice que a todos los hombres del mundo, menos a papá, les gustan las tartas como postre, más que cualquier otra cosa… hasta a los profesores de lenguas modernas. Pero a papá no, así que no tendría sentido correr el riesgo mañana por la noche, cuando hay tantas cosas en juego. El postre de crema de naranja es el preferido de papá. En cuanto al pobre Johnny, calculo que tendré que fugarme algún día con él, y papá nunca me lo perdonará.
—Pienso que si reunieras valor suficiente para decírselo y aguantar sus arrebatos de malhumor, descubrirías que se acostumbraría perfectamente a la idea y te ahorrarías meses de angustia.
—No conoces a papá —afirmó Trix en voz sombría.
—Tal vez lo conozca mejor que tú. Has perdido la perspectiva.
—¿Que perdí, qué? Ana querida, recuerda que no soy licenciada. Sólo hice el bachillerato. Me hubiera encantado ir a la universidad, pero papá no cree en la educación superior de las mujeres.
—Sólo quise decir que estás demasiado cerca de él para comprenderlo. Un desconocido podría verlo con más claridad… entenderlo mejor.
—Lo que yo entiendo es que nada puede convencer a papá de hablar si ha tomado la decisión de no hacerlo… nada. Se enorgullece de eso.
—¿Y entonces, por qué no habláis como si no sucediera nada?
—No podemos. Te he dicho que nos paraliza. Lo verás con tus propios ojos mañana, si no se le ha pasado el malhumor por lo del camisón. No sé cómo lo hace, pero es así. Pienso que no nos importaría lo que dijera, si solamente dijera algo. Lo que nos destroza es el silencio. Jamás perdonaré a papá si no colabora mañana, cuando hay tantas cosas en juego.
—Crucemos los dedos, entonces, querida.
—Es lo que estoy haciendo. Y sé que si estás allí, será todo más fácil. Mamá pensó que también deberíamos invitar a Katherine Brooke, pero me di cuenta enseguida de que no tendría buen efecto sobre papá. La detesta. No lo culpo, debo admitirlo. A mí tampoco me cae bien. No entiendo cómo puedes ser tan amable con ella.
—Me da pena, Trix.
—¡Pena! Pero si es culpa suya que nadie la quiera. Oh, bueno, hay toda clase de gente en el mundo… pero Summerside se las arreglaría muy bien sin Katherine Brooke. ¡Bruja amargada!
—Es una excelente maestra, Trix…
—¡Si lo sabré yo! Estuve en su clase. Sí, me metió a martillazos conocimientos en la cabeza, pero también me arrancó la piel de los huesos con su sarcasmo. ¡Y la forma en que se viste! Papá no soporta ver una mujer mal vestida. Dice que no las tolera y que está seguro de que Dios tampoco. Mamá se horrorizaría si supiera que te he contado esto, Ana. Disculpa a papá porque es hombre. ¡Si sólo tuviéramos que disculparle eso! Y el pobre Johnny ya casi ni se atreve a venir a casa porque papá es muy grosero con él. Las noches claras, me escapo y paseamos alrededor de la plaza, medio muertos de frío.
Ana dejó escapar un suspiro de alivio cuando Trix se fue; bajó para tratar de convencer a Rebecca Dew de que le preparara algún bocadillo.
—¿De modo que va a ir a cenar a casa de los Taylor, eh? Pues espero que el viejo Cyrus se comporte. Si su familia no le tuviera tanto miedo cuando está con sus ataques de malhumor, no los tendría con tanta frecuencia, estoy segura. Juraría, señorita Shirley, que disfruta de su malhumor. Y ahora supongo que debo calentarle la leche a «ese gato». ¡Qué animal tan mimado!