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Habitación de la Torre,
Álamos Ventosos.

20 de abril

Mi pobre querido Gilbert:

He dicho de la risa, es locura, y de la alegría, ¿qué logra? Temo que tendré canas de muy joven… temo que terminaré en el asilo para pobres… temo que ninguno de mis alumnos pasará los exámenes finales. El perro del señor Hamilton me ladró el sábado por la noche, y temo que enfermaré de hidrofobia… temo que mi paraguas se doblará cuando vaya a ver a Katherine esta noche… Me llevo tan bien con Katherine ahora, que temo que en el futuro nos pelearemos… me temo que después de todo, mi pelo no es castaño… temo que tendré un lunar en la punta de la nariz cuanto tenga cincuenta años. Temo que la escuela se incendie… temo encontrar un ratón en la cama esta noche… mucho me temo que te comprometiste conmigo nada más que porque me veías todo el tiempo…

No, amor mío, no estoy loca… todavía no. Es que la prima Ernestina Bugle contagia.

Ahora sé por qué Rebecca Dew siempre la llamó «la señorita Mucho-me-temo». La pobre ha tomado prestados tantos problemas, que debe de estar terriblemente endeudada con el destino.

Hay tantos Bugle en el mundo, no todos tan sumidos en su «buglismo» como la prima Ernestina, quizá, pero hay tantos aguafiestas que temen disfrutar del hoy por lo que pueda traer el mañana.

Gilbert, mi vida, no tengamos nunca miedo de las cosas. Es una esclavitud tan terrible. Seamos osados, aventureros y expectantes. Salgamos bailando al encuentro de la vida y de lo que nos pueda traer, aunque nos traiga montañas de problemas, tifus ¡y mellizos!

Hoy fue un día salido de junio y caído en abril. La nieve ha desaparecido y los prados y las colinas doradas cantan la primavera. El Rey de las Tormentas estaba embanderado con una ligerísima bruma violeta. Hemos tenido mucha lluvia últimamente y disfruté mucho sentada en la torre durante las silenciosas horas mojadas de los atardeceres. Pero esta noche es una noche apresurada… hasta las nubes que corren por el cielo tienen prisa, y la luz de la luna que asoma entre ellas está apurada por inundar al mundo.

Supongamos, Gilbert, que esta noche estuviéramos caminando, tomados de la mano, por uno de los largos caminos de Avonlea…

Gilbert, me temo que estoy escandalosamente enamorada de ti. ¿No te parece irreverente, verdad? Pero, bueno, no eres un ministro de la Iglesia.