Capítulo 7
SE tomó el resto del día libre. Odiaba como había resultado ser el final de su visita al médico. No se esperaba noticias tan malas, en absoluto.
Sabía que en los últimos cuatro meses había comenzado a hacer gilipolleces con la comida de nuevo. Ya no vomitaba adrede. Por lo menos no lo hacía hasta dos días atrás. Había días en los que ni comía ni cenaba. No lo hacía a propósito, simplemente estaba tan ocupada con el trabajo y pensando en todo lo que tenía que hacer, que se le olvidaba aquella necesidad básica para sobrevivir.
Hacía mucho tiempo que no sentía hambre de verdad. Comía por obligación, porque sabía que su cuerpo necesitaba los nutrientes de los alimentos para mantenerse fuerte y que las células de su cuerpo se reprodujesen de forma correcta. Aunque ni lo hacían, ni ella estaba fuerte porque siempre tenía fatiga.
Había pasado de la bulimia a la anorexia aunque ambas enfermedades iban ligadas de la mano y a veces no eran fáciles de distinguir.
Se plantó frente al espejo grande que se hallaba en su habitación y no se veía tan delgada como su doctora y Maggie le habían hecho creer. Era demasiado ancha de caderas como para parecerlo de verdad. Desde que tenía catorce años odiaba su cuerpo por culpa de lo que la gente opinaba de él.
Cuando comenzó a desarrollarse como toda adolescente, engordó. En aquella época disfrutaba de la comida sin pensar en las calorías que tuviera el plato, y aunque no era una bola de grasa, su madre la martirizaba todos los días con ello. Ella fue la primera que hizo de su complejo algo que la perjudicó durante su adolescencia. Después, ya se encargaron en el instituto de que aquello creciera y creciera hasta convertirse en una enfermedad psicológica de la que no lograba deshacerse. Según su doctora, ahora pesaba menos que con quince años. A aquella edad cuando se miraba en el espejo se horrorizaba y una tremenda ansiedad se apoderaba de ella, creando la necesidad de arrasar con toda la comida que se pusiera a su alcance sin medir las consecuencias, para después, acabar forzando el vómito. El sentimiento de culpabilidad era lo peor.
Lory siempre se sentía culpable por lo que hacía, pero seguía haciéndolo sin parar y comenzó a perder quilos de forma rápida. Cuando ya acabó el bachillerato con dieciocho años hacía varios años que iba a su psicóloga, pero no le hacía caso en lo que le decía, y ella seguía intentando convertirse en alguien perfecta, cuando en realidad la perfección no existía.
Su madre jamás se enteró ni de que iba a la psicóloga. Únicamente se fijaba en que su hija cada vez estaba más delgada y la alababa por ello sin percatarse de que el color de su piel no era bueno y las ojeras de sus ojos cada vez eran más grandes. No pensó en el deterioro al que se estaba viendo sometida su salud. Su madre siempre quiso ser modelo y le frustraba no haberlo conseguido, por eso deseaba que Lory tuviese buena presencia ante la gente. Él cómo lo hiciera parecía no importarle. Era una mujer superficial que solo se fijaba en las apariencias.
Si no hubiera sido por Maggie y Héctor, su padre, las cosas podrían haber acabado mucho peor. Al menos consiguió seguir con sus estudios y convertirse en lo que ahora era.
Su vida se desmoronó en muy poco tiempo. Las desgracias nunca venían solas. Se dio cuenta durante toda su vida de ello. Y ahora que ya llevaba cuatro años expandiéndose como empresaria, con pareja y viviendo su propia vida sin tener cerca a su madre, de nuevo le llovían las desgracias una detrás de otra.
Pegó un fuerte puñetazo al espejo consiguiendo romperlo en mil pedazos. No quería mirarse más. Le asqueaba.
—¡Mierda! —lloró. Su mano sangraba. Con el golpe se había abierto un profundo corte.
Se fue hasta el baño y abrió el grifo para limpiarse la sangre, pero salía a borbotones.
—Lo que me faltaba... —dijo en voz alta. Volvió a sollozar y sorbió por la nariz. Comenzaba a hipar y no podía detenerlo.
Abrió un pequeño armario situado al lado del espejo del baño y de allí sacó vendas y alcohol para curarse. Mientras lo hacía no podía evitar que las lágrimas se deslizaran por sus ojos nublando su visión. No veía lo que hacía.
En aquellos momentos se sentía triste y sola, aun sabiendo que no lo estaba. Tenía a Maggie en su vida y ella era la única que la iba a ayudar en todo eso. Ni siquiera en Tristán podía confiar.
¿Le preocuparía su salud? ¿Sería capaz de contárselo?
Tenía muchas dudas sobre ello. Lory estaba segura de que él sabía que la prensa la perseguía a todas partes y él no había tenido la miserable decencia de llamarla para preguntarle cómo lo llevaba. Desde que discutieron el día anterior, cuando Lory se topó con la foto de la discordia, no sabía nada de él. No había dado señales de vida.
Comenzaba a comportarse como un gilipollas. Después de cuatro años de relación iba a tener que darle la razón a Maggie sobre que estaba saliendo con un imbécil obsesionado con el trabajo y el dinero. Tristán siempre se comportó como un materialista empedernido, tan pulcro y correcto a la vez que tiquismiquis. Siempre tenía que ir perfectamente vestido a cualquier lado, y en cuanto a trabajo se refería, no tenía escrúpulos a la hora de llevar un caso. Siempre buscaba la victoria con sus clientes y el dinero que aquello le proporcionaba. Aquel era su principal objetivo en la vida. Ella, al parecer, siempre era su segunda opción.
Terminó de curarse la herida y agotada de tanto llorar se fue hasta el sofá y encendió la televisión para distraerse. Cambió de un canal a otro y se vio a sí misma saliendo del hospital con Maggie.
—¡Joder!
¿Por qué tenía que salir cómo noticia? Aquel maldito mal entendido solo conseguía traerle dolores de cabeza y disgustos.
Cambió de canal y cogió el mando de su Play Station 3, su vía de escape.
Podía resultar un tanto extraño que una mujer hecha y derecha jugara a la videoconsola, pero desde que era pequeña, en ese aspecto, siempre tuvo gustos un tanto distintos a los de las niñas.
Era una niña a la que le gustaban los juegos que estaban calificados como para niños, exceptuando el fútbol, el cual aborrecía con toda su alma.
Jugó descargando su ira con el juego de lucha Tekken 6, olvidándose del corte de su mano. Sentía una pequeña molestia al pulsar los botones a lo bruto, pero no le importó. Estaba consiguiendo su objetivo: distraerse de sus pensamientos. Dejar de pensar en su recaída, en la prensa y en Tristán. La única lucha que tenía pensada librar estaba ocurriendo en la pantalla de su televisor de sesenta pulgadas, donde ella era una rubia despampanante con una especie de kimono japonés en versión sexy-zorrón llamada Lili y luchaba con un karateka que chillaba más que su vecina de al lado cuando se le escapaba el gato.
Estaba tan concentrada dando puñetazos y patadas que no escuchó como alguien abría su puerta de entrada con una llave y aparecía con una maleta en la mano hasta que, un pequeño intruso felino de color gris con rayas blancas, paseó felizmente por su mesita de centro.
—¿Darth Vader? —preguntó al gato como si éste le fuera a contestar de forma afirmativa.
—Y la princesa Leia —respondió una voz muy familiar a sus espaldas.
Maggie estaba allí plantada con una enorme maleta en su mano y bolsas con las cosas de su gato, Darth Vader: alias el maligno.
—¿Qué haces aquí? —preguntó sorprendida. Puso la consola en pausa y dejó el mando al lado de Darth Vader, quien se lo quedó mirando de forma curiosa. Estiró su peluda patita y golpeó uno de los botones con fuerza, como si se tratara de un saco de boxeo, dejándolo al borde del precipicio.
—¿Tú que crees? ¿Pensabas que te iba a dejar sola? Me voy a quedar un tiempo contigo y no hay más que hablar —dijo con seriedad—. Voy a dejar las cosas en la habitación de invitados. Cierra las ventanas que sino Darth quiere intentar volar con el poder de la fuerza Sith —bromeó. Lory consiguió soltar una carcajada.
Su amiga estaba completamente loca.
Estaba a punto de comenzar a llorar de nuevo, pero esta vez de alegría. Se contuvo por no montar el numerito. Jamás sería capaz de terminar de agradecerle a la vida que Maggie hubiera aparecido en ella. Con toda sinceridad creía que si no hubiese estado en muchos de sus peores momentos, ya estaría muerta. No era exagerar. Muchas veces había llegado a estar tan abatida, desesperada y débil, que aquello se le pasaba por la cabeza a menudo, pero Maggie, con su alegría, su locura y su calor, sacaban a Lory del pozo en el que ella misma se metía una y otra vez. Ella era su familia y esperaba no perderla jamás.
—¿Pero qué cojones ha pasado aquí? —oyó que gritaba desde su habitación. Lory se percató de que no había recogido el destrozo de los cristales. Corrió hasta allí y vio como Maggie lo miraba todo horrorizada.
Lo cierto es que la escena era un tanto gore. El suelo estaba cubierto de cristales manchados por su sangre. No se había fijado en que había soltado tanta. Dado a que su organismo estaba débil por la mala alimentación, estaba baja de plaquetas que eran las encargadas de parar las hemorragias, así que aunque su herida no era del todo importante, había soltado una cantidad de sangre un tanto escandalosa.
—Le metí un puñetazo al espejo y lo rompí. —Le enseñó el vendaje de su mano. Maggie puso cara de preocupación—. Se me olvidó recogerlo.
—Tranquila, ya lo hago yo. Cuidado no te vayas a cortar. Tú impide que Vader pase hasta aquí. No quiero que mi cielito salga herido.
Lory negó con una sonrisa y le agradeció a Maggie con la mirada que recogiera el desastre. Estaba segura de que si lo hacía ella recordaría el por qué lo había hecho y comenzaría a auto compadecerse de nuevo. Fue hasta el salón y cerró la puerta del pasillo que daba a las escaleras que subían hasta su habitación para que Darth Vader no pasara. El gato estaba cómodamente dormido en su lado del sofá. Se sentó a su lado y cogió su teléfono móvil. Tenía varios correos de su empresa, pero lo primero que llamó su atención fueron unos mensajes que le enviaron por Whatsapp.
Zack había visto a Lory en televisión saliendo del hospital y estaba preocupado por ella. Un hálito de ternura se instaló en su pecho. Le conmovía que se preocupara.
Zack le prestaba más atención que su propio novio. ¿El mundo había comenzado a funcionar al revés sin ella darse cuenta? ¿Por qué mostraba tanta preocupación?
Le contestó que estaba bien, mintiéndole de forma descarada. Suerte que no le veía la cara. Él no debería saber nunca jamás lo que ella tenía. Al fin y al cabo, siempre lo culpó a él también por ello, pero en esos días en los que tuvo un contacto más cercano con él, el rencor fue quedando en segundo plano y recapacitó en su afán por odiarlo y desear su desdicha.
La venda comenzaba a caerse de sus ojos mostrándole la verdad.
Continuaron conversando durante unos minutos más. Acababa de enterarse de que al día siguiente se verían en la cena que Maggie había organizado. Se despidió de forma abrupta dejando su móvil en el sofá y fue en busca de la traidora de su amiga para demandarle explicaciones.
—¿Se puede saber por qué no me dijiste que Zeta venía a la cena de mañana? —preguntó de brazos cruzados.
Maggie recogió los últimos trozos de cristal y los tiró en la bolsa que tenía apoyada en el suelo. Miro a Lory con inocencia y contestó:
—Creí que te lo había dicho —mintió con dulzura—. ¡Menuda cabeza tengo! —dramatizó saliendo por la puerta. Lorraine la siguió de morros.
¿Por qué su querida amiga del alma pretendía juntarlos? Parecía que su nuevo deseo fuera que se vieran una y otra vez. Hacer de celestina era su pasión oculta y con ella ya la había intentado utilizar varias veces sin obtener éxito alguno. Incluso cuando Tristán y ella estaban bien, Maggie le concertaba citas con hombres sobre los que no tenía ningún interés en conocer.
—Espera un momento, alcahueta. ¿Cómo que se te olvidó? —insistió.
—¡Oh!, ¿qué más da? El otro día estuviste muy cómoda con él. Que piensas, ¿qué no me fijé? —exclamó—. ¡Por supuesto que lo hice! —se respondió a sí misma—. Hasta Ethan se dio cuenta de vuestra complicidad.
—No me vengas con tonterías, Maggie.
Se sentó de golpe en el sofá haciendo que Darth Vader se despertara con un maullido. Juraría que el gato tenía una mirada asesina puesta en su cara que iba dirigida a ella.
—No son tonterías. Te juro que parecía que el tiempo no hubiera pasado entre vosotros —relató—. Mientras os poníais al día de vuestras vidas allí solo estabais tú y él. Sin nadie más. Ethan y yo dejamos de existir y os quedasteis metidos en una burbuja aislada del mundo. ¡Saltaban chispas entre vosotros!
Lory miró a su amiga con cara pasmada.
—¿Se puede saber qué te has fumado? ¿Se te ha ido la pinza? Dame de eso para olvidar y déjate de rollos.
—No me he fumado nada y estoy perfectamente bien de la cabeza, gracias —se enfurruñó.
—Pues entonces deja de leer tanta novela romántica porque tu cabeza está llena de corazoncitos. —Se levantó del sofá para ir a la cocina a hacerse un café—. ¡Chispas dice!
—Deja de negar que volver a verlo te ha gustado y cambiado tu forma de verlo. El higo te hace palmas cada vez que lo ves.
Lory escupió el café recién hecho.
—¡Serás ordinaria! Tengo novio, Maggie —le recordó. Cogió una bayeta del fregadero y limpió el estropicio que acababa de crear con el café. La encimera estaba salpicada por todas partes.
—El mismo que no ha tenido los santos cojones de llamarte y preguntar por tu estado cuando sabe a la perfección que has ido al médico. ¡Lo sabe toda España! Perdóname por lo que voy a decir, pero es un maldito miserable y como lo pille voy a darle tal patada en sus colgajos reales que nunca más volverá a saber si la tiene empinada o es la hinchazón del pedazo de rodillazo que le voy a dar —concluyó.
Lory quiso enfadarse por hablar de Tristán de aquella forma tan despectiva, pero la seriedad de Maggie la hizo estallar en carcajadas sin parar.
—Tienes razón, amiga. Tengo un novio que es un gilipollas. Pero me niego a tirar una relación de cuatro años a la basura —confesó—. He tenido muy buenos momentos con él, aunque los últimos dos años hayan ido de mal en peor. Ha cambiado, pero le quiero. A lo mejor no tanto como al principio, pero esa llama llamada pasión puede reavivarse. No quiero creer que he estado perdiendo el tiempo.
Se bebió todo el café que le quedaba y dejó el vaso en la mesita. Vader fue a olisquear su contenido y al oler la amargura, se apartó de inmediato.
—Cariño, no es por hacerte pensar más en ello ni decirte lo que tienes qué hacer, pero creo que habéis llegado a un punto en el que estáis forzando demasiado las cosas entre vosotros —debatió—. La rutina os ha absorbido la pasión. Que lleves cuatro años con él no quiere decir nada. Cuando algo no cuaja, se tira para intentar encontrar una forma diferente de hacer que cuaje. Pero debe ser un trabajo en equipo y Tristán siempre va por separado.
—Lo sé, Maggie. ¿Pero qué quieres que haga? —le pidió.
Su amiga era una gran consejera. Lory no siempre los aplicaba en su vida, pero siempre estaba dispuesta a escucharlos aunque pudieran resultar dolorosos.
—Habla con él. Hablad sobre vosotros. Explícale tus inquietudes y hazle saber lo que sientes. Sí él se muestra tan imbécil como siempre, mándalo a la mierda. Y si ves que te presta algo de atención, espera un poco a ver si se esfuerza en mantenerte —le aconsejó—. Y si aun así no lo hace...
—Mándalo a la mierda —finalizó Lory por ella.
Maggie sonrió.
—Veo que lo has pillado. Y ahora después de está charla tan productiva, ha llegado la hora de comer algo. Comenzamos la misión “meter kilos en ese cuerpecito sabrosón”.
La levantó del sofá y le dio un cachete en el culo. Lory soltó un bufido y negó con la cabeza. Con Maggie allí estaba por completo segura de que no se olvidaría de comer. Ya estaba para asegurarse de ello.