EL tiempo pasaba más deprisa de lo que parecía. Después de unos
primeros meses de embarazo bastante agónicos, entre nauseas y
vómitos que la dejaban inutilizada durante las horas que tenía el
día, su cuerpo comenzaba a estabilizarse. A principios del cuarto
mes tuvo un susto enorme después de una pequeña discusión con
Maggie y Zack por seguir atosigándola con su obsesión de que no
hiciera nada y se fue a dormir muy alterada. Despertó con la zona
del bajo vientre dolorida, alertando a Zack en el mismo instante en
que gimió de dolor. Ambos se asustaron y tras varias horas en el
hospital revisando el estado de Lory y el bebé, volvieron a casa.
Había sido un simple susto que obligaba a Lory a hacer todavía más
reposo. Ya estaba a punto de entrar en los siete meses. Su vientre
abultado cada día pesaba más. Zack estaba junto a ella, cogiendo su
mano con dulzura y esperaban para entrar en la consulta para hacer
la ecografía semanal. Esperaban al fin poder conocer el sexo del
bebé. No se había dejado ver en todas las ecografías que se había
hecho y esa tenía que ser la definitiva. —¿Qué crees que será?
—preguntó Zack con emoción. No era la primera vez en todo ese
tiempo que le formulaba la pregunta. Lory no respondió ninguna de
las veces. Solo quería que estuviera sano, sin embargo, esa vez sí
tenía la respuesta. —Creo que será una niña —respondió con una
sonrisa mientras acariciaba su vientre. El bebé dio una pequeña
patadita en su interior y le indicó a Zack que colocara su mano en
la zona. No dejaba de moverse y le encantaba sentirlo. Era la
sensación más maravillosa que una embarazada podía experimentar.
Tenía mucha marcha, sobre todo cuando Zack se acurrucaba contra su
vientre y comenzaba a cantarle con su preciosa voz las baladas de
Heavy Metal más románticas que conocía. No tuvo tiempo de responder
y decirle lo que él creía que era, la enfermera llamó a Lory por su
apellido y entraron en la consulta. Tras medir la prominente
barriga de Lory, le puso el líquido espeso en el vientre y encendió
el ecógrafo. La estancia se llenó con el sonido de los latidos del
corazón del pequeño. A Lory se le iluminó la mirada. Por suerte, su
embarazo iba viento en popa y todas las semanas su doctora le
confirmaba que el bebé estaba sano. —Parece que hoy es el día
—sonrió la doctora Fernández—. ¡Es una niña! —comunicó. Zack soltó
una fuerte carcajada y Lory no pudo evitar ponerse a llorar. Estaba
con la lágrima fácil. Zack la besó con pasión, secando las lágrimas
con sus dedos y acarició su desnuda barriga, sintiendo de nuevo el
movimiento de su hija. Estaba como en una nube. Los últimos meses
habían sido muy duros y en distintas ocasiones temió no ser una
buena madre. Tardó un tiempo en hacerse a la idea, y por fin,
estaba feliz de estar en esa situación. Las cosas no eran
maravillosas, pero la satisfacción que le proporcionaba saber que
su bebé estaba sano, apartaba todo lo demás. No importaba que se
estuviera poniendo como una foca y que hubiera días en los que era
incapaz de andar por lo hinchados que tenía los pies.
-Hola pequeña Arya, soy tu padre —susurró Zack en la barriga de
Lory. La joven madre sonrió. Los nombres llevaban siendo un tema
habitual desde hacía unas semanas y ambos se pusieron de acuerdo
con rapidez. Si hubiera sido niño, se hubiera llamado Jon y si era
niña, Arya. Ambos nombres sacados de Juego de Tronos. El nombre le
venía al pelo. La pequeña Arya era una guerrera que luchaba por su
supervivencia, y desde que la engendraron, había luchado por
permanecer afianzada en el vientre de su madre. Zack estaba feliz.
La doctora limpió la barriga del espeso líquido y les indicó a
ambos que se sentaran para hablar. —Tus últimos análisis han salido
muy bien, a excepción de unos puntos. Estás haciendo un gran
trabajo. ¿Sigues con las nauseas? —Era una pregunta rutinaria.
Debido a la diabetes gestacional sabía que las sufriría durante
todo su embarazo. —Sí, pero no tan a menudo. Últimamente no me
encuentro tan mal. Ya no estoy tan débil. La doctora tecleó en su
ordenador las palabras de su paciente. Hacía unos dos meses que el
peligro de abortar había quedado descartado. Las cientos de pruebas
a las que se había sometido tanto a ella como al bebé, habían
salido correctas. El inconveniente más preocupante era la tensión
de Lory. De vez en cuando le subía demasiado y por eso necesitaba
tranquilidad. Pese a que la anemia había desaparecido y había
comenzado a ganar peso de forma progresiva, ella aun no estaba
fuera de peligro. Por supuesto, faltaba decir que debía mantenerse
tranquila y en calma, por eso seguía teniendo prohibido trabajar
hasta que naciera la pequeña. Lory había desarrollado hipertensión
y si se alteraba, los riesgos para ella aumentaban. Zack y Maggie
habían tenido que aprender a controlarse mucho, porque Lory se
enfurecía cuando no la dejaban obrar a su manera. La pequeña Arya
venía completamente sana y aquella era una buena noticia para la
madre y su pareja. Sin embargo, aun había riesgos que preocupaban a
la doctora. —Bien. Aunque te sientas mejor debes continuar con el
reposo. —Puso una mueca de disgusto. Estaba harta de pasarse el día
sin hacer nada. —¿Y el sexo? —Nada de nada —negó con una sonrisa.
Eso también la disgustó. Llevaba cinco meses de sequía conyugal y
las hormonas la tenían que se subía por las paredes. El pobre Zack
tampoco pudo esconder su decepción. Él también las estaba pasando
canutas en ese aspecto. Lory estaba tremendamente irresistible.
Cada día que pasaba estaba más preciosa con su abultado vientre y
él se moría de ganas por saborearla de arriba abajo. Ella estaba en
la misma situación y en alguna ocasión, Zack tuvo que rechazarla
porque las cosas se ponían calurosas, creando entre ellos un muro
de enfado que se evaporaba a los pocos segundos. Abandonaron la
consulta con las manos entrelazadas. La doctora le había mandado
reposo, pero eso no significaba que no pudiera pasear por la calle.
—¿Por qué no vamos a mirar muebles? —¿Ahora? —preguntó Zack. Tenía
el día libre y había pensado en pasarlo en casa relajado junto a
Lory. —Por supuesto. Hay que preparar la habitación de Arya. Lo
convenció poniendo un tierno puchero. Así era imposible resistirse
a nada de lo que le dijera. Llegaron a IKEA en una media hora, y
durante dos horas aproximadamente, Lory le hizo dar vueltas por el
centro comercial en busca de una habitación adecuada para la
pequeña. Tras recorrer varias veces todo el establecimiento,
—perdiéndose un par de veces— al fin se decidió. En dos semanas
irían a su casa para montarlo todo. Como Maggie se había marchado
de forma definitiva a vivir con Ethan y Zack se había mudado con
ella a su ático, la habitación que antes utilizó su amiga, sería la
adecuada para Arya, ya que estaba justo al lado de la suya. —Tengo
que quedar con Maggie para ir a por ropa y ¡dios! Tengo que comprar
el carrito —exclamó Lory alarmada. Se estaba acordando de todo lo
que tenía que hacer y Zack se estaba estresado nada más por
escucharla parlotear sin descanso. La palabra comprar la repetía
sin descanso, acompañada por una serie de artilugios que a Zack se
le antojaban desconocidos. Llegaron al coche y ella continuó
hablando. De camino a casa decidieron parar en un restaurante a
comer algo antes de volver. —Tengo más hambre que el perro de un
ciego —musitó Lory cuando se sentaron en la mesa. Zack sonrió
complacido al escucharla. Al principio cuando comenzó a engordar a
causa del embarazo, estuvo a punto de perder la cabeza. La ropa no
le cabía, tenía que usar bragas que parecían una carpa y para más
Inri, los zapatos de tacón eran como cuchillos bajo sus pies. Se
pasó muchas noches llorando, sintiéndose como una foca y durante
semanas estuvo muy deprimida. Se miraba al espejo y sentía asco de
sí misma, odiando sus curvas, odiando todas las imperfecciones que
el embarazo le estaba causando, estrías, hinchazón...No quería ver
a nadie. De nuevo, todo lo que en el pasado la había atormentado
volvía con fuerza para destruirla. Hasta que un día Zack le hizo
ver la realidad. Con sus palabras le hizo sentir la mujer más bella
del mundo al recordarle que aquello que estaba haciendo cambiar su
cuerpo, era fruto de un amor verdadero. Tras ponerse a llorar como
una descosida, comprendió que tenía razón. No podía dejarse vencer
por sus complejos. Debía cuidarse y mantener sano y fuerte a su
bebé. Desde entonces, hacía lo posible para olvidarse de todo, por
el bien tanto de ella como de Arya. —Ayer llamó Tatiana. Este fin
de semana vendrán a vernos —le contó Zack sacándola de sus
pensamientos—. Tiene muchas ganas de verte. —Genial. Dile que
pueden quedarse en casa todo el fin de semana. Me vendrá bien la
compañía cuando tú te marches a trabajar. Llevaba varias semanas
pensando en dejar su trabajo en la Ovella Negra. Los quinientos mil
euros del cheque le daban para vivir muy bien y Lory ya no tenía
que encargarse de pagarlo todo, aun así, las cosas podían cambiar
en cualquier momento y prefería tener su mierda de sueldo a no
tener nada. —¡Mierda! —Zack dirigió su mirada en la dirección donde
Lory la tenía puesta. Se habían sentado justo en la parte del
restaurante que estaba pegada a un gran ventanal que daba a la
calle. Escondido tras un árbol del fondo de la calle, un paparazzi
tomaba fotos de ambos, intentando pasar desapercibido sin apenas
conseguirlo. —¿Por qué no me dejan tranquila? Un puñetero día que
pongo un pie en la calle y ya tienen que espiarme. —Puso una mueca
de disgusto, conteniendo la rabia que se anidaba en su estómago. No
debía hacer que le subiera la tensión. —Tranquila, cariño.
Ignóralo. —No puedo. No sé qué demonios buscan. Ya saben que estoy
embarazada y comienzo a estar harta de ser un mono de feria. —Zack
estaba más preocupado por su estado de nervios que por el
paparazzi. Debían largarse cuanto antes. Pagó la cuenta de la
comida sin haber terminado con el postre y se marcharon de vuelta a
casa. No hablaron durante todo el camino. Hacía apenas tres meses
que la noticia de su embarazo se había hecho eco en la prensa. Las
primeras veces tuvo que soportar los insultos de los periodistas
diciendo que cada día estaba más gorda, hasta que admitió cabreada
delante de unos reporteros apostados a las afueras de su edificio
que estaba embarazada. Tras aquellas declaraciones habían llovido
más críticas, y con la ayuda de Zack, había aprendido a pasar de
todo. No podía estar pendiente de todo lo que dijeran porque se lo
llevaba a lo personal y le afectaba en su día a día. Ahora, si en
la televisión hablaban de ella, la apagaba directamente. Ya tendría
tiempo de defenderse de todas las críticas cuando Arya naciera.
Algún día se presentaría en un programa a decir las cuatro verdades
que circulaban por su mente y callaría todas esas bocazas que se
metían en su vida sin saber nada de ella. Su madre al enterarse,
quiso ponerse en contacto con ella, pero consiguió evitarlo.
Necesitaba tranquilidad y sabía que una charla con su progenitora
conllevaría un ataque de nervios, así que Zack se encargó de
mandarla a la mierda con sutileza y no volvió a intentar ponerse en
contacto. —Voy a llamar a Maggie. Aun no le hemos dado la noticia.
—No sé si es buena idea. Arrastrará al pobre Ethan a comprar ropita
de bebé —murmuró con una seriedad que hizo reír a Lory. —Correré el
riesgo. —Se acomodó en el sofá después de quitarse la chaqueta y
marcó en su móvil el número de teléfono de su amiga. Tardó solo dos
segundos en contestar. —¿Qué pasa? ¿Estás bien? —apremió con
urgencia. Lory sonrió ante su preocupación. Últimamente a todas las
personas a las que llamaba respondían con las mismas preguntas.
—Sí. Tranquilízate, loca.
—¿Entonces que
pasa? —preguntó. —¿Recuerdas los vestiditos de bebé que vimos?
—Maggie asintió al otro lado de la línea. Después recordó que no la
tenía delante y respondió—. Pues elige los que quieras, porque tu
sobrina será una muñequita con mucho glamour. —¡Oh dios! ¡Una niña!
Ethan, voy a ser tía de una niña-gritó al otro lado de la línea.
Zack se acercó al sofá y se acercó hasta el móvil para hablar. —No
me estreses al padrino, Margarita que luego me toca a mi
aguantarlo.
—Tú calla, Zeta, que te arrastro
junto a tú amigo y acabáis con ampollas en los pies de tanto
caminar. —Tranquila querida, él ya ha pringado hoy —respondió
Lory. Comenzaron a hablar sobre la habitación que tenía encargada,
le reveló el nombre de la pequeña y enumeró todas las cosas que
tenía que ir a comprar. Planearon una salida juntas para la semana
siguiente, donde comprarían sin descanso las cosas que le hicieran
falta. Maggie comenzaba las vacaciones y durante dos semanas,
estaría libre. En solo dos meses el bebé llegaría y debía tenerlo
todo preparado antes de que ocurriera. Eso era lo que pasaba cuando
una se despertaba tarde...que había que correr para tenerlo todo
listo.