Capítulo 23
SE marchó a la oficina antes de tiempo para terminar el trabajo que dejó pendiente el día anterior. No sabía qué le pasaba, pero su cuerpo estaba débil. Después de vomitar sin que ella se forzara suponiendo que era por los nervios, volvió a la cocina para terminarse la manzanilla y temió que las nauseas volvieran. Por suerte no ocurrió, pero de todos modos, seguía sintiendo molestias en su inestable estómago. Tomó sus pastillas antes de salir de casa y después de maquillarse para disimular la extrema palidez de su rostro, condujo hasta su lugar de trabajo.
—Buenos días, María —saludó a su secretaria.
—Buenos días, cariño. ¡Uy!, tienes mala cara. ¿Te encuentras bien? —Ella siempre se preocupaba. Con sus cincuenta años tan bien llevados, era lo más parecido a una madre que tenía.
—Sí, no te preocupes. Ha sido una mala noche —le restó importancia.
Entró en su despacho y continuó el trabajo del día anterior justo dónde lo dejó. Los papeles estaban desordenados sobre su mesa. Preparó el pedido para la tienda de Londres e imprimió los albaranes que irían en las cajas que el transportista de su empresa, traería embaladas al día siguiente con todo lo que debía enviar para que llegara antes del día de Reyes. Las navidades, aun con la crisis asolando a nivel mundial, habían sido buenas para el negocio, dándole unos considerables beneficios gracias a todas las ofertas que había creado durante la campaña de Navidad.
Una media hora después de llegar, María entró con una bandeja en sus manos invitándola a desayunar. Cogió un trozo de fresca sandía y bebió zumo de naranja. Había también bollería, pero la inestabilidad de su estómago no le otorgaba ninguna confianza aunque aquellos bollos le resultaran casi irresistibles. Quizá había cogido algún virus estomacal que la hacía vomitar. Lo mejor era ingerir alimentos ligeros.
El teléfono de su despacho sonó y lo cogió sabiendo a la perfección quién era. Maggie al otro lado de la línea preguntaba si había desayunado y por qué se había marchado tan pronto.
—Sí, pesada. Estoy desayunando —respondió cansada mientras masticaba un trozo más de sandía—. ¿Podríais Zack y tú hacer el intento de no preguntar tanto? Os juro que al final me enfadaré. No he estado un mes encerrada y rodeada de gente con mis mismos problemas para caer tan pronto en lo mismo.
—Vale, vale. Lo siento. Intentaré no preguntar tan a menudo —se retractó.
—Tenía trabajo pendiente y por eso he salido antes —respondió tras echarle la reprimenda—. Aunque bueno, he pasado una noche bastante mala y no podía dormir más
Maggie le preguntó qué había pasado y Lory explicó el episodio de ciencia ficción del que su madre había sido la protagonista, desahogándose con su amiga por el escaso tacto que su progenitora tenía con ella. Hacía años que no se llevaban bien, pero Maggie jamás lograría entender cómo una madre podía hundir con palabras a su propia hija, en vez de apoyarla cuando lo estaba pasando mal con un problema que ella se había encargado de crearle con su insistente obsesión por la delgadez. Un poco de comprensión por parte de Verónica no arreglaría su relación, pero si ayudaría a que Lory no deseara que a su madre se la tragara la tierra para siempre.
—No la aguanto, Maggie. Creo que por su culpa me encuentro hasta mal. Esta mañana he vomitado —explicó y habló antes de que su amiga pudiera pensar cosas que no eran—. No lo provoqué. Fui a tomarme una manzanilla porque tenía el estómago revuelto de los nervios y me entraron nauseas. Debió ser por el disgusto.
Maggie respiró tranquila. Tras su confesión procedió a contarle también lo que Saray había dicho en televisión, y durante más de una hora, se desahogaron juntas poniéndola verde mientras ardían en deseos que su carrera se estrellara o que alguien la humillara de la misma forma que habían utilizado con ella. No se creía merecedora de ser el centro de atención de una forma tan humillante que lo único que hacía era mermar su ya de por sí baja autoestima.
—Deberías denunciarla por difamación —le aconsejó.
—Mi abogado era Tristán. Tengo que buscar a otro de inmediato, pero te aseguro que lo haré. Cuando he venido hacia aquí había coches de la televisión. Suerte que puedo entrar por el garaje, están comenzando de nuevo con el acoso —suspiró.
—No te preocupes, seguro que se les pasa pronto.
-Eso espero. La hora de comer llegó antes de lo previsto. Quedó con Maggie en un restaurante cerca de su oficina y tuvieron que separarse antes de tiempo porque la prensa comenzaba a llegar y antes de que creciera la marabunta, despejaron la zona. Habló con Zack unos minutos y le recordó que a las ocho pasaba a buscarla. Por suerte había terminado con las cosas pendientes y tenía todo su trabajo bien hilado. —Lory, Tristán y una señora que dice ser tu madre van para tu despacho. Les he dicho que no podían pasar sin consultártelo antes, pero me han ignorado. Lo siento —dijo María alterada por el interfono de su despacho justo cuando la puerta comenzaba a abrirse, dando paso a dos personas que no eran bienvenidas. —Fuera de aquí —exigió nada más pusieron un pie en su despacho. —Hace meses que no nos vemos, ¿y ése es tu recibimiento? Soy tu madre. —¿Qué cojones queréis? —preguntó furiosa. Tristán tenía una falsa sonrisa instalada en su rostro y la miraba con fijeza. Su peinado hortera ya no le parecía que le quedara bien. Por muy atractivo que le hubiera parecido tiempo atrás, ahora le resultaba vomitivo y le entraban ganas de darle dos buenas hostias en su cara de gilipollas. —Tu madre me llamó muy preocupada y me convenció para venir a hablar contigo. Te veo muy desmejorada, Lorraine. No creemos que ese chico con el que estás sea bueno para ti. ¿Te estás drogando? Mientras hablaba con tono inocente, intentaba esconder la sonrisa que indicaba que estaba disfrutando fastidiándola. Verónica por otro lado, con un corto vestido demasiado juvenil para su edad y maquillada como una adolescente, tenía un puchero y lágrimas de cocodrilo que querían hacerla parecer preocupada. —¿Pero vosotros quién os creéis que sois para venir aquí faltándome al respeto de esa forma? —gruñó. No pensaba contestar a nada de lo que preguntaran y menos, cuando se trataba de un tema inventado por una zorra en televisión. —Hija, sé que ese chico fue el que te destrozó con quince años. El que te llamó gorda ante toda tu clase, te dejó en ridículo y te engañó con tu amiga Saray. ¡Por él caíste enferma! —la regañó haciéndose la madre modelo. —Me da igual lo que pienses de él, mamá. Y te equivocas —se acercó a ella dando fuertes pisotones en el suelo con sus zapatos de tacón y señalándola con el índice — ...caí enferma por tú culpa, por tu maldita obsesión con las dietas. Por querer hacer de mí aquello que tú nunca fuiste. No podías aguantar que tu hija hubiera sacado la constitución de su padre y no la fina y estilizada que tú tenías durante tu juventud hasta que me tuviste a mí y te estropeaste. ¡Me lo has reprochado toda la vida! ¡Tú me hiciste la vida imposible y no Zack! Verónica comenzó a llorar y Tristán la abrazó, dándole consuelo, susurrando palabras tranquilizadoras en su oído. —¿Cómo te atreves a hablarle así a tu madre? ¿No ves que le hacen daño tus palabras? —Vete a la mierda, Tristán. Tú no pintas nada aquí. ¡Largaos! —Tu madre me pidió ayuda, por eso estoy aquí. La situación cada vez se le tornaba más absurda e incomprensible. Los nervios comenzaban a pasarle factura y sentía una fuerte presión en las sienes. Su estómago de nuevo comenzaba a revelarse en contra de su voluntad y sentía unas acuciantes ganas de vomitarles en la cara a aquellos dos individuos que osaban molestarla. —Me importa una mierda. No quiero nada de ti. Es más, ves estudiando el código penal, porque a ti y a la zorra de tu novia os va a llegar una demanda por difamación pública sobre Zack y mi persona en la televisión —lo amenazó. Su mirada se había trasformado en una fría mueca de rabia—. Serás un gran abogado, pero te aseguro que puedo pagarme al mejor y pagarás por todas las mentiras que tanto tú como Saray, habéis estado diciendo sobre mí para ganaros la atención de la prensa. Te has metido en un buen lío conmigo, Tristán, ahora no intentes escapar. Los sollozos de Verónica se hicieron más insistentes. Lory lanzaba dagas con su mirada y Tristán la miraba desafiante, incrédulo ante el fuerte carácter que enseñaba. Había cambiado. Antes podía manejarla. Su mente era débil y había hecho con ella todo lo que había querido, pero al estar tratando de devolverle el rumbo a su vida, se había fortalecido de una forma que jamás imaginó poder llegar a ver. —Eres tú la que te engañas a ti misma, hija. No puedes culparlo a él. —Mira mamá, olvídame. Olvida que existo y déjame tranquila. Vuelve con tu querida hermanita y sigue creyendo todas las mentiras que escuchas de tu única amiga, la televisión. Pero a mí déjame en paz. Ahora, ¡fuera! —gritó. —Pero... —¡Pero nada! Como no salgáis de aquí en cinco segundos llamo a seguridad. Ahora bajad a hablar con la prensa. Vamos, decidles que estoy loca. —¿Qué está pasando aquí? * * * Consiguió que su jefe lo dejara marchar media hora antes. Llevaba dos días sin ver a Lory y apenas había tenido un respiro para hablar con ella. Con lo que vio el día anterior en la televisión no descansó bien y estaba algo preocupado por si ella se había enterado. No quería que se disgustara. Con su chaqueta de cuero bien cerrada para no coger frío, subió a su moto y condujo hasta las oficinas de Cosméticos Estévez, y nada más llegar, se encontró con varios periodistas esperando en la puerta. ¡Mierda! Si no había visto el programa la noche anterior, sospecharía que algo pasaba. La prensa no iba allí si no tenía algún motivo y hablar sobre una posible relación con las drogas había levantado la veda para ir a investigar. A veces se le olvidaba esa parte de la fama tan molesta. Los esquivó entre empujones. Lo reconocieron como el novio de Lory y preguntaban sin descanso si era cierto que se drogaba. Estuvo tentado de meterle un puñetazo por preguntar, pero se resistió con el fin de no enredar más las cosas. Cuando subió María le advirtió sobre la visita que Lory tenía en su despacho y entró de inmediato al escuchar los gritos. Lory al verlo entrar preguntado lo qué allí pasaba caminó hasta posarse en su lado, mientras él observaba a las dos personas que osaban molestarla. —¡Aléjate de mi hija! —Hacía muchos años que no veía a Verónica. Se había hecho varias operaciones en la cara para parecer más joven, pero había algo en ella, —y no era un problema físico— que no estaba bien. Se le había ido la cabeza después de perder a su marido y comenzaba a entender porqué Lory no le hablaba. Era una mujer que quería ser todo lo que no era y crear a personas a su imagen y semejanza. A su lado, Lory temblaba de la rabia que contenía. —¡Aléjate tú de mi! —respondió Lory. —Haz caso a tu madre, estas compañías no te convienen —murmuró Tristán con desdén—. Eres una chica que lo tiene todo, y con él, perderás la clase que te precede. Zack frunció el ceño y miró altivo al repeinado de Tristán. Era la primera vez que lo tenía tan cerca y no le escupió de milagro. Era todo lo que él odiaba en la vida; un pijo, estirado y creído, que creía que las clases sociales debían existir para separar a la gente corriente de los casi especiales. —Los únicos que no le convienen sois vosotros —respondió lo más calmado que pudo y resistió el impulso de meterle un puñetazo a ese capullo. —Nadie te ha dado vela en este entierro, niñato. —Mira, pijo de mierda... —Se acercó a él retándolo con la mirada y manteniendo una pose amenazante. Lory lo tenía cogido de la chaqueta. Conocía a Zeta cuando se enfadaba y por ello lo habían expulsado del instituto en distintas ocasiones. Aquel con el que discutía siempre se iba con un ojo morado a casa. Por muchas ganas que tuviera de darle su merecido a Tristán, no podía permitirlo. Él lo tomaría como una forma de malmeter en contra de su chico una vez más—. En el momento en que habéis comenzado a atacar a mi chica, me habéis concedido todo el derecho de meterme. Solo tenéis dos opciones, iros y dejarnos tranquilos, o tú sales de aquí en ambulancia. —¡Gentuza! —exclamó Verónica—. Vamos, Tristán. El día que este maltratador te deje en el hospital, hablaremos —le dijo a su hija mientras se encaminaban hacia la puerta. Las lágrimas habían desaparecido. Lory quiso decirle más cosas horribles a su madre, pero Zack la frenó antes de que lo hiciera. Las duras palabras que Verónica había dicho sobre él, lo enfurecían y dolían, pero si hubiera lanzado alguna respuesta, seguirían allí y Lory ya estaba lo suficiente nerviosa como para empeorarlo. Su cuerpo temblaba y de nuevo el estómago se le revolvía, subiendo la bilis hasta su garganta. Un fuerte dolor en su bajo vientre comenzaba a emerger. Zeta la abrazó y comenzó a llorar para descargar su frustración. —Lo siento —se disculpó refiriéndose a las feas palabras que había tenido que escuchar en boca de la que era su suegra. —No te preocupes, puedo soportarlo. ¿Tú cómo estás? —preguntó restándole importancia. Su voz tenía cierta tensión, incapaz de esconderla. Observó su rostro y parecía cansada. Aun cubierta por el maquillaje, en su cara podía apreciarse que no había dormido demasiado bien, lo que le hizo suponer que había visto la televisión el día anterior. Le preguntó por ello y Lorraine le explicó todo lo ocurrido omitiendo la parte en que vomitó. Bastante mal trago estaba pasando ya con lo que había escuchado y presenciado, como para añadir más leña al fuego. Zeta no podía creer cómo Verónica era capaz de tratar así a su hija después de todo por lo que estaba pasando. Su actitud era extraña, como si no le preocupara una mierda lo que a Lory le pasara. Nunca imaginó que aquella mujer que le había abierto las puertas de su casa en muchas ocasiones, fuera tan retorcida. Le dolía que no se preocupara por su estado de salud, pero al parecer, era más superficial de lo que creía y solo se fijaba en el exterior, al igual que la gente que lo había juzgado a él en televisión. —Siento que por mi culpa hayan dicho todo eso de ti... Sorbió con fuerza por la nariz. —No me importa lo que digan de mí, eres tú la que me importa. Además, visto como me da la gana —sonrió restándole importancia a un asunto que le afectaba más de lo que aparentaba—. A ti te gusta, ¿verdad? —Ella asintió devolviéndole la sonrisa. —Me encanta tu estilo rockero. Tu chaqueta de cuero, tus pelos largos, y sobre todo, tus tatuajes —respondió sonriendo. Él era capaz de mejorar su humor tan solo con su presencia. La besó en los labios con dulzura y secó las lágrimas con sus dedos. Esperó a que recogiera sus cosas, y juntos, abandonaron su despacho. María la abrazó con fuerza al salir y hasta que no se aseguró de que estaba bien no la dejó marchar. —¿Vamos a tu casa? —preguntó. Lory asintió. Dejaría su coche en el garaje del edifico. Zack le dio un casco y se subieron a su moto para salir de allí lo más rápido que pudieran. —Agárrate fuerte, voy a exceder un poquito el límite de velocidad. —Debían perder de vista a los periodistas que se preparaban para seguirlos, pero ninguno de los dos cayó en la cuenta de que en la puerta de su casa también habría y la cosa se mantendría así durante un tiempo.