Capítulo 12

FALTABA solo un día para el desfile en Madrid. Tenía ya las maletas preparadas en el pasillo de entrada de su dúplex, le gustaba tenerlo todo atado antes de tiempo. El desfile comenzaba a las diez de la noche, pero los preparativos empezaban a partir de las cinco de la tarde.

Era imposible negar que estaba nerviosa. Todo su cuerpo temblaba de pánico al imaginar con qué se encontraría allí. Ni siquiera podía salir de casa. Cuando ayer se marcharon Ethan y Zack, había periodistas por los alrededores de su edificio e incluso le enviaron una foto de una tienda de campaña en plena calle.

¿Lo periodistas estaban locos?

—Esta tarde vendrá Zack para estar contigo. He ido al súper a comprar algo de comer para que la nevera no siga así de vacía. Tienes el desayuno listo en el salón. ¡Vamos, vamos! — Maggie como todas las mañanas comenzaba el día dando órdenes—. Además he hablado con María para arreglar tus vacaciones.

—¿Por qué te empeñas en planeármelo todo? No me va a pasar nada por quedarme sola una noche para que tú celebres tu aniversario con Ethan. Tengo veintiséis años, Maggie —bufó cansada. Sabía que no merecía la pena discutir con ella porque siempre acababa ganando la batalla.

Demasiado le iba a costar tomarse unas vacaciones en el trabajo cuando tenía tanto por hacer, pero Ingrid le había recomendado que se mantuviera alejada por un tiempo de las responsabilidades que conllevaba el ser una empresaria con tanta faena y que aprovechara ese tiempo para pensar qué decisión tomar para continuar adelante.

De nuevo había salido el tema de ingresar en un centro durante una temporada. Ese camino jamás había querido tomarlo porque no se veía tan mal cómo para hacerlo, pero esa vez estaba realmente mal aunque no lo admitiera por completo. No podía seguir así.

Ella pensaba que estar con gente con su mismo problema sería todo lo contrario a algo bueno. ¿Cómo personas con sus mismas obsesiones con la comida y la belleza iban a ser de ayuda? No lo comprendía.

Fue al salón a tomar el desayuno. El olor a café le revolvió las entrañas y decidió no tomarlo, pero el sándwich vegetal que Maggie le preparó llenó su estómago por completo, complaciéndolo. Lo cierto es que estaba bueno. Llevaba sin comer desde el día anterior.

Después de que Lory terminara de hablar con Ingrid, intentó que cenara algo, pero se negó en rotundo y todos decidieron no presionarla. La noticia la había dejado sin hambre e insistir solo hubiera provocado una mala reacción en Lory.

Se tomó las vitaminas, la pastilla para la ansiedad y la depresión y se fue hasta el baño a darse una ducha. Se desvistió con rapidez, mirándose en el espejo, algo que nunca hacía. Le asqueaba verse y sacarse miles de defectos, pero por una vez, se miró con más detenimiento y vio lo que todos veían en ella.

Las costillas se le marcaban una barbaridad y más se notaba al contrastar con la anchura de sus caderas. Según ella, las tenía enormes, pero aún adelgazando de la zona del vientre, las malditas no encogían porque era su estructura ósea. Volvió a mirárselas dejando su vista fija en un pequeño tatuaje que llevaba desde los dieciséis años con dos palabras que jamás olvidaría: “Perfectamente Imperfecta”.

Se lo hizo sin el permiso de sus padres. Iba a ser una sorpresa para Zack porque él siempre le decía esas palabras de forma cariñosa. Era como una forma de decirle te quiero. Él le quería hacer entender que la perfección podía existir junto con las imperfecciones y había querido inmortalizar aquellas palabras en el lugar que más odiaba de toda su anatomía.

Acabó arrepintiéndose de hacérselo, por eso jamás se lo miraba. Incluso había querido arrancárselo de la piel una y mil veces y por eso había pequeñas cicatrices a su alrededor.

Zack jamás llegó a verlo. El día después de hacérselo, todo cambió y todo en su vida se rompió e hizo añicos.

—Perfectamente imperfecta —dijo en voz alta metiéndoselo en la cabeza. Debía recordarlo—. Perfectamente imperfecta.

Se metió en la ducha con otra perspectiva de su vida, intentando cambiar de mentalidad. Iba a intentar por todos los medios salir adelante, luchar con todas sus fuerzas.

No sería fácil conseguirlo de un día para otro. Su cabeza todavía dudaba de ello y ella de sí misma. Quería ganar confianza y con la ayuda de sus amigos, lo lograría.

Ahora entendía muchas de las palabras de Ingrid. Ella, con su saber, le había abierto el camino para que la venda de sus ojos cayera para mostrarle la solución.

Ya no podía negárselo más.

Lucharía. Por supuesto que lo haría.

* * *

—Vamos Zack. Todavía te quedan cuatro horas y esas mesas de ahí están sucias —le indicó su jefe.

Llevaba en el bar desde las seis de la mañana y ya eran las doce del mediodía. Hasta las cuatro no salía y todo porque su puñetero jefe le estaba haciendo recuperar tres horas por haber salido antes del trabajo por la emergencia que ocurrió con Lory.

Estaba deseando irse de una vez. Apenas había dormido pensando en cómo estaría. No había habido ni un solo minuto en el que dejara de darle vueltas al asunto de su enfermedad.

Cuando Ingrid fue a hablar con ella, Zeta escuchó parte de la conversación y el sentimiento de culpabilidad no desaparecía de su alma al pensar que él había incidido en su problema. Se echaba las culpas por muchas cosas y no descansaría tranquilo hasta algún día, por fin, aclarara las cosas de una vez por todas.

Tenía ganas de pasar la tarde con ella. Andaba algo nervioso, pero encontraría la forma de distraerla de sus problemas y de que él mismo dejara de pensar un poco en ello para no importunarla. Sabía que Lory tenía un lado muy friky, así que llevaría unos DVD para meterse una maratón de una serie que esperaba que le gustara. Él era fan incondicional.

Su jefe no dejó de molestarlo hasta que llegó la hora de marcharse. Cuando se levantaba con el pie izquierdo no había quien lo aguantara y pagaba su frustración con el primero que pillaba. Ese día le había tocado a Zack pagar los platos rotos.

Ya estaba a las puertas del edificio de Lory y la prensa seguía allí esperando a que ella saliera. Un periodista lo paró mientras entraba y el resto lo siguieron como patitos a su madre. Incluso alguno de aquellos capullos le dio con el micro en la cabeza. Sentía como la furia crecía y a punto estuvo de girarse y enzarzarse a puñetazos con el primero que le volviera a molestar.

—¿Queréis dejarme en paz? —gruñó. Menudo circo habían montado. Los periodistas no paraban de lanzarle preguntas sobre Lory—. No pienso contestaros a nada. Iros a la mierda. Si os importa tanto su salud, dejadla en paz. Lo que menos necesita es a gilipollas como vosotros dando por culo.

Se metió como pudo hasta el interior del edificio y el portero le ayudó a cerrar la puerta para que ningún capullo se colara. El hombre le comentó que la prensa no paraba de molestarle y los vecinos ya estaban comenzando a cansarse. Zack le preguntó si habían llamado a la policía y la respuesta de los agentes fue que no podían interceder si no se ocasionaban daños que requirieran su presencia. La gente pública estaba muy desprotegida. Lory necesitaba protección.

La fama podía dar buenos momentos aunque también los peores y Lorraine estaba viviendo uno de ellos.

Subió en el ascensor y suspiró unas cuantas veces para serenarse y no mostrar nerviosismo. Llevaba en la mano los DVD de la serie que esperaba que vieran juntos y otra copia más de ellos para que Lory se los quedara si le gustaban.

Llamó a la puerta y Maggie le abrió. Llevaba la chaqueta puesta y el bolso en la mano.

—Justo a tiempo —murmuró—. Pasa, está viendo la tele. ¡Me voy Lory! —gritó a su amiga.

—¡Pásatelo bien! —le contestó.

Maggie desapareció y él entró bloqueando el paso a Vader para que no se escapara por la puerta. Lory le sonrió y se levantó a abrazarlo. Un impulso que lo sentía como extraño, pero a la vez familiar y tranquilizador.

—Que cambio de turno más puntual —bromeó—. ¡Menudas niñeras tengo!

—Te veo más animada —le sonrió. Lory se encogió de hombros.

—Mañana me toca hacer el papelón de mi vida, lo mejor será que me prepare para aparentar normalidad.

Zack dejó la bolsa de los DVD a un lado en el sofá y la abrió para sacarlos.

—¿Te gusta Juego de Tronos? —preguntó directo al grano. Pudo atisbar como a Lory se le iluminó la mirada. Había dado de lleno en la diana.

—¿Qué si me gusta? ¡Por los siete! ¡Me encanta! —fue corriendo hasta el mueble donde tenía la televisión y sacó los DVD originales de la primera y la segunda temporada. Zack guardó los suyos de nuevo en la bolsa. Sabía que los originales llevaban escenas añadidas y el Making off de los capítulos—. ¿La vemos? —preguntó esperanzada. Rió ante su efusividad.

Parecía la adolescente que él conoció al adoptar aquella actitud. Lory siempre se ilusionaba mucho con las cosas que realmente le apasionaban.

—Por supuesto.

—¡Genial! Maggie es incapaz de verla conmigo. Dice que se marea con tanta sangre y tanta muerte la deprime.

Juego de Tronos era algo sangrienta y sexual, pero la trama y el mundo que el autor había creado se trataba de una obra maestra digna de admirar. Las cosas, como en la vida real, podían cambiar de un momento a otro. No podías llegar a encariñarte de ningún personaje, porque ninguno estaba libre de caer en alguna de las múltiples batallas que se libraban en los reinos de poniente, pereciendo en su lucha.

Comenzaron a verla. Zack había traído palomitas y ambos comieron, aunque Lory no demasiado. Quedaba poco para la cena y no debía llenar su estómago antes de tiempo con porquerías, pero el pequeño Vader si comió.

—Darth, deja de comer palomitas —gruñó Lory. El gato maulló y con un bufido de los suyos se marchó del salón dejándolos solos. Había establecido la encimera de la cocina como su sitio para dormir—. Gato estúpido.

Era un gato precioso, pero nada amigable. Pocas veces le dejaba tocarlo.

—¿Qué personaje te gusta más? —preguntó curioso.

—Pues...Arya, Danaerys, Ned me gustaba mucho...Bran, Jon Nieve, Tyrion y el Matarreyes —concluyó su larga lista.

—¿Jamie Lannister? Pero si el muy cabrón casi se carga a Bran. ¡Está enfermo! —debatió. Era el personaje al cual más odiaba y eso que odiaba a unos cuantos. A lo mejor lo que a Lory le gustaba era el actor y por eso decía que le gustaba Jamie.

—Sí. Al principio lo es, pero no todo es lo que parece. Ya te he dicho que estoy muy enganchada y he leído los libros y sé más que tú, así que soy fan de Jamie. — Además el actor estaba muy bueno, pensó sin decirlo en voz alta.

Zack iba a continuar rebatiendo su postura de estar en contra de Jamie, pero Lory la interrumpió silenciándolo. Estaba saliendo en escena Jon Nieve con Samwell Tarly pronunciando el juramento de la Guardia de la noche bajo un árbol en los helados bosques del Muro.

Zack se sorprendió cuando Lory comenzó a decirlo al mismo tiempo que la pantalla. Solo le faltaba arrodillarse para hacer una representación perfecta.

- Escuchad mis palabras, sed testigos de mi juramento. La noche se avecina, ahora empieza mi guardia. No terminará hasta el día de mi muerte. No tomaré esposa, no poseeré tierras, no engendraré hijos. No llevaré corona, no alcanzaré la gloria. Viviré y moriré en mi puesto. Soy la espada en la oscuridad. Soy el vigilante del muro. Soy el fuego que arde contra el frío, la luz que trae el amanecer, el cuerno que despierta a los durmientes, el escudo que defiende los reinos de los hombres. Entrego mi vida y mi honor a la guardia de la Noche, durante esta noche y todas las que estén por venir.

Se le ponían los pelos de punta con esa escena. Le encantaba. La había visto millones de veces.

Zack la miró con una sonrisa y consiguió que se ruborizara. ¿Parecía ridícula?

—Dios, ¡qué friky soy! —se carcajeó algo avergonzada.

Continuaron viendo capítulos sin parar. Ya había llegado más de la medianoche y comenzaba a hacer algo de frío. Lory estaba encogida en el sofá apoyada en el pecho de Zack mientras éste le acariciaba con dulzura el cabello, pero no entraba en calor.

—¿Dónde guardas las mantas? —preguntó haciendo que se incorporara.

—En mi habitación. En el armario negro del centro —contestó sin quitar la vista de la pantalla viendo como el mal nacido de Joffrey se comportaba como un auténtico niño malcriado, hasta que recordó una cosa.

—¡Mierda! —Se levantó corriendo del sofá y llegó casi al mismo tiempo que Zack a la habitación. Cogió todo el aire que se había dejado en el salón y volvió a sentir como sus pulmones funcionaban—. ¡Ya abro yo el armario! —gritó demasiado alto, pero era tarde, Zack ya tenía la puerta del armario abierta de par en par y miraba su interior con los ojos muy abiertos.

“¡Tierra trágame!” pensó Lory azorada.

Ante sus ojos había unos cinco vibradores, cada uno con una pegatina en su base y un nombre escrito en ella.

—Robert, Ian, Jamie, Drogo y Tyrion —leyó—. ¿Tienes un consolador que se llama Tyrion? —preguntó entre carcajadas.

Lory estaba colorada de la vergüenza.

—Es el más pequeño, dorado y rojo como los colores de los Lannister —explicó. ¿Por qué lo hacía? Quería que la tierra la tragara y punto—. ¡Coge la manta y cierra! Por favor —pidió entre dientes aminorando al final el tono de su voz.

Zack la ignoró y cogió a Tyrion entre sus manos. Pulsó el botón y comenzó a vibrar con fuerza. Lory se lanzó a quitárselo de las manos.

—Estate quieto. No seas crío, por dios.

—¿Qué te ha llevado a tener esta extensa colección? No habrás leído el libro que le gusta a todas las mujeres —preguntó con curiosidad y diversión. No quería ofenderla. No la juzgaba porque tuviera juguetes sexuales. A él le gustaba utilizarlos para complacer a las mujeres.

Un súbito calor comenzó a arremolinarse en su entrepierna. Sí que había leído los libros de los que él hablaba, incluso unos muchísimo mejores de una autora Barcelonesa que trataban de BDSM puro y duro, pero ya hacía mucho que los tenía, antes de el incasable boom de novelas eróticas. Cada día salía un libro nuevo y ya había perdido la cuenta de todos los que había leído.

¡Mierda! La situación había subido su temperatura corporal y con Lory presente era imposible revocarla. Ambos estaban acalorados.

—El aburrimiento —contestó al fin. ¿Por qué le preguntaba eso? Bastante bochornosa era la situación.

No se avergonzaba de tener vibradores, se avergonzaba de que Zack los hubiera visto y no parecía escandalizado por ello, al contrario, parecía que cruzaran ideas nada aptas para menores por su cabeza. Su mirada estaba llena de curiosidad, eso era evidente, al igual que la situación lo había excitado. Su pantalón parecía a punto de reventar. A saber en qué estaría pensando...

—Pues sí que te aburrías —contestó por fin después de carraspear para que su voz no sonara ronca, pero no funcionó. Cogió la manta y cerró el armario.

—No sabes cuanto —rió para quitarle hierro al asunto.

Era cierto. Su vida sexual con Tristán era peor que la de dos abuelos con artrosis. Se veían muy poco y cuando se veían y acababan en la cama, las relaciones eran soporíferas. Lory había perdido la cuenta de cuantos orgasmos había fingido con Tristán. Pocas veces lo alcanzaba y cuando lo hacía, le entraban ganas de llorar de la alegría por haber alcanzado la liberación. Tristán era aburrido hasta morir en la cama y solo se preocupaba de su propia satisfacción. Así que comenzó a fingir para que la dejara tranquila y él nunca lo notó. Se compró sus vibradores, y ellos, hacían que por un rato consiguiera placer de verdad.

Triste, pero cierto.

—Ven, quiero enseñarte una cosa —dijo Lory tras conseguir mantener la compostura. Al fin había conseguido quitarle a Tyrion de las manos.

Él seguro que apreciaría su lugar sagrado. Ese que mantenía cerrado con llave para que nadie husmeara en sus cosas.

—¿No será una habitación sadomasoquista? —preguntó. Después de los vibradores, descubrir que tenía una habitación cerrada con llave para que nadie entrara le hacía levantar sospechas sobre una posible faceta fetichista.

Esos libros habían hecho mucho daño a la humanidad, pensó. A lo mejor ella tenía esas fantasías prohibidas. ¿Le dejaría probar a él el sueño de cumplirlas?

¡Joder!, cada vez le apretaban más los pantalones.

—Por supuesto que no. ¡Serás pervertido! Veo tu erección desde aquí, ¡cacho cerdo! —murmuró divertida. ¡Oh, dios! ¡Y tanto que la veía! Aquello era descomunal y estaba a punto de morir por una combustión espontánea.

—Yo no soy el que tiene cinco vibradores en el armario de las mantas, así que... —Lory le dio un codazo divertida.

—Espera y verás.

Lo dejó ante la puerta y se marchó a buscar la llave. Cuando la abrió Zack alucinó.

La habitación era tan grande como la de Lory. Las paredes en vez de estar pintadas de un color, estaban cubiertas por un montón de posters de películas, cantantes y actores en forma de collage dando originalidad al sitio. Había vitrinas y estanterías por todas partes con todo tipo de Merchandising de películas, series y grupos de música. Lory era una auténtica coleccionista de frikadas.

—¿Es Hielo? —preguntó refiriéndose a una espada que colgaba de la pared.

—Correcto. Y esa de ahí Aguja, la de Arya — explicó enseñándole sus reliquias de Juego de Tronos. Esas habían sido sus últimas adquisiciones, además de una réplica en miniatura del Trono de hierro.

Zack ojeó todo. A él le encantaba el Merchandising pero era todo demasiado caro como para permitirse tener una colección tan grande como la de ella. Se sentía a gusto observando todo aquello. Había réplicas de las armas de la película Underworld, el traje de la protagonista; el anillo de Jack Sparrow; la Katana de Kill Bill y un largo etcétera de cosas de diferentes películas y series como Crónicas Vampíricas. Hasta tenía unas cartas que ponía; Amos y Mazmorras. Sacó una del interior de la caja y alucinó ante el juego que proponían. Recordó que había escuchado algo sobre unos libros eróticos de una autora española.

—¡Dios! —exclamó—. Esto es una pasada.

Lory sonrió al verlo tan emocionado. Volvió a sumergirse en su observación mientras Lory no lo perdía de vista. Parecía un niño rodeado de juguetes nuevos. Feliz, sonreía con cada cosa nueva que descubría, enterneciendo el corazón de Lory hasta provocarle pensamientos extraños que sacó rápido de su mente. Lo que menos quería era confundirse tan deprisa.

Él había cambiado y eso le gustaba, pero a la vez, la ponía frenética.

—¿Esto son cromos de Pokemón? — Lory sacudió la cabeza para salir de sus pensamientos y reaccionó al escuchar a Zeta.

—Son de Tristán —cogió el álbum y comenzó a romperlo poco a poco.

Tristán adoraba su colección de cromos, pero había hecho mal al dejarlos allí. Iba a tomarse la venganza por su lado.

—¿Me ayudas? —Le dio un rotulador a Zack y él sonrió.

Ambos se pusieron a pintarrajear el álbum como si fueran niños pequeños. También escupieron y Zack, en un ataque de rebeldía, se sacó un moco y lo pegó sobre la nariz de Charmander.

—¡Qué asco! —rió Lory a punto de llorar de la risa. Se lo estaba pasando en grande—. Ojalá Tristán lo viese.

—¿Vive cerca de aquí? —Se le estaba ocurriendo una idea maligna.

—Sí, a diez minutos en coche. ¿Por qué? —preguntó curiosa.

—Porque Tristán va a ser testigo de la muerte de sus Pokemon. ¡Hazte con todos!

Metieron el álbum en una bolsa. Lory estaba en camisón y sin maquillar, pero cogió una chaqueta larga que le tapaba bien, se puso unos tacones y salieron camino del ascensor para bajar hasta el Parking. Esperaba que la prensa no se hubiera metido dentro. Como fuera así, se le quitarían las ganas de gastar cualquier broma a Tristán.

Tuvo suerte y no había nadie. Lory arrancó el coche y se pusieron en camino. La prensa comenzó a hacer fotos cuando salieron, pero huyeron rápido. Nadie los siguió.

Tristán vivía en una planta baja. Aparcaron el coche en la esquina para que no los viera nadie y bajaron con el álbum en mano y una nota escrita en papel para darle un mensajito al capullo de su ex.

—Espera, no piques aún — susurró sonriente. Sacó de su bolsillo un mechero y comenzó a quemar el álbum.

El olor a plástico quemado era muy fuerte. Lory quería reír a carcajadas, pero Tristán podría enterarse de que estaban allí. Cuando comenzó a prender, Zack lo tiró al suelo y lo pisoteó para que no se destruyera del todo y fuese reconocible. Debían quedar pruebas de que ese era su querido álbum.

—¿Pico?

—Un momento, que preparo la cámara del móvil.

Eran como dos adolescentes haciendo travesuras. Lory hacía tiempo que no se sentía tan bien. Tan libre de ataduras, disfrutando del momento. Con Zack sentía libertad y fuerza para hacer lo que le diera la gana.

Ya lo tenían todo listo. Zack llamó al timbre y corrieron a esconderse tras unos matorrales altos, donde se cernía la oscuridad para que Tristán no los viera. El móvil ya estaba grabando y ninguno de los dos podía evitar soltar sonrisitas tontas mientras esperaban.

Tristán abrió la puerta, y con su cara de tonto remilgado, miró de un lado a otro en busca del culpable que lo distraía de un importante caso que llevaba a cabo. Agachó la mirada y lo vio.

Gritó hasta el punto de ponerse a sollozar y recogió su preciado álbum del suelo. La nota de Lory estaba a un lado.

“Jódete”.

Una sola palabra lo decía todo. Se metió en su casa de un portazo y Lory y Zack cayeron de culo entre los matorrales del ataque de risa que tenían.

Al día siguiente, el vídeo estaría por todas partes y el respetado abogado quedaría como un tonto durante unos días.

Eso no apartaría a la prensa de casa de Lorraine, pero al menos, se había desahogado.