UNA arcada la despertó de golpe. Había dormido con placidez hasta
hacía unos segundos en los que notó como su estómago volvía a hacer
de la suyas. Se tapó la boca con fuerza y se levantó intentando no
despertar a Zack para llegar al baño cuanto antes. Estuvo a punto
de vomitar en medio del pasillo, pero por suerte, llegó a tiempo de
levantar la taza del váter. Tosió con fuerza y contempló como su
cena se marchaba por el retrete. No lo entendía. ¿Por qué le pasaba
eso? Si hubiera comido demasiado esa noche aun lo entendería, pero
había hecho bondad, comió ligero y paró en cuanto notó que su
estómago estaba lleno para no forzarse. Estaba algo mareada. La
cabeza comenzó a darle vueltas y una fuerte punzada en su vientre
hizo que la bilis subiera por su garganta provocándole más arcadas.
El malestar era extraño. Apenas lo reconocía como una
gastroenteritis. No era lógico sufrir esos dolores, pero tampoco
podía adivinar lo que tenía y comenzaba a preocuparse de verdad.
Ansiaba conocer los resultados de los análisis que se haría al día
siguiente. Comenzaba a hartarse de aquella situación. Ella cuando
se miraba al espejo no se notaba más delgada porque su visión de sí
misma seguía distorsionada por su mente, sin embargo, admitía que
de nuevo las costillas comenzaban a marcársele.
Zack notó cuando Lory se levantó con cuidado y decidió levantarse a
ver qué pasaba. El reloj daba las cinco de la madrugada y era noche
cerrada. Se puso los calzoncillos para no salir en pelotas por si
se encontraba a Maggie y oteó a su alrededor para buscar de dónde
venían los ruidos. Lory tosía con fuerza y supo lo que estaba
pasando. Se la encontró sentada en el suelo del baño, apoyada sobre
la taza de váter, con los ojos llenos de lágrimas por el esfuerzo.
Sintió rabia e impotencia. Todo iba a tan bien y de nuevo se la
encontraba de esa guisa. Lo que más le impactó era ver con sus
propios ojos su estado. Nunca había estado presente en uno de sus
arrebatos. —Zack... —susurró con voz compungida. Le dolía la
garganta del esfuerzo. Apenas podía moverse y se sentía muy débil.
—¿Por qué lo has hecho? —preguntó. Lory iba a contestar que ella no
lo había provocado, había sido su estómago que se le revolvía desde
hacía casi dos meses, llevándola al vómito, pero no le dejó—. Da
igual, no quiero saberlo. Estaba enfadado. Podía ver la decepción
grabada en su mirada. Quería explicarle que se equivocaba en sus
suposiciones, pero no la dejaba. Los nervios le provocaron una
nueva oleada de nauseas, pero ya no tenía nada que echar. Quiso
levantarse, pero un súbito mareo le hizo caer al suelo desmayada.
—¡Joder! —gruñó Zack. La cogió en brazos y la llevó con rapidez a
la cama. Maggie apareció al instante. Los ruidos la habían
despertado y se quedó muy quieta en la puerta de la habitación de
Lory al observar la situación. —¿Qué ha pasado? —La he pillado
vomitando. Se ha desmayado —respondió. El tono oscuro de su voz era
equiparable a su estado de ánimo. El enfado era enorme y Maggie lo
entendió. Era como tirar todos los esfuerzos a la basura. Ella
misma se había sentido así muchas veces al encontrarse a su mejor
amiga matándose de esa forma después de prometerle una y mil veces
que no volvería ha hacerlo. —No lo entiendo. ¡Estaba bien! ¿Tan
ciego había estado que no era capaz de adivinar nada de lo que le
ocurría en la cabeza a Lory? ¿Tan mal lo estaba haciendo? Ella
prometió que se dejaría ayudar. ¿Por qué volvía a las andadas? ¿Tan
mala era su vida? Pensaba que desde que estaban juntos las cosas
comenzaban a encaminarse. Pero al parecer su relación no era lo
suficientemente fuerte como para ayudar a que se curara. —Es muy
buena actriz. A mi me la ha colado muchas veces —admitió su amiga.
Se suponía que había ido al médico después de que ella la obligara.
Lory no le había contado qué le habían dicho. ¿Sería posible que
hubiera vuelto a caer en la bulimia? ¿Tan mal le parecía comer de
forma normal? ¿O habían sido los kilos que había cogido los que
aumentaron su complejo? No tenía las respuestas y ella no se las
podía dar, estaba desmayada. Zack le tomó la tensión y la tenía
baja, como siempre que le pasaba eso. Los dos se quedaron junto a
ella en completo silencio. Zack se vistió con la ropa del día
anterior y esperó a que despertara. Tardó alrededor de una hora en
hacerlo y parecía agotada. —¿Cómo te encuentras? —preguntó. Lory
notó la seriedad en su voz. Su pregunta aparentemente sencilla,
implicaba más de lo que parecía. No se le pasó por alto que Zack
estaba vestido por completo. No respondió a su pregunta y eso
cabreó todavía más a Zack. —Vale, veo que a aquí ya no me
necesitas. Cuando estés dispuesta a hablar, llámame. Me voy. Cogió
sus cosas y salió dando un portazo que rebotó en su cabeza. No se
lo impidió. Hasta que no se tranquilizara no podría conversar con
él de forma civilizada. Los dos tenían un carácter muy fuerte y lo
único que saldría de ellos en ese instante, serían palabras que lo
estropearían todo. Aunque a lo mejor, ya lo había estropeado...
Maggie le lanzó una mirada inquisitiva. Ni siquiera se había dado
cuenta de que estaba allí. —¿Por qué lo has hecho? —Esa era la
misma pregunta que Zack le lanzó al encontrársela en el baño, la
cual no pudo contestar por las nauseas. Le devolvió una fría mirada
a su amiga. Ella también la juzgaba antes de preguntar y por eso se
negó a darle una respuesta. —Déjame, Maggie. Quiero descansar —la
evitó. Se giró en la cama mirando hacia otro lado y cerró los ojos,
fingiendo dormir. Maggie se rindió después de media hora esperando
una explicación que aclarara la situación. Se marchó con un suspiro
y cerró la puerta con cuidado.
Lory no durmió. Cuando sonó su despertador eran las ocho de la
mañana y tenía hora para ir a hacerse los análisis de sangre. Se
vistió con lo primero que encontró, unos tejanos claros y una
camiseta negra escotada de cuello en uve de manga larga y colocó en
sus pies unos zapatos negros de tacón. Fue al baño a lavarse los
dientes y maquillarse un poco, y cuando salió al salón dispuesta a
marcharse, se cruzó con Maggie. —¿Adónde vas? —preguntó al
observarla coger su bolso y su chaqueta. —Voy a McDonals a ponerme
tibia de comida para después vomitar —respondió con ironía,
saliendo por la puerta y dejando a Maggie con tres palmos de
narices. Su amiga no merecía que lo pagara con ella. Estaba
frustrada y enfadada por la poca confianza que le tenían tanto Zack
como ella y era cruel reaccionar así cuando ellos solo se
preocupaban, pero le salió así y ya no había vuelta atrás. No podía
evitar atacar a aquellos que desconfiaban sobre sus hábitos cuando
estaba haciendo todo lo que estaba en su mano para salir adelante.
Bajó al parking a por su coche y recordó que el día anterior lo
dejó en su oficina. Suspiró arrepentida por su reacción y al final
se fue en taxi. En el médico le hicieron los análisis y la
enfermera le indicó que tardarían alrededor de una semana. Cuando
supieran algo, la llamarían. Fue a un bar que había justo a la
salida y desayunó. Tenía el estómago vacío y comió hasta que su
cuerpo dijo basta. Tenía hambre de verdad, pero seguía doliéndole y
el malestar no acababa de marcharse. Tomó sus pastillas y volvió a
su casa. Maggie se había marchado al trabajo así que estaba sola.
No sabía qué hacer. Se suponía que iba a pasar ese sábado junto a
Zack porque tenía fiesta, pero después de lo que había pasado ella
no iba a ser quién le llamara. Cuando se diera cuenta de lo
equivocado que estaba, ya volvería. Por mucho que le doliera no
tenerlo cerca ahora que lo necesitaba, aguantaría. Ya había
sobrevivido diez años sin él, podía aguantar unos días más.
* * *
Los días se estaban convirtiendo en un infierno. Llevaba cuatro
días enteros sin recibir ni una sola llamada de Lorraine y se
estaba volviendo loco por no saber qué demonios pasaba. Él mismo
fue quién le dijo que la llamara cuando quisiera explicarse y la
muy cabezota no lo había hecho. Sentía la tentación de llamarla,
hablarle por whatsapp, pero él también tenía su orgullo y esperaba
que fuera ella quien lo hiciera. No sabía durante cuánto más
aguantaría la tentación de tener información, Maggie tampoco le
servía. Lory no le hablaba y hasta que las cosas no se calmaran, su
amiga se estaba quedando en su casa junto a Ethan. Así que la que
podía ser su foco de información también estaba a ciegas.
—¡Zackery, ponte a trabajar! Pedazo de vago —gritó su jefe. Durante
los últimos días se quedaba embobado en la barra, con la mirada
perdida y ello conllevaba recibir una bronca detrás de otra que le
entraba por un oído y le salía por el otro. Volvía a hacer más
horas de la cuenta, todos los días. Al menos así se mantenía
ocupado y evitaba la tentación de coger la moto y visitar a Lory.
Su cabeza no dejaba de darle vueltas a la situación y una sola
pregunta se repetía en su cabeza, ¿por qué? No tenía la respuesta.
Incluso el día anterior llamó a Ingrid, la psicóloga de Lorraine,
para preguntarle si sabía algo que él no supiera, y a parte de
decirle que todo lo que Lory le contaba era confidencial, también
le dijo que hacía un par de semanas que no acudía a su cita con
ella. Así que continuaba con dudas, pero su ausencia le hacía
sospechar. Cuando se marchó de su casa cabreado y llegó a su
humilde piso, se arrepintió de inmediato de no haberla dejado
explicarse cuando la encontró en el baño arrodillada junto a la
taza del váter. Si la hubiera dejado quizás estaría con ella,
ayudándola. Perdió la oportunidad al marcharse y se golpeaba
mentalmente por ser tan idiota y egoísta. No debería haber actuado
de aquella forma. Lo que menos necesitaba Lory en aquellos
instantes era estar sola. Su turno terminó a las doce y volvió a
casa. La noche era fría, pero las temperaturas no eran demasiado
bajas. La primavera se acercaba y pronto el calorcito primaveral
bañaría las calles con su calor, acompañados también por los días
de lluvia. Encontró la cena preparada. Maggie y Ethan lo esperaban
sentados en la mesa. —No me lo puedo creer. ¿Habéis hecho la cena?
—preguntó sorprendido—. ¿Estáis enfermos? —bromeó. —Que va, colega.
Teníamos hambre. Sino, te hubiéramos esperado, chef... Ethan sabía
que a Zack le encantaba meterse en la cocina a cocinar. —Cabrón...
Comenzó a comer en silencio. La televisión era lo único que se
escuchaba a parte del sonido de los cubiertos golpeando en los
platos. Maggie, siempre sonriente, llevaba días sin hacerlo, triste
por no saber nada de su mejor amiga y enfadada por que la hubiera
apartado sin dar explicaciones después de todo lo que había hecho
por ella. —¿Has sabido algo? —Maggie negó. —No responde a los
mensajes y tampoco me ha preguntado por qué me he ido. Ya se le
pasará —le restó importancia. Era la primera vez en todo el tiempo
que hacía que se conocían que pasaban tanto tiempo sin hablar. Se
habían peleado incontables veces, pero sus enfados no duraban más
que un par de horas. Esa vez el tiempo se estaba extendiendo
demasiado. Zeta suspiró y dejó el tema apartado a un lado. No
conseguía nada y estaba cansado de esperar. —Le voy a dar como
mucho un par de días para que me hable. Sino, iré a verla. Las
cosas no pueden quedar así —musitó con decisión. —La Lory que tú
conocías apenas tenía carácter, Zack. Ha cambiado mucho y se ha
vuelto cabezona y reservada. No es fácil que se sincere y te
aseguro que a mí me ha costado muchos años conseguirlo —explicó—.
No la presiones demasiado. Es impredecible y la hemos juzgado sin
miramientos. Sé que por eso no va a dar el paso de hablarnos. —¿Y
si necesita nuestra ayuda? Tengo miedo de que le pueda pasar algo.
¿Y si se desmaya? La idea de que algo le ocurriera estando sola le
agobiaba. Le gustaría poder estar ahí, cuidarla y mimarla. Hacer
todo lo que estuviera en su mano para ayudarla a salir adelante. Se
suponía que todas las relaciones tenían altibajos. Pese a no estar
acostumbrado a tratar con una persona con tales problemas, sabía
que la compresión era un factor principal para entenderla y él no
la había tenido con ella. Maggie tenía esas mismas preocupaciones,
pero no las expresó en voz alta. Sus ojos habían visto demasiado y
desearía poder borrarlo todo de un plumazo. Desde el trabajo había
llamado a la oficina de Lory y sabía que estaba ahí, pero María, su
secretaria, le dijo que no atendería llamadas porque estaba
ocupada. Esa misma tarde, después de cerrar la tienda fue hasta
allí esperando que ella continuara trabajando, pero se marchó antes
de tiempo, así que desistió. ¿Cuánto duraría aquello? ¿Por qué
hacía que Zack y ella estuvieran en un sin vivir? Solo querían
respuestas. Eso, al menos, lo merecían.
* * *
Se sentía más sola que la una. Maggie se había marchado de su casa
y Zack no daba señales de vida. Ninguno se había puesto en contacto
con ella, a excepción de Maggie, que llamaba a su despacho por las
mañanas y ella no la atendía. No quería hacerlo. Cuando llegó a la
oficina esa mañana hacía cinco días que no hablaba ni con uno ni
con otro. Supo por María que la tarde anterior, Maggie había ido
hasta allí para verla, pero no estaba. Se reunió con su abogado
después de que al fin la sentencia del caso de difamación que los
incluía a Zack y a ella, les fuera a favor. Después de que su
abogado reuniera suficientes pruebas para dejar a aquel par de
energúmenos mal ante toda la prensa, solo tuvo que redactar un
escrito en el que se solicitaba una compensación económica de
500.000 euros por los daños ocasionados si no querían ir un corto
tiempo a la cárcel por sacar a relucir y entregar a la prensa
archivos confidenciales que Tristán, con la excusa de ser abogado,
logró conseguir del hospital donde Lory se trataba. Ambos aceptaron
el pago sin rechistar y se retractaron ante el juez de sus palabras
a regañadientes. Por suerte no hizo falta que Lory fuera. Se pudo
resolver sin las víctimas gracias a la implícita amenaza de la pena
de cárcel. No sabía cómo reaccionaría su cuerpo con un encuentro
con aquel par de energúmenos. Ella no necesitaba el dinero, así que
el cheque que Tristán, como su propio abogado extendió, lo había
enviado por correo en nombre de su abogado a nombre de Zack. Él lo
necesitaba más que ella y no quería nada que viniera de las manos
de ese hombre. Respiró tranquila después de que concluyera todo eso
de una vez por todas. Esperaba no volver a tener noticias
desagradables que vinieran de ellos. Por otro lado, no todo se
arreglaba con la misma facilidad con la que eso se había
solucionado. Todavía no tenía el resultado de los análisis y cada
día sentía su cuerpo más y más cansado. Tenía ganas de pasarse el
día en la cama durmiendo. El martes tenía cita con la psicóloga y
no fue porque se durmió, y cuando despertó, lo hizo vomitando.
Doblar las dosis de hierro y comer lo que la doctora le dijo no
servía de nada, las nauseas no desaparecían y se deprimía cada vez
más al sentirse mal durante las veinticuatro horas del día. Sentir
ignorancia por lo que se tiene es un trago que pasarlo sola no es
nada agradable. Ansiaba poder hablar con Maggie o Zack, e incluso
con Ethan, tenerlos como apoyo. Pero era una orgullosa cabezota a
la que se le había atravesado una neurona, apartándolos de malas
formas sin medir las consecuencias de sus actos. Zack no iba a
ceder. Maggie estaba por la labor, pero Lory, tampoco cedía. Quizá
su relación no iba a ninguna parte. A lo mejor Zack se había dado
cuenta que estar con ella era un problema constante y no solo por
sus continuos cambios bruscos de personalidad. Estar en el punto de
mira de los periodistas la sobrepasaba incluso a ella y eso que
llevaba saliendo en la prensa desde hacía más de cuatro años,
cuando su pequeño imperio de la cosmética fue creciendo a la
velocidad de la luz. Durante esa época fue agradable aparecer de
vez en cuando en todas las pantallas. Cuan diferentes eran las
cosas. Nadie sabía los problemas que pesaban sobre su salud,
mostraba una imagen segura de sí misma que consiguió perfeccionar
con el paso de los años para esconder sus verdaderos sentimientos.
Eran cortas las temporadas que parecía estar recuperada. Solo
Maggie sabía cuando estaba mal de verdad, además de Tristán, quien
ahora que lo pensaba con frialdad, jamás había movido un solo dedo
ni dado un simple mensaje de apoyo para animarla a que se
recuperara. ¿Qué había estado haciendo durante esos cuatro años? El
gilipollas. Perdiendo un tiempo muy valioso. —Lorraine, cariño.
Tienes una llamada del hospital —comunicó María por el interfono
sacándola abruptamente de sus pensamientos. —Está bien, pásamela
—contestó. El teléfono comenzó a sonar y descolgó con manos
sudorosas, algo nerviosa—. Buenos días, soy Lorraine —contestó.
—Buenos días, Lorraine. Como te dije que te avisaría en cuanto los
resultados llegaran a mi consulta, eso estoy haciendo —murmuró la
doctora Montes con tono profesional. Lory asintió con un
“ahá” y la doctora continuó—. Justo los acabo de
abrir y lo que te ocurre no es una gastroenteritis. ¡Ay dios! ¿Y
ahora qué tenía? Animó a la doctora a que continuara. Salir de
dudas era su máxima prioridad en ese instante y que la señora
Montes hiciera tantas pausas no le gustaba ni un pelo. —Tus
nauseas, el malestar general, el cansancio extremo e incluso los
cambios repentinos en tu estado de ánimo, son síntomas de lo que
ocurre
. —¿Pero qué me ocurre por dios?
—preguntó exaltada. Se había incluso levantado de su silla. Tanto
misterio le daba ganas de tirarse de los pelos. Los médicos tenían
la extraña costumbre de hablar sin cesar de cosas que en ese mismo
instante no le importaban lo más mínimo, evadiendo el tema
principal, haciéndole sentir que aquello que iba a decir sería
grave. El pánico hizo acto de presencia. Necesitaba la respuesta en
ese mismo instante. De todos modos si lo que tenía era grave, ¿por
qué no la citaba directamente en el hospital? Estaba dentro de un
mar de dudas, hundida en las profundidades, dando brazadas sin
poder salir a la superficie.
-Estás embarazada —dijo al fin. Si le hubiera dicho que estaba
enferma terminal y que solo le quedaba un mes de vida, quizá se
hubiera sorprendido menos. —¿Cómo? —titubeó. No podía ser. Tomaba
la píldora. —Lo que oyes. Me he tomado la molestia de concertarte
una visita con tu ginecóloga para el próximo lunes de forma
urgente. —¿Por qué? ¿Qué pasa? —preguntó con preocupación.
Realmente no asimilaba la noticia. Su cerebro no la procesaba. —Tus
niveles de hierro son realmente bajos y tus defensas también.
Debido a la situación en la que te encuentras puede haber riesgos
—explicó volviendo al tono de máxima profesionalidad—. Deberías
hacerte visitas casi semanales, y al no saber de cuánto estás,
necesitamos el dato para un mayor control con tu caso y así poder
comenzar a poner en práctica las directrices que deberás seguir a
rajatabla para que tanto tú, como tu bebé, estéis bien. —De acuerdo
—asintió después de un rato de incómodo silencio—. Gracias,
doctora. —Cuídate Lorraine, nos veremos pronto y...enhorabuena.
Cuando colgó el teléfono estaba más aturdida que un murciélago
volando a plena luz del día en dirección al sol. Embarazada.
Riesgo. Bebé. Palabras sin sentido para ella en esos instantes de
su vida... Necesitaba a Maggie.