Capítulo 25

UNA arcada la despertó de golpe. Había dormido con placidez hasta hacía unos segundos en los que notó como su estómago volvía a hacer de la suyas. Se tapó la boca con fuerza y se levantó intentando no despertar a Zack para llegar al baño cuanto antes. Estuvo a punto de vomitar en medio del pasillo, pero por suerte, llegó a tiempo de levantar la taza del váter. Tosió con fuerza y contempló como su cena se marchaba por el retrete. No lo entendía. ¿Por qué le pasaba eso? Si hubiera comido demasiado esa noche aun lo entendería, pero había hecho bondad, comió ligero y paró en cuanto notó que su estómago estaba lleno para no forzarse. Estaba algo mareada. La cabeza comenzó a darle vueltas y una fuerte punzada en su vientre hizo que la bilis subiera por su garganta provocándole más arcadas. El malestar era extraño. Apenas lo reconocía como una gastroenteritis. No era lógico sufrir esos dolores, pero tampoco podía adivinar lo que tenía y comenzaba a preocuparse de verdad.

Ansiaba conocer los resultados de los análisis que se haría al día siguiente. Comenzaba a hartarse de aquella situación. Ella cuando se miraba al espejo no se notaba más delgada porque su visión de sí misma seguía distorsionada por su mente, sin embargo, admitía que de nuevo las costillas comenzaban a marcársele.

Zack notó cuando Lory se levantó con cuidado y decidió levantarse a ver qué pasaba. El reloj daba las cinco de la madrugada y era noche cerrada. Se puso los calzoncillos para no salir en pelotas por si se encontraba a Maggie y oteó a su alrededor para buscar de dónde venían los ruidos. Lory tosía con fuerza y supo lo que estaba pasando. Se la encontró sentada en el suelo del baño, apoyada sobre la taza de váter, con los ojos llenos de lágrimas por el esfuerzo. Sintió rabia e impotencia. Todo iba a tan bien y de nuevo se la encontraba de esa guisa. Lo que más le impactó era ver con sus propios ojos su estado. Nunca había estado presente en uno de sus arrebatos. —Zack... —susurró con voz compungida. Le dolía la garganta del esfuerzo. Apenas podía moverse y se sentía muy débil. —¿Por qué lo has hecho? —preguntó. Lory iba a contestar que ella no lo había provocado, había sido su estómago que se le revolvía desde hacía casi dos meses, llevándola al vómito, pero no le dejó—. Da igual, no quiero saberlo. Estaba enfadado. Podía ver la decepción grabada en su mirada. Quería explicarle que se equivocaba en sus suposiciones, pero no la dejaba. Los nervios le provocaron una nueva oleada de nauseas, pero ya no tenía nada que echar. Quiso levantarse, pero un súbito mareo le hizo caer al suelo desmayada. —¡Joder! —gruñó Zack. La cogió en brazos y la llevó con rapidez a la cama. Maggie apareció al instante. Los ruidos la habían despertado y se quedó muy quieta en la puerta de la habitación de Lory al observar la situación. —¿Qué ha pasado? —La he pillado vomitando. Se ha desmayado —respondió. El tono oscuro de su voz era equiparable a su estado de ánimo. El enfado era enorme y Maggie lo entendió. Era como tirar todos los esfuerzos a la basura. Ella misma se había sentido así muchas veces al encontrarse a su mejor amiga matándose de esa forma después de prometerle una y mil veces que no volvería ha hacerlo. —No lo entiendo. ¡Estaba bien! ¿Tan ciego había estado que no era capaz de adivinar nada de lo que le ocurría en la cabeza a Lory? ¿Tan mal lo estaba haciendo? Ella prometió que se dejaría ayudar. ¿Por qué volvía a las andadas? ¿Tan mala era su vida? Pensaba que desde que estaban juntos las cosas comenzaban a encaminarse. Pero al parecer su relación no era lo suficientemente fuerte como para ayudar a que se curara. —Es muy buena actriz. A mi me la ha colado muchas veces —admitió su amiga. Se suponía que había ido al médico después de que ella la obligara. Lory no le había contado qué le habían dicho. ¿Sería posible que hubiera vuelto a caer en la bulimia? ¿Tan mal le parecía comer de forma normal? ¿O habían sido los kilos que había cogido los que aumentaron su complejo? No tenía las respuestas y ella no se las podía dar, estaba desmayada. Zack le tomó la tensión y la tenía baja, como siempre que le pasaba eso. Los dos se quedaron junto a ella en completo silencio. Zack se vistió con la ropa del día anterior y esperó a que despertara. Tardó alrededor de una hora en hacerlo y parecía agotada. —¿Cómo te encuentras? —preguntó. Lory notó la seriedad en su voz. Su pregunta aparentemente sencilla, implicaba más de lo que parecía. No se le pasó por alto que Zack estaba vestido por completo. No respondió a su pregunta y eso cabreó todavía más a Zack. —Vale, veo que a aquí ya no me necesitas. Cuando estés dispuesta a hablar, llámame. Me voy. Cogió sus cosas y salió dando un portazo que rebotó en su cabeza. No se lo impidió. Hasta que no se tranquilizara no podría conversar con él de forma civilizada. Los dos tenían un carácter muy fuerte y lo único que saldría de ellos en ese instante, serían palabras que lo estropearían todo. Aunque a lo mejor, ya lo había estropeado... Maggie le lanzó una mirada inquisitiva. Ni siquiera se había dado cuenta de que estaba allí. —¿Por qué lo has hecho? —Esa era la misma pregunta que Zack le lanzó al encontrársela en el baño, la cual no pudo contestar por las nauseas. Le devolvió una fría mirada a su amiga. Ella también la juzgaba antes de preguntar y por eso se negó a darle una respuesta. —Déjame, Maggie. Quiero descansar —la evitó. Se giró en la cama mirando hacia otro lado y cerró los ojos, fingiendo dormir. Maggie se rindió después de media hora esperando una explicación que aclarara la situación. Se marchó con un suspiro y cerró la puerta con cuidado.

Lory no durmió. Cuando sonó su despertador eran las ocho de la mañana y tenía hora para ir a hacerse los análisis de sangre. Se vistió con lo primero que encontró, unos tejanos claros y una camiseta negra escotada de cuello en uve de manga larga y colocó en sus pies unos zapatos negros de tacón. Fue al baño a lavarse los dientes y maquillarse un poco, y cuando salió al salón dispuesta a marcharse, se cruzó con Maggie. —¿Adónde vas? —preguntó al observarla coger su bolso y su chaqueta. —Voy a McDonals a ponerme tibia de comida para después vomitar —respondió con ironía, saliendo por la puerta y dejando a Maggie con tres palmos de narices. Su amiga no merecía que lo pagara con ella. Estaba frustrada y enfadada por la poca confianza que le tenían tanto Zack como ella y era cruel reaccionar así cuando ellos solo se preocupaban, pero le salió así y ya no había vuelta atrás. No podía evitar atacar a aquellos que desconfiaban sobre sus hábitos cuando estaba haciendo todo lo que estaba en su mano para salir adelante. Bajó al parking a por su coche y recordó que el día anterior lo dejó en su oficina. Suspiró arrepentida por su reacción y al final se fue en taxi. En el médico le hicieron los análisis y la enfermera le indicó que tardarían alrededor de una semana. Cuando supieran algo, la llamarían. Fue a un bar que había justo a la salida y desayunó. Tenía el estómago vacío y comió hasta que su cuerpo dijo basta. Tenía hambre de verdad, pero seguía doliéndole y el malestar no acababa de marcharse. Tomó sus pastillas y volvió a su casa. Maggie se había marchado al trabajo así que estaba sola. No sabía qué hacer. Se suponía que iba a pasar ese sábado junto a Zack porque tenía fiesta, pero después de lo que había pasado ella no iba a ser quién le llamara. Cuando se diera cuenta de lo equivocado que estaba, ya volvería. Por mucho que le doliera no tenerlo cerca ahora que lo necesitaba, aguantaría. Ya había sobrevivido diez años sin él, podía aguantar unos días más.

* * *

Los días se estaban convirtiendo en un infierno. Llevaba cuatro días enteros sin recibir ni una sola llamada de Lorraine y se estaba volviendo loco por no saber qué demonios pasaba. Él mismo fue quién le dijo que la llamara cuando quisiera explicarse y la muy cabezota no lo había hecho. Sentía la tentación de llamarla, hablarle por whatsapp, pero él también tenía su orgullo y esperaba que fuera ella quien lo hiciera. No sabía durante cuánto más aguantaría la tentación de tener información, Maggie tampoco le servía. Lory no le hablaba y hasta que las cosas no se calmaran, su amiga se estaba quedando en su casa junto a Ethan. Así que la que podía ser su foco de información también estaba a ciegas. —¡Zackery, ponte a trabajar! Pedazo de vago —gritó su jefe. Durante los últimos días se quedaba embobado en la barra, con la mirada perdida y ello conllevaba recibir una bronca detrás de otra que le entraba por un oído y le salía por el otro. Volvía a hacer más horas de la cuenta, todos los días. Al menos así se mantenía ocupado y evitaba la tentación de coger la moto y visitar a Lory. Su cabeza no dejaba de darle vueltas a la situación y una sola pregunta se repetía en su cabeza, ¿por qué? No tenía la respuesta. Incluso el día anterior llamó a Ingrid, la psicóloga de Lorraine, para preguntarle si sabía algo que él no supiera, y a parte de decirle que todo lo que Lory le contaba era confidencial, también le dijo que hacía un par de semanas que no acudía a su cita con ella. Así que continuaba con dudas, pero su ausencia le hacía sospechar. Cuando se marchó de su casa cabreado y llegó a su humilde piso, se arrepintió de inmediato de no haberla dejado explicarse cuando la encontró en el baño arrodillada junto a la taza del váter. Si la hubiera dejado quizás estaría con ella, ayudándola. Perdió la oportunidad al marcharse y se golpeaba mentalmente por ser tan idiota y egoísta. No debería haber actuado de aquella forma. Lo que menos necesitaba Lory en aquellos instantes era estar sola. Su turno terminó a las doce y volvió a casa. La noche era fría, pero las temperaturas no eran demasiado bajas. La primavera se acercaba y pronto el calorcito primaveral bañaría las calles con su calor, acompañados también por los días de lluvia. Encontró la cena preparada. Maggie y Ethan lo esperaban sentados en la mesa. —No me lo puedo creer. ¿Habéis hecho la cena? —preguntó sorprendido—. ¿Estáis enfermos? —bromeó. —Que va, colega. Teníamos hambre. Sino, te hubiéramos esperado, chef... Ethan sabía que a Zack le encantaba meterse en la cocina a cocinar. —Cabrón... Comenzó a comer en silencio. La televisión era lo único que se escuchaba a parte del sonido de los cubiertos golpeando en los platos. Maggie, siempre sonriente, llevaba días sin hacerlo, triste por no saber nada de su mejor amiga y enfadada por que la hubiera apartado sin dar explicaciones después de todo lo que había hecho por ella. —¿Has sabido algo? —Maggie negó. —No responde a los mensajes y tampoco me ha preguntado por qué me he ido. Ya se le pasará —le restó importancia. Era la primera vez en todo el tiempo que hacía que se conocían que pasaban tanto tiempo sin hablar. Se habían peleado incontables veces, pero sus enfados no duraban más que un par de horas. Esa vez el tiempo se estaba extendiendo demasiado. Zeta suspiró y dejó el tema apartado a un lado. No conseguía nada y estaba cansado de esperar. —Le voy a dar como mucho un par de días para que me hable. Sino, iré a verla. Las cosas no pueden quedar así —musitó con decisión. —La Lory que tú conocías apenas tenía carácter, Zack. Ha cambiado mucho y se ha vuelto cabezona y reservada. No es fácil que se sincere y te aseguro que a mí me ha costado muchos años conseguirlo —explicó—. No la presiones demasiado. Es impredecible y la hemos juzgado sin miramientos. Sé que por eso no va a dar el paso de hablarnos. —¿Y si necesita nuestra ayuda? Tengo miedo de que le pueda pasar algo. ¿Y si se desmaya? La idea de que algo le ocurriera estando sola le agobiaba. Le gustaría poder estar ahí, cuidarla y mimarla. Hacer todo lo que estuviera en su mano para ayudarla a salir adelante. Se suponía que todas las relaciones tenían altibajos. Pese a no estar acostumbrado a tratar con una persona con tales problemas, sabía que la compresión era un factor principal para entenderla y él no la había tenido con ella. Maggie tenía esas mismas preocupaciones, pero no las expresó en voz alta. Sus ojos habían visto demasiado y desearía poder borrarlo todo de un plumazo. Desde el trabajo había llamado a la oficina de Lory y sabía que estaba ahí, pero María, su secretaria, le dijo que no atendería llamadas porque estaba ocupada. Esa misma tarde, después de cerrar la tienda fue hasta allí esperando que ella continuara trabajando, pero se marchó antes de tiempo, así que desistió. ¿Cuánto duraría aquello? ¿Por qué hacía que Zack y ella estuvieran en un sin vivir? Solo querían respuestas. Eso, al menos, lo merecían.

* * *

Se sentía más sola que la una. Maggie se había marchado de su casa y Zack no daba señales de vida. Ninguno se había puesto en contacto con ella, a excepción de Maggie, que llamaba a su despacho por las mañanas y ella no la atendía. No quería hacerlo. Cuando llegó a la oficina esa mañana hacía cinco días que no hablaba ni con uno ni con otro. Supo por María que la tarde anterior, Maggie había ido hasta allí para verla, pero no estaba. Se reunió con su abogado después de que al fin la sentencia del caso de difamación que los incluía a Zack y a ella, les fuera a favor. Después de que su abogado reuniera suficientes pruebas para dejar a aquel par de energúmenos mal ante toda la prensa, solo tuvo que redactar un escrito en el que se solicitaba una compensación económica de 500.000 euros por los daños ocasionados si no querían ir un corto tiempo a la cárcel por sacar a relucir y entregar a la prensa archivos confidenciales que Tristán, con la excusa de ser abogado, logró conseguir del hospital donde Lory se trataba. Ambos aceptaron el pago sin rechistar y se retractaron ante el juez de sus palabras a regañadientes. Por suerte no hizo falta que Lory fuera. Se pudo resolver sin las víctimas gracias a la implícita amenaza de la pena de cárcel. No sabía cómo reaccionaría su cuerpo con un encuentro con aquel par de energúmenos. Ella no necesitaba el dinero, así que el cheque que Tristán, como su propio abogado extendió, lo había enviado por correo en nombre de su abogado a nombre de Zack. Él lo necesitaba más que ella y no quería nada que viniera de las manos de ese hombre. Respiró tranquila después de que concluyera todo eso de una vez por todas. Esperaba no volver a tener noticias desagradables que vinieran de ellos. Por otro lado, no todo se arreglaba con la misma facilidad con la que eso se había solucionado. Todavía no tenía el resultado de los análisis y cada día sentía su cuerpo más y más cansado. Tenía ganas de pasarse el día en la cama durmiendo. El martes tenía cita con la psicóloga y no fue porque se durmió, y cuando despertó, lo hizo vomitando. Doblar las dosis de hierro y comer lo que la doctora le dijo no servía de nada, las nauseas no desaparecían y se deprimía cada vez más al sentirse mal durante las veinticuatro horas del día. Sentir ignorancia por lo que se tiene es un trago que pasarlo sola no es nada agradable. Ansiaba poder hablar con Maggie o Zack, e incluso con Ethan, tenerlos como apoyo. Pero era una orgullosa cabezota a la que se le había atravesado una neurona, apartándolos de malas formas sin medir las consecuencias de sus actos. Zack no iba a ceder. Maggie estaba por la labor, pero Lory, tampoco cedía. Quizá su relación no iba a ninguna parte. A lo mejor Zack se había dado cuenta que estar con ella era un problema constante y no solo por sus continuos cambios bruscos de personalidad. Estar en el punto de mira de los periodistas la sobrepasaba incluso a ella y eso que llevaba saliendo en la prensa desde hacía más de cuatro años, cuando su pequeño imperio de la cosmética fue creciendo a la velocidad de la luz. Durante esa época fue agradable aparecer de vez en cuando en todas las pantallas. Cuan diferentes eran las cosas. Nadie sabía los problemas que pesaban sobre su salud, mostraba una imagen segura de sí misma que consiguió perfeccionar con el paso de los años para esconder sus verdaderos sentimientos. Eran cortas las temporadas que parecía estar recuperada. Solo Maggie sabía cuando estaba mal de verdad, además de Tristán, quien ahora que lo pensaba con frialdad, jamás había movido un solo dedo ni dado un simple mensaje de apoyo para animarla a que se recuperara. ¿Qué había estado haciendo durante esos cuatro años? El gilipollas. Perdiendo un tiempo muy valioso. —Lorraine, cariño. Tienes una llamada del hospital —comunicó María por el interfono sacándola abruptamente de sus pensamientos. —Está bien, pásamela —contestó. El teléfono comenzó a sonar y descolgó con manos sudorosas, algo nerviosa—. Buenos días, soy Lorraine —contestó. —Buenos días, Lorraine. Como te dije que te avisaría en cuanto los resultados llegaran a mi consulta, eso estoy haciendo —murmuró la doctora Montes con tono profesional. Lory asintió con un “ahá” y la doctora continuó—. Justo los acabo de abrir y lo que te ocurre no es una gastroenteritis. ¡Ay dios! ¿Y ahora qué tenía? Animó a la doctora a que continuara. Salir de dudas era su máxima prioridad en ese instante y que la señora Montes hiciera tantas pausas no le gustaba ni un pelo. —Tus nauseas, el malestar general, el cansancio extremo e incluso los cambios repentinos en tu estado de ánimo, son síntomas de lo que ocurre. —¿Pero qué me ocurre por dios? —preguntó exaltada. Se había incluso levantado de su silla. Tanto misterio le daba ganas de tirarse de los pelos. Los médicos tenían la extraña costumbre de hablar sin cesar de cosas que en ese mismo instante no le importaban lo más mínimo, evadiendo el tema principal, haciéndole sentir que aquello que iba a decir sería grave. El pánico hizo acto de presencia. Necesitaba la respuesta en ese mismo instante. De todos modos si lo que tenía era grave, ¿por qué no la citaba directamente en el hospital? Estaba dentro de un mar de dudas, hundida en las profundidades, dando brazadas sin poder salir a la superficie.

-Estás embarazada —dijo al fin. Si le hubiera dicho que estaba enferma terminal y que solo le quedaba un mes de vida, quizá se hubiera sorprendido menos. —¿Cómo? —titubeó. No podía ser. Tomaba la píldora. —Lo que oyes. Me he tomado la molestia de concertarte una visita con tu ginecóloga para el próximo lunes de forma urgente. —¿Por qué? ¿Qué pasa? —preguntó con preocupación. Realmente no asimilaba la noticia. Su cerebro no la procesaba. —Tus niveles de hierro son realmente bajos y tus defensas también. Debido a la situación en la que te encuentras puede haber riesgos —explicó volviendo al tono de máxima profesionalidad—. Deberías hacerte visitas casi semanales, y al no saber de cuánto estás, necesitamos el dato para un mayor control con tu caso y así poder comenzar a poner en práctica las directrices que deberás seguir a rajatabla para que tanto tú, como tu bebé, estéis bien. —De acuerdo —asintió después de un rato de incómodo silencio—. Gracias, doctora. —Cuídate Lorraine, nos veremos pronto y...enhorabuena. Cuando colgó el teléfono estaba más aturdida que un murciélago volando a plena luz del día en dirección al sol. Embarazada. Riesgo. Bebé. Palabras sin sentido para ella en esos instantes de su vida... Necesitaba a Maggie.