-¿QUÉ pasa? ¿Adónde la lleváis? —reclamó Zack al borde del ataque
de histeria. Tres médicos y dos enfermeros se hallaban en la
estrecha habitación. Maggie había comenzado a llorar sin poder
aguantarse las ganas. La situación la estaba llevando al borde de
un precipicio de lo más oscuro. —Nos la llevamos a quirófano.
Esperen aquí, por favor —espetó la doctora. Sacaron con rapidez a
Lory de la habitación y Zack lo último que vio fue como los médicos
cargaban con las palas de reanimación. Sintió como el mundo se le
caía encima. Ethan llegó pasados unos minutos. Observó el rostro
descompuesto de su amigo y como su novia lloraba a mares abrazada a
un paralizado Zack. Maggie le explicó entre lágrimas lo que había
ocurrido. La consoló con palabras bonitas, pero todos estaban
asustados y no había nada que pudiera paliar el nerviosismo. Zack
caminaba por los pasillos sintiéndose atrapado entre esas paredes.
Cada segundo que pasaba, su corazón se paralizaba más. Sabía que no
volvería a latir con normalidad hasta que no le dijeran qué le
ocurría a Lory. No saber nada sobre su hija y ella, lo estaba
matando. Había preguntado varias veces a las enfermeras, pero nadie
le daba respuestas. Debía esperar. ¡Cómo si fuera tan fácil! La
sola idea de pensar que algo pudiera salir mal, lo destrozaba.
Tenía clavada en su mente las malditas palas de reanimación. Lory
no respiraba... Ethan se acercó a él con una tila caliente entre
sus manos. —Toma, colega. Te vendrá bien —intentó animarlo con una
cálida sonrisa, pero ni siquiera lo miró. Cogió el té y le dio un
sorbo. —Yo lo mato, Ethan, lo mato —juró refiriéndose a Tristán. —Y
yo te ayudaré, amigo, pero ahora no pienses en él. Va a salir todo
bien, ¿me oyes?— cogió su rostro entre sus manos y clavó la mirada
en él. —La estaban reanimando, Ethan. ¡Lory no respiraba! —Tras la
hora que llevaba esperando y aguantando las ganas de llorar,
comenzó ha hacerlo de forma descorazonadora—. Si le pasa algo, yo
me muero... Ethan lo abrazó y Maggie se unió también entre
lágrimas. Sus corazones andaban encogidos por el miedo. El temor a
lo peor estaba en su grado más elevado. Odiaba la manía de los
médicos a no dar información. ¿No se daban cuenta que así solo se
conseguía más nerviosismo? La cabeza de Zack era un atolladero de
pensamientos incoherentes y pesimistas que le nublaban el
entendimiento. Lory era lo más importante que tenía en su vida. La
amaba con todo su corazón y temía por su vida y la de su hija.
Quería estar dentro con ella cuando naciera su bebé. Todo estaba
saliendo de una forma completamente distinta a cómo se imaginaba.
No había nada de bonito, solo preocupación. Uno de los doctores que
se la había llevado salió de quirófano con la bata puesta todavía y
llamó a los familiares de Lory. Los tres se levantaron de sus
sitios de inmediato, acercándose al doctor con los rostros
desencajados. —¿Qué ha pasado? ¿Cómo están? —preguntó un nervioso
Zack. —Lorraine entró en quirófano con paro cardiaco debido a un
subidón muy fuerte de la tensión. Hemos conseguido estabilizarla y
ahora está intubada, respirando artificialmente, pero sus pulmones
funcionan a la perfección —explicó con brevedad. —¿Y mi hija? —dejó
de respirar durante unos segundos, aguardando la respuesta. —Su
hija está bien. Le hemos practicado una cesárea a su mujer. Al
haber nacido seis semanas antes, la tendremos en la incubadora para
que gane peso. Debido a la enfermedad de su mujer, su peso es más
bajo de lo normal, pero por suerte, todo ha salido bien —sonrió.
Cogió aire con fuerza y respiró con alivio, aun así no estaba
tranquilo por completo. Que Lory estuviera intubada no le aliviaba.
Su hija estaba bien, pero no era eso lo que se había imaginado para
su nacimiento. —¿Puedo verlas? —pidió con ojos llorosos. —Póngase
esto. —Le tendió la típica bata hortera de hospital y lo guió al
interior de la sala de maternidad, subiendo en el ascensor del
personal hasta la quinta planta. Por el camino le explicó que la
doctora seguía atendiendo a Lory en esos instantes, grapando el
lugar por donde había salido su hija y adecentándola un poco para
que no se asustara. Había perdido bastante sangre y por eso la
mantenían dormida. Su cuerpo debía recobrar fuerzas después de
tanto ajetreo. Lory había estado a punto de morir. El doctor no se
lo dijo con aquellas palabras, pero él las entendió así. Si no
hubiera estado en el hospital al sufrir el paro cardiaco, no
hubiera habido tiempo de reanimarla. Desechó de inmediato esos
pensamientos de su mente. Lory estaba bien y su hija también. Eso
era lo único que importaba. El sonido de los bebés llorando se le
antojó como lo más maravilloso del mundo. Normalmente a los niños
que metían directos a la incubadora solo los podían ver desde la
distancia dos veces al día en las horas estipuladas, pero a su
pequeña Arya aun no la habían metido dentro. El doctor le sonrió
con sinceridad y señaló a una pequeña cosita que yacía en manos de
una enfermera vestida con un peto del hospital y que lloriqueaba a
pleno pulmón. Con todo lo ocurrido, no habían traído la ropa que
tenían preparada para cuando naciera la pequeña. Sintió una enorme
alegría en su pecho. —Aquí tienes a tu hija —murmuró la enfermera.
Zack la cogió con manos temblorosas, con miedo a hacerle daño a una
cosita tan pequeña. Su cabeza estaba cubierta por una fina capa de
vello castaño del mismo tono que el de Lory. Estirada, cabía a la
perfección sobre la longitud de sus manos. Sus ojos aun estaban
cerrados, pero era capaz de apostar que los tendría azules como su
madre. Sería una pequeña copia de su mamá. —Hola Arya, soy tu papi.
—Le dio un tierno beso en su pequeña frente, deseoso de no tener
que soltarla nunca, pero la enfermera le dijo que debía meterla en
la incubadora cuanto antes—. ¿Cuánto ha pesado? —preguntó. Era más
ligera de lo que se esperaba. —Un kilo novecientos gramos.
Deberemos tenerla aquí hasta que engorde al menos unos trescientos
o cuatrocientos gramos —explicó la enfermera. —¿Pero está bien?
—adujo con preocupación. Aun la tenía en brazos, alargando el
momento de entregarla. —Aun debemos hacerle pruebas, pero no se
preocupe, lo único que nos preocupa en estos momentos es que coja
peso. Por el resto, su hija está sana. Sonrió complacido y dándole
un beso en la frente, se despidió. No quería dejarla ahí. Quería
llevársela, pero en ese momento su otra mujer, Lorraine, lo
necesitaba más que nunca. Le hubiera encantado poder compartir con
ella el primer encuentro con su hija, sin embargo, no había sido
posible y se moría de ganas de que Lory la sostuviera entre sus
brazos y la conociera al fin después de siete largos meses
llevándola en su interior, abandonando a la fuerza sus malos
hábitos para darle a la pequeña la oportunidad de vivir sin que se
viera afectada por los problemas que su madre arrastraba desde
tantos años. Acompañó al doctor hasta la entrada de quirófano
mientras Maggie y Ethan esperaban impacientes sentados en unas
sillas. Les lanzó una sonrisa tranquilizadora y sin decir nada con
palabras, entró en la fría sala. Todo estaba meticulosamente
ordenado en bandejas de plata. Fue capaz de atisbar los restos de
sangre en algunos instrumentos que una de las enfermeras se
encargaba de esterilizar. Se le revolvió el estómago. El sonido del
Holter mostrando el rítmico latido de un corazón le hizo prestar
atención a la persona tumbada en la cama. La ginecóloga de Lory
estaba terminando de adecentarla. Con una gasa limpiaba la zona de
la cicatriz que acababa de grapar con maestría, retirando los
restos de sangre que aun manchaban el bello cuerpo de Lorraine.
Decidió dejar de pensar en la sangre que la rodeaba. Daba la
sensación de que más que un parto, había sido una matanza. La
mantenían intubada por la nariz y verla en ese estado le encogió el
corazón. Parecía tan vulnerable y delicada. —¿Cómo está? —preguntó
a la doctora Fernández acercándose a uno de los lados de la cama y
agarrando la fría mano de Lory con suavidad. —Está fuera de
peligro, señor Baro. Ahora la trasladaremos a una habitación y le
haremos una transfusión de sangre. —¿Qué es lo que ha pasado? Todo
había sucedido de forma repentina, sin tiempo a conocer los
detalles. Pese a que su estado era estable, deseaba averiguar qué
había provocado aquello. La doctora Fernández tapó a Lory con las
rígidas sábanas del hospital y se giró en dirección a Zack. —Llegó
al hospital con una fuerte hemorragia y sufrió un desprendimiento
de la placenta. Como bien sabe, su situación desde el principio ha
sido delicada y siempre he querido asegurarme de que todo estuviera
bajo control. Las pacientes con trastornos alimenticios y
embarazadas son propensas a sufrir hipertensión y ello puede
conllevar a fallos respiratorios por culpa de situaciones que
puedan alterar su estado. El nerviosismo con el que Lorraine llegó
al hospital le provocó una especie de infarto. Durante unos
instantes, su corazón falló —explicó de la forma más suave que
pudo. Zack asimilaba las palabras que la doctora decía,
traduciéndolas en su mente y llegando a la conclusión de que la
cosa podría haberse puesto muy fea. —Por suerte la reanimamos a
tiempo y enseguida sacamos al bebé de su interior sano y salvo. Por
otro lado, Lorraine ha perdido bastante sangre por la escasez de
plaquetas en su cuerpo y hemos tardado más de lo normal en cortar
la hemorragia, sin embargo, ha salido todo bien —sonrió al
finalizar—. La mantendremos unas horas intubada hasta que despierte
de la anestesia. Deberá quedarse unos días en observación. —Gracias
por todo, doctora —dijo de corazón. Esa mujer, junto a su equipo,
había salvado la vida de Lory y Arya. —No hay de que, es mi trabajo
—sonrió. Zack se agachó para darle un beso en la frente a Lory y
acarició su rostro con dulzura. Continuó dentro durante unos cinco
minutos más hasta que la doctora le avisó de que había llegado el
momento de subirla a la habitación y debía esperar fuera hasta que
la trasladaran. Salió del quirófano lanzando el hortera atuendo a
la basura que se encontraba tras la puerta de salida y se reunió
con sus amigos. Ambos esperaban impacientes las noticias sobre sus
mujeres. Mientras Zack los guiaba hasta la planta de maternidad
donde iban a instalar a Lory, explicó todo lo que los doctores le
habían dicho sobre el estado de ambas.
-Por suerte están las dos bien. Ahora solo queda esperar que Lory
despierte y que Arya engorde un poquito para que la puedan sacar de
la incubadora —finalizó. Por fin sentía que podía sonreír. Pronto
toda la pesadilla que acababa de vivir, finalizaría y podría
continuar con normalidad. —Menos mal...Por dios, tengo unas
tremendas ganas de ver a mi pequeña —murmuró Maggie un poco más
tranquila y animada. Sus ojos estaban rojos de tanto llorar y su
maquillaje había quedado reducido a un borrón que ensuciaba su
dulce cara. Ethan abrazó a su chica con una sonrisa, dándole las
fuerzas que se le habían escapado durante esa situación.
Una enorme pesadez en sus ojos le impedía abrirlos. Sentía una luz
encima de su cabeza que nublaba su visión. Apenas recordaba lo que
había ocurrido. El sonido de un pitido constante penetraba en sus
oídos provocándole dolor de cabeza y una fuerte presión en sus
sienes. Llegó a sus oídos el susurro de varias voces rodeándola. No
estaba sola. Poco a poco fueron llegando a su mente los recuerdos
de lo que había sucedido y el pitido que la rodeaba parecía ir al
ritmo de los latidos de su corazón. Impactada por los recuerdos,
consiguió abrir los ojos de golpe, con cierta dificultad para
enfocar la visión. Una mujer con una bata blanca la rodeaba y
acercaba sus manos hacía su rostro. —Tranquila, Lorraine. Solo voy
a quitarte esto —murmuró la mujer refiriéndose a la vía. Retiró el
aparato que ocupaba parte de su cara, por donde había notado que
entraba oxígeno para ayudarla a respirar. Una mano apretaba la
suya, y solo por eso, consiguió mantener los nervios a raya. Estaba
nerviosa. Ansiosa. Preocupada por su bebé. —¿Cómo te encuentras?
—habló la mujer. Pasaron unos segundos hasta que Lory se dio cuenta
que era a ella a quién hablaban. No contestó de inmediato, la mano
que tenía libre la dirigió hasta su vientre con rapidez, palpando
la zona y se percató de que no estaba tan grande como los días
anteriores. Parecía vacía, aunque hinchada. Buscó con la mirada a
su alrededor una cara conocida y Zack la observaba emocionado, con
las lágrimas al borde de sus ojos pero sin soltarlas. —¿Y Arya?
¿Dónde está mi bebé? Sucumbió al pánico durante unos segundos.
Llegó al hospital sangrando después de un absurdo episodio en el
que había perdido los nervios por culpa de Saray y Tristán y lo
último que recordaba era estar tumbada en la camilla, ver aparecer
a Zack junto a la doctora para hacerle una ecografía y comprobar el
estado de Arya. Después de eso, se hizo la oscuridad. Las lágrimas
amenazaban con desbordarse de sus ojos ante la incertidumbre y el
pitido cada vez más intenso de la máquina que la controlaba, la
puso más nerviosa. —Está bien, cariño. Está en la incubadora, pero
nuestra niña está sana —sonrió tranquilizándola. No se percató de
que había estado conteniendo el aire hasta oír su respuesta. Sin
embargo, el hecho de no conocer todavía a su hija la sumió en una
profunda tristeza. En esos instantes ni siquiera le importaba qué
le había pasado a ella misma, solo quería verla, conocer su rostro
y memorizar sus rasgos. —¿Puedo verla? —En breve comienza el
horario de visitas y se os permitirá entrar solo a uno cada vez
—contestó la enfermera que la atendía—. Llamaré a la doctora para
que te examine. La enfermera se marchó de la blanca habitación y se
quedó a solas con Zack. Estaba bastante confusa y los efectos de la
medicación que le hubieran dado, aun hacían estragos en su
organismo, dejándola en un estado de estupor que adormecía todo su
cuerpo. Intentó incorporarse en la cama para apoyar la espalda
contra el cabecero y notó unas punzadas en su bajo vientre que le
confirmaron por dónde había nacido su bebé. —Espera, no te muevas.
—Zack cogió el mando de la cama y pulsó el botón que subía el
cabecero, incorporándola con lentitud. Se hizo un hueco a su lado,
acercándose más, sin soltar ni un instante su mano. —Todo esto es
tan raro... —susurró—. Necesito verla, Zeta. Me dormí con ella en
mi vientre y me he despertado sin ella, vacía. No entiendo nada...
—Pronto la verás y te enamorarás de ella. Te aseguro que la espera
merecerá la pena. —Acarició su rostro con dulzura y se acercó para
besarla en los labios—. Nunca vuelvas a darme un susto como el de
hoy. Han sido las peores horas de toda mi vida. Lory se fijó por
primera vez en el rostro cansado de Zack. Tenía unos inconfundibles
surcos oscuros bajo sus ojos, los cuales estaban rojos por la parte
blanca. Como si hubiera estado llorando durante horas. No era capaz
de imaginar la agonía que habría sentido, ella apenas recordaba
nada. Perdió el conocimiento justo cuando la doctora apareció para
hacerle la ecografía. Recordaba que al sentir la fuerte contracción
en su vientre se había puesto de nuevo nerviosa y fue como si algo
en su interior explotara haciéndola perder el conocimiento. Por una
parte quería saber qué había ocurrido. Cuando se armó de valor para
preguntar, la doctora Fernández apareció por la puerta. —Buenas
noches, Lorraine —la saludó con una sonrisa—. ¿Cómo te encuentras?
—Confusa y dolorida. Como si me hubiera atropellado un trailer
—describió—. ¿Qué pasó? La doctora comenzó a examinar a Lory
mientras le explicaba con todo lujo de detalles el episodio del día
anterior. Se enteró que había estado dormida durante más de
veinticuatro horas, así que dedujo que su hija ya tenía un día de
vida. El desprendimiento de la placenta le causó una grave
hemorragia de la que aun se estaba recuperando después de la
transfusión de sangre y la habían intubado para comprobar que el
corazón y los pulmones funcionaran a la perfección después del paro
cardiaco. —Tu tensión subió demasiado y por un momento dejaste de
respirar. Has sufrido una especie de infarto, pero por suerte, todo
ha salido bien y en unos días estarás como nueva. Tu cuerpo volverá
a la normalidad y todas las cosas que el embarazo provocó en ti,
desaparecerán. Podrás hacer una vida completamente normal. El
exceso de información hizo que su mente funcionara de forma
pausada. Le costó casi un minuto analizar todo lo que la doctora le
había dicho y la única conclusión a la que llegaba, era que había
estado a punto de morir. La noticia le golpeó con fuerza. —Sino
hubiera venido al hospital de inmediato, ¿estaría muerta? —preguntó
con franqueza. Era simple curiosidad, pero creía conocer la
respuesta. Miró a Zack de soslayo. Su mirada reflejaba el miedo que
sentía al haber sido consciente de esa posibilidad. La sola idea de
perderla lo consumía. —Desgraciadamente, sí —respondió—. Desde el
principio hubo riesgos. Todo iba perfecto, pero la tensión alta
desencadenó toda esta serie de infortunios. Sin embargo, estáis
vivas las dos y tu pequeña está como un roble. En cuanto coja algo
de peso, os podréis marchar a casa. Terminó de revisar las heridas,
tomarle la tensión, auscultar su pecho y le indicó que en unos
momentos un enfermero pasaría con una silla de ruedas para llevarla
hasta la zona de maternidad donde Arya aguardaba en la incubadora.
Estaba emocionada con la idea. Todavía no se creía que tuviera una
hija. Zack y el enfermero la arrastraron hasta el ala de
maternidad. —Ojalá pudieras entrar conmigo —le susurró a las
puertas, donde debían separarse. Lory acapararía los quince minutos
completos que se permitían en la visita. —Tendremos una larga vida
para estar junto a ella. Ahora te toca a ti conocer a Arya —sonrió
con dulzura. Lory no podría estar más enamorada de aquel hombre.
Zack era atento y con cada acción que obraba, demostraba lo que
Lory le importaba. Entró en la sala de paredes blancas. Más de diez
bebés estaban allí, algunos llorando, otros durmiendo plácidamente.
Las paredes claras daban luz al lugar. Al fondo, había dos
incubadoras y solo una estaba ocupada en esos instantes. Lory vio
de refilón al pequeño ser que estaba dentro. El enfermero la acercó
hasta allí y las lágrimas cayeron descontroladas de los ojos de la
mujer, maravillada por la hermosura de su hija. Estaba con los ojos
bien abiertos y giró su mirada, mirándola a ella. Parecía como si
Arya reconociera a su madre. El azul de sus ojos era idéntico al de
Lory. Su carita tenía rasgos de ambos, pero aun era pronto para
determinar a quién se parecía más. —Hola mi niña, soy tu mamá —dijo
mirándola a los ojos—. ¿Puedo tocarla? —preguntó al enfermero. —Por
supuesto. Metió las manos en los agujeros de la incubadora y
acarició con dulzura el rostro de su pequeña. Su piel era suave y
fina, como aterciopelada. Sintió como se revolvía inquieta con su
roce y no supo si fue imaginación suya, o algo que pasó en
realidad, pero creyó haber visto una sonrisa de Arya cuando la
miró. —Tienes una niña preciosa —espetó una enfermera que se
acercaba con el biberón en la mano—. ¿Quieres dárselo? Lory asintió
emocionada. La enfermera le indicó cómo debía hacerlo. Cogió el
biberón con una mano, y con la otra, incorporó un poco a Arya. Le
daban poca cantidad de esa forma porque el resto lo hacían por vía
intravenosa. Lory quedó satisfecha al ver como tragaba su pequeña,
cogía con fuerza la tetina del biberón y sorbía con fuerza sin
apenas respirar hasta terminar. —Tranquila, tragona. Respira
—sonrió soñadora. —Come muy bien —explicó la enfermera. —Al menos
en eso no ha salido a su madre —bromeó. Arya se terminó el biberón
en unos diez minutos. La cogió con las dos manos y le dio
golpecitos suaves en la espalda para que soltara los gases. Cuando
más cómoda estaba, la enfermera le comunicó que debía marcharse ya.
No quería hacerlo. Le hubiera gustado cogerla en brazos y
achucharla con fuerza. Aguardaba ese momento con ansias, sin
embargo, salía contenta y satisfecha de la sala. Arya estaba bien y
su enfermedad no le había provocado ningún problema, a excepción de
haber nacido antes de tiempo. Ella se había llevado la peor parte.
Había sobrevivido y sin duda, su vida iba a cambiar todavía más
desde ese instante. Se habían terminado las gilipolleces. No iba a
volver a caer en la trampa que su cerebro se empeñaba en hacerle.
La vida era demasiado corta para vivirla acomplejada. Debía
aceptarse tal y como era y dejar de pensar en lo que dijeran los
demás.
Había llegado a un punto de no retorno. Avanzar era lo único que
tenía en mente. Salió de la sala de maternidad con fuerzas
renovadas. Zack la esperaba afuera de brazos cruzados y sonrió al
verla a ella sonreír con dulzura. Hicieron el camino de vuelta a la
habitación en completo silencio. Los médicos y enfermeros cruzaban
los pasillos continuando con su trabajo, aunque ya casi era la hora
de dormir. Lory oyó a algún bebé llorando y envidió a aquella madre
que gozaba del placer de tener a su bebé en la habitación. —Le he
dado el biberón —explicó Lory con una sonrisa. Zack la ayudó a
levantarse de la silla de ruedas y volvió a tumbarla en la cama.
Hizo una mueca al sentir un pequeño pinchazo en su bajo vientre,
pero el dolor era soportable—. Tiene mis ojos. —¿Ya los ha abierto?
—preguntó sorprendido. Las dos veces que él había entrado a verla
estaba dormida, y los quince minutos de visita permitidos, los
pasaba contemplándola con una sonrisa idiota en su cara. —Sí, pero
no he podido cogerla. Estoy deseando que llegue ese momento.
Necesito abrazarla con fuerza. —Yo también —respondió—. No creo que
tardemos mucho en cumplir nuestra fantasía, de todos modos,
¿podrías achucharme a mí?
El tierno puchero que apareció en su rostro arrancó una fuerte
carcajada en Lory. Zack le hacía ojitos de corderito degollado que
ablandaban su corazón. —Ven aquí, papito. —Mmm...papito. ¡Mi
amol! —rió imitando el acento cubano—.
Voy
pa que me des bien
fuelte. Zack se sentó con ella en la cama y se
unieron en un cálido abrazo entre risas. Verlo poner acento cubano
fue de lo más estrambótico. Él, —un rockero con todas las de la
ley— intentando sacar de su interior un toque latino que no tenía,
porque su acento inglés lo descubría, lo hacía parecer ridículo,
pese a que a Lory se le antojó enternecedor y divertido. Eran
padres. Estaban juntos. Todo había pasado al fin. Les tocaba
disfrutar de lo que se avecinara a partir de ese momento. Lory
sentía como su corazón se aceleraba con la cercanía de Zack.
Lo amaba. Él era el hombre de su vida. Siempre lo había sido y
había tardado demasiado tiempo en darse cuenta. Solo hacía casi
ocho meses que estaban de juntos, el mismo tiempo que hacía que
concibieron a su hija. Todo había avanzado de un modo
terroríficamente veloz, pero pensando en ello, no se arrepentía de
nada. Mientras continuaban abrazados y Zack besaba su cuello de
forma dulce, Lory enumeró en su mente todas las razones por las que
creía que había hecho bien en seguir adelante entre tanta locura.
Encontrarse con Zack había provocado en ella un drástico cambio.
Pensó que lo odiaría para siempre y que su vida iría de mal en peor
si lo tenía cerca. Creyó que estaría siempre con Tristán y la
inesperada aparición de Zeta le reveló que había estado haciendo el
imbécil durante cuatro largos años. Tristán no la quería y ella no
lo quería a él, aunque había creído sentir por ese hombre algo
parecido al amor. Sin embargo, tras obsesionarse con Zack de nuevo,
había descubierto una verdad reveladora. Él era el único al que
había amado de verdad. Su inseguridad acompañada por los complejos
sobre su físico acrecentaron su miedo a quedarse sola, aguantando a
una persona que solo miraba por sí mismo y que la trataba como una
mierda. Dejarlo no fue tan difícil, pero estaba cayendo de nuevo en
la enfermedad que la perseguía. Jamás se había desecho de ella y
sus malos hábitos alimenticios le pasaron factura. Quizá si Tristán
y Saray no hubieran soltado la noticia ante la prensa, Lory aun
seguiría matándose en secreto y no habría puesto de su parte para
mejorar, pero cuando la noticia trascendió y Zack se enteró, el
apoyo que él le brindó desde el principio de forma desinteresada
aun con tanto secretos por desvelar, hizo que su corazón se
ablandara dejando un hueco por el que se volvió a meter para
quedarse. En realidad, jamás se había ido. Ya fuera por odio o por
amor, Lory nunca había dejado de pensar en él. El chiquillo macarra
del que se enamoró, divertido, atento y cariñoso, seguía estando en
él, con la diferencia de que ahora era más maduro y había sabido
llevar una situación complicada con una diplomacia envidiable. Lo
que pasó en el pasado ya no importaba. Hacía tiempo que había
dejado de importar. Zack no tuvo la culpa, solo Saray. Le perdonó
incluso antes de que le contara la verdad por una única razón, lo
amaba. Se había vuelto a enamorar de su sexy y dulce rockero como
la adolescente del pasado en la que nadie se fijaba. —Te amo, Zeta
—susurró tras volver al mundo real después de su epifanía. Zack se
echó hacia atrás para mirarla a los ojos. El color azul brillaba
por la emoción contenida. Su mirada estaba llena del mismo amor que
él sentía. Acarició su cálida mejilla con la palma de la mano y
sonrió al encontrarse con el rubor que las cubrían. —Te amo, Lory.
Me has hecho el hombre más feliz del mundo. Había tardado varios
meses en hacerse a la idea de que iba a ser padre, aceptándolo con
emoción y comprendiendo que lo había logrado por estar con la
persona que lo complementaba. Se acercó hasta su boca para comenzar
un dulce beso que terminó por convertirse en una ardua batalla sin
fin entre sus lenguas. Con las hormonas aun revolucionadas, Lory
sentía calor por todo su cuerpo. Una creciente necesidad por Zack
apareció en su interior, mas no estaban en el lugar apropiado. Les
rodeaban las paredes blancas de un hospital y Lory estaba aun
convaleciente. Por mucho que deseara aquello, no podía. Zack debía
luchar contra su animal interior para no sucumbir a lo que le nacía
desde adentro. El beso había despertado algo más que su amor, y en
su entrepierna, una inquieta serpiente ansiaba esconderse en una
cueva. Lory lo notó. —Si no fuera porque no puedo, te arrancaba la
ropa aquí mismo —declaró de forma atrevida, lamiéndose el labio que
tan bien había sabido besar Zack. —Créeme, estoy pensando
exactamente lo mismo. Llevo cinco meses de sequía y creo que me voy
a volver loco —declaró con una sonrisa irresistible, ladeada,
dándole el toque de chico malo que tanto le atraía—. Te quiero. Sus
frenéticos besos continuaron durante varios minutos, disfrutando de
su mutua compañía. Diciéndose sin palabras todo lo que sentían. La
puerta de la habitación se abrió a sus espaldas y ni siquiera lo
oyeron, hasta que un familiar carraspeo y una niña diciendo
“Vivan los novios”, los sacó de su
ensoñación. —Me parece que tendríamos que haber llamado a la
puerta, ¿verdad, Jason?