17

Royal London Hospital

Hace ya cuatro horas que se han llevado a Daniel y todavía no sé nada. El médico sigue con él y las dos enfermeras que han venido a verme están más preocupadas por mí que por él. Aún no he llamado a Patricia, sé que a estas alturas debería haberlo hecho, pero no consigo marcar el número. A quienes sí he llamado es a Raff y a Marina y seguro que uno de los dos no tardará en llegar.

—Amy, he venido en cuanto he podido —me dice Raff, apareciendo tras la puerta como si mi mente lo hubiese conjurado—. ¿Dónde está Daniel?

—Se lo han llevado hace unas horas. Oh, Raff. —No puedo más y me echo a llorar y Raff, el bueno de Raff, me abraza y permite que le deje la camisa completamente empapada.

—Tranquila, todo saldrá bien. Ya lo verás, Daniel es demasiado terco como para morir y dejarte aquí sola. Te quiere demasiado —afirma convencido, lo que me hace llorar todavía más.

—Ya no estamos juntos —sollozo.

—¿Qué has dicho?

—Que no estamos juntos. Discutimos hace unos días y me fui.

—Tranquila. —Raff me acaricia el pelo igual que habría hecho mi hermano—. No sé de qué diablos estás hablando, pero es imposible que Daniel y tú no estéis juntos. Es sencillamente imposible. No sé por qué discutisteis, pero seguro que no tiene importancia. Vosotros dos tenéis que estar juntos. Vamos, no pienses en eso ahora, piensa en Daniel y en que pronto se pondrá bien. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —accedo porque Raff tiene razón, ahora lo más importante es pensar en Daniel—. Gracias por haber venido.

—No digas tonterías. ¿Cómo diablos ha tenido un accidente? Daniel es el mejor conductor que conozco, aunque cuando se recupere lo negaré con todas mis fuerzas.

—No lo sé. Todavía no he hablado con la policía, pero al parecer el coche derrapó en el asfalto y fue a chocar contra un muro.

—¿Su coche derrapó? ¿Qué coche llevaba?

—Creo que el Jaguar.

—Los Jaguar no derrapan; ninguno de los coches que tiene Daniel derrapa. Si no te importa, cuando venga la policía me gustaría hablar con ellos. Quizá todo esto no haya sido ningún accidente.

—¿Qué quieres decir?

—Ahora no es momento de preocuparte por eso y si Daniel no te lo ha contado es porque está convencido de que no tiene importancia, pero lleva años recibiendo amenazas.

—¿Amenazas? Oh, Dios mío, tengo que sentarme.

—Mierda, no tendría que habértelo dicho. —Raff corre a ayudarme.

—Estoy bien, sólo algo mareada.

—Es normal. ¿Qué te han dicho de Daniel? ¿Te ves con fuerzas para contármelo?

—Sí. —Respiro hondo—. Tiene dos costillas rotas y el pulmón perforado, los dedos de la mano izquierda y también la rodilla del mismo lado, pero de todo eso se recuperará sin problema, aunque tendrá que hacer rehabilitación.

—De acuerdo. Ahora dime qué es lo que te tiene tan preocupada. —Raff me coge la mano.

—Tenía un coágulo en el cerebro, han tenido que operarlo para eliminarlo y ahora está en coma y no se despierta. No saben cuándo se despertará, o si lo hará…

—Se despertará. Ya lo verás.

—Los del hospital creen que soy su prometida —le digo de repente.

—Y lo eres —afirma él, mirándome a los ojos.

En ese preciso instante oímos cómo una camilla golpea la puerta justo antes de que uno de los enfermeros pueda abrirla.

—Señorita Clark —me saluda el primero que entra—, el doctor Jeffries vendrá en seguida.

El otro enfermero se limita a asentir en mi dirección, pero yo sólo tengo ojos para Daniel y no le respondo.

—¿Cómo ha ido? —pregunto, con el corazón en un puño.

—Nosotros no tenemos los resultados, señorita Clark, lo lamento —me informa el único que parece dispuesto a hablarme—, pero según mi experiencia, si dejan que pase el día el día en esta habitación y no en una de las salas de observación, es buena señal.

—Gracias.

—De nada. Ya está, nos vamos. Si necesita algo, descuelgue y uno de nosotros o de nuestras compañeras vendrá de inmediato.

—Gracias por todo —les dice Raff cuando se van—. Dios —suelta cuando nos quedamos solos—, parece que sólo esté durmiendo.

—Sí, lo sé.

Me acerco a Daniel y le doy un beso en los labios sin importarme que Raff esté presente. Luego le aparto el pelo de la cara y le toco la cicatriz que tiene en la ceja. Me estremezco al recordar la noche en que me contó cómo se la hizo. Despacio, le acaricio también la mejilla y vuelve a fascinarme que, a pesar de todo, la barba le siga creciendo. ¿No debería detenerse? Le acaricio el brazo y me tranquiliza ver que sigue llevando la cinta de cuero alrededor de la muñeca. Odio no habérsela puesto cuando me lo pidió y deseo con todas mis fuerzas poder compensarlo por ello.

—Buenos días, señorita Clark. —La voz del médico me saca de mis ensoñaciones.

—Buenos días, doctor —lo saludo y al ver a Raff recuerdo mis modales y los presento—. Él es Rafferty Jones, un buen amigo.

—Me alegra que no esté sola, señorita Clark, pero recuerde que sólo puede haber una visita en la habitación —dice el doctor Jeffries tras estrecharle la mano a Raff—. Las pruebas que le hemos hecho al señor Bond indican que no hay ningún otro derrame en el cerebro —empieza la explicación sin dar ningún rodeo, cosa que en el fondo le agradezco—. Sin embargo, el golpe ha sido contundente y sigue habiendo una zona hinchada. Me temo que, tal como le he dicho antes, lo único que podemos hacer por ahora es esperar. Si en un par de días no se despierta, tendremos que plantearnos otras vías. Por ahora, no merece la pena preocuparnos por algo que lo más probable es que nunca llegue a suceder. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —digo.

—En cuanto al resto de las heridas, la más crítica sigue siendo el pulmón perforado, pero se está recuperando bien y no se observan signos de infección. Y la mano y la rodilla tendrán que seguir su curso. ¿Quiere hacerme alguna pregunta?

—¿Sabe si Daniel me oye?

—Me temo, señorita Clark, que a pesar de lo mucho que ha avanzado la medicina, seguimos sin poder afirmar qué clase de estímulos percibe una persona en coma y cómo reacciona a ellos. El cerebro del señor Bond está activo, así que su sistema auditivo funciona perfectamente, pero no puedo asegurarle que la oiga. Ni que la entienda. ¿Comprende? —Me ve asentir y continúa—: Sin embargo, y a pesar de todo lo que pueda decirle la ciencia, es innegable que la fuerza de voluntad, las ganas de curarse, son vitales en estos casos, así que al señor Bond no le hará ningún mal oír su voz. Todo lo contrario.

—Antes me ha parecido que me estrechaba los dedos.

—No me malinterprete, señorita Clark, puedo entender que a usted le haya parecido eso, pero lo más probable es que sólo haya sido un espasmo muscular. Háblele, tóquelo, pero tenga paciencia. Volveré a verlo dentro de unas horas y, si sucede algo mientras usted no esté, la avisaríamos de inmediato.

—Estaré aquí.

—De acuerdo —concede resignado antes de mirar a Raff—. Cuide de su amiga, no quiero tener que ingresarla en otra planta.

—No se preocupe, doctor, me encargaré de que descanse. Y si no le importa, le dejaré también mi teléfono al irme.

—Claro, déjeselo a una de las enfermeras. Volveré más tarde.

El médico siguió su camino y Raff se acercó a mí.

—Tienes que descansar, Amy, no le servirás de nada a Daniel si te pones enferma.

—Estoy bien.

—De acuerdo, por ahora dejo de insistir, no serviría de nada, pero me reservo el derecho de volver a hacerlo más adelante. ¿Qué puedo hacer por ti? ¿Necesitas que te traiga algo, que vaya a alguna parte?

Quizá sea una cobarde, pero ahora sólo puedo, y sólo quiero, pensar en Daniel.

—Sí, por favor.

—Pídeme lo que quieras y dalo por hecho.

—¿Puedes llamar al tío de Daniel y a Patricia? Él no querría que su tío viniese al hospital, pero supongo que tenemos que decírselo. Si se entera por alguien del bufete o por alguna de sus amistades, montará un número.

—Tranquila, yo me encargo. Se lo diré y me aseguraré de que no aparezca por aquí.

—¿Y de Patricia?

—De Patricia también me ocupo yo. No te preocupes, las únicas personas que estaremos aquí contigo, con vosotros —se corrige, mirando a Daniel— seremos Marina y yo. Déjalo en mis manos.

—Gracias, Rafferty.

—Oh, vamos, no me las des y asegúrate de que el terco de Dan se despierta. Volveré en cuanto pueda, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

Vuelvo a quedarme a solas con Daniel. Le doy otro beso en los labios y me digo que no volveré a llorar. Es mentira, en menos de unos segundos estoy haciéndolo, pero me obligo a secarme las lágrimas y respiro hondo hasta calmarme.

—Tienes que despertarte, Daniel. Por favor. No quiero que nuestra primera noche entera juntos sea en un hospital. —Sonrío al recordar una cosa—. ¿Te acuerdas de esa noche en que te quedaste dormido en la cama del piso superior de tu ático?