22
Llegó el sábado y Frederick me llevó de regreso a Londres con tiempo de sobra para descansar un poco y arreglarme para la ceremonia. Después de aquella conversación telefónica en el columpio, Daniel me llamó a diario, pero no volvió a mencionar la muerte de sus padres y yo tampoco. Fueron llamadas cortas, casi siempre para preocuparse por mi bienestar, y en todas me hizo sentir que pensaba en mí y que me echaba de menos, aunque no llegase a decírmelo como a mí me gustaría oírlo.
En cuanto a la boda, después de hablarlo con mi cuñada, decidí llamar a Rafferty y preguntarle si quería acompañarme. Él aceptó encantado, a pesar de que le conté que antes se lo había pedido a Daniel y que se había negado. Me dijo que sería divertido volver a vernos, fueran cuales fuesen las circunstancias.
Acababa de salir de la ducha cuando Marina llegó al piso y entró decidida en mi dormitorio para ayudarme a elegir vestido.
Descartamos varias opciones por ser demasiado recatadas o demasiado provocativas y al final decidimos, o mejor dicho, Marina decidió, que iba a ponerme el vestido color verde botella que me había comprado para la cena previa a mi boda con Tom. Era precioso, con el tejido cubierto por una capa finísima de lentejuelas transparentes que hacían que cuando me lo ponía pareciera una ninfa, o una sirena. Me llegaba por encima de las rodillas y así también podía lucir los zapatos tan espectaculares que me había comprado a juego. Me puse también los pendientes que Daniel me había comprado aquel fin de semana y que no me había atrevido a ponerme para ir al bufete, luego me maquillé y me sequé el pelo.
Llamaron al timbre y Marina fue a abrir. Rafferty era muy puntual, pensé, al mirar el reloj de mi dormitorio. Me eché unas gotas de perfume y cogí un pañuelo y el abrigo que Daniel me había regalado.
Salí y vi a mi amigo, devastador con su esmoquin y el pelo peinado hacia atrás, hablando con Marina, quien al parecer se había quedado muda y estaba casi babeando. En su defensa, tengo que decir que si yo no hubiese estado tan enamorada de Daniel como lo estaba, seguro que también me habría comportado como una idiota al ver a Rafferty Jones en plan Brad Pitt en Ocean’s Eleven.
—Hola, Raff. —Él no me contestó, al parecer estaba tan absorto con Marina como ella con él—. Hola, Raff —repetí subiendo el tono de voz.
—Ah, hola, Amy. —Reaccionó y se volvió para mirarme—. Estás preciosa, seguro que tu exprometido se pegará un tiro cuando te vea.
—Gracias, Raff, tú también estás muy guapo. Veo que has conocido a Marina.
—Sí, la señorita Coffi ha tenido la amabilidad de hacerme compañía mientras te esperaba.
Marina se sonrojó y yo me pregunté por qué diablos nos afectaba tanto a las mujeres encontrarnos con un caballero. Sería la sorpresa, hoy en día había tan pocos…
—El coche está abajo, esperándonos —añadió Raff.
Sí, lo que yo decía, todo un caballero.
—Pues vamos. No quiero llegar tarde y que todo el mundo nos mire.
—Te mirarán de todas formas, Amy —dijo Marina, recuperando cierta normalidad—, de eso no te quepa la menor duda.
—Ha sido un placer conocerla, señorita Coffi. Volveremos a vernos pronto.
Marina dijo algo tan poco elocuente como «ajá» y yo la salvé llevándome a Raff de allí.
—Tienes que darme el número de la señorita Coffi —fue lo primero que él me dijo al sentarnos en el coche.
—Por supuesto, pero ¿te importaría pedírmelo? Últimamente todo el mundo me da órdenes.
—Claro, lo siento. ¿Podrías darme el número de teléfono de la señorita Coffi, por favor? Si no me lo das, te robaré el móvil.
—Por supuesto. ¿Ves como no ha sido tan difícil?
—Ni te lo imaginas —se burló él—. Me alegro de que me llamases.
—Sí, yo también. No quería ir sola a la boda.
—¿Todavía sientes algo por tu exprometido? —me preguntó.
A él no le había contado toda la historia, pero sí lo suficiente como para que pudiese hacerse una idea.
—No, pero ya sabes, no quería estar en desventaja.
—No puedo creer que Daniel se negase —dijo Raff.
—Tiene sus motivos —lo justifiqué sin darme cuenta.
—No lo defiendas. Conozco a Dan desde hace muchos años y me cuesta creer que te deje plantada en una situación como ésta.
—¿Conoces al tío de Daniel?
—¿A Jeffrey Bond? Sí, por supuesto. Cuando Daniel y yo estábamos en la universidad, lo visitó allí en un par de ocasiones y luego yo fui a pasar unos días a su casa y también estaba. Casi nunca está en Londres, creo que tiene su residencia en Estados Unidos, pero hace poco coincidí con él aquí, en Inglaterra.
—Es el hermano del padre de Daniel, ¿no?
Se me encogió el estómago al recordar lo que Daniel me había contado acerca de su padre y de su tío.
—Sí, pero si no me falla la memoria, ambos eran adoptados. Los abuelos de Daniel no podían tener hijos y por eso su padre y su tío se parecían tan poco. Aunque si recuerdo bien, Daniel es idéntico a su padre, pero según dice mi abuela, tiene los ojos de su madre.
—¿Daniel y su tío se llevan bien?
—La verdad es que no lo sé. Nunca los he visto discutir, si es eso lo que me estás preguntando, pero en esa época era obvio que a Daniel el hombre no le gustaba demasiado. Claro que en esa época a mí tampoco me gustaba demasiado mi familia.
—Daniel nunca habla del tema —le dije, para justificar mi curiosidad.
—Él nunca habla de casi nada —apostilló Raff.
—¿Por qué os peleasteis?
Cuanto más hablaba Raff de Daniel más claro me quedaba que habían tenido una buena amistad y quería saber qué los había distanciado.
—¿Por qué iba a ser? Por una mujer.
Sentí el mordisco de los celos.
—Daniel y yo teníamos veinte años. A mí me gustaba una chica y creía que yo también le gustaba a ella. Sin embargo, él me dijo que la había oído decirle a sus amigas que lo único que quería de mí era mi dinero y que luego ya se divertiría en otra parte. Evidentemente, no le hice caso y me declaré a esa mujer. Ella aceptó, por supuesto. Una semana más tarde, Daniel me dijo que mi prometida se acostaba con otros hombres y que podía demostrármelo. Me habló de ciertos tatuajes que tenía Estela, así se llamaba ella, y yo le di un puñetazo. Ella vino a verme al cabo de unas horas y me dijo que Daniel era un enfermo y un sádico y que la había azotado con un látigo junto con otro hombre.
¡Oh, Dios mío! Estela era una de las mujeres de aquella fiesta.
—Primero le dije que mentía, pero luego ella me enseñó la espalda y vi las marcas del látigo. Por desgracia para Estela, Daniel me había dejado un dossier con fotos de ella con otros hombres, así que la eché y le dije que no quería verla más. Estuve un mes hecho un lío y cuando por fin reaccioné y quise buscar a Daniel para pedirle perdón y darle las gracias, ya no estaba, se había ido a pasar un año a Francia, o a Italia. Y supongo que, sencillamente, los dos nos hemos acostumbrado a estar enfadados.
—Tendríais que hacer las paces —le dije—. A Daniel le iría bien tener un amigo.
—No creo que le haga falta, teniéndote a ti.
—Sí que se la hace —insistí.
—De acuerdo, si no me parte la cara cuando se entere de que te he acompañado a la boda, hablaré con él.
—Gracias. A cambio, te prometo que me aseguraré de que Marina no se deje engañar por tu deslumbrante aspecto y que te juzgue por el gran tipo que eres.
Llegamos a la iglesia y Raff se comportó como el acompañante perfecto; de hecho, juraría que casi todas las invitadas estuvieron tentadas de arrancarme los ojos. Vi a Tom junto a la que supuse que era Barbara y respiré aliviada al confirmar que de verdad no sentía nada. Ni siquiera rabia. Simplemente absoluta indiferencia. Al parecer, al final en ese sentido sí que me había convertido en una mujer de mundo.
Martha y Josh pronunciaron sus votos y vi que Raff sacaba el teléfono del bolsillo para leer un mensaje. Lo tenía en modo vibración así que nadie excepto yo se dio cuenta.
—En seguida vuelvo —me susurró al oído.
Salió de la iglesia y yo me quedé escuchando las palabras que dedicaba a los recién casados una de las amigas de infancia de Martha. Fue un discurso muy emotivo, probablemente parecido al que Marina me leería si algún día yo llegaba a casarme. No pude evitar imaginarme vestida de novia —al fin y al cabo, hacía apenas unos meses había estado a punto de hacerlo— y con Daniel a mi lado. No, eso no iba a pasar, y más me valía asumirlo.
Raff todavía no había vuelto e, idiota de mí, me imaginé a Daniel llegando a la iglesia y dándole las gracias por haberme acompañado hasta allí. Me imaginé que se despertaba en su apartamento y comprendía que conmigo no tenía que mantener las distancias. Me lo imaginé poniéndose uno de sus trajes negros a toda velocidad y subiéndose al Jaguar para ir hasta allí. Entraría en la iglesia, o quizá me esperaría fuera y me pediría perdón. Nos daríamos un beso y…
—Lo siento —se disculpó Raff al volver.
Tardé varios segundos en reaccionar y lamento decir que tuve que parpadear un par de veces para contener las lágrimas.
—¿Estás bien? —me preguntó él, mirándome confuso.
—Sí, estoy bien. Las bodas me emocionan.
—Ah, a mi madre le pasa lo mismo. Llora en todas —dijo él, aceptando mi excusa—. Lamento lo del móvil, era del trabajo.
—Silencio, por favor —nos riñó la señora del banco de delante.
Raff y yo sonreímos y nos disculpamos. Nos quedamos en silencio durante la última parte de la ceremonia y entonces me di cuenta de que, a pesar de que sabía muy poco acerca del hombre que tenía al lado, y él de mí, Raff estaba dispuesto a conocerme.
Y yo no perdería nada conociéndolo a él. Oh, sabía perfectamente que no me atraía, pero como él me había dicho hacía un tiempo, me iría bien un amigo. No podía decirse que hasta el momento se me diese demasiado bien entender a los hombres.
Terminó la ceremonia y Raff y yo fuimos juntos a la recepción que ofrecían los novios en el hotel Claridge’s, uno de los más lujosos de la ciudad, y pude sentir las miradas de los distintos compañeros de trabajo que también estaban invitados a la boda fijas en mí. Patricia fue la primera que se atrevió a acercarse a nosotros para preguntarnos si era verdad lo que estaba viendo, yo me quedé paralizada, pero por suerte, Raff, que evidentemente la conocía de antes, reaccionó y le contestó que nos habíamos conocido en el baile del colegio de abogados. Tuvo la habilidad de contestarle sin mentirle y sin confirmarle nada. Ella enarcó una ceja y se fue tras darme un abrazo, dejándome con la horrible sensación de que sabía algo que no me estaba contando.
Martha fue mucho más sincera, aunque la conclusión a la que había llegado era completamente errónea (pero lógica), ya que cuando fui a felicitarla, me riñó por haberle ocultado que el señor mensajes era Raff y luego me dijo que no lo dejase escapar y que hacíamos muy buena pareja. Si ella supiese…
Desde la iglesia no veía a Tom por ninguna parte y me atreví a pensar que quizá él me había visto a mí y había tenido un repentino ataque de remordimiento. O tal vez le había cogido una gastroenteritis y estaba vomitando por algún lado. O le había caído un piano encima mientras iba caminando por la calle, igual que sucede en los dibujos animados.
Raff no se apartaba de mi lado sin ser agobiante ni empalagoso; hablaba con todo el mundo y esquivaba las insinuaciones sobre si estábamos saliendo con suma maestría. Y me sonreía y me preguntaba si necesitaba algo. Si hubiese podido pedirle a mi corazón que se enamorarse de él y no de Daniel, lo habría hecho. Pero yo sabía mejor que nadie que eso era imposible y la prueba de que mi corazón carecía completamente de criterio estaba acercándose hacia mí con una mujer diminuta colgada del brazo.
Tom.
Barbara.
¿Barbara? Ésta debía de medir diez centímetros menos que yo, lo que de por sí es difícil, le sobraban varios kilos y carecía completamente de glamur y de sofisticación. ¿Tom me había dejado a mí y ahora estaba saliendo con la hermana mayor de los pitufos? No sabía si echarme a reír o sentirme insultada. Me había imaginado a Tom con una mujer imponente, a lo Elle McPherson, como mínimo, doctorada en química y capaz de hablar nueve idiomas, hacer el pino y cocinar una bandeja de cupcakes al mismo tiempo.
—Hola, Amy —me saludó él cuando se detuvo delante de mí.
—Hola, Tom —le contesté automáticamente y vi que me miraba de un modo extraño.
¿Me estaba mirando con cariño? Ah, no, eso sí que no.
—Josh me dijo que estarías aquí —prosiguió—. Barbara y él son muy amigos —añadió, señalando a su acompañante.
—Sí, Martha me lo dijo.
Tenía la sensación de haber metido un pie en la dimensión desconocida.
—Me alegro de ver que estás bien, Amy —dijo Tom—. No sabes cuánto lamento…
—Yo soy Raff, Rafferty Jones —lo interrumpió éste y en aquel instante le habría dado un beso por haberme salvado.
Si Tom se disculpaba por haberme sido infiel, por haberse llevado a aquella rubia a casa para que lo pillase, iba a echarme a llorar.
—Tom Delany —dijo Tom al instante, estrechando la mano que Raff le había ofrecido. Los dos se quedaron mirándose y Tom debió de comprender lo que Raff le estaba diciendo, porque asintió y carraspeó nervioso—. Ella es Barbara, Barbara te presento a Raff y a Amy.
—Es un placer —repuso la joven, con las mejillas sonrojadas.
Yo respondí lo mismo, porque una cosa era odiar e insultar a la rubia que le había estado haciendo una mamada a Tom de rodillas en el suelo y otra odiar a aquella chica que parecía sacada de una academia para señoritas del siglo pasado. Y que en el fondo no me había hecho nada. La verdad es que incluso tuve ganas de llevármela a un lado y advertirle que no se fiase de Tom… y si eso no es raro, no sé qué lo es.
Tom hizo las preguntas de rigor acerca de la salud de mis padres y yo se las contesté con la misma educación que emplearía con un simple conocido, no con la que tendría con mi exprometido. Nos despedimos y ellos dos se sentaron a la mesa donde estaban los amigos del novio.
Raff y yo nos dirigimos hacia nuestro sitio y el resto de la boda transcurrió con absoluta normalidad. Disfrutamos del convite y de la compañía. Raff era en verdad encantador y supo amenizar la velada contando historias sobre su familia, al parecer tenía unos hermanos más que peligrosos, y sobre su trabajo, una empresa especializada en gestionar derechos de autor en nuevas tecnologías (o algo así). Tenía un don innato para incluir a todo el mundo en sus conversaciones, sabía qué preguntarle a quién para que nadie se sintiese desplazado o fuera de lugar.
Llegó el momento del vals y después de que Martha y Josh abriesen el baile, el resto de los invitados los acompañamos. Yo bailé con Raff y constaté que ni él ni yo nos sentíamos atraídos el uno por el otro. A pesar de todo lo que había sucedido, yo no podía dejar de pensar en Daniel y habría dado cualquier cosa para que fuese él y no Raff quien estuviese bailando allí conmigo. Y a Raff probablemente le gustaría bailar con alguna de las otras invitadas a la boda, o incluso con Marina, mi amiga, porque era evidente que antes habían saltado chispas entre los dos.
De todos modos, era un excelente bailarín y creo que los dos lo pasamos bien intentando seguir el ritmo del foxtrot o del tango.
Llegó el momento de las despedidas y, para mi sorpresa, Tom se acercó a decirme adiós. Creo que incluso me dio un beso en la mejilla, pero confieso que había bebido un par de copas de champán y que no lo recuerdo con exactitud.
Raff me acompañó a casa y detuvo el coche justo enfrente del portal del edificio de Marina; a esas horas de la madrugada apenas había tráfico y ningún policía cerca que pudiese multarlo.
—Gracias por acompañarme, Raff —le dije sincera.
—De nada, gracias a ti por invitarme.
—Ya, bueno, estoy segura de que habrías preferido hacer cualquier otra cosa.
—Ahora no se me ocurre ninguna —contestó con una de sus sonrisas—. Tom ha parecido que se alegraba de verte —señaló.
—Sí, me he dado cuenta. ¿No te parece raro?
—No, ¿a ti sí?
—Tom me fue infiel y se aseguró de que yo lo pillase in fraganti. Lo orquestó todo para que lo encontrase con aquella zorra y no tuviese más remedio que romper con él y anular la boda —le expliqué furiosa.
Y en ese instante comprendí que me había dolido más la mentira y la cobardía que el hecho de que me fuese infiel.
—Todos cometemos errores, Amy. Quizá Tom sencillamente se equivocó y hoy al verte se ha alegrado de verdad.
—Quizá, pero ahora ya no importa. No es el hombre adecuado para mí. Y yo no soy la mujer adecuada para él —afirmé con absoluta convicción.
—¿Y Daniel sí?
Tardé varios segundos en contestar:
—Todo sería más fácil si no lo fuese, pero me temo que sí.
—Es tarde —señaló Raff al ver probablemente que yo volvía a tener un nudo en la garganta—. Llámame si vuelves a tener una boda, o un bautizo. Con un funeral creo que ya no me atrevo —bromeó y no pude evitar darle un abrazo.
—Gracias, Raff.
Él me devolvió el abrazo.
—De nada, para eso estamos los amigos. —Se apartó y me miró a los ojos—. Uno de estos días llamaré a Marina; tu compañera de piso me ha resultado de lo más fascinante. ¿Crees que podrías hablarle bien de mí? —Me guiñó un ojo.
—No hará falta, pero lo haré. Cuídate, Raff.
—Y tú también, Amy.
Abrí la puerta y bajé del coche.
—¿Qué haces el miércoles? —me preguntó cuando yo ya estaba en la acera.
Lo pensé.
—Nada.
—Uno de mis amigos inaugura una galería de arte. Si convenzo a Marina para que me acompañe, ¿vendrás con nosotros?
—Claro —acepté gustosa.
Raff sonrió y supe que Marina no tendría la menor oportunidad de resistírsele.