20
Cuando estaba en el bufete, apenas veía a Daniel, aunque él siempre me dejaba un té al lado del ordenador. De noche, iba a su apartamento, me vendaba los ojos y me entregaba a él sin reservas.
Pero no importaba lo intensas que fueran esas noches, él nunca se quedaba a dormir conmigo y había ciertos temas, la mayoría, de los que se negaba a hablar. Yo seguía diciéndome que tenía que darle tiempo, pero empezaba a tener dudas. Quizá yo no era la mujer que él necesitaba. A juzgar por lo que sucedía entre los dos, Daniel me deseaba y cada noche que pasábamos juntos era más autoritario y más creativo que la anterior, y el placer que yo sentía en sus brazos era cada vez mayor. Pero seguía sin abrirse a mí. Y tenía miedo de que nunca llegase a hacerlo.
—Amy, acabo de enterarme de una cosa y… tenemos que hablar —me dijo Martha, apareciendo ante mi mesa. Se la veía muy nerviosa y en seguida dejé de pensar en mí y me preocupé por ella.
—Claro. —Miré el reloj—. Si quieres, podemos salir a comer.
—Sí, sí, será lo mejor —masculló ella.
Cogí el bolso y nos dirigimos al ascensor. Caminamos por la calle en silencio, era obvio que mi amiga estaba alterada y pensé que lo mejor sería no preguntarle nada y darle tiempo para que pusiese orden en sus pensamientos.
Entramos en el vegetariano y justo entonces vibró mi móvil y vi que me había llegado un mensaje.
«Come algo más que una ensalada».
Sonreí y tecleé la respuesta.
«¿O si no, qué?»
Tardó apenas unos segundos en responderme:
«O esta noche tendré que cocinar y tenía pensado dedicarme a otras cosas».
Sonreí.
«De acuerdo. Besos».
Era la primera vez que le escribía algo como «besos». Y quise borrarlo en cuanto le di a la tecla de enviar.
«¿Sólo besos? Estoy decepcionado, te creía más atrevida, Amelia», leí casi al instante y suspiré aliviada.
«Estoy con Martha —escribí al ver que habíamos llegado a nuestra mesa y que mi amiga me miraba intrigada—. Adiós».
Guardé el móvil en el bolso para que no volviese a distraerme y le presté toda mi atención a Martha.
—¿Qué sucede?
—Esta mañana me ha llamado una de las amigas de Josh para confirmarme que vendría a la boda acompañada —empezó, lo que me dejó completamente perpleja.
¿Por eso estaba tan alterada?
—¿Tienes que quitar a alguien de la boda? ¿Es eso? Por mí no hay problema, ya te dije que…
—No, no es eso —me interrumpió ella— y si tuviese que quitar a alguien, tengo una lista muy larga antes que pedirte a ti que no vengas.
—Entonces, ¿qué pasa?
Cogí el vaso de agua y bebí un poco.
—La amiga de Josh, Barbara, me ha dicho que va a venir con su nuevo novio, Tom Delany. Tu Tom.
—No es mi Tom —fue lo primero que dije—, además, ¿cómo sabes que es él? Delany es un apellido muy común.
—Barbara me ha contado que Tom estuvo a punto de casarse hace unos meses y que al final canceló la boda. Y también que acaba de instalarse con ella porque se ha mudado de Bloxham.
—Sí, no cabe duda de que es él —asentí entre dientes.
—Quería decírtelo para que no te pillase por sorpresa. Barbara es amiga de Josh desde la infancia, así que no puedo decirle que no venga acompañada y tampoco puedo contarle lo de Tom.
—Por supuesto que no. Te agradezco que me hayas avisado.
—Esto no te hará cambiar de opinión acerca de asistir a la boda, ¿no?
—Quizá sería lo mejor. No tengo ganas de ver a Tom, ya no pienso en él y te aseguro que no lo echo de menos ni nada por el estilo, pero no sé si quiero verlo acaramelado con otra delante de mis narices —contesté sincera.
—Pero yo quiero que vengas. Llevo semanas martirizándote con los preparativos y quiero que veas que no estoy completamente loca. —Se puso seria y añadió—: Sé que hace poco tiempo que somos amigas, pero creo que te iría bien ver a Tom. Ya sé, podrías venir acompañada por ese hombre que te manda mensajes. Siempre que recibes uno se te ilumina el semblante.
—Ah, no, él no podrá venir —me apresuré a decir.
Martha no tenía ni idea de que el hombre de los mensajes era Daniel. Él nunca nos presentaba como novios ni hacía nada que pudiese indicarlo, y yo había seguido su ejemplo. Muy a mi pesar.
—¿Se lo has preguntado?
—No, pero…
—¡Pues pregúntaselo! Pregúntaselo —insistió.
—Está bien, se lo preguntaré. ¿Satisfecha?
—Sí, la verdad es que me muero de ganas de conocerlo. ¿Cómo se llama?
La llegada del camarero con nuestros platos impidió que le mintiese.
Comimos sin volver a hablar del tema y cuando Martha fue al baño antes de salir, cogí el móvil y le mandé un mensaje a Daniel.
«Tengo que hablar contigo».
«¿Trabajo?», contestó él.
«No, personal», escribí yo.
«¿Urgente?»
«Sí».
«¿Estás bien? Voy a buscarte».
«¡¡¡¡No!!!! Estoy bien», me apresuré a contestarle a toda velocidad.
«Ven a mi despacho cuando llegues».
Martha y yo volvimos al bufete; ella siguió contándome cosas de la boda y del viaje de novios que emprenderían justo al día siguiente de la ceremonia, y yo intenté prestarle atención.
Pero no podía dejar de pensar que no estaba bien que me preocupase tanto tener que pedirle al hombre con el que compartía mi cuerpo y mi alma de un modo que hasta entonces ni siquiera sabía que fuese posible, que me acompañase a la boda de mi amiga. No era normal.
Como tampoco lo era el horrible presentimiento que tenía acerca de que Daniel iba a decirme que no.
Llegamos a Mercer & Bond y, por fortuna, Martha recibió una llamada urgente y se encerró en su despacho, así pude recorrer sola el pasillo que conducía al despacho de Daniel y tuve esos segundos para tranquilizarme.
Llamé a la puerta y me fijé en que tenía las cortinas echadas.
—Adelante.
Entré y lo vi: estaba sentado tras el escritorio, atendiendo una llamada. Quizá había echado las cortinas para tener intimidad para esa llamada y no para mí, como me había imaginado segundos antes.
—No, no, eso es todo lo que necesitaba saber. Gracias. Sí, lo llamaré si vuelvo a requerir de sus servicios. —Colgó—. Disculpa.
—No, no te preocupes —le dije, yo entrelazando nerviosa las manos en mi regazo. Me había sentado en una de las dos sillas que tenía frente a la mesa.
—Dame la mano —me dijo Daniel, con aquella voz que utilizaba en el dormitorio. Sin dudarlo, le tendí la que llevaba la cinta de cuero en la muñeca—. Cuéntame qué te preocupa tanto.
Me cogió los dedos y, con el pulgar, acarició la cinta.
—La boda de Martha es este sábado.
—Lo sé, me hizo llegar una invitación —señaló él, confuso.
—¿Vas a ir? —Quizá no tuviera que pedírselo, quizá bastaría con que coincidiéramos allí y…
—No. Irá Patricia. A ella se le dan mejor que a mí los actos sociales. ¿Por qué?
—Yo también estoy invitada.
—Me lo imagino, Martha y tú os habéis hecho muy amigas en poco tiempo.
—Quiero que vengas conmigo a la boda. Como mi novio, o mi acompañante si lo prefieres —dije, tras respirar hondo y mirándolo a los ojos.
Él me soltó la mano y a mí empezó a rompérseme el corazón.
—No.
—¿Por qué no?
—Ya te dije que yo no hago esas cosas —me recordó, pero apartó la vista y yo, estúpida como soy, pensé que eso significaba algo.
—Hasta hace unas semanas, yo tampoco hacía nada de lo que hago contigo. Y ahora no lo cambiaría por nada del mundo —reconocí, con la esperanza de que mi sinceridad lo animase a hacer lo mismo.
—¿Qué importancia tiene esa boda? Tú y yo estamos bien, puedes ir y yo estaré en el apartamento cuando regreses.
Los dos sabíamos que esa última frase era mentira, al menos la primera parte, pero ambos fingimos ignorar la evidencia.
—Tom va a estar en esa boda —le anuncié entonces sin preámbulos.
—¿Tom?
—Sí, Martha me ha dicho que una de las amigas de su prometido está saliendo con él; al parecer, incluso han empezado a vivir juntos. Me ha avisado porque no quería que me sorprendiese verlo allí con otra mujer.
—Martha es una buena amiga y se preocupa por ti.
—Sí, lo es.
—¿Y por eso quieres que te acompañe a la boda, porque Tom va a estar allí con otra? —me preguntó Daniel.
—No —le contesté tras pensarlo un segundo—. No. Quiero que me acompañes a la boda de Martha porque quiero estar contigo. No me importa lo más mínimo lo que haga Tom o con quién esté y tampoco me preocupa lo que piense de mí. No quiero que me acompañes para que vea que estoy con un hombre más guapo, más fuerte y con mucho más dinero que él. Quiero que lo hagas porque estoy enamorada de ti y quiero que todo el mundo lo sepa.
—Amelia —dijo él.
—Vas a decirme que no, ¿verdad? —le pregunté yo, secándome una lágrima que me noté en la mejilla—. Y no vas a darme ninguna explicación.
—Si me hubieses dicho que querías que fuese para darle una lección a Tom, habría dicho que sí.
—Pero te he dicho que te quiero y vas a decirme que no.
—Exacto —confirmó él y lo vi flexionar las manos y tensar la mandíbula.
—¿Por qué? Es evidente que tú sientes algo por mí.
—No podemos seguir viéndonos, Amelia.
—¿Por qué? —repetí—. Y no me digas que es por lo de la venda y lo de las órdenes en la cama. A mí me gusta lo que hacemos cuando estamos juntos y a nadie le incumbe aparte de nosotros dos. No me importa seguir cumpliendo tus condiciones.
—Pero a mí sí, Amelia. ¿De verdad crees que lo que hemos estado haciendo es todo lo que quiero hacerte, todo lo que quiero que me hagas?
—¿No lo es? —le pregunté confusa.
—No, no lo es. —Me sonrió con tristeza—. Estoy mucho peor de lo que crees y no puedo seguir reteniéndote a mi lado. No es justo para ti.
—¿Qué más quieres hacerme? Dímelo. Tú siempre dices que quieres que confíe en ti, confía tú en mí y cuéntamelo.
—No, Amelia. Basta.
—No vas a contármelo —dije, al ver el modo en que me miraba—. Nada de lo que diga o haga va a hacerte cambiar de opinión.
—No.
No podía creer lo que estaba pasando. A Daniel le temblaba el músculo de la mandíbula y era obvio que estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano para contenerse y, sin embargo, iba a dejar que me fuese de su lado sin más. ¿Por qué? ¿De qué tenía tanto miedo?
—Está bien —accedí, rindiéndome temporalmente—, le diré a Patricia que necesito ir a casa unos días. Espero que eso no suponga ningún problema.
—Ninguno en absoluto —me aseguró.
—El sábado iré a la boda de Martha y el lunes volveré al trabajo. Cuídate, Daniel.
Me puse en pie y caminé hasta la puerta.
—Amelia, seguro que Tom se arrepentirá de haberte hecho daño —me dijo.
—Me da igual si se arrepiente o no —contesté.
—Si pudiese estar a tu lado, lo estaría.
¿Por qué insistía en torturarme? ¿Por qué no dejaba que me fuese de allí con la poca dignidad que me quedaba?
—Puedes, lo que pasa es que no quieres. Tú, Daniel Bond, eres el hombre más fuerte que conozco. No tengo ni idea de qué te sucedió en el pasado, pero es evidente que lograste sobrevivir; y no sólo eso, te has convertido en una de las personas más poderosas y respetadas del Reino Unido. Eres prácticamente un héroe de novela, una leyenda, así que no me vengas con que no puedes estar a mi lado.
—Amelia, tú no sabes…
—¡Tienes toda la razón! No lo sé y tú no quieres contármelo. Lo único que quieres es cuidar de mí como si fuese una muñeca durante el día y atormentarme de deseo durante la noche. Yo quiero las dos cosas y mucho más. Quiero todo lo que tú necesites.
—No sabes lo que estás diciendo…
Vi el anhelo en sus ojos, las ganas que tenía de creer que lo que le estaba diciendo era verdad, pero no sabía cómo convencerlo, así que me fui.
—Quizá no —repuse en voz baja—. Adiós, señor Bond.