CAPÍTULO 2

Decidí que la primera persona de la que quería aprender era de Juggler. Sus escritos en el foro de Internet siempre me habían intrigado. Juggler les aconsejaba a los TTF que, para superar sus miedos, intentaran convencer a un mendigo de que les diera una moneda o llamaran a un número escogido al azar y pidieran a quien contestara que les recomendara una película. A otros les decía que se pusieran el listón cada vez más alto y que, para hacer más difícil el sargueo, condujeran Impalas del 86 y dijeran que trabajaban como basureros. Juggler era único. Y acababa de anunciar su primer taller. Gratis.

Además de sus magníficas tarifas, una de las razones por las que Juggler había ascendido tan rápido en la Comunidad era por su manera de escribir. Juggler tenía un don como escritor. Las narraciones de sus experiencias no se parecían en nada a los garabatos desordenados de un estudiante de bachillerato en perpetuo conflicto con su testosterona. Así que, cuando llamé a Juggler para plantearle la posibilidad de incluir uno de sus escritos en el libro, él me dijo que prefería escribir algo nuevo: por ejemplo, la historia de cómo me ganó para su causa durante su taller de San Francisco.

Parte de Sargeo — La seducción de Style

por Juggler

Apagué el móvil. «Style habla muy de prisa», le dije al gato de mi compañero de apartamento, que entiende de estas cosas y es mi cómplice a la hora de traer chicas a casa. (La frase «¿Quieres venir a casa a ver mi gato haciendo saltos mortales?» casi nunca fallaba.)

Ésa fue mi primera impresión de Style como persona real. Dos semanas después, yo estaba esperándolo en un restaurante del muelle turístico de San Francisco, haciendo una lista mental de todo lo que podía salir mal. Ignoré al camarero que intentaba servirme otra cerveza mientras rezaba: «Por favor, oh, diosa y santa patrona de los maestros de la seducción y, en general, de todos los hombres que luchan en todo momento por acostarse con una mujer, no permitas que Style resulte ser un tipo raro».

Hablar muy rápido suele ser un síntoma de inseguridad. Las personas que creen que a los demás no les interesa lo que piensan hablan de prisa por miedo a perder la atención de quien los escucha. Otras personas están tan enamoradas de la perfección que tienen dificultades a la hora de expresar todo con pelos y señales, y hablan rápido continuamente con la esperanza de conseguirlo. Ese tipo de personas suelen convertirse en escritores. Ésas eran las opciones: o bicho raro o escritor. Y yo esperaba que fuese lo segundo. Buscaba un amigo y un igual en el mundo de la seducción, no un discípulo más.

Había oído hablar de Style por primera vez en internet. Con el tiempo, ambos habíamos llegado a admirar el estilo del otro. Style escribía con estilo y con elocuencia. Parecía ser una persona positiva y ávida por compartir sus experiencias con los demás. En cuanto a lo que él veía en lo que yo escribía, sólo puedo suponerlo.

Style entró en el restaurante al trote. ¿De verdad llevaba zapatos de plataforma? Durante unos segundos me sostuvo la mirada con una gran sonrisa y el punto justo de nerviosismo como para resultar entrañable; una pose que, sin duda, era deliberada. Relativamente bajo, con la cabeza afeitada y un tono de voz suave, nadie hubiera sospechado nunca que fuera un maestro de la seducción. Concentré toda mi atención en él; ese chico tenía futuro.

Pero todavía tenia que descubrir sus debilidades. Y eso es algo que se descubre a medida que vas conociendo mejor a alguien. Como un periodista de una revista sensacionalista, buscamos tanto grandeza como debilidad, pues ambas cosas pueden ser explotadas. Nunca nos sentimos cómodos con aquellas personas que no tienen puntos débiles, y la sutileza de Style no era en realidad una debilidad. Puede que su debilidad fuese una excesiva confianza en su capacidad para conseguir que las personas se sinceraran con él. Y eso no es precisamente lo que se dice una terrible debilidad; sea como fuere, era la única que hasta ese momento había encontrado en él. Ésa y, quizá, una extraña falta de seguridad en sí mismo que no tenía ningún sentido. Era como si Style pensara que carecía de algo, de un algo que lo completaría. Pero, al parecer, lo estaba buscando fuera de él. Cuando lo más probable es que estuviese en su interior. Realmente, Style era un bien tipo.

Después de comer hicimos lo que hacen todos los maestros de la seducción en San Francisco: fuimos al museo de arte moderno.

Al llegar, Style y yo nos separamos, como dos comandos de una brigada de seducción. En la sección de nuevos medios de expresión, iluminada por una tenue luz, me fijé en una atractiva veinteañera. Era pequeña. Me encantan las mujeres pequeñas. Hay algo en su aparente fragilidad que resulta muy excitante. Decidí sentarme a su lado para ver una proyección de vídeo. La imagen volvía a empezar cada minuto aproximadamente; pétalos blancos cayendo delicadamente de pobladas ramas.

La altura puede intimidar, y yo soy alto y delgado como el espantapájaros de El mago de Oz. Cuando me senté, la veinteañera sin duda se sintió aliviada. Nuestras miradas se cruzaron; la suya era verde almendra, la mía estaba enrojecida por el jet lag. Las mejores seducciones son aquellas en las que es ella quien da el primer paso. Para ser un buen seductor tienes que llevar la voz cantante, pero también tienes que saber dejarte llevar por la mujer. En ese momento me di cuenta de que lo que quería era que ella me cogiese de la mano y me llevase al campamento secreto que debía de tener en el bosque. Quería que me enseñase algún truco de magia. Quería que me leyese poemas picantes escritos en las servilletas de papel de los cafés.

Clac, clac, clac, clac.

Podía oír el ruido de las pisadas de Style detrás de la mampara que dividía la larga sala. Yo no quería que nos viera. No es que no lo apreciara; al contrario. Lo que pasaba era que las vibraciones entre la veinteañera y yo, rodeados de aquellos pétalos blancos que no dejaban de caer, eran tan… maravillosas. Además, yo soy un lobo y esa pequeña potrilla era mía. Si Style se acercaba, tendría que morderle.

Las primeras palabras que le diriges a una mujer apenas tienen importancia. Algunos hombres me dicen que no saben qué decir o, al contrario, que siempre tienen preparada una buena frase de entrada. Yo les digo que le están dando demasiadas vueltas, que ellos no son tan importantes. Yo tampoco lo soy. Ninguno hemos tenido nunca una idea genial. Debemos renunciar a nuestro afán de perfección. En lo que a las frases de entrada se refiere, la realidad es que basta con un gruñido, o con un pedo.

—¿Qué tal estás? —le dije.

Es una de las entradas que más uso. Es algo que podrías oír en cualquier momento, incluso haciendo la compra. En el noventa y cinco por ciento de los casos la gente responde con algún monosílabo evasivo: «Bien». El tres por ciento de las personas transmiten entusiasmo en sus respuestas: «Muy bien» o «Fenomenal». Aléjate de esas personas; no están bien de la cabeza. Y el dos por ciento responde con honestidad: «Fatal. Mi marido acaba de dejarme. Se ha liado con la secretaria de su profesor de yoga. ¡Qué zen!». A esas mujeres no hay mas remedio que adorarlas.

Mi potrilla respondió:

—Bien.

Su voz resultaba grave para un cuerpo tan pequeño. Debía de haber estado gritando durante todo el concierto de Courtney Love. A mí no me va mucho el rock ensordecedor; prefiero la música de ascensor. Pero se lo perdoné. Nunca someto a las mujeres a un tercer grado. De hacerlo, sólo conseguiría reducir el número de mis conquistas. Lo único que me importa es que me traten bien. La miré con evidente interés. Ella se dio por aludida. —¿Y tú, como estas? —me preguntó. Yo medité la respuesta.— Estoy bastante bien. Me daría a mi mismo un ocho.

Siempre me doy un ocho. A veces incluso un ocho y medio.

A partir de ese momento, hay dos maneras de proseguir una conversación. Puedes hacer preguntas como: ¿de dónde eres?; ¿sabes retorcer la lengua?, o ¿crees en la reencarnación? O puedes hacer afirmaciones: vivo en Ann Arbor, Michigan, donde hay conciertos de heladerías; o tuve una novia que sabía hacer un caniche doblando la lengua, o el gato de mi compañero de piso es la reencarnación de Richard Nixon.

A los veinte años, yo ya había dedicado mucho tiempo a intentar conocer a las chicas utilizando todo tipo de preguntas: preguntas que no necesitaban respuesta, preguntas inteligentes, preguntas extrañas, preguntas de corazón con hermosos envoltorios. Pensaba que las chicas apreciarían mi interés, pero todo lo que lograba era que me ignorasen o que me mostrasen el dedo corazón. No se seduce interrogando. Seducir es preparar el terreno para que dos personas puedan mostrarse la una a la otra.

Sólo los viejos amigos hablan entre sí a base de afirmaciones. Las afirmaciones pertenecen al mundo de la intimidad, de la confianza y la generosidad. Los amigos íntimos comparten su intimidad, y sus intercambios verbales tienen perfecto sentido metafísico. Confía en mí. No tienes que pasarte una noche tras otra mirando la Vía Láctea tumbado en la hierba para descifrarlo todo. Eso ya lo he hecho yo por ti.

—Este vídeo me hace sentir paz —le dije a la veinteañera—. Me siento como si me dejase caer sobre un gran montón de hojas. Deberían llenar el suelo de hojas. Eso sí que sería arte.

Ella sonrió.

—Cuando era pequeña, en otoño, mi hermano siempre me tiraba sobre las hojas.

Yo me reí. Resultaba gracioso imaginarme a aquella diminuta chica cayendo sobre un enorme montón de hojas.

—Tengo un amigo que segura poder adivinar la personalidad de cualquier persona en función de la edad y el género de sus hermanos —comenté.

—¿Quieres decir que, al tener un hermano mayor, yo debería ser un poco marimacho? —dijo mientras se ajustaba la hebilla de Harley Davidson del cinturón—. Eso es una idiotez.

No puedes llevar la voz cantante si no sabes renunciar a ella.

—Es verdad —le di la razón—. Mi amigo no tiene ni idea. Aunque la verdad es que conmigo acertó.

—¿De verdad?

—Sí. Adivinó que tenía una hermana mayor. Así, sin más.

—¿Cómo lo adivinó?

—Dijo que necesito mucha atención.

—¿Y es verdad?

—Sí. Siempre les pido a mis novias que me escriban cartas de amor y me den masajes. Soy muy exigente.

Ella se rió. Su risa parecía la banda sonora de los pétalos que caían.

Clac, clac, clac, clac.

En el mundo actual nos rodeamos del mayor número posible de estímulos; ya no hay lugar para la concentración. ¿Qué sentido tiene dar un paseo por el parque concentrados en nuestros propios pensamientos cuando al mismo tiempo podemos escuchar música con nuestros auriculares, comernos un perrito caliente, subir la potencia de las suelas vibradoras de nuestras zapatillas y observar a la fauna humana que pasa a nuestro lado? Nuestras elecciones conforman el credo de un nuevo orden mundial: ¡estimulación! Los pensamientos y la creatividad han pasado a estar al servicio de un único objetivo: saturar nuestros sentidos. Pero yo pertenezco a la vieja guardia. Si una chica no está preparada para concentrar toda su atención en mí —conversación, tacto, unión temporal de nuestras almas… —, entonces prefiero que no me haga perder el tiempo. ¡Que vuelva a sus quinientos canales de sonido e imágenes!

—Lo siento, pero no puedo seguir hablando contigo.

—¿Por qué no? —preguntó ella.

—Me lo estoy pasando bien, pero, una de dos, o hablas conmigo o miras las obras de arte. No puedo permitir que hagas las dos cosas. Y, además, si sigo hablando contigo, voy a acabar con tortícolis. Ella sonrió y se acercó un poco más a mí.

Clac, clac, clac, clac.

—Me llamo Juggler.

—Yo me llamo Anastasia.

—Hola, Anastasia.

Anastasia tenía callos en la palma de la mano y llevaba las uñas muy cortas. Eran las manos de una abeja obrera. Tenía que estudiarla mejor. La acerqué a mí. Ella no se resistió.

Clac, clac, clac, clac.

Style apareció en escena. Primero su tenue perfume, después el sonido del roce de la tela de su ropa italiana. ¿Qué le pasaba? ¿Es que no se daba cuenta de que estaba disfrutando de un momento de intimidad con aquella chica? ¿Tan concentrado estaba en su técnica de seducción que no se daba cuenta de que la veinteañera y yo ya habíamos cambiado de fase? Con la aparición de Style, el momento que estaba compartiendo con la chica se evaporó. Un gruñido surgió de lo más profundo de mi garganta.

—¿Te conozco? —le pregunté.

—¿Conoce alguien de verdad a otra persona? —me contestó Style.

No pude evitar reírme. ¡Qué tío! Aunque lo odié por su inoportunidad, no pude dejar de adorarlo por su don con las palabras. Decidí no morderle; al menos por el momento.

Resultaba evidente que Style estaba deseando mostrar su valía, así que le presenté a la veinteañera. Entonces ocurrió algo muy extraño. Style dejó los ojos en blanco durante unos instantes y se convirtió en otra persona. Parecía estar canalizando a Harry Houdini; un Harry Houdini con mucha oratoria. Empezó a hacer trucos. Le pidió a la chica que le diera un puñetazo en el estómago. Dijo algo sobre dormir en una cama de clavos. No había duda de que ella estaba disfrutando. Hasta que, finalmente, la chica le dio su número de teléfono. A él pareció bastarle con eso, y los dos nos fuimos del museo, dejando a la chica donde yo la había encontrado.

Ser un MDLS es un motivo de orgullo. Ser un MDLS es un continuo desafío. Tengo amigos actores capaces de matar a quinientos enemigos sobre un escenario a los que la sola idea de acercarse a una chica en un bar los hace temblar. Y los comprendo. Una chica sentada junto a la barra es otra cosa. Da verdadero miedo. Es como un gorila con un traje ajustado y, si la dejas, te puede destrozar. Pero no hay que olvidar que ella desea lo mismo que tú. Ella también quiere follar. Es lo que queremos todos.

El de San Francisco era mi primer taller. Se habían apuntado seis personas. Quedamos en un restaurante, cerca de Union Street. Style me ayudó a comprobar sus credenciales.

Durante la cena practicamos distintas frases de entrada, como la de confundir a la chica con una estrella de cine. Al volver del cuarto de baño me acerqué a una pareja de apuestos cuarentones que estaban sentados a una mesa cercana a la nuestra.

—Perdonad si os interrumpo —le dije a la mujer—, pero quería decirte que me encantaste en la película del niño y el faro. Estuve tres días llorando. Me quedé hasta tarde viéndola con el gato de mi compañero de apartamento. Ellos asintieron amablemente con una sonrisa.

—Eh… Sí… Gracias, muchas gracias —dijo la mujer con un claro acento extranjero.

—Por cierto, ¿de dónde eres?

—De Checoslovaquia.

Le di un abrazo. Después estreché la mano del hombre.

—Bien venidos a América.

Los MDLS somos los auténticos diplomáticos de nuestra sociedad. Yo no he sido siempre un MDLS. Antes era un niño obsesionado por desmontar cosas. Siempre llevaba un destornillador encima. Necesitaba saber cómo funcionaban las cosas. Juguetes, bicicletas, cafeteras… Puedes desmontar cualquier cosa si sabes encontrar los tornillos. Al salir a cortar el césped, mi padre se encontraba el cortacésped desarmado. Mi hermana intentaba encender la tele, pero no pasaba nada; los tubos estaban debajo de mi cama. Lo cierto es que se me daba mucho mejor desmontar que montar objetos; como consecuencia de ello, mi familia vivió durante años en la Edad de Piedra.

Con el tiempo, mi atención se desplazó hacia las personas; quería comprenderme a mi mismo y a los demás. Me hice malabarista, actor callejero, comediante… Y aunque digan que ése es el vertedero del mundo del entretenimiento, también es un lugar magnífico para aprender sobre las relaciones humanas. Allí aprendí mucho sobre las mujeres. A los veintitrés años sólo me había acostado con una chica. A los veintiocho podía acostarme con todas las que quisiera. Mi forma de abordarlas era tan sutil como eficaz. Mi técnica no sólo era elegante, sino que carecía de errores.

Entonces encontré a la Comunidad. Aunque mis intereses abarcaban mucho más que la mera seducción, yo compartía la obsesión de la Comunidad por comprender cada entresijo de las relaciones entre hombres y mujeres.

Y, después, al conocer a Style, sentí una afinidad que nunca hubiera imaginado posible con otra persona. Style sabía escuchar. La mayoría de las personas no escuchan, porque tienen miedo de lo que pueden oír. Style carecía de ideas preconcebidas. Todo le parecía bien. Para él no había chicas engreídas a las que había que dar una lección de humildad, sino chicas traviesas con las que resultaba divertido jugar. Para él no había caminos llenos de obstáculos, sino territorios nuevos por explorar. Juntos, Style y yo éramos los Lewis y Clark de la seducción.

A las tres de la mañana, cuando acabó el taller, Style y yo fuimos a la habitación de hotel que tenían unos parientes suyos de fuera de la ciudad. Pasamos la mitad de la noche hablando en susurros para no despertarlos. Yo me burlé del gusto de Style para la ropa, y él se burló de mi sensibilidad rural. Compartimos anécdotas sobre nuestras experiencias en la Comunidad e hicimos balance de la noche: Style había conseguido un par de besos; yo un par de números de teléfono.

Se respiraba algo especial en el ambiente; ambos éramos conscientes de estar en el umbral de algo nuevo.

—Es alucinante, tío —me dijo Style—. Tengo curiosidad por ver adónde nos lleva todo esto.

Estaba tan lleno de optimismo y mostraba tanta fe en el arte de la seducción, en los beneficios de mejorarse a sí mismo, que, a sus ojos, la Comunidad era la solución a todos los problemas. Yo quería decirle que las respuestas que buscaba estaban en otro sitio, pero nunca llegué a hacerlo; nos lo estábamos pasando demasiado bien.

El método
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
Section0003.xhtml
Section0004.xhtml
Section0001_0002.xhtml
Section0001_0003.xhtml
Section0002.xhtml
Section0002_0002.xhtml
Section0002_0003.xhtml
Section0002_0004.xhtml
Section0002_0005.xhtml
Section0002_0006.xhtml
Section0002_0007.xhtml
Section0002_0008.xhtml
Section0002_0009.xhtml
Section0002_0010.xhtml
Section0002_0011.xhtml
Section0005.xhtml
Section0005_0002.xhtml
Section0005_0003.xhtml
Section0005_0004.xhtml
Section0005_0005.xhtml
Section0005_0006.xhtml
Section0005_0007.xhtml
Section0005_0008.xhtml
Section0005_0009.xhtml
Section0005_0010.xhtml
Section0005_0011.xhtml
Section0005_0012.xhtml
Section0006.xhtml
Section0006_0002.xhtml
Section0006_0003.xhtml
Section0006_0004.xhtml
Section0006_0005.xhtml
Section0006_0006.xhtml
Section0006_0007.xhtml
Section0006_0008.xhtml
Section0006_0009.xhtml
Section0006_0010.xhtml
Section0007.xhtml
Section0007_0002.xhtml
Section0007_0003.xhtml
Section0007_0004.xhtml
Section0007_0005.xhtml
Section0007_0006.xhtml
Section0007_0007.xhtml
Section0007_0008.xhtml
Section0007_0009.xhtml
Section0007_0010.xhtml
Section0007_0011.xhtml
Section0007_0012.xhtml
Section0007_0013.xhtml
Section0007_0014.xhtml
Section0007_0015.xhtml
Section0007_0016.xhtml
Section0007_0017.xhtml
Section0007_0018.xhtml
Section0008.xhtml
Section0008_0002.xhtml
Section0008_0003.xhtml
Section0008_0004.xhtml
Section0008_0005.xhtml
Section0008_0006.xhtml
Section0008_0007.xhtml
Section0008_0008.xhtml
Section0008_0009.xhtml
Section0008_0010.xhtml
Section0008_0011.xhtml
Section0008_0012.xhtml
Section0008_0013.xhtml
Section0009.xhtml
Section0009_0002.xhtml
Section0009_0003.xhtml
Section0009_0004.xhtml
Section0009_0005.xhtml
Section0009_0006.xhtml
Section0010.xhtml
Section0010_0002.xhtml
Section0010_0003.xhtml
Section0010_0004.xhtml
Section0010_0005.xhtml
Section0010_0006.xhtml
Section0010_0007.xhtml
Section0010_0008.xhtml
Section0010_0009.xhtml
Section0010_0010.xhtml
Section0010_0011.xhtml
Section0010_0012.xhtml
Section0010_0013.xhtml
Section0010_0014.xhtml
Section0010_0015.xhtml
Section0011.xhtml
Section0011_0002.xhtml
Section0011_0003.xhtml
Section0011_0004.xhtml
Section0011_0005.xhtml
Section0011_0006.xhtml
Section0011_0007.xhtml
Section0012.xhtml
Section0012_0002.xhtml
Section0012_0003.xhtml
Section0012_0004.xhtml
Section0012_0005.xhtml
Section0012_0006.xhtml
Section0012_0007.xhtml
Section0012_0008.xhtml
Section0012_0009.xhtml
Section0012_0010.xhtml
Section0012_0011.xhtml
Section0013.xhtml
Section0013_0002.xhtml
Section0013_0003.xhtml
Section0013_0004.xhtml
Section0013_0005.xhtml
Section0013_0006.xhtml
Section0013_0007.xhtml
Section0013_0008.xhtml
Section0013_0009.xhtml
Section0013_0010.xhtml
Section0013_0011.xhtml
Section0013_0012.xhtml
Section0013_0013.xhtml
Section0013_0014.xhtml
Section0013_0015.xhtml
Section0013_0016.xhtml
glosario.xhtml
agradecimientos.xhtml
autor.xhtml
notas.xhtml