CAPÍTULO 8

No hay nada que una más a dos amigos que ligar juntos. Ésa es la base de una gran amistad, porque después, cuando las chicas se van, te permite chocar las manos, como llevas deseando hacer desde el principio. Ése es el choque de manos más placentero del mundo. Lo que oyes no es el sonido de una mano contra la otra; es el sonido de la amistad.

—¿Y sabes lo más raro de todo? —dijo Mystery—. A veces estoy hecho un asco y, entonces, me acuesto con una chica y siento que le gusto y, ya está, visto y no visto, vuelvo a ser el hombre más feliz del mundo.

Y volvemos a chocar las manos.

—¿Entonces? —me dijo Mystery.

—¿Entonces, qué?

—¿Estás preparado para entregarte plenamente a nuestro estilo de vida?

—Creía que ya lo había hecho.

—Quiero decir de por vida. Ahora sargear forma parte de tu sangre. De todos los tíos que he conocido, tú eres el único que puede hacerme sombra. Sólo tú podrías destronarme.

Cuando era adolescente, a menudo rezaba en la cama: «Por favor, Dios mío, te lo pido. No dejes que muera virgen. Lo único que quiero es saber cómo se siente uno al acostarse con una chica». Pero, ahora, mis sueños han cambiado. Por la noche, cuando estoy despierto en la cama, lo que le pido a Dios es que me permita ser padre antes de morir. Siempre he querido tener nuevas experiencias: viajar, aprender todo tipo de cosas, conocer a gente nueva… Pero tener un hijo es lo máximo a lo que se puede aspirar; es para lo que estamos aquí. Y, a pesar de mi comportamiento libertino, yo no había renunciado a mi sueño. Lo que ocurría era que el deseo de nuevas experiencias hacía que anhelara la novedad y la aventura que se tiene con cada nueva chica. Ni siquiera podía imaginarme cómo sería pasar toda la vida con la misma mujer. No es que me asuste el compromiso. No, lo que me asusta es discutir con alguien a quien quiero sobre a quién le toca fregar los platos. Lo que me asusta es dejar de desear a la mujer que se acuesta todas las noches a mi lado, pasar a un segundo plano en su corazón cuando nazcan nuestros hijos, sentir resentimiento hacia ella por haberle puesto límites a mi libertad. Si me hubiera casado con mi primera novia y hubiéramos tenido hijos, ahora tendrían, digamos, ocho y diez años. Y yo sería un padre magnífico, capaz de compartir casi cualquier actividad con mis hijos. Pero ya es demasiado tarde para eso. Cuando mis hijos tengan diez años, ya hará mucho que yo habré cumplido los cuarenta. Habrá entre nosotros una distancia generacional tan grande que se reirán de la música que escucho y me ganarán echando un pulso.

Y ahora estaba a punto de firmar un contrato vitalicio con la Comunidad, echando por tierra las pocas oportunidades que me quedaban de casarme algún día.

Una hora más tarde, Mystery y yo nos encontrábamos delante de la puerta de Fineline, un famoso local de tatuajes, en Kingston Road. Aunque yo siempre había considerado que estaba por encima de esas cosas, a veces uno se deja llevar por el momento, por una palmada fraternal, por la amistad.

Giré el pomo y empujé, pero la puerta no se abrió. Aunque era lunes por la tarde, estaba cerrado.

—Mierda —dijo Mystery—. Vamos a buscar otro sitio.

Aunque no soy supersticioso, cuando no estoy completamente decidido a hacer algo, basta una pequeña brisa para empujarme en la dirección contraria.

—No puedo hacerlo —le dije a Mystery.

—¿Por qué no?

—Me cuesta comprometerme; aunque ese compromiso sea con un tatuaje que representa la ausencia de compromiso.

Por una vez, mi lado neurótico me había servido de ayuda.

La noche siguiente, Caroline nos recogió en casa de Mystery y los tres salimos a cenar sushi.

—¿Y Carly? —le preguntó Mystery.

Caroline bajó la mirada.

—No ha podido venir —dijo—. Pero te manda recuerdos.

Mystery insistió.

—¿Te ha dicho por qué no podía venir? ¿Es que pasa algo?

—Es que… —empezó a decir Caroline—. Bueno, está con su novio. Mystery palideció.

—Pero ¿vendrá otro día?

—Carly dice que, de todas formas, sois muy distintos.

Mystery guardó silencio. De hecho, no dijo nada en diez minutos. Cuando le preguntábamos algo, respondía con monosílabos. No es que estuviera enamorado de Carly; es que odiaba ser rechazado. Mystery estaba experimentando en su propia piel los inconvenientes de seducir a una chica con novio. Normalmente, la chica volvía con el novio. Y vernos a Caroline y a mí tan acaramelados tampoco lo ayudaba.

—Soy el mejor maestro de la seducción del mundo —gruñó mirándome con incredulidad—. ¿Cómo es posible que no tenga novia?

—Precisamente por eso —le dije yo—: porque eres el mejor MDLS del mundo.

Tras un nuevo silencio, Mystery le pidió a Caroline que lo llevara al club de striptease en el que trabajaba su ex novia Patricia. Caroline lo dejó en la puerta antes de llevarme a pasar la noche a la casa de las afueras en la que vivía con su madre, su hermana y un hermano; Caroline quería que conociera a su familia.

Su madre nos recibió en la puerta. Sujetaba en los brazos a un bebé que lloraba desconsoladamente; el bebé de mi novia adolescente.

—¿Quieres cogerlo? —me preguntó Caroline. Supongo que lo típico hubiera sido decir que me daba miedo dejarlo caer, que lo normal habría sido ponerme a temblar y largarme de ahí lo antes posible. Pero eso no fue lo que ocurrió. Me apetecía sujetar a aquel bebé. Para eso había entrado en la Comunidad, para vivir aventuras como ésa, para sujetar por primera vez a un niño en mis brazos mientras me preguntaba qué esperaría su madre de mí.

El método
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