CAPÍTULO 13
Había un gurú al que todavía necesitaba conocer. No quería que me enseñara a sargear, sino que me aconsejara sobre cómo dejar de hacerlo.
Era una especie de presencia espiritual que abrigaba a todos los MDLS, una figura mitológica, como Ulises o el capitán Kirk o un piercing HB11. Era Eric Weber, el primer MDLS de la época moderna, el autor de Cómo ligar chicas —el libro con el que había comenzado todo en 1970— y el protagonista de la película del mismo nombre.
Fui a verlo al pequeño estudio de posproducción en el que estaba editando una película que acababa de dirigir. Su aspecto era el de un ejecutivo del mundo de la publicidad de mediana edad. Tenía el pelo canoso y vestía con una camisa abotonada prácticamente hasta el cuello y pantalones negros sin ningún tipo de adorno. Desde luego, ya no se pavoneaba. Tan sólo el brillo de sus ojos evidenciaba que todavía quedaba en él parte de su atrevimiento juvenil.
—¿Sabes que existe una Comunidad de la seducción?
—Sí. De alguna manera, imita mi trabajo. Algunas de las cosas que pasaron tras la publicación de mi libro me asquearon. No creo en hacer cosas que mermen a otras personas. Nunca estuve interesado en conquistar a una mujer de forma despótica. Lo que quería era encontrar a alguien a quien querer. Además, con el tiempo perdí interés en la seducción. Había demasiadas cosas que quería hacer, como para dedicarme sólo a seducir mujeres.
—¿Cómo perdiste el interés?
—Perdí el interés después de casarme. Tenía más confianza en mí mismo y me había dado cuenta de que acumular docenas de muescas en el cinturón no iba a acallar mi anhelo existencial. También me ayudó tener a dos hijas que, en ocasiones, me han acusado de ser un machista; algo que supongo que soy, aunque tan sólo moderadamente.
—¿Qué anhelo existencial?
—En mi opinión, el dilema existencial es el siguiente: todos somos animales gregarios, así que, al estar solos, todos convivimos con cierta sensación de inadaptación. Pero, cuando descubrimos que no somos tan extraños como creíamos y que todos los demás se sienten tan inadaptados como nosotros, entonces ese dolor nos abandona y la idea de que no somos una persona válida prácticamente desaparece.
—Pero ¿y las personas que no consiguen deshacerse de esa sensación de inadaptación?
—No puedes imaginarte la cantidad de hombres mal vestidos que me han dicho con voz nasal: «Eric, no les intereso a las mujeres». Yo les digo: «Necesitas comprarte ropa nueva, mejorar tu postura e ir a clases de dicción. » Todas esas cosas son síntomas de la existencia de profundas heridas psicológicas.
[Suena el teléfono. Eric contesta. Habla por teléfono durante unos minutos. Después cuelga.]
—Era una chica a la que me ligué hace treinta y ocho años y medio: mi mujer. De hecho, cuando la conocí yo estaba trabajando en el libro y usé con ella una de las frases de entrada que había estado estudiando. Al pasar por delante de mí en un bar, le dije: «Eres demasiado guapa como para dejar que pases de largo». Pensé que esa chica dura de Nueva YCork se enfadaría conmigo, pero ella me dijo: «¿Lo dices en serio?». Después de eso, ya no pude quitármela de encima.
—¿Cómo se te ocurrió la idea de escribir el libro?
—Tenía un amigo que estaba haciendo prácticas conmigo en Benton and Bowles. Un día, nos fijamos en la chica que trabajaba en el edificio de El Al, que estaba justo delante del nuestro. Era una chica mediterránea, preciosa. Parecía salida de un cuadro de Botticelli. Al día siguiente, mi compañero me dijo que, a la hora de comer, la había seguido a un deli, se había acercado a ella mientras se comía un sándwich sentada en el césped y habían estado hablando. Al final, habían quedado para cenar.
—A la semana siguiente me dijo que la chica era virgen. Me contó que había tenido que salir a por un bote de vaselina para poder penetrarla. Eso es lo que me dio la idea de escribir un libro sobre cómo ligar. Me llamó la atención el descaro de mi amigo y su habilidad para convertir el momento de ligar con una mujer en algo cotidiano y perfectamente natural. Yo siempre había sido muy tímido. No era bueno ligando, pero quería serlo, más que ninguna otra cosa en el mundo. Por eso escribí el libro.
—¿Había algún precedente?
—A mediados de los sesenta, la vida estaba cambiando radicalmente en Estados Unidos. Las mujeres empezaban a tomar la píldora, se escuchaba a los Beatles y a los Rolling, y Bob Dylan empezaba a hacerse popular. Estaba naciendo una contracultura. De repente, la vida era salvajemente erótica.
—Durante los años cuarenta y cincuenta, si crecías en un pueblo, conocías a las chicas en actividades de la iglesia o te las presentaba algún familiar. Pero, en los sesenta, de repente, todo el mundo se fue de casa de sus padres y alquiló un apartamento en la ciudad. Fue entonces cuando los bares se convirtieron en el lugar donde conocer a las chicas. Y, como consecuencia de ello, hubo que inventar nuevas herramientas para acercarse a chicas desconocidas.
—¿Cuál crees que es la diferencia entre la gente que tiene un don natural para ligar y las personas que, como nosotros, necesitan aprender de forma analítica?
—Creo que la gente que tiene el don natural lo que tiene realmente es la confianza necesaria para hacerlo. Durante la última etapa de mis días de ligue, yo mismo me sorprendía de mi falta de pudor. Legué a desarrollar el coraje necesario para decirle a una mujer, después de una copa de vino: «Quiero follar contigo». Hay mujeres que buscan hombres atrevidos que las dirijan. Tardé mucho tiempo en darme cuenta de eso.
Algo extraño le sucedió a Eric Weber cuando la conversación giro hacia el campo del sargeo. Pareció despertar de su letargo. Su mirada se tornó más brillante. Pasamos la siguiente media hora intercambiando historias, anécdotas y teorías de sargeo. A pesar de todo lo que había dicho sobre casarse y vivir felizmente en pareja, no había duda de que, bajo la superficie, todavía existía ese tipo raro que envidiaba el éxito de sus amigos con las mujeres.
Al acabar de hablar, me enseño una escena de la película que estaba editando. Trataba de un hombre calvo de mediana edad que intentaba vender el horrible guión que había escrito, al tiempo que vivía de su ex mujer, que ahora estaba casada con un hombre de éxito.
—¿De verdad te ves como ese escritor de guiones? —le pregunté mientras salíamos juntos del edificio.
—Ése es mi yo interior —reconoció Eric Weber—. A veces, en lo más profundo de mí mismo sigo sintiéndome incapaz, inadaptado y poco querido. —¿Incluso después de tus años de MDLS?
—A veces todo lo que puedes hacer es aparentar confianza —me dijo al mismo tiempo que abría la puerta de su coche—. Y, con el tiempo, los demás empiezan a creer que de verdad la tienes. —Se metió en el coche—. Y, luego te mueres. Cerró la puerta y se marchó.